Medstar II: Curandera Jedi (22 page)

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Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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—Vale, lo capto —dijo Den—. ¿Pero qué tiene eso que ver con pillarse una cogorza?

—Muy fácil. Mi subprocesador es programable. Puedo codificarlo para estimular un estado de ebriedad.

Den se detuvo y le miró fijamente.

—¿Puedes programarte para emborracharte? Yo pensaba que no podías andar revolviendo en tus sistemas.

—El hardware está protegido. Pero tengo cierto margen de libertad con el software, ahora que he recuperado totalmente mi memoria.

—¿Y cuánto tardarías?

Hubo un ligero pero inconfundible tono de superioridad en la voz de I-Cinco cuando respondió.

—Cuento con un nanoprocesador Sintotec AA-Uno, operando a siete petaherzios, con una capacidad de cinco exabytes. He formulado el programa en cuanto te lo he comentado. He tardado seis coma un pico segundos en codificar el algoritmo básico y calcular sus parámetros funcionales.

—Vaya. Qué... rapidez.

Se detuvieron para dejar pasar a un reducido grupo de astromecánicos R4 que pasaron rodando, pitando y silbándose entre sí.

—¿Y cuándo vas a implementarlo? O a pillarte una cogorza, como decimos los orgánicos.

—Aprovecha el momento, como decís los orgánicos. Den lo pensó.

—Vale. Supongo que puedes hacerlo en cualquier parte. Pero hay unas costumbres que respetar, tú confía en mí. Además, yo quiero acompañarte. Ya tengo un ligero puntito, y no me importaría seguir. Y ya casi es la hora del sabacc. Vamos a estar todos.

—Genial. No hay nada como tener público.

Den realizó un gesto dando a I-Cinco paso hacia la cantina, y lo siguió.

~

Había un viejo dicho nediji: "Nunca se está a más de siete alas de distancia de la Gran Ave de Presa." Aumentado para abarcar la galaxia entera, ese número podría crecer considerablemente, por supuesto, pero el principio seguía siendo el mismo; sólo había que hablar con alguien que a su vez conociera a otro alguien que conociera a otra persona, y así llegabas a darte cuenta de que estabas conectado con casi cualquiera en lo que siempre solía ser una lista bastante corta.

Kaird, que daba gracias por encontrarse de nuevo enfundado en la cómoda túnica de Silencioso, estaba oculto en la creciente sombra de una inminente tormenta, contemplando a la técnica del servicio de comidas abandonar las cocinas principales del comedor, en dirección a su barracón. La verdad de aquel proverbio se hacía todavía más simple allí, en un planeta habitado completamente por fuerzas de ocupación, sin población indígena. Aquella hembra le colocaba a apenas dos pares de manos de distancia del piloto de la nave que pretendía robar.

La hembra, una twi'leko llamada Ord Vorra, mantenía una relación con Biggs Bogan, un piloto humano que formaba parte del trío de personas que se iban rotando para conducir una nave privada para almirantes. Aquella relación entre una twi'leko y un humano era interesante por una razón bastante inusual, al menos en aquel planeta: Vorra y Bogan eran ambos jugadores de strag, y los dos eran expertos de alto nivel. El viejo juego de estrategia y táctica, que se desarrollaba en un tablero holográfico sencillo con doce fichas, era un desafío intelectual que requería una memoria excelente y años de práctica para conseguir dominarlo. El propio Kaird empezaba a familiarizarse con el juego, pero nunca había conseguido concederle tiempo suficiente para llegar al nivel de Experto. Que hubiera dos de ellos en el mismo planeta era bastante insólito, y, naturalmente, acabaron atrayéndose el uno al otro.

Un piloto y una cocinera, ambos expertos de strag. Era una de esas cosas que demostraban que la galaxia era un lugar extraño, un hecho del que Kaird era consciente desde hacía tiempo.

Atravesó el recinto, manteniéndose a una distancia más que prudencial de la twi'leko mientras la seguía. Si le veía era poco probable que sospechara de un Silencioso que había salido a dar un paseo nocturno, pero era mejor no arriesgarse.

Una brisa cálida que anunciaba la cercanía de la lluvia apenas pudo revolver la humedad, añadiendo un poco de frescor al aire pestilente. Kaird ya había pasado por los barracones comunes en los que vivía la twi'leko, pero estaban demasiado abarrotados y siempre había alguien. Pero Vorra y Bogan sin duda habían encontrado sitios en los que estar juntos a solas, ya que el ruido y el movimiento constantes eran distracciones que preferían evitar los jugadores de strag, No es que no pudieran prescindir de ese tipo de cosas, se decía que un Experto podía planear cuatro jugadas por adelantado en medio de una lluvia de salamandras piluviana, es que no les apetecía. Por lo tanto, Kaird confiaba en que tarde o temprano la twi'leko y el humano buscarían un lugar en el que estar solos, y ese sitio sería un punto de contacto potencial para Kaird.

No le interesaba mucho Vorra, menos como salvoconducto hacia Bogan, que, en los días en que estuviera de guardia para trasladar a Keros, tendría los nuevos códigos de seguridad de la nave del almirante. Kaird se enteraría de cuándo tendría esos turnos, y entonces ya sólo sería cuestión de cómo y cuándo recoger lo que necesitaba...

Ord Vorra se paró en la tienda de abastecimiento. Kaird vagó por entre las sombras de uno de los recicladores industriales que había al otro lado de la calle del edificio de provisiones y se hizo realmente invisible.

El viento se levantó, y aumentó el olor de la lluvia inminente. Kaird esperó y sudó. La cúpula no detendría la lluvia, ni la evaporación de los charcos. Cuando se iniciaron los primeros experimentos con los escudos de fuerza y las cúpulas, ésas eran cosas que no se tomaban en serio, y el resultado solía causar muchas molestias y cosas peores para los residentes. Una cúpula llena de gases, sin vía de escape que permitiera que el vapor de agua se condensara en la parte interna causando más niebla densa o más lluvia, por no mencionar una repentina escasez de aire respirable, no era algo muy deseable. Y, por tanto, la cúpula recién reparada se había establecido con prácticamente la misma configuración que tenía antes del "período invernal", como se le conocía popularmente. Eso significaba que volvían a padecer un clima que haría deshidratarse a un dewback.

Al parecer, el nuevo almirante había heredado la vieja nave personal del antiguo, o al menos podía usarla. A Kaird le parecía bien. El vehículo en cuestión era una nave de asalto surroniana modificada, un transporte aerodinámico alimentado por cuatro motores de grado A2 y A2,50. Según lo había averiguado Kaird, era rápida en la atmósfera, comparable a un caza N-1 de Naboo, pero lo más importante es que también era rápida en la hipervelocidad. Por no mencionar que iba armada con cañones láser y de iones, y pese a medir menos de treinta metros de largo, con combustible suficiente y provisiones para un viaje largo, tenía alcance más que sobrado para escapar de aquella bola de barro de regreso a los cuarteles de Sol Negro en Coruscant.

Una vez allí, una vez terminara aquel asunto, retendría la nave de alguna manera y la emplearía para regresar a su verdadero hogar.

Regresar a las cumbres nevadas de Nedij...

La twi'leko salió del bazar llevando un pequeño paquete. Era bastante atractiva, si es que a uno le iban las bípedas sin plumas, pero demasiado pesada para los gustos de Kaird. Las hembras nediji tenían los huesos huecos y ligeros, y ese estándar estaba grabado a fuego en el cerebro de los machos nediji.

Ella se adentró en las sombras del anochecer, y Kaird reprimió el impulso de seguirla inmediatamente. No había prisa. Ya tenía a su presa, y había llegado el momento de averiguar todo lo que necesitaba saber sobre ellos. Obtendría sus historiales médicos de manos de Lente. De uno de los administrativos de Personal, recibiría sus hojas de servicio. Uno de los censores de Intercepción de Mensajes le proporcionaría copias de las comunicaciones que pudiera haber realizado o recibido la pareja de sus familiares o amigos.

En un día, o quizá menos, probablemente habría amasado todo lo que podía saberse de aquellos dos. Después, cuando tuviera datos suficientes, encontraría una piedra angular, un eslabón, una clave: el detalle alrededor del cual construir su plan. Quizá no fuera un plan perfecto, pero Kaird había aprendido muchas cosas en sus años con Sol Negro, y ésta era una de las más importantes para él: no tenía que ser perfecto. Siempre había que dejar cabos sueltos para las variables.

También pensaría en formas de solucionar cualquier contingencia, por supuesto. Luego pondría el plan en marcha. Si todo iba bien, las cosas irían sobre ruedas, como un mynock engrasado deslizándose sobre el transpariacero. Y, de haber problemas, podría solucionarlos. Seguiría saliendo bien.

Dentro de unos días estaría en su nueva nave, con una carga valorada en mucho más de lo que podía calcularse fácilmente, camino de su entrega, y también de su jubilación anticipada. Y entonces viviría feliz hasta que llegara la hora del Vuelo Final...

Se vio el resplandor de un rayo, e inmediatamente resonó el estruendo del trueno, revelando lo cerca que se había producido el choque: muy cerca. Y entonces comenzó a llover, con gotas grandes y pesadas.

Es hora de ponerse a cubierto, pensó Kaird. Ya había hecho suficiente por aquella noche. Sabía que lo mejor era no acelerar demasiado sus propios planes. Siempre era bueno recordar la receta de su madre de nido para el guiso de taboret: lo primero de todo es cazar al taboret...

~

Columna sintió cierto arrepentimiento, incluso remordimiento, al enviar el mensaje codificado a sus superiores separatistas. Hubo un momento de duda, una pausa larga y reflexiva, pero al final, uno hacía lo que tenía que hacer. La función de control se había iniciado, la información ya se había transmitido. Y no podía recuperarse una vez enviada.

La transmisión se completó sin dificultades, aunque las comunicaciones de toda la base habían sufrido recientemente de ruidos de fondo y pérdida de recepción. Se debía a que la zona había sido interferida hacía poco por un nuevo repetidor de banda ancha de tecnología punta, estacionado en la selva, a unos cinco kilómetros de distancia. El caos no era tan consistente como para levantar sospechas, pero le proporcionaba cobertura y protección a la hora de enviar y recibir mensajes. La explicación oficial, por supuesto, eran las manchas solares.

El código, como siempre, era dificilísimo, y solía ser un desperdicio de esfuerzo, pero en ese caso, la complicación era bastante útil. No era deseable que la República interceptara y leyera aquella misiva concreta.

Al otro lado de la comunicación, el mensaje descifrado causaría una gran agitación, por decirlo suavemente. Era probable que no le concedieran crédito. Columna sabía que habría intercambios de seguimiento, al menos uno o dos, quizá más, para verificar la información. No era cuestión de confianza en sí, sino de cerciorarse: no se podía lanzar un ataque a gran escala, ni reunir y preparar tropas masivas si existía la mínima posibilidad de que el lector del código hubiera cometido un simple error.

¿Cómo? No, no dije que la bota se estuviera pudriendo, dije que los bothanos estaban rugiendo...

Columna sonrió, pero esa sonrisa se le borró rápidamente. La misión en Drongar tocaba a su fin. Quizá no fuera un golpe definitivo para derribar a la República, pero sería un dardo en el costado de la bestia que probablemente le arrancaría un aullido de dolor. Era una tragedia que gran parte del personal de este y de otros Uquemer muriera a causa de aquella acción. Pero eso, una vez dado el paso, era inevitable. Era mejor empezar a prepararse para abandonar el planeta. Le aguardaban otros sitios, otras identidades en las que un agente del talento y las capacidades de Columna sería útil. Rascar la base de la República poco a poco era algo lento, pero con el tiempo demostraría ser efectivo.

El espía sabía que todo aquello era cierto, por supuesto. Pero en el fondo también sabía que le resultaría extremadamente difícil mirar a aquellas personas a los ojos, sobre todo a una, y fingir no saber nada sobre la destrucción inminente.

Sin embargo, tenía que hacerlo. No mirarles a los ojos, no actuar de alguna manera que no fuera normal; cualquier cosa que pudiera levantar la más ligera sospecha, podría provocar un desastre. Columna se giró hacia la puerta. Era hora de mezclarse con ellos, compartir su amistad, su alegría y su amor, mientras aún les quedara tiempo.

26

C
uriosamente, cuando Barriss se dio cuenta, se estaba aseando para asistir a su partida de sabacc en la cantina. Cogió una toalla para secarse el agua de la cara y las manos: ella prefería lavarse con agua en vez de con ultrasonidos, aunque esto último funcionara en su tienda. Y cuando vio sus rasgos húmedos en el espejo sobre el pequeño lavabo, fue repentinamente consciente:

La respuesta está en la Fuerza.

Aquello no debería haber sido una revelación. Era algo que le habían dicho mil veces al menos, una letanía con la que crecía todo estudiante jedi:

"Cuando tengas dudas, consulta con la Fuerza. Quizá no siempre la interpretes correctamente, pero la Fuerza nunca miente." Ella lo sabía. Lo había aprendido pronto, y era algo que había ido adquiriendo más significado a medida que crecía. Y en lo más hondo de su ser, nunca lo dudó. La Fuerza nunca te decepciona, es eterna, infinita y omnipresente. Si puedes formular bien la pregunta, si sabes dónde mirar, cómo conseguirlo, la respuesta que necesitas siempre estará ahí.

¿Cuántas veces, después de todo, le había dicho la Maestra Unduli esas palabras, con la amabilidad y la calma propias de la convicción total?

Usa la Fuerza, Barriss.

No pienses, no te inquietes, no te enredes en los detalles, en las irritantes preocupaciones relacionadas con el tema. Tú sólo usa la Fuerza, confía en ella, recíbe1a. Porque ahí viven los Jedi. No en el pasado ni en el futuro, sino en ese momento eterno de alegre revelación, ese "ahora" eterno. No dejes que el miedo al fracaso te impida aprovechar la oportunidad.

Barriss se secó la cara, colgó la toalla y se miró en el espejo. Su rostro, más tranquilo y más compuesto de lo que había estado últimamente, miró hacia atrás. Sí, por supuesto. Era tan fácil: un ejemplo perfecto de esos acertijos enigmáticos que tanto le gustaban al Maestro Yoda para ayudar a la mente a liberarse de los pensamientos y conceptos lineales. La pregunta era: ¿cómo podía saber si debía utilizar o no la bota de nuevo para aumentar su conexión con la Fuerza?

Pregunta a la Fuerza.

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