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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (4 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Tampoco es que alguien tuviera motivos para sospechar del espía, y menos ahora que se había desenmascarado al hutt y al antiguo almirante, por no mencionar el hecho de que habían muerto. Pero aquello era la guerra, y los espías eran ejecutados cuando eran capturados. Y muchos de ellos eran capturados en sitios mucho menos peculiares que un Uquemer perdido en algún extremo de la galaxia.

Lo que complicaba aún más las cosas era el hecho de que hubiera muertes. Muertes de las cuales el espía, que servía a dos jefes distintos bajo dos alias diferentes (Columna para los separatistas del Conde Dooku y Lente para Sol Negro), era al menos parcialmente responsable. ¿Le importaba a los muertos que el responsable hubiera sido alguien conocido como Columna o Lente? No. ¿Le importaba a una de las dos identidades ocultas que la otra fuera descubierta y ejecutada? Sonrió amargamente al pensarlo.

Columna: ese primer sobrenombre era con el que mas tendia a identificar el espía, ya que lo separatistas le habían reclutado antes de que Sol Negro. Le caía bien la gente del Uquemer. La reciente muerte d ' uno de Jos médicos le había dolido bastante, aunque no fuese consecuencia de una operación encubierta. Solía pensar en los peligros que entrañaba vivir inmerso en las filas enemigas. Incluso conviviendo con una tribu de asesinos uno podía llegar a desarrollar lazos afectivos con ellos. Y ninguno de los médicos, enfermeras y miembros del personal de apoyo eran asesinos: todos vivían para curar, y si un enemigo acababa en su mesa de operaciones, le atendían con la misma habilidad y dedicación que a uno de los suyos. Su deber consistía en salvar vidas, no en juzgarlas.

Eso le dificultaba el trabajo cuando tenía que hacerles daño, ya fuese como Columna o como Lente; algo que había sido necesario en ocasiones. Era cierto que todo acabaría justificándose con el tan ansiado final, pero algunas veces esa meta parecía muy lejana, oculta por una niebla tan densa como los vapores que emergían de los pantanos eternos. Eran momentos en los que los pequeños detalles del día a día, además de las amistades, las preocupaciones y las alianzas, tendían a interponerse en el camino.

Columna suspiró. No se podían construir casas de madera sin talar árboles, pero eso no hacía más agradable que un maderazul gigante cayera sobre los que se consideraba amigos y colegas. Pero era inevitable; por muy doloroso que fuera en ocasiones, era su deber y debía hacerse. No podían ayudarle con esa parte. En nada.

Columna estaba parado ante la ventana del cubículo, mirando a la base.

El Uquemer-7 casi se había reconstruido ya del todo. El traslado de las tierras bajas a las altas se había llevado a cabo con relativamente pocos problemas. Los androides de construcción habían levantado en menos de dos ciclos diarios locales el centro de administración, los edificios de abastecimiento y, lo que era más importante, las estructuras médicas y quirúrgicas. Un día en Drongar equivalía a poco más de veintitrés horas. La cantina y el comedor terminaron de levantarse antes de la noche del tercer día. Las cosas parecían haber vuelto a la normalidad.

Pero no había sido gratis.

El traslado, realizado bajo un intenso fuego separatista, había tenido como resultado tres pacientes muertos, todos ellos a causa de la reubicación quince heridos y la muerte de un médico: Zan Yant.  Una auténtica lástima. Yant no sólo era un médico excelente, sino un músico notable que en ocasiones conseguía dejar boquiabierto a todo el personal de la base con la magia de su quetarra. Él sí que sabía hacer cantar a su instrumento. Melodías tan seductoras y tan bellas que parecían capaces de rescatar a los soldados moribundos del umbral de la eternidad.

Pero no había composiciones, ni fugas, ni rapsodias que pudieran recuperar a Zan Yant.

Columna se apartó de la ventana, hacia el escritorio que abarcaba casi toda la pared. Los separatistas esperaban las últimas noticias, y él tenía que generar un complejo mensaje en clave para enviarlo él las fuerzas de Dooku. El proceso era aburrido y complicado: una vez se conseguía codificar el mensaje en el incómodo código, el protocolo de seguridad requería transmitirlo a velocidad subluz por una conexión secundaria hiperespacial en lugar de por los ondas hiperespaciales normales. Un ejercicio absolutamente pesado y dificultoso, pero necesario, si los mensajes no se descifraban a tiempo, las consecuencias serían desastrosas. El aviso del ataque en el que había perdido la vida el doctor Yant había llegado en uno de esos mensajes, y, de haberlo decodificado más rápidamente, igual la vida de Yant hubiera sido ligo más larga. Era una lección que no debía olvidar. Por muy laborioso que lucra el proceso, por mucho tiempo que le llevara hacerlo, Columna seguía necesitando los recursos y la ayuda de Dooku para vencer a la República, y eso tenía un precio.

Más le valía ponerse a ello, entonces. Posponerlo no lo haría más fácil...

~

Den tuvo que reconocerlo. Klo Merit, el terapeuta equani, no movió ni un bigote de asombro al ver que el periodista se presentaba en lugar de Jos Vondar. De hecho, el consejero debía de estar mucho más cómodo con la situación que Den, al ser ésta la primera vez que ponía el pie en el despacho de un mentalista.

Había sido una decisión de última hora, le dijo a Merit nervioso. No sentía que tuviera que quitarse un peso de encima, y mucho menos para depositarlo sobre los hombros del equani o cualquier otro ser: al menos no hasta que unos cuantos matabanthas de elevado octanaje le aflojaran los lóbulos frontales lo suficiente como para hacerle hablar. Den era de la firme opinión de que los camareros eran los mejores terapeutas, y así se lo dijo a Merit.

Merit asintió.

—En ocasiones lo son. Lo crea o no, algunas de mis mejores sesiones improvisadas, pero no por ello menos memorables, han tenido lugar en circunstancias similares. Y, por cierto, suelo poner objeciones a las sustituciones de mis pacientes, sobre todo a las de última hora. Pero lo dejaré pasar por esta vez. —Se inclinó hacia delante—. Bueno, ¿qué trae a Den Dhur a mi santuario?

Den se mordió el bulboso labio inferior. Vaya, la cosa iba a ser bastante más difícil de lo que suponía. Nunca había supuesto que podría llegar a sentirse tan incómodo sólo por hablar ...

—Jos me dijo que aprovechara su cita —dijo al fin—. Está ahora mismo hasta arriba de heridos.

Merit no respondió al principio. Luego se apoyó en el respaldo.

—¿Y ... ?

Den se dio cuenta de que aquello iba a ser todo menos divertido.

—Pues que ... me dijo que yo lo necesitaba más que él.

Merit parecía ligeramente sorprendido.

—¿Ah, sí? Bien, como va en contra de los votos de mi profesión quebrantar el secreto que ampara las sesiones privadas de mis pacientes, solo dire que es una afirmación sorprendente, viniendo del doctor Vondar.

—Lo sé —dijo Den, aliviado al poder hablar de las penas de Jos en lugar de las propias, aunque sólo fuera por un momento—. La muerte del doctor Yant le ha afectado muchísimo. Es decir, él se enfrenta a la muerte constantemente en la SO, pero esto es diferente. Zan era su amigo. Y fue una muerte sin sentido. Sin ningún sentido. ¿Pero qué muerte tiene sentido en una guerra?

Merit asintió. Den se dio cuenta de que ya se sentía mucho más relajado. Quizá se debía a las habilidades empáticas del equani. Fuera lo que fuera, eso hacía que hablar con él fuera muy fácil. Pero, aun así, Den seguía prefiriendo el alcohol.

—¿Ya usted cómo le sentó su muerte? —preguntó Merit.

—Fatal —admitió Den—, pero no tan mal como a Jos, No creo que a nadie le haya sentado peor que a Jos. Es decir, yo tampoco conocía tan bien a Zan. Alguna vez había participado en una partida de sabacc con él, y tocaba la quetarra y tal, pero...

Merit se apoyó en el respaldo de su asiento.

—Pero no es de su muerte de lo que quiere hablar, ¿no?

Den observó sorprendido al mentalista.

—Es usted muy bueno —dijo—. Pero que muy bueno.

—Por eso gano tantos créditos.

Den puso una mueca de dolor pese a lo cómodo que era su formasiento.

—Bueno, es sólo que ... hace poco me encontré con más información sobre los hombres a los que mató Phow Ji. Ya recordará que murió en su asalto individual ...

Merit no se movió, pero había algo en él que invitaba al periodista a continuar.

— Los expertos manipuladores consiguieron venderlo como si fuera un héroe. Nadie quiso publicar mi artículo. En vida, Ji era un asesino más frío que el vacío espacial.

Ahora es todo un héroe.

—La verdad es que igual lo es de verdad.

—¿Qué quiere decir? —Den sacudió las agallas—. Se cargó a todo un contingente de mercenarios salisianos y a un superandroide de combate. Jamás había visto algo así. La padawan Offee me dijo que se volvió loco, que mató indiscriminadamente. Pero él sabía lo que hacía: ordenó que le holograbaran y me envió la cinta.

"Según mis fuentes, no escogió a esos mercenarios al azar. Eran un equipo de combate de élite en misión de entrenamiento, enviado a este planeta por sus difíciles condiciones climáticas. En teoría eran una avanzadilla preparándose para una operación encubierta.

—Entonces se ve obligado a llegar a lo que parece una conclusión inevitable: que Phow Ji, en lugar de lanzarse a una orgía de asesinatos brutales dio su vida en un acto heroico que quizá tenga beneficios a gran escala para la República.

—No descarto del todo lo de la brutal orgía de asesinatos —dijo Den—,pero, basicamente, sí. —Hizo una pausa—. Me quedé de piedra cuando supe quo habia muerto. De piedra. Me sentí como si Ji me hubiera dado una patada en el estómago. Pensé que todo tenía sentido: él estaba más loco que un givin disléxico y no podía soportar la humillación a la que, a su entender, le habia sometido la padawan jedi, Ya sabe que una vez venció a un Caballero Jedi. Por eso dejó este mundo con la cabeza muy alta, para abrir las puertas de la gloria. Así de fácil.

—Desde luego. Ya usted le sienta fatal que se considere un campeón a Ji.

Den suspiró.

—Llevo casi veinte años estándar en esto, colega, y si alguien sabe que la galaxia no es ni blanca ni negra, ése soy yo. Pero ahora me siento como u n cachorrillo recién nacido que acaba de enterarse de que el senador de su sistema acepta sobornos. Me siento ... traicionado —soltó una risilla descreída, negó con la cabeza y miró a Merit—. ¿Por qué?

—yo tengo una teoría. Pero usted también. Oigamos primero la suya. Den puso gesto escéptico.

—¿Por qué no oímos primero la suya?

—Porque es mi oficio.

Merit sonrió ligeramente, y Den no pudo evitar devolverle la sonrisa. Un mentalista, una jedi y un Silencioso en el mismo campamento, pensó. Sin duda la energía psíquica de este sitio es más densa que los gases del pantano.

Apretó los labios y se encogió de hombros.

—La padawan Offee me dijo que yo tenía aura de "héroe" —dijo.

—Lo cierto es que lo demostró de sobra al rescatar la quetarra de Zan.

—Mire para lo que le sirvió. No hubo nadie que la tocara en su funeral.

Yo no quiero ser un héroe, colega. Los héroes ganan medallas, pero la mayoría acaban muertos.

—Nadie le pide que sea un héroe, Den.

—Mejor, porque acabaría decepcionándolo. Pero tampoco quiero que se idolatre a una especie de nexu rabioso. Lo único que quiero es que la gente' sepa la verdad.

—Sú verdad —dijo Merit—. Su versión de los hechos, Den. Y quiere que hagan algo más que conocerla, quiere que se la crean.

Den frunció el ceño.

—Suena como si no lo aprobara.

—Ni lo apruebo ni lo desapruebo, sólo doy mi punto de vista. Pero permita que añada modestamente que es una perspectiva respaldada por una considerable experiencia en la lectura e interpretación de las personas.

Den se sintió de pronto muy incómodo. No quería oír la teoría de Merit.

No le interesaba recorrer el camino que le marcaba el mentalista. Se levantó y se dirigió hacia la puerta.

— Mire, tengo que irme. Ya casi es de noche y todavía no me he tomado ni una copa. No quiero quedarme atrás.

— Podrá esconderse detrás de un vaso durante un rato, Den —dijo Klo Merit—. Si lo hace, podrían pasar dos cosas. Una: el vaso tendría que crecer y crecer para seguir protegiéndolo de lo que no quiere ver. Y al final acabada cayendo dentro.

—¿Y la otra?

Merit se encogió de hombros.

—Se atreverá a mirar y se enfrentará a lo que vea.

—Estupendo —dijo Den. Activó la puerta y salió al resplandor del sol poniente—. Sería usted un barman lamentable, colega.

5

E
l crepúsculo tropical de Drongar ya había caído cuando Jos consiguió salir de la SO. Vio a Uli sentado en un banco bajo un árbol. El chico había dejado el traje en la recicladora y se había puesto un mono del ejército de la República que le quedaba algo grande. Una pequeña nube de chinches ígneos zumbaba a su alrededor, pero era obvio que estaba demasiado cansado para quitárselos de encima de un manotazo.

Jos se acercó lentamente. Sacó de un bolsillo una barra de graniespecias y la alzó.

—Toma. Creo que te vendrá bien.

El chico dudó.

—Vamos, hombre —le dijo Jos—. No pasa nada. Es sólo un revitalizante suave. Te seguirás sintiendo como si te hubieran arrastrado por una mata de espino ... boca abajo.

Uli cogió la graniespecia y se la metió en la boca.

—¿Estás bromeando? —le preguntó mientras masticaba—. Cuando era residente, yo vivía a base de esto. Como todos los que me rodeaban.

Jos se sentó.

—Sí, lo recuerdo bien —dijo suspirando—. Estimcafé y graniespecia: la dicta de los campeones. —Señaló con la cabeza a la SO—. Te las has arreglado muy bien. Mejor de lo que yo pensaba, la verdad.

Uli se frotó los ojos. Jos se dio cuenta de que le temblaban levemente las piernas.

—¿Esto es siempre así? Y, por favor, no me digas: "No, normalmente es peor." —Vale, pero es que normalmente es peor.

El chico le miró de perfil con una mirada demasiado anciana para una cara tan joven.

—A mi primer paciente de hoy le habían dado con un agonizador.

Jos asintio muy serio. El agonizador era una nueva arma de mano en fase experimental que atacaba al sistema nervioso con un rayo microsonico de alta colimación que estimulaba formaciones desbocadas de prostaglandina. El resultado era un dolor intenso sin lesiones físicas. No podía bloquearse con somaprina ni ningún otro calmante fuerte, y solía ser tan intenso que el paciente moría de sobrecarga sensorial. La única forma de superarlo era cortar las sinapsis nociceptoras en el córtex talámico. Esto requería una operación muy delicada con neuroláser, justo la clase de operación incompatible con la cirugía carnicera mimn'yet.

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