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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (15 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Mientras hacía la ronda por el pabellón médico, Barriss ya estaba maquinando cómo conseguir más de la milagrosa planta. Los cultivos de mayor tamaño estaban protegidos, por supuesto, pero Jos le había dicho que había zonas en las que crecía de forma salvaje. Zan había encontrado esos parterres y los había utilizado para sus preparaciones. Si ella pudiera encontrar uno y cosechar aunque fuera medio kilo, quizá podría crear un preparado con el que tratar a cincuenta o cien pacientes. Desconocía la dosis adecuada y las proporciones de los ingredientes activos para la solución, pero podía analizar una de las ampollas que le quedaban para averiguarlo. La química y la preparación de fármacos no fueron precisamente sus dos asignaturas favoritas durante su formación médica, pero había conseguido aprender lo suficiente como para aprobar ambas con honores. Ya encontraría la forma de conseguirlo.

Es una pena que Zan no dejara apuntes, pensó. Eso habría ahorrado tiempo y problemas.

Pero claro, si hubiera dejado esas notas por ahí, podría haber metido en problemas a quien las hubiera encontrado. Lo que habían hecho Zan y Jos, y lo que ella pretendía llevar a cabo, era técnicamente ilegal. Pero no era inmoral, y su formación como médico y como Jedi estaban totalmente de acuerdo en ese tema. Había leyes y leyes. Algunas de ellas se aprobaban por motivos equivocados, y muchas tenían defectos: casi todas tenían alguna excepción. Cuando la elección estaba entre un acto legal o un acto moral, en circunstancias idóneas, el jedi que tomara la decisión tendría que conseguir optar por ambos. Pero las circunstancias no solían ser idóneas, y en esos casos uno debía optar siempre por la vía moral y estar dispuesto a sufrir las consecuencias, si es que las había.

En ese caso, no era complicado. Salvar vidas era lo correcto. Si los medios para hacerlo estaban a mano, y uno permitía que la gente muriera por una ley que se había aprobado para beneficio de los ricos y poderosos..., bueno, pues haría algo incorrecto.

Escuchó un lamento grave y se giró para ver a uno de los muchos pacientes no clones, un teniente rodiano llamado Zheepho, revolviéndose en la cama, luchando con el campo de presión que le mantenía fijo en el sitio. Zheepho padecía unas fiebres crónicas que habían permanecido aletargadas durante años, pero que habían rebrotado recientemente. La intensidad de las contracciones musculares causadas por el agente patógeno, una forma de microorganismo que no era ni una bacteria ni un virus, sino algo a medio camino, era tal que podían llegar a rasgarle los ligamentos, y había casos en que los huesos se quebraban durante los episodios mas violentos. La enfermedad tenia una tasa de mortalidad del cincuenta por ciento, incluso recibiendo tratamiento. No existía cura, y la mayoría de los relajantes musculares a su alcance no eran efectivos en los rodianos. Una desconexión quirúrgica cerebral podría detener el trafico nervioso de los conductores aferentes y eferentes, pero no solo el paciente quedaría totalmente privado de la capacidad de moverse voluntariamente, sino que las convulsiones no se detendrían; la infección se hallaba en el propio tejido nervioso y no solo en las conexiones neuronales, Quizá la bota fuera de ayuda, Zheepho estaba sufriendo mucho, y moriría si no se hacía algo, En más de la mitad de los casos, la infección se extendía a los órganos y se producía el fallo de algo vital, en la mayoría de los casos el corazón, el hígado o los pulmones, Barriss había realizado investígaciones, pero la literatura, al menos la documentación a la que podía acceder desde allí, no mencionaba los efectos de la bota en los rodianos, Pero tampoco es que tuviera mucho que perder, La bota no producía efectos secundarios letales en ninguna especie, y los continuos ataques podían provocar a Zheepho un daño que superaría con mucho la capacidad de tratamiento del Uquemer, de sobrevivir a la enfermedad, Se acercó al inquieto rodiano. Tenía que quitar el campo de presión para ponerle la inyección, Un pinchazo en un deltoide o en el muslo bastaría, La ampolla nebulizaría la sustancia directamente en el tejido muscular, si es que Barriss conseguía hacerlo antes de que a él le dieran más espasmos, Tendría que emplear la Fuerza para sujetarlo, Se acercó a la cama, —Zheepho —dijo—, Soy Barriss Offee, curandera jedi, —Di... i..., isculpe que... e n... n... no me le... le... levante, curandera —consiguió decir entre las apretadas mandíbulas.

—Tengo aquí algo que podría ayudarte —dijo ella, alzando la ampolla—, pero existe cierto riesgo que no puedo calcular con precisión, El rediano empezó a temblar, tensándose como un puño gigante. El espasmo duró veinte segundos. El sudor verde azulado manó de todo su cuerpo, Cuando el espasmo pasó, él gruñó:

—Ahora mi..., mi... mismo, curandera, aceptaría ve... ve... veneno si me lo of... of... ofreciera... iAaah!

Otra contracción se apoderó de él, esta vez más breve, —Vaya tener que quitar el campo. Intenta aguantar todo lo que puedas.

—Va... va... vale —pudo decir él.

Ella se sentía menos segura de lo que parecía. No podía hacerlo manipulando la mente de aquel hombre porque él no controlaba los músculos de los espasmos. Tendría que sujetarlo físicamente, con una presión controlada y sostenida de la Fuerza, y eso sería difícil de hacer sin causarle daños, sobre todo en el frágil estado en que ya se encontraba el paciente, Ella encontró la conexión con la Fuerza que necesitaba y se echó hacia delante mentalmente, sujetándole con fuerza. Él se quedó quieto y ella preparó la ampolla. Quitaría el campo de sujeción, se abalanzaría, le pincharía y todo acabaría en cuestión de un segundo. Preparados, listos... ¡ya!

Apagó el campo y se echó hacia delante con ambas manos, utilizando una para sujetarle la pierna. Apretó la ampolla contra ésta y fue a apretar el gatillo." Un espasmo de los grandes hizo contraerse al rodiano. La gravedad inesperada aparto a Barriss de la fuerza.

¡Corre!

Pero cuando libero el contenido de la ampolla, la pierna de Zheepho dio un tiron, como si mil voltios de electricidad le hubiera galvanizado. La ampolla salio disparada de su muslo. Ella seguía agarrándole la pierna cuando le sobrevino un segundo espasmo, y perdió el equilibrio por un momento. Se echó hacia delante, y entonces la aguja se introdujo..., en el dorso de su propia mano.

La ampolla hizo penetrar la sustancia a través de su piel, Parte fue a parar a una vena, y pudo sentirla inyección fría. Rápidamente se echo hacia atrás, activó de nuevo el campo de presión y cogió otra ampolla de bota de su bolsillo. Cuando Zheepho relajó los músculos, ella apago el campo de nuevo y le inyectó la ampolla.

Esta vez tuvo más suerte.

Un momento más tarde, el campo volvía a estar encendido, y Barriss estaba allí, de pie, mirando al rodiano. Él tembló de nuevo, pero menos que antes, y los espasmos se detuvieron al cabo de otros dos minutos.

¿Tan rápido funciona?, se preguntó ella.

—Vaya —dijo él—. Gracias, curandera. No sé lo que ha dado, pero quiero un barril lleno.

Ella sonrió.

—Volveré a verte dentro de un rato.

El rodiano estaba en la Cama Verde, la última del pabellón. Barriss atravesó el campo de esterilización y se metió en una cámara de provisiones. Utilizó la Fuerza para buscar en su interior, para hacerse un chequeo. Aunque era cierto que la bota no había mostrado efectos adversos en humanos, lo cierto es que se había suministrado una dosis bastante considerable. No se sentía distinta, pero...

Una repentina luz cayó sobre ella.

Parpadeó. Y vio a la Maestra Luminara Unduli de pie a unos tres metros de distancia, junto a la pared, observándola y sonriendo.

—¿Maestra? ¿Cómo has...?

La Maestra Unduli se volvió translúcida, luego transparente y finalmente su imagen parpadeó como una luz, apagándose.

Al tomar aire, Barriss sintió de repente un flujo de energía penetrando en su interior: energía pura, en crudo, un vasto poder. En ese momento se sintió trascendente, casi omnipotente. Estaba a la vez dentro y fuera de su cuerpo, capaz de sentir tres y hasta cuatro dimensiones. Se sentía como si pudiera agarrar el tejido del que estaban hechos el espacio y el tiempo y arrugarlo, retorcerlo a su antojo. Por un cegador instante, pudo sentir la Fuerza como nunca antes lo había hecho: en su totalidad. Había una especie de ... conciencia cósmica en la que se sentía conectada con todas las cosas, en cualquier lugar, capaz de hacer de todo, de cualquier cosa ...

Durante ese momento atemporal, ella fue la Fuerza.

Los soles nacian, los planetas se creaban, las civilizaciones se fundaban y caian, los planetas morían, los soles se enfriaban... El tiempo huia como un rayo láser, como una nave a hipervelocidad, pero ella podía estar al tanto de todo, Cada detalle de cada planeta de todas las galaxias que había hasta el final del universo.

Era indescriptible. Era así como debía de sentirse un dios, si es que exilio tía algo así.

No supo nunca cuánto duró aquello. Un rato o unos eones, no había forma de averiguarlo...

Y de repente acabó. Barriss se tambaleó al apoyarse en la pared y se deslizó hasta estar sentada en el frío suelo, alucinada con la experiencia.

Apenas podía respirar. El brote pasó, pero sus restos continuaban arremolinándose en su interior, potentes patrones que surgían y bailaban por todo su ser. Se sentía exhausta, pero..., de alguna manera..., más sabia. ¿Qué era aquello? ¿Qué le acababa de pasar?

18

J
os no recordaba haberse sentido más emocionado desde que llegó a aquel planeta. El transporte en el que iba Tolk estaba a punto de aterrizar. Él estaba junto a la plataforma, mirando hacia arriba. No es que pudiera ver nada a través de las malditas nubes que seguían cubriendo el arco de la cúpula. La nieve llegaba a la altura del pecho en algunas zonas, aunque los androides no paraban de quitarla. Se habían instalado calefactores suficientes como para que se pudiera estar en la mayoría de los sitios, y algunos incluso se habían vuelto demasiado calurosos, pero ya empezaba a ser algo más que un pequeño inconveniente. Al nivel del suelo había tal condensación que no se podía ver. Vivían en una burbuja opaca. Últimamente no habían sufrido ataques enemigos en las cercanías del Uquemer, ni misiles o rayos de partículas extraviados. Por suerte. De ser por Jos, él habría quitado la cúpula para que la nieve se hubiera derretido, cosa que no tardaría mucho, y habría hecho las reparaciones con el sistema apagado. Pero, claro, si dependiera de Jos, ni siquiera se encontraría en aquel maldito planeta. Y tampoco habría necesidad de cúpulas protectores porque no habría una maldita guerra.

La ventana invisible de la cúpula se dilató, permitiendo la entrada del transporte, además de un rápido intercambio de aire caliente y frío que provocó remolinos de niebla y nubes en una vorágine momentánea. El pequeño torbellino fue apagándose mientras la cúpula se cerraba y la nave bajaba de las nubes hacia la plataforma. La nieve que cayó por la zona de despegue estaba un tanto abigarrada: era un pálido arco iris con el rojo como tono Dominante, tenido por colonias de esporas que entraron con la corriente y se congelaron rápidamente.

La nave parecio tardar una eternidad en aterrizar y abrir sus puertas.

Bajaron cinco personas antes que Tolk, claro. Llevaba el uniforme de enfermera, y su equipaje venía detrás en la cesta de un androide porteador. Jos vio que a ella le estaban saliendo sabañones en los brazos desnudos.

Sintió una alegría tan inmensa que casi se mareó al verla, y corrió para abrazarla. Ella se dejó abrazar un momento y luego se puso rígida.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —miró a su alrededor y tembló—. Al final resulta que lo del clima no era broma.

—Aquí no se está tan mal. Cerca del depósito hay como una bolsa de aire frío en la que la nieve llega a la altura de un wampa con zancos —Jos la cogió del brazo y echó a andar hacia el campamento—. Vamos, tienes que ponerte a cubierto. Pronto entrarás en calor —le pasó un brazo por el hombro y se dirigieron hacia la tienda de él.

—Vamos primero a mi dormitorio —dijo ella—. Tengo que coger una chaqueta.

Jos se encogió de hombros. —Vale.

Dentro de la tienda de Tolk, el calefactor que Jos había instalado previamente había acabado con la mayor parte del aire frío. Tolk se sentó en el catre.

—Nieve —dijo—. En Drongar, Increíble.

—A eso te acostumbras rápido —dijo él—. Luego se acaba convirtiendo en un incordio a gran escala. Sobre todo teniendo en cuenta la situación en la que nos encontramos ahora con los pacientes. Si no consiguen reinstaurar pronto el servicio del trasbordador a la MedStar tendremos que amontonar a los pacientes en almacenes. Nos estamos quedando sin sitio en los pabellones.

Ella asintió. Parecía cansada, pensó Jos. Cansada y harta.

—¿Tan mal estaba la cosa allí arriba?

Ella suspiró.

—No para mí. Yo estaba en la cubierta de mando. Lo único que sentimos fue una vibración enorme antes de que nos aislaran. Yo no conocía a ninguno de los que murieron, y los heridos y supervivientes fueron atendidos por los equipos de emergencia de las cubiertas inferiores.

Jos negó con la cabeza.

—Increíble. Poner una bomba en una nave médica.

—Es horrible —dijo ella. Su voz era inexpresiva y algo distante.

El silencio prosiguió.

—¿Te apetece un estimcafé?

—Sí, por favor.

Él se puso a preparar la bebida.

—¿Y qué tal el tío abuelo Erel?

Tolk apartó los ojos de él y miró su maleta.

—Bien.

En su comportamiento había algo extraño que llamó la atención de Jos, incluso pese a los horrores recientes por los que había pasado.

— Tolk, ¿estás bien?

Ella le hizo un gesto para quitarse importancia.

—Si, bien. Un poco cansada nada más. He pasado por unos momentos bastante tensos.

—Lo entiendo —dudó un momento—. Si quieres podemos ir a la cantina para comer algo, o quizá tomar una copa.

Ella le observó.

—Mira, Jos, de verdad que no me apetece.

—Vale, vale. Podemos quedarnos aquí, no hay problema. Si quieres voy a pillar algo al comedor y ...

—Jos —dijo ella, y su voz sonó ligeramente frágil, algo que había oído demasiadas veces en demasiados congéneres—. Creo que... necesito descansar un rato.

—Ah, vale. Claro —él dudó un instante, sin saber qué decir. Ella no parecía especialmente contenta de verle. Sí, estaba cansada y había pasado por un momento traumático... , pero, al fin y al cabo, era una enfermera de cirugía. Había visto morir a más gente en un mes que muchas enfermeras en la última década, y en condiciones bastante más desagradables. Estaba hecha de duracero. ¿Cómo podía haberle afectado tanto una explosión en la que no había estado involucrada directamente?

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