Read Medstar II: Curandera Jedi Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Se preguntó cuánto más duraría aquella guerra, y cómo serían sus vidas juntos después de ella, suponiendo, claro está, que hubiera un después. Al igual que Erel Keros, si jos se casaba con una ekster, jamás podría regresar a casa, No le preocupaba ganarse la vida, ya que con su talento como cirujano podría encontrar trabajo en cualquier centro médico, al igual que Tolk. Incluso podrían tener niños, ya que los lorrdianos y los corellianos eran básicamente humanos.
Pero no volver a ver su planeta, a sus amigos, a su familia, nunca más ...
Sería muy difícil. Brutalmente difícil.
Erel Keros había llevado una vida en el exilio y Jos podía leer el arrepentimiento en los ojos de aquel hombre. Sintió que se ponía de peor humor. Deseó que Merit estuviera allí para poder desahogarse con él, pero los deberes del mentalista le habían alejado temporalmente del Uquemer. No, tendría que combatir él solito su dolor. y la única forma fiable que tenía de hacerlo era, obviamente, ahogándolo. La cantina estaría más bien desierta, pero Teedle estaría allí, y tampoco estaba de humor para otra cosa que no fuera beber solo. Dio gracias a las estrellas por no tener que preocuparse por convertirse en un adicto al alcohol: quinientos miligramos de una nueva sustancia llamada sintenol antes de la primera copa impedían que los potentes brebajes tuvieran efectos a largo plazo en el cerebro. Y a veces, también ayudaba a aliviar las resacas; y cuando no era así, siempre podía acudir a I-Cinco. El androide había descubierto recientemente la capacidad para aliviar con tonos sónicos dolores de cabeza y otros síntomas post-fiesta.
—Dos clones entran en una cantina ...
Jos se sintió de pronto impaciente. El espectáculo le parecía carente de sentido, y lo que era peor: aquél era el típico caso de imprudencia. Las posibilidades de que todo se viera interrumpido por la llegada de más pacientes eran mayores que de costumbre, ya que en aquellos momentos los separatistas estaban ampliando agresivamente su frente. Se levantó bruscamente, se acercó a las escaleras y se marchó.
~
Den y Uli le miraron mientras salía de las gradas. Uli se rascó la cabeza.
—Creí que tenía ganas de ver esto.
—Probablemente él también. Cuando lleves aquí un tiempo te daras cuenta de que nuestro buen capitán, aunque no sea exactamente bipolar, tiene a veces ... cambios de humor.
—Yo creo que extraña a Tolk.
—Claro. Pero últimamente también tiene problemas existenciales con el tema de la guerra. Me da la impresión de que Jos era bastante apolítico antes de ser reclutado, puede que incluso estuviera ligeramente inclinado a favor de la guerra. Pero me temo que su sensibilidad ha cambiado drásticamente de rumbo desde que está en Drongar.
Uli se rió.
—Dime a quién no le ha pasado eso.
—Podría haberlo hecho, pero está muerto. Se marchó cubierto de gloria, llevándose separatistas por delante y, según se ha revelado, impidiendo un intento de asesinato que habría supuesto un duro golpe para la Republica —Den se encogió de hombros—. Pero pertenecía a una minoría. Lo cierto es que por aquí, él era la minoría.
—Phow Ji —dijo Uli—. "El Mártir de Drongar" le llaman. Noticias HoloRed está preparando un documental.
—Era inevitable.
Por un momento, Den considero la posibilidad de unirse a Jos en la cantina, porque el capitán se dirigía a aquel sitio sin duda alguna. Pero, entonces, Epoh Trebor presento a Eyar Marath, una cantante y bailarina sullustana bastante atractiva, y decidio quedarse un rato mas. No tenia nada de malo ver a una hembra atractiva que prácticamente no llevaba nada puesto, ¿no?
Sin embargo, era difícil no dejarse llevar por la enorme injusticia cósmica. Sí, Ji estaba muerto, y, por tanto, no podría disfrutar de su breve notoriedad; pero, para Den, eso sólo conseguía acentuar la ironía.
Sí, ya, la fama es pasajera. Observó a Eyar Marath contoneándose por el escenario, recitando la letra de una de las canciones que acababan de entrar en los 40.000 Principales de la Galaxia. Era bellísima, por supuesto. Y ahora mismo era lo más de lo más, pero ¿dónde estaría dentro de diez años? El grupo que llevaba, ¿cómo se llamaba? ¿Los Nodos Modales?, también estaba en la cima, pero no le sorprendería nada que veinte años más tarde acabasen tocando por calderilla en un repugnante bar de algún espaciopuerto perdido. Así era aquel mundo. Daba igual que el foco te apuntase con toda intensidad: tarde o temprano acabaría apagándose.
En ese momento se apagaron todas las luces del campamento.
Un ataque de pánico envolvió a la multitud. Den escuchó gritos de sorpresa y de asombro, y el murmullo intranquilo de las preguntas. Tanto Uli como él eran lo bastante pequeños como para encogerse y rodar por debajo de la grada, y estaba a punto de decir al joven humano que se preparase a hacerlo en caso de que el pánico se apoderara de la gente. Más le valía acurrucarse en un sitio incómodo que morir arrollado.
Puro, antes de que pudiera abrir la boca, saltaron los generadores de emergencia, llevándose consigo la oscuridad. Den vio a Trebor, a Marath y a otros; miembros de la compañía mirando de un lado a otro, atónitos y temerosos.
La sensación colectiva de miedo refulgió bajo la luz. Pero, entonces, las cosas se pusieron interesantes de verdad. Den sintió una brisa fría rozándole la nuca. Luego, bajo aquella iluminación escasa pero suficiente, unos copos gordos y blancos empezaron a caer sobre el público. Uno de ellos fue a parar a la mano de Den. Él lo miró, observando cómo se derretía.
Nieve, ¡Por todos los Sith! ¿Nieve?
J
os acababa de coger mesa en la cantina: tenía mucho donde elegir, ya que allí no había nadie a excepción de la androide camarera, Teedle. Entonces, las luces se apagaron. Los generadores de emergencia, rugieron al encenderse y sustituyeron la oscuridad con una iluminación leve y más contrastada.
¿Pero qué pasa ahora?, se preguntó.
Teedle se acercó sobre su plataforma de una única rueda giroscópica.
—Hola, colega. ¿Qué va a tomar? ¿Lo de siempre?
—Claro. Uno detrás de otro hasta que... —se detuvo, mirando por una de las ventanas. Al otro lado del transpariacero algo caía como hojas. ¿Esporas? No, eran demasiado grandes, y demasiadas numerosas. De todas formas, no parecían colonias de esporas ... Eran blancas, como copos, como cenizas o como ... ¿Nieve?
—Eso parece, ¿verdad? —dijo Teedle—. Y mis sensores me indican que la temperatura va a bajar más que un ugnaught fuera de servicio.
Al oír aquello, Jos también se dio cuenta de ello. Vaya que si estaba bajando la temperatura. Hacía mucho frío.
Se levantó y se dirigió hacia la puerta, con Teedle rodando tras él.
Al salir, alzó la vista. La cúpula de fuerza, allá arriba, solía estar transparente, aunque a veces se podía observar una ionización de color azul claro al caer el sol. Pero no aquella vez. En lugar de eso, el resplandor del campamento se reflejaba en lo que parecían ser nubes bajas y densas.
En ocasiones, en días especialmente calurosos y húmedos, se almacenaba cierta condensación bajo la cúpula, pero nada como aquello. Los intercambiadores osmóticos eran bastante eficaces y dejaban pasar el aire, e incluso la lluvia, al tiempo que mantenían a raya otras cosas menos deseables. Pero para que nevase, la diferencia de temperatura debía estar muy lejos de ]0 normal. Aparte de estacionando una batería de unidades de refrigeración en trineos de gravedad nula allí arriba, no se le ocurría cómo podía haber pasado aquello.
Zan lo habría sabido. Cuando era joven, Zan había trabajado con un pariente que se dedicaba a cúpulas de fuerza.
—Jamás había visto algo así —dijo Teedle, añadiendo ese sonido de restallido de chicle que algunas veces generaba su vocalizador—. Pero la verdad es que sólo llevo operativa seis semanas, por lo que tampoco he visto mucho.
Jos se alejó de la cantina hacia la SO. Cada vez hacía más frío, y la nieve seguía cayendo. El suelo, y casi todas las superficies expuestas, seguían demasiado calientes como para que cuajase, pero calculó que si la temperatura seguía cayendo así no pasaría mucho tiempo antes de que tuvieran que empezar a retirar la nieve.
Recordó haber leído u oído en alguna parte que la cúpula era en realidad una burbuja esférica, y no un hemisferio. Una de sus mitades se ocultaba bajo tierra. Se preguntó si aquello tendría algún efecto en la temperatura del suelo.
Se estremeció. Necesitaba una chaqueta. ¿Se habría traído alguna a Drongar? ¿Se la habría traído alguien? El calor húmedo y pega Joso que le había golpeado como un insulto personal desde la primera vez que puso el pie fuera de la nave no había cesado nunca. Alcanzaba la temperatura del cuerpo humano y aumentaba durante el día, reduciéndose de noche a sólo las tres cuartas partes, y cuando el factor de humedad era inferior al noventa por ciento era para tirar cohetes.
Aun así, la actual temperatura ambiente, desafiando todas las leyes de la termodinámica, se acercaba rápidamente a la congelación. Necesitaba un abrigo, como poco. Una parka resistente sería incluso mejor ...
—Atención, a todo el personal —se oyó la voz de Vaetes por el sistema de megafonía—. Se ha producido un fallo en el sistema de intercambio de calor de la cúpula osmótica del campamento. No hay motivos para alarmarse: la cúpula sigue funcionando como escudo. Los técnicos están trabajando ya en el problema y no tardarán en tenerlo resuelto. Hasta ese momento, se aconseja el uso de ropa de abrigo o permanencia en interiores.
Jos miró a su alrededor. Los copos se convertían en aguanieve y barro al entrar en contacto con el suelo caliente. Aun así, era una visión bastante inverosímil. Veía aquel lugar todos los días desde hacía prácticamente año y medio, y no había cambiado desde que se instalaron en él. Pero ahora parecía totalmente transformado. Se preguntó qué aspecto tendría con los tejados cubiertos de nieve, y con nieve apilándose en los caminos y contra las paredes de las estructuras, Jos no pudo evitar sonreír. A Zan le hubiera encantado aquello. Da un poco de pena que las cosas vuelvan a la normalidad antes de que cuaje la nieve, pensó. Me encantaría enzarzarme en una buena pelea de bolas con alguien...
—Qué fuerte —murmuró en voz alta. Había menos calor residual del que pensaba... La nieve ya empezaba a cuajar.
Puede que al final se cumpliera su deseo.
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Barriss se quedó parada bajo la nieve que en ese momento caía con bastante densidad. La capa del suelo ya tenía casi un dedo de espesor y había cubierto al campamento con un reluciente manto blanco bastante bonito. Siempre le había encantado la visión de los paisajes nevados. Transformaba incluso las feas estructuras de duracero y plastiforma en algo bonito, limpio y nuevo. La temperatura estaba cercana a la congelación, lo bastante fría como para que siguiera nevando, y, para su sorpresa, el suelo se enfrió lo suficiente como para que empezara a cuajar. .
Además de apreciar la nieve, Barriss se sintió vengada. Aquella corriente fría que había sentido, el imposible airecillo gélido que había contribuido a su accidente, había sido real. Y era consciente de que si la potencia de la cúpula había fluctuado en la frecuencia adecuada, la pulsación resultante podía haber afectado al cristal de su sable láser.
Aquello ocurría rara vez, pero los cristales que alimentaban el centro de un cúpula eran similares a los que se encontraban en el interior de los sables láser, aunque mucho mayores, claro está. La energía requerida era mucho más potente, y la onda del arco se orientaba de forma distinta para producir una cúpula en lugar de una hoja láser. Por tanto, razonó Barriss, era posible que una reverberación del potente generador armónico de campo de la cúpula hubiera resonado en los cristales de orientación de su arma, provocando una onda, tal y como el trueno puede llegar a hacer vibrar las cuerdas de un instrumento musical. Normalmente, el blindaje de un sable láser está a prueba de ese tipo de interferencias, aunque hubo enemigos que intentaron cortocircuitar las armas ]edi en alguna ocasión. Pero puede que alguno de los cristales de la cúpula tuviera algún defecto oculto, algo imposible de detectar en una inspección ordinaria, pero suficiente para provocar que el campo vibrara hasta reducir la hoja de un milímetro. O hacerla aumentar un milimetro...
Barriss sintió que se relajaba de una tensión que no era consciente de haber albergado. Puede que no fuera así, pero al menos aquello t nía In s sentido que la idea de cortarse el pie realizando un movimiento que podia hacer hasta dormida.
La nieve seguía cayendo, y ella sonrió. El coronel había dicho que la anomalía no duraría mucho, así que la disfrutaría mientras pudiera.
Algunas veces, el presente era más fácil de afrontar que otras. Y aquélla era, sin duda, una de esas ocasiones.
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Encapuchado como un Silencioso, Kaird, el nediji, se regocijaba del frío que hacía fuera de la sala de recuperación, contemplando con algo parecido al júbilo la nieve que caía perezosa sobre el campamento, espesando cada vez más el manto blanco que ahora lo cubría todo. Su carrera en Sol Negro había sido larga y exitosa. Era respetado, era un profesional y, algún día, si permanecía lo suficiente con la organización, llegaría a ser nombrado subvigo, puede que hasta vigo, Pero cuando se hallaba en planetas donde reinaba el frío, la llamada de su mundo natal siempre era más fuerte. No la había sentido allí, en aquel agujero tropical pestilente que hasta una hora antes era caluroso, húmedo y de un verdor casi maligno. Pero ahora...
Era realmente increíble. Al otro lado de la cúpula estropeada seguían reinando la jungla y el pantano; podía verse más allá del arco en el que la cúpula tocaba el suelo. Pero allí, al menos de momento, el aire era fresco y despejado, lo que le recordaba el lugar donde había nacido y en el que se había criado.
Quizás era hora de regresar a casa. Tenía suficientes créditos ahorrados como para poder retirarse a Nedij y vivir el resto de su vida cómodamente, pero sin lujos. Encontraría unas pocas hembras núbiles, construiría un nido y se dedicaría a marchitarse como patriarca de una nueva casta. Construiría su propia familia y se olvidaría del pasado que le había obligado a abandonar Nedij. Su bandada no le consideraba del Nido, pero Nedij era un planeta grande. Seguro que en alguna parte había sitio para él.
El frío y la nieve le llegaban a lo más hondo. Se había pasado décadas como agente de la organización, y a sus jefes no les gustaría que se marchase, pero podía permitírselo con las circunstancias adecuadas. Sabía dónde se ocultaban demasiados cadáveres, seres a los que él había exterminado por orden de sus superiores. Y se había asegurado de que cierta información saliera a la luz si él era víctima de una muerte repentina o en circunstancias sospechosas, así que a sus jefes les convenía que tuviera una vida larga y saludable.