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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (23 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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¿Y cuál había sido hasta el momento en su vida la conexión más fuerte, más poderosa, mejor, que había tenido con la Fuerza?

La bota.

Podía ver al Maestro Yoda sonriendo y asintiendo amablemente, en el ojo de su mente. La bota era una llave, una llave que abría la puerta a un nuevo tipo de percepción. Más allá de la puerta había un camino que podía seguir, que llevaba a un sitio en el que encontraría las respuestas que necesitaba.

Y no tenía sentido esperar. Barriss abrió la caja fuerte que tenía junto a la cama y extrajo una de las ampollas que quedaban de extracto de bota. Respiró hondo, se lo puso en el brazo y se lo inyectó.

Esta vez el subidón fue casi instantáneo, como si, de alguna forma, su primera experiencia le hubiera afinado la percepción abriendo sus receptores. Esa increíble sensación de familiaridad, junto a la sorpresa y el asombro ante la novedad, el sentimiento increíble y abrumador, la profundidad de todo aquello, que se expandía hasta el infinito...

Había creído estar preparada, pero no lo estaba. Era demasiado... grande. Era algo que, en su opinión, nadie hubiera podido aceptar, procesar, asimilar en su totalidad. No le cabía en su limitada comprensión: era como intentar reducir el resplandor llameante de una piedra de fuego a una imagen plana. Sus sentidos, restringidos a tan sólo tres dimensiones, ni siquiera podían imaginarse cómo era aquello. Pero no tenía que imaginárselo. Sólo tenía que aceptarlo, ser una con el todo. Era glorioso, edificante y aterrador al mismo tiempo...

Su temor de que fuera una ilusión se desvaneció. Quizá hubiera gente que afirmara que aquello no era una verdadera conexión con la Fuerza porque había sido inducida por un agente externo a ella, que no había llegado a través de la paz interior y de la meditación. Quizás incluso ella dijera algo así en una época, pero ya no volvería a hacerlo. Aquella unión cósmica tenía que ser verdadera. Podía sentirlo en el núcleo de su ser.

y daba igual cómo había llegado hasta allí. Lo que importaba era estar allí. Era como si tuviera hambre, y al darse cuenta se hubiera encontrado ante una mesa eterna repleta de toda la comida imaginable. Elegir un plato y no otro era difícil, pero, por otro lado, sabía que podía hacerlo.

De repente, la "mesa" giró y se movió, disolviéndose en innumerables colores, como los hilos enredados de las colonias de esporas de la noche estrellada de Drongar, Se convirtió en un tapiz gigante, del tamaño de la galaxia, un tejido entrelazado tan intrincado y complejo que a Barriss se le saltaron las lágrimas. Una obra de arte perfecta, de una belleza que retaba a toda descripción, del todo increíble...

Pero, un momento. Sí, aquello era perfecto, pero también había algo más.

Podía sentir irregularidades en el dibujo, defectos pequeños, casi insignificantes, repartidos a lo largo de su inconmensurable extensión. Barriss supo por instinto que esos pequeños errores eran necesarios de alguna manera, que eran cicatrices en los hilos sueltos de la existencia... Imperfectos, sí, pero no por ello menos esenciales. Sin ellos, el tejido no podría aguantar.

Alcanzó con su mente uno de esos pequeños hilos enredados, lo vio expandirse y cambiar, hasta convertirse en... legible, de alguna manera...

Los conceptos que se le revelaron no eran palabras ni imágenes.

Tampoco eran olores, sabores, sonidos, ni objetos táctiles. En lugar de eso, era una especie de amalgama maravillosa de todo ello, más cosas que ningún ser físico había experimentado jamás...

En ese momento, Barriss, que también formaba parte de un gran tapiz, supo cuál era el defecto del tapiz:

El campamento estaba en peligro. Había un espía entre ellos, el mismo que estaba detrás de las explosiones de la nave y de la MedStar. No estaba muerto, como habían creído, sino que seguía vivo. Aquel espía había iniciado una cadena de eventos que si no se impedían provocarían la destrucción de todos los que había allí.

Durante un brevísimo lapso, menos de lo que dura un guiño, lo supo todo: cómo, por qué, dónde y cuándo, pero entonces todo se desvaneció en una explosión de energía que no pudo controlar. No podía recordar los detalles.

Luchó por recuperarlos, consciente de lo importante que era. Pero algo se interpuso en su camino...

Barriss se encontró de repente enredada, como si la arrastrara la corriente de un río caudaloso y salvaje. Se sintió zarandeada, impotente, como una ramita: dentro, pero sin formar parte de él.

Se dio cuenta de que aquello era por el defecto. Lo había visto, lo había tocado, pero no había tenido el poder ni el talento ni lo que se necesitara para controlarlo adecuadamente. Y ahora, al intentarlo, había interrumpido de alguna forma el flujo de la Fuerza. Había perdido pie, la firme posición sobre el suelo que le había proporcionado su serenidad. La corriente desbordada la había poseído y se la llevaba por delante...

No. Ella tenía poder. Un gran poder. Y podía usarlo.

Intentó frenar, pero no había nada a lo que agarrarse, nada sólido que pudiera percibir. Estaba atrapada en la inundación, en la corriente, un remolino que giraba y le desorientaba. En lo más profundo, ella sabía que estaba buscando desesperadamente metáforas para eso que no se podía describir, buscando una especie de analogía mental que le permitiera distanciarse de aquel caos. Luchó por calmarse, se esforzó por recuperar la concentración, pero no pudo. Como una riada, pareció inundarle la boca, amenazando con ahogarla. Como un vendaval, tironeó de ella en todas direcciones, quitándole hasta el último aliento de los pulmones. Como una avalancha, amenazó con aplastarla. Era como todas esas cosas y ninguna al mismo tiempo.

Era la Fuerza.

Sintió que oía hablar a alguien, una voz tranquila y conocida, que no pudo ubicar exactamente.

Venga, dijo la voz. No luches. Coge aire y sumérgete...

¡No! iYo puedo controlar esto, utilizarlo, aprovecharlo!

También podrías morir.

Barriss sintió la preocupación en aquella voz, y en algún nivel más allá de su mente consciente supo que tenía razón. Cogió aire y se relajó, dejándose llevar por la corriente, reconociendo la voz.

Maestra Unduli...

~

Barriss se encontró sentada en la cama, parpadeando como si acabara de despertar de un profundo sueño. No necesitaba mirar el crono de su cuarto para saber cuánto tiempo había pasado. Se había puesto la inyección de bota a mediodía. Y ahora estaba sentada en la oscuridad.

Se puso en pie, se acercó a la ventana, desempañó el cristal y miró al exterior. El débil brillo de la cúpula de fuerza no bastaba para ocultar las estrellas en el claro firmamento nocturno. Las constelaciones se encontraban en el ecuador de su coreografía nocturna. Debía de ser medianoche. Se había... ido... unas doce horas al menos.

Había ido a: un lugar en el que nunca antes había estado. En el que sospechaba que muy poca gente, o ninguna, había estado.

Se apartó de la ventana. Se sintió renovada, como si hubiera dormido a pierna suelta. No tenía hambre ni sed. Tampoco ganas de ir al baño. Sonrió. El recuerdo de su experiencia aún era intenso, y giraba en su mente como un espectáculo de luces, sonidos, colores, sabores y sensaciones...

Así era como tenía que ser su relación con la Fuerza. Así debía ser siempre... Frunció el ceño, sintiendo un pequeño tirón en la memoria. El defecto.

El inminente desastre del campamento. En la totalidad cósmica de lo que acababa de experimentar no era nada, era completamente insignificante cuando se comparaba con el complejo entramado del todo, pero, aun así, seguía ahí, junto con los otros innumerables defectos. Y ella sabía que, aunque eran necesarios en su totalidad y no podían eliminarse todos, en algunos casos individuales podían y debían ser reparados.

El campamento estaba en peligro mortal. Había tenido aquella revelación por una razón, de eso estaba segura. Tan segura como de que tenía que hacer algo al respecto.

27

L
a cantina estaba más llena de lo que Den había visto nunca. Al cabo de un rato se dio cuenta de por qué. Los miembros de la compañía de HRE estaban a punto de marcharse: al día siguiente abandonarían Drongar para completar el resto de su gira, y pensaban pasarse la noche entera de fiesta.

Cuando entraron Den e I-Cinco, el periodista estuvo a punto de echarse hacia atrás, como si hubiera recibido un golpe físico. El dulce aroma de los palitos de especias y el chicle, el intenso perfume de varias bebidas alcohólicas y, sobre todo, los olores combinados de una docena de especies o más, todo ello mezclado en el aire denso y caldeado, producía un miasma tan espeso y fuerte como una bullabesa gungan, Miró a I-Cinco.

—¿Estás seguro de que quieres seguir adelante con esto?

—A mí me parece el ambiente perfecto.

—A mí más bien me parece el tipo de ambiente que se encuentra a unos veinte klicks o así bajo las nubes de Bespin.

Den echó una ojeada recelosa. Muchos de los artistas estaban bailando, o intentando hacerlo, al son de la música de los Nodos Modales, que estaban repasando el repertorio de favoritos a un volumen que habría dañado oídos en la lejana MedStar. Den había estado en el curso de su carrera en muchos bares ruidosos, repletos y bulliciosos, y no dudó en colocar aquél entre los peores de la lista.

I-Cinco parecía impertérrito.

—Tradición, ¿recuerdas? —dijo a Den. Luego se coló entre dos ortolanos que estaban bailando y desapareció.

Den suspiró. Más me vale vigilarlo antes de que alguien o algo decida utilizarlo de palillo.

Cómo conseguir aquello era una buena pregunta. Los sullustanos estaban entre los seres más bajitos de la galaxia civilizada. Sin embargo, se abrió paso; esquivando y quitándose de encima piernas, espuelas, tentáculos y varias otras extremidades. No vio ni rastro de I-Cinco, Preocupado por su propia seguridad, al menos en lo referente al tema de los dedos de los pies aplastados, Den optó finalmente por subirse a una mesa, junto a un soldado clan que se había quedado inconsciente.

Aquella acción consiguió que pudiera mirar directamente a los ojos a los que eran de altura media. En el grupo había varias especies de mayor estatura, sobre todo un wookiee que pertenecía a la compañía y en el que se había fijado durante su primera y única función. Le sacaba más de una cabeza a todos los demás, parecía disfrutar mucho de su cerveza y estaba muy dispuesto a compartirla con los demás, sobre todo derramándosela por encima de vez en cuando.

Un wookiee borracho. Eso sin duda haría que las cosas se pusieran más interesantes a lo largo de la velada.

Den miró hacia otra parte y vio a Klo Merit cerca de la pared, sujetando una copa en una de sus peludas manos y una expresión introspectiva en el rostro. Los equani no eran especialmente altos, quizás unos cinco o seis centímetros por encima de la media, pero eran enormes. Era probable que Klo pesara más que el wookiee, y a eso se le podría sumar el peso de un ugnaught o dos. Den fue a gritar para saludarle, pero luego decidió no hacerlo. A juzgar por su expresión, el mentalista parecía necesitar una dosis de su propia medicina.

—¿Den?

Sorprendido, se giró y vio a Tolk la Trene junto a la mesa sobre la que estaba él. Ella también parecía demasiado seria para estar de fiesta.

—¿Has visto a jos?

Den negó con la cabeza.

—Acabo de llegar hace un minuto.

— Tengo que encontrarlo —dijo ella, más para sí misma que para él. El resto de sus palabras se perdieron en el ruido ambiente. —¿Qué? —gritó él.

Pero ella se giró y desapareció en la multitud sin añadir nada más. Había algo en la mirada de la enfermera... Den no estaba seguro de lo que era, pero le recordó aquel viejo refrán sakiyano que decía lo de "cuando el río suena ... ". Hizo que se le estremecieran las aletas. ¡Brrr!

Por fin divisó a I-Cinco.

El androide estaba en pie no muy lejos de Epoh Trebor, hablando con el cómico humano. Gesticulaba con mucho más énfasis de lo acostumbrado en él. Den no podía saber lo que estaba diciendo I-Cinco, ya que ni la aguda audición sullustana podía con tanto ruido ambiental, pero fuera lo que fuera, Trebor se estaba partiendo de risa.

Parece bastante obvio que el genio ha salido de la botella magnética, pensó él. Era obvio que I-Cinco ya se había implementado lo que el periodista había dado en llamar un "algoritmo ebrio".

I-Cinco estaba, por decirlo en una palabra, borracho.

También era bastante obvio que el androide no se había cortado al escribir su programa. Den se dio cuenta de que los fotorreceptores de su amigo brillaban todavía más. Eso, junto con el exceso de lenguaje corporal y lo mucho que estaba haciendo reír a un humorista veterano, hacían patente que el androide estaba completamente beodo.

Den sonrió. Misión cumplida. Él había querido hacerle un favor a su amigo ayudándole a encontrar la manera de sacudirse las convenciones, para que se soltara. Bien, I-Cinco no se merecía menos. Después de todo, si los seres orgánicos sufrían a causa de las convenciones sociales, ¿cuánto más tendrían que seguir sufriendo los seres de inteligencia artificial?

Y las verdaderas buenas noticias eran que I-Cinco ni siquiera se despertaría con resaca.

Den decidió que ya era hora de unirse a la fiesta.

Saltó de la mesa y comenzó a abrirse paso hacia la barra.

—Disculpe. Vaya pasar. Dejen pasar al bajito. Perdone, ciudadano. Eh, cuidado con mis orejas...

~

Jos se sentó en el catre mirando a la pared, sintiéndose más desgraciado que nunca. Se pasaba la vida nadando en sangre, sumergido hasta los codos en los cuerpos destrozados de los soldados clan, que eran poco más que carne de cañón de partículas en aquella guerra. Su único amigo de verdad, un músico y un cirujano brillante, había caído en aquella guerra, eliminado en un abrir y cerrar de ojos. El único punto de luz en aquel mar de desolación, la mujer a la que amaba, se había alejado de él, y ni siquiera quería decirle por qué.

Jos se quedó en blanco. Era cirujano, había visto morir a gente antes que la República requiriera de sus servicios; sabía cómo lidiar con eso. Era un problema que se había quitado de encima.

Pero se había equivocado al pensar que aquello le ayudaba. En los días en los que la muerte estaba con él desde que empezaba a trabajar hasta que terminaba, cuando trabajaba hasta el punto de ver borroso, sin parar, seguía pasándole factura.

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