Read Medstar II: Curandera Jedi Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Tres semanas. Casi el tiempo que había pasado desde que el almirante Keros tomara el mando. Su tío abuelo todavía no había conocido a Tolk a excepción del breve encuentro en la So. Diversos deberes administrativos habían mantenido a Keros la mayor parte del tiempo en el MedStar que orbitaba el planeta. Aunque Keros era culpable del mismo pecado que Jos pensaba cometer, tenía miedo de que su tío abuelo no aprobara a Tolk, o que a Tolk no le cayera bien su pariente. Sinceramente, no estaba seguro de cual de las dos cosas sería peor.
Bueno, los dos acabarían por encontrarse en el evento social de Ocio Holored. Y no estaba nada seguro de querer estar allí, o en alguna otra parte del mismo hemisferio, cuando eso ocurriera.
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Columna miró el mensaje descodificado del monitor, sintiéndose algo mareado por el contenido. Los poderes fácticos habían ordenado un curso de accion inminente que conllevaba violencia, por mucho que el espía odiaba la idea.
y era violencia extrema.
Los separatistas querían el planeta y su valiosa bota. Su intención era desequilibrar en su favor la precaria balanza del poder, y el modo en que pensaban conseguirlo era, en una palabra, despreciable.
Solo pensar en las consecuencias de aquella acción le producía náuseas. Colunma no sería el único responsable de realizar aquel sabotaje. Aun así, el espia tendría que instigar un elemento vital del plan en el momento adecuado y el resultado inevitable sería la pérdida de una parte de las fuerzas de la Republica, quizá de muchos soldados, y una gran cantidad de no combatientes. Si, la mayor parte del personal era militar, pero eso se debía al reclutamiento; Columna había conocido muy pocos médicos que eligieran unirse voluntariamente al ejército o la Marina. Aunque siempre había gente que consideraba válido el servicio militar, todos los que ayudaban a los heridos y a los enfermos, sobre todo los cirujanos, los médicos, las enfermeras y el personal de apoyo técnico, habían sido reclutados. No tenían elección: o te reclutaban o te encarcelaban. Algunos optaban por esto último, pero eran minoria, La guerra acabaría algún día, ganasen o perdiesen, y entonces los presos que sobrevivieran regresarían a casa, de vuelta a sus vidas. Pero elegir la cárcel en lugar del ejército era una decisión que podía acompañar a una persona a lo largo de toda su vida. No era fácil. Antes de que empezase la guerra, untos de que hubiera un agente con el alias de Columna o Lente, la persona que usaba ambos nombres había conocido a objetores de conciencia que se habian posicionado en contra. Algunos pudieron resistir: otros se quebraron bajo el peso de su propia decisión, aplastados como un picotón bajo una bota.
Columna suspiró. En tiempos así, sólo había que pensar en las metas a largo plazo. Las personas y los objetos cercanos estaban borrosos y, al igual que las partes más pequeñas de la materia, no aguantaban un examen detallado. Mirarlos demasiado de cerca, sabiendo lo que iba a ocurrir, era flirtear con la locura. ¿Cómo podía sonreír a los que tenía a su alrededor, interactuar con ellos, compartir sus esperanzas, sus sueños y sus frustraciones, mientras participaba en una confabulación que acabaría con las muertes de al menos algunos de ellos?
No, la fealdad inmediata tenía que ser ignorada. Ya tendría tiempo de lamentarse cuando todo aquello hubiera acabado, cuando la República cayera de un vez por todas y los errores del pasado, antiguos pero no olvidados, fueran subsanados.
A veces los tópicos contienen algo de verdad. Por eso se convierten en tópicos. En ese caso, hay ocasiones en las que el fin justifica completamente los medios, independientemente de lo atroz que puedo parecer entonces.
Así era como había que contemplar el problema. Si cambiaba de perspectíva se quedaría inmovilizado. Y, pasara lo que pasara, la República tenia que perder aquella guerra.
Tenía que perderla.
~
Tolk se sentó en el catre de Jos y se secó el pelo húmedo con una toalla de sintotela.
—El secador sónico de tu baño vuelve a estar averiado —dijo ella. Tumbado en la cama, contemplándola, Jos sonrió.
—No me digas. Haré que el androide mayordomo llame inmediatamente al androide mecánico —dijo él imitando el acento pijo del cuadrante Este de Coruscant—. Espero que no hayas sufrido demasiado en tan terribles y agrestes circunstancias, querida.
Ella le devolvió la sonrisa, se terminó de secar el pelo y le tiró la toalla húmeda a la cara antes de que él pudiera alzar una mano para evitarlo. Él se rió y ella sonrió aún más.
Entonces, de repente, se puso seria.
—¿Qué pasa?
—Nada —hizo amago de levantarse, pero él la obligó a sentarse de nuevo, agarrándola con suavidad.
—No eres la única capaz de interpretar expresiones, ¿sabes? Venga, cuéntaselo al doctor Vondar.
Ella se mordió el labio inferior.
—El director de los Servicios de Enfermería de la MedStar se ha puesto en contacto conmigo.
—¿Y. .. ?
—Quieren que suba a hacer un cursillo de Educación Médica Continuada en cuidados de cama. Seis horas, entre la práctica y la teórica.
Él se rió burlón.
—¿Una clase de EMC de úlceras de cama? ¿Pero a qué idiota se le ocurrió eso? ¡Aquí no tenemos a los pacientes el tiempo suficiente como para que desarrollen ese tipo de lesiones! y con los campos de masaje no es una ... —Lo sé. La orden vino directamente del despacho del almirante.
Jos frunció el ceño.
—Entiendo ... , ¿algo más?
—Según un viejo amigo de los SEQ, desde esta mañana soy la única enfermera del planeta a la que le han ordenado hacer el cursillo. ¿Qué crees que significa eso?
La respuesta era bastante obvia. ¿Por qué iba a salir una orden del despacho del almirante para que una sola enfermera hiciera un curso que, daba la naturaleza del Uquemer, era bastante inútil?
—El tio abuelo Erel —dijo Jos entre dientes—. Quiere inspeccionarte. Y no quiere que yo esté cerca cuando lo haga.
Ella asintio.
—Es lo que yo pensé.
Jos se sentó en la cama.
Puedo decir a la MedStar que en este momento no podemos prescindir de ti —dijo.
Ella llegó con la cabeza.
—No. Tarde o temprano tendré que hablar con él. Más vale que sea ya.
Llevo aguantando la respiración desde que me dijiste quién era.
—Tolk ... no tienes por qué ...
Ella se acercó y le silenció poniendo una mano en su boca.
—Calla. Ya soy mayorcita. No me echaré a llorar si tu tío me mira con mala cara. Si vamos a ser familia ... —ella se detuvo— ¿O te estás pensando lo nuestro?
El le puso una mano en la mejilla.
—jamás.
Ella sonrió.
—De acuerdo. Entonces iré a ver al tío almirante y veremos qué tripa se le ha roto. Estaré bien.
—¿Seguro?
—Sé leer las caras, Jos. Al menos sabremos a qué atenernos con él.
El seguía preocupado, y ella pudo apreciarlo en su expresión. Tolk sonrio, le cogió la mano que aún seguía acariciándole la mejilla y la besó en la palma. De repente, la preocupación por su tío dejó de ser la prioridad número uno en su lista de cosas pendientes.
L
as fragatas MedStar eran lo mejorcito de la flota médica de la República. Estaban equipadas con instalaciones xeno y biomédicas de última tecnología que rivalizaban con las de muchos hospitales planetarios, y diseñadas para admitir pacientes estabilizados en el Uquemer, enfermos o heridos, y continuar con su tratamiento en caso necesario. Se trataba de naves extremadamente caras, y actualmente había pocas en servicio activo. Dada la naturaleza y la duración de la guerra, los astilleros Kuat estaban construyendo mas con toda la premura posible.
En la guerra, el camino hacia la victoria, o hacia la derrota, siempre se construia a traves de montañas de cuerpos.
Columna, sentado en el transporte que se dirigía hacia la MedStar, miraba por el pequeño y grueso ojo de buey ni verde paisaje que disminuia cada vez más. El gravicampo de la nave garantizaba que los pasajeros y la tripulación permanecieran en una cómoda constante planetaria, pero a juzgar por la velocidad a la que se alejaba de Drongar, el espía calculó que el transporte debia de Viajar al menos a cinco g. El motivo de tan rápido ascenso cm atravesar rápidamente los estratos de esporas. Columna miró por la ventana mientras multitud de colonias de aquellos proto—animalículos unicelulares chocaban contra el transpariacero como insectoides contra un parabrisas. Manchas de color, casi todas en distintos tonos rojizos o verdosos, chorreaban por la superficie gracias a la velocidad de la nave.
En Drongar la vida era tanto mutagénica como adaptogénica, y su tasa de evolución parecia ser mas constante que puntual, así como extremadamente rápida. Los estudios demostraban que las especies de aquel planeta poseían un ADN que confería propiedades de diferenciación a casi todas las células de su organismo, permitiéndoles adaptarse a las amenazas medioambientales en un periodo de tiempo asombrosamente corto. Esta rápida mutabilidad era todo un peligro para los alienígenas que acudían al planeta a recolectar bota. Las esporas, las bacterias, los virus, los rizomas y seguro que otros millones de pequeñas formas de vida todavía por descubrir entraban en todo lo que había en Drongar, atascándolo. Una nave viajando a traves de las nubes de esporas tenía que darse prisa. Si se demoraba demasiado, la rebosante proto—forma de vida atacaba sus sellos, y a veces llegaba a carcomer el material tan rápidamente como un potente agente cáustico. Podía hacer lo mismo, y solía hacerlo, con los sistemas biológicos alienígenas como pulmones, hígados, riñones, tripas, espiráculos y demás. Por suerte, las concentraciones más dañinas de enjambres de esporas solían estar por encima de las copas de los árboles, lo bastante alto como para que la gente que se movía a nivel del suelo pudiera mantener unas condiciones de vida saludables. Nadie estaba seguro de por qué no descendían. Quizá fuera por las corrientes de aire, pensó Columna. O quizá por el calor. Fuera cual fuese la razón, todos agradecían que la ingente forma de vida drongariana no se ensañara más con los forasteros.
Columna suspiró, sabiendo que si pensaba tanto en la fauna y la flora local era solo para no pensar en la tarea que se le avecinaba. Acarició con un dedo los controles del holoproyector, cambió la imagen de una vista aerea de Drongar a una aumentada de la MedStar que esperaba en la órbita superior geosincronizada. Lo que tenía que hacer no era muy agradable el' eso no cabía duda. Había ocasiones en las que un espía no se limitaba a ser un simple recabador de información. Había ocasiones en las que se le requeria un papel mas activo. En ocasiones, había que entrar en el territorio del sabotaje. Era parte del trabajo: era difícil, pero era inevitable.
Columna reflexionó por lo que parecía ser enésima vez en aquella triste pero necesaria realidad. Pero pensar en ello no cambiaba nada. Aquello era la guerra. La gente moría en la guerra; algunos se lo merecían, otros no, y por mucho que desearan lo contrario, los espías y saboteadores del campamento enemigo teman que asumir la responsabilidad de los actos violentos.
Si no lo hacia Columna, lo haría otra persona. Le gustaba pensar que ese otro agente podía no tener tantos escrúpulos respecto a la muerte y la destrucción.
No es que Columna se considerase muy escrupuloso: en los últimos meses había sido el responsable directo de acciones que se habían cobrado , vidas y daños materiales. Acciones que, como dijo una vez el revolucionario ithoriano Andar Suquand, eran como "echar arena en las piezas de la maquina". No iban a acabar con la guerra por sí solas, pero sí contribuirían a colapsarlo todo.
En ocasiones, era lo único que uno podía hacer.
La siguiente acción sería como tirar piedras en lugar de arena, al menos localmente. Cuando Columna hubiera terminado, esos engranajes metafóricos He detendrían, los árboles de levas se romperían y las reparaciones requerian tiempo, dinero y valiosa mano de obra; y todas esas cosas serian una china en el zapato de la República. No muy grande, claro, dada la longitud, la profundidad y la amplitud de las Guerras Clon, que era como se empezaba a llamar a todas esas batallas relacionadas, y apenas llamaría la atencion. Pero las guerras no se ganan con grandes golpes, sino con muchas pequeñas grietas. Hasta los agujeros más diminutos, cuando se dan en numero suficiente, pueden vaciar el contenedor más grande.
Columna miró de nuevo el holoproyector instalado en el respaldo del asiento delantero. La MedStar crecía lentamente en la imagen, completamente sola contra el fondo negro del espacio. Columna suspiró de nuevo. Tenia un deber que cumplir. Así era la guerra.
~
Jos acababa de terminar una serie de procedimientos simples y aburridos, puntos de sutura rutinarios que podía realizar cualquier residente de primer año. Pero, por simples que fueran, llevaban tiempo cuando se amontonaban en medias docenas o más.
Cuando tiraba el delantal sucio a la cesta de reciclaje, Uli salió de la SO con pinta de haber dormido diez horas seguidas, haberse dado una ducha sónica y haberse tomado una taza de bajjah calentito.
Que mal repartido estaba el mundo.
—¿Qué tal, Jos? —dijo el chico—. Hoy no han parado de llegar, ¿eh?
—Sí, a veces pasa. Demasiadas veces. ¿Qué tal todo?
—Genial. Dos resecciones intestinales, un trasplante cardiaco y una reparacion de hígado. Todos siguen vivos y apenas me ha costado esfuerzo.
Jos sonrió y negó con la cabeza. Ninguno de esos procedimientos era facil. ni siquiera en la galaxia real. Lo que para aquel chaval era coser y cantar, a Jos le hubiera tenido sudando ácido de batería en su tercer año como residente. Tenía un vibroescalpelo, y Uli también, eso no se podía cuestionar. La inseguridad que Jos había visto en el chico en su primer dia había sido sustituida rápidamente por una confianza que rayaba en la chulería. Jos sabia que, aunque Uli se había pasado el dia recuperando vidas desde el umbral de la eternidad, la muerte seguía siendo un concepto abstracto para alguien tan joven.
—¿Y tú te las apañas bien?
Ligeramente sorprendido por la pregunta, Jos miró al chico.
—Claro. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque, bueno, ya sabes ... , como Tolk no está y eso ...
—No es la única enfermera de cirugía del equipo.
—Ya, pero es la única con la que tú tienes, eh, algo.