Read Medstar II: Curandera Jedi Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Casi siempre, los pacientes eran soldados clan. Para Jos, los casos más difíciles eran las especies que no eran completamente alienígenas, es decir, los individuos humanos no clónicos, porque sus anatomías le resultaban familiares, pero diferían sutilmente entre sí. Cuando operaba a un paciente humano debía tener mucho cuidado para no permitir que las manos y el cerebro recurrieran a los patrones de siempre, que quizá funcionaban con los clones, pero podrían matar a un ser humano. Ya le había pasado en una ocasión.
Los individuos totalmente alienígenas no pasaban a menudo por la SO.
Los pocos que lo hacían solían estar en Drongar por algún tipo de misión de carácter observador o evangélico. Y eran los que solían proporcionar la mayoría de los momentos de humor y de horror.
La última vez que habían tenido un incidente inesperado como aquel fue cuando Jos se empapó de los fluidos vitales del nikto. Aquella vez fue Uli quien experimentó el impacto de la novedad.
El joven cirujano estaba operando a una hembra oni. Los oni eran una especie bastante belicosa, por lo que se sabía procedente de Uru, un planeta del Borde Exterior. Nadie parecía tener ni idea de lo que hacía aquel especimen en Drongar, probablemente sería una mercenaria. En cualquier caso, había encajado el proyectil de un lanzacartuchos, y Uli lo estaba buscando cuando se produjo un resplandor blanco azulado, un sonido semejante al de alguien agitando una colmena de picotones enfadados, y el joven cirujano salió despedido hacia atrás y se golpeó con la pared.
No salió malherido, algo que quedó demostrado cuando empezó a proferir una ristra de maldiciones. El zumbido propio de las pruebas y lecturas de los instrumentos se detuvo de repente. Threndy, la enfermera que auxiliaba a Uli, le ayudó a ponerse en pie.
—¿Estás bien, Uli? ¿Necesitas ayuda? —exclamó Jos.
—Estoy bien, gracias. ¿Pero qué ha sido eso, por los siete cielos de Sumarin? Jamás había...
Se vio interrumpido por un androide médico tripedal que se acercó junto a Uli y le susurró unas palabras. Jos no pudo oír la conversación, pero vio que de repente Uli y Threndy se echaban a reír.
—¿Qué pasa? —preguntó Jos.
—Parece ser que las hembras oni son electroforéticas. Al buscar el proyectil debo de haber tocado un lóbulo del órgano capacitador —Uli se encogió de hombros—. Me hubiera gustado saber eso antes...
Jos se rió.
—Quizá debería quedarse aquí, por si necesitamos recargar al androide. Su turno y el de Uli acabaron al mismo tiempo, y por impulso, Jos preguntó al chico si quería participar en la partida de sabacc. Las dos o tres últimas veces se habían quedado cortos de gente. Tolk ya no se presentaba, y Barriss parecía estar últimamente demasiado concentrada "jediando", como decía Den, para participar en ningún juego. Hasta Klo había estado demasiado ocupado como para aumentar sus ocasionales visitas.
Uli sonrió, en un gesto que se extendió por toda su cara.
—¡Claro! —dijo con entusiasmo—. Estaba deseando que me invitaras.
Jos le devolvió la sonrisa.
—Es un placer —estaría bien volver a tener algo parecido a un grupo completo de jugadores. En cierto modo, se sentía mal. Uli estaba tan dispuesto y era tan inocente que seguro que se lo comerían vivo. El sabacc podía ser un juego muy cruel.
~
Jos, Den, Barriss e I-Cinco salieron de la cantina.
—Vaya —dijo Jos—. ¿Quién lo hubiera dicho?
—Tú no, desde luego —respondió Den—. A menos que te traigas algo entre manos con él...
—.ye, que yo no tenía ni idea de que podía jugar así. Quiero decir, míralo. Parece la holorréplica de un granjero bonachón —se encogió de hombros—. Estábamos perdiendo jugadores. Y me daba pena.
—¿Ah, sí? ¿Y yo no te doy pena? He perdido trescientos créditos en esta partida —Den negó con la cabeza.
—Permíteme una sugerencia —dijo I-Cinco a Jos—. La próxima vez que sientas tentaciones de ser altruista con cosas como ésta, piénsatelo.
—Cierra el vocalizador —le dijo Den, amargado.
—Eres el único que no ha perdido hasta la camisa. Aunque tampoco tienes camisa que perder.
—Eso es cierto. Sin embargo, por primera vez en semanas yo tampoco he ganado nada.
Jos dio unos inútiles manotazos a una nube de chinches ígneos zumbadores.
—Te vuelvo a preguntar. ¿Para qué necesitas tú el dinero? Eres un androide.
—Un hecho que no me pasa desapercibido, pero gracias. Mi necesidad de dinero es fácil de explicar: viajar cuesta muchos créditos. Sobre todo si vas hasta Coruscant.
—¿Entonces vas a ir? —preguntó Barriss.
—Sí.
—Pero eres propiedad del ejército —dijo Jos—. Aunque pudieras encontrar una forma de que te transfirieran a Coruscant, tendrás muchas limitaciones para encontrar al hijo de Pavan.
—Eso también es cierto. Lo cual significa que vaya tener que desertar —dijo I-Cinco tranquilamente.
Durante un largo rato reinó un silencio roto sólo por el zumbido de los chinches ígneos. Entonces, Jos dijo:
—Si lo haces y te cogen no te dejarán en la memoria ni una milésima de átomo.
—Eso si me cogen. El tiempo que pasé en Coruscant no fue en vano.
Conozco una serie de métodos para pasar desapercibido, sobre todo en una megalópolis tan enorme.
Den absorbió un hidropak.
—De eso no hay duda. Pero antes tendrás que salir de Drongar, ¿Y crees que no levantarás sospechas viajando solo?
—Los androides, sobre todo los de protocolo, realizan constantemente viajes interestelares. No somos niños. Nadie me prestará atención, sobre todo si llevo los documentos de un comisionado en ruta al Templo de Coruscant por asuntos Jedi.
Miró a Barriss. Ella le devolvió la mirada con seriedad.
—¿Vas a arriesgarlo todo, incluso a ti mismo, para hacer esto? —preguntó ella.
—Es algo que le prometí a Lorn hace muchos años, cuando le arrebataron a su hijo Jax. Me pidió que, en caso de morir él, me asegurara de vigilar a Jax, aunque estuviera bajo custodia Jedi. Lorn no se fiaba de los Jedi. Jamás defraudé a Lorn en vida, no veo razón para hacerlo ahora que está muerto.
— Me veo obligado a recordarte, I-Cinco, que los Jedi defienden las leyes de la República bajo juramento —Barriss se detuvo y añadió—: Pero hay ocasiones en que esas leyes entran en conflicto con los códigos morales que abrazamos. Estos conflictos suelen requerir decisiones complicadas.
—¿Y cómo toman los Jedi esas decisiones?
—Bueno —dijo ella sonriendo levemente—. Se dice que algunos han recurrido a la bebida.
Jos sonrió. No pudo evitarlo. Y se sintió bien.
—Resulta que tengo algo que necesito enviar al Templo de Coruscant cuanto antes —continuó Barriss—. Hay pocos seres a los que encargaría esa misión. ¿Te importaría...?
—Sería un honor para mí —dijo I-Cinco.
C
olumna se quedó mirando el mensaje que había sobre su escritorio. Había tardado unas horas en descifrar el complicado código triple, pero esta vez había merecido la pena. Los separatistas habían interceptado la misiva procedente del campamento y gracias a ella habían averiguado que era cierto que la bota estaba perdiendo su efecto. Habían tomado una decisión mucho más rápido de lo que había supuesto el espía: dentro de unos días se lanzaría un ataque a gran escala a las fuerzas de la República en Drongar, Todos los mecánicos y mercenarios que el otro bando pudiera reunir participarían en la batalla, con un único propósito: hacerse con lo que quedara de bota y recolectarla para los separatistas. Muchos morirían o serían destruidos en ambos bandos... , pero el mensaje, aunque corto, era bastante claro y explícito. Estaban en camino. Aquel Uquemer, junto con el resto, quedaría destruido en breve. No tomarían prisioneros, y, si lo hacían, no sería para mantenerlos con vida.
Columna se quedó mirando la nota con emociones inestables y sentimientos encontrados. Sí, sabía que iba a ocurrir, aunque no tan pronto. Sí, sería un golpe para la República, lo cual era la razón principal por la que Columna se encontraba allí. Aquello no cambiaba que la responsabilidad por las pérdidas orgánicas y materiales recayera sobre la conciencia de Columna.
El mensaje decodificado e impreso en una plantilla de plastilámina comenzó a curvarse por las esquinas. Un minuto más, y el proceso, una oxidación combustible que comenzaba en cuanto se exponía la plastilámina al aire, haría que la nota se evaporara.
Igual que pronto desaparecería la tercera identidad del espía.
En cualquier caso, daba igual. La nota había cumplido su propósito:
Columna había consignado su contenido a la memoria. La guerra también tocaría a su fin en Drongar, La bota sería recolectada, destruida o mutaría hasta convertirse en algo inútil. Todo daría el mismo resultado, en lo que a los combatientes respectaba.
Columna se iría para cuando el ataque se hiciera efectivo. Habría alguna razón para visitar la MedStar, y el transporte que condujera al espía hasta allí sería ... desviado para entregar su mercancía en territorio separatista. Sin duda le proporcionarían los salvoconductos que permitirían a la nave pasar desapercibida. Después saltaría al hiperespacio, y los que quedaran atrás no serían más que un triste recuerdo.
Pronto tendría otra misión, estaría en otro planeta. La guerra continuaría en algún otro lugar, y Columna, con alguna otra falsa identidad, seguiría su curso en pos de la destrucción de la República. Sabía que acabaría por conseguirse, por mucho que tardara en ello. Al final, ocurriría.
Columna suspiró. Todavía quedaba mucho por hacer, y poco tiempo para hacerlo. Registros, archivos, información, parte de la cual podría ser muy valiosa para los jefes de Columna... Todo tenía que recogerse y condensarse en paquetes de datos que pudieran meterse en el bolsillo o en la maleta. El final, al menos aquí y ahora, estaba cerca.
~
Era casi medianoche. El disfraz de kubaz de morro largo ya no existía, y el traje obeso era demasiado difícil de poner y quitar, por lo que Kaird acudió a su encuentro con Thula vestido de monje Silencioso. Tampoco es que fuera a verlos nadie, por lo que no se preocupó por las reacciones que pudiera causar que le vieran hablando en público con semejante camuflaje.
Se apoyó en la pared de un cobertizo de almacenaje de finas paredes situado junto al comedor, aparentemente a solas. Thula estaba dentro, oculta a las miradas de cualquiera que pudiera atravesar la calurosa oscuridad tropical, pero al alcance del oído gracias a una rejilla diseñada para que el aire circulara sin dejar pasar el agua de la lluvia.
—¿Tienes lo que necesito?
—Sí.
—Entonces tus amigos y tú tenéis dos días. Os sugiero que aprovechéis bien el tiempo.
La voz de Thula era un ronroneo suave y animal.
—¿Y el finiquito?
—Mira en la parte superior del umbral de la puerta.
Hubo un breve silencio. Los oídos de Kaird eran lo suficientemente agudos como para detectar el sonido de las pisadas de la falleen, acercándose rápidamente a la puerta, deteniéndose y volviendo a pegarse a la pared. Pudo percibir un breve resplandor a través de la malla metálica cuando ella activó el cubo de créditos que él le había dejado sobre la puerta y miró la holoproyección para comprobar la suma que contenía.
—Qué generoso —dijo ella.
—¿Dónde está mi maletín? —preguntó él.
—Ahora estará en tu tienda, junto al resto de tu equipaje. Ha sido un placer hacer negocios contigo, amigo. —¿Tenéis forma de salir?
—Sí. Hemos conseguido un pasaje en una nave pequeña que saldrá mañana. Hay un piloto dispuesto a recibir sobornos.
—Un transbordador tierra—nave no os llevará muy lejos.
—Lo suficiente para conseguir algo que sí lo haga. El dinero es un lubricante muy potente.
—Quizá volvamos a vernos algún día —dijo Kaird.
—Quizá —dijo ella.
Kaird se apartó del cobertizo y regresó a su tienda. La puerta estaba cerrada, pero aquellos cierres no eran nada para ladrones profesionales como Squa Tront y Thula, que contaban con ese talento entre sus otros muchos.
El bloque de carbonita estaba junto a su otra bolsa, camuflado para parecer un baúl de cierto valor. Prácticamente parecía formar parte de su juego de maletas. La bota se mantendría congelada en carbonita hasta que alguien activara el derretidor, Después de eso, habría que procesarla rápidamente para evitar que se pudriera rápidamente, pero ése no era su problema. Sol Negro contaba con los mejores químicos de la galaxia; él sólo tenía que llevarles la bota.
Alzó el baúl. Pesaba bastante, unos setenta kilos, pensó, pero podía cogerlo y llevarlo fácilmente.
Kaird se sintió en ese momento mejor de lo que se había sentido desde que estaba en aquel pestilente planeta. Había hecho todo lo posible, dadas las circunstancias, y, después de todo, se sentía muy satisfecho de todo'. Un par de días más de simulaciones y se encaminaría hacia su planeta natal y hacia la paz.
Una paz que sin duda merecía.
~
Jos se despertó en medio de la noche, todavía aturdido por la última borrachera. Se incorporó en su catre y se frotó los ojos. Había soñado con Tolk, y en el sueño, ella le había contado por qué quería marcharse. Perojos no podía recordar lo que era.
Se puso en pie, se acercó al aseo y se refrescó la cara con agua. Se enjuagó la boca. Últimamente bebía tanta que hasta las drogas anti veisalgia que normalmente eclipsaban las resacas dejaban ya de hacerle efecto. Se miró en el espejo.
Eres una visión francamente triste.
Suspiró. De eso no cabía duda.
Y apenas eres digno de que te llamen hombre. ¿De verdad vas a dejar que se marche? ¿Sin luchar?
Frunció el ceño a su reflejo.
—¿Y qué se supone que puedo hacer? —se respondió en voz alta— ¡Ella no me habla! ¡Y yo no sé por qué!
¿Cómo que no? ¡No eres tan tonto! Piensa un poco. No pudiste evitar que Zan muriera. ¿Vas a dejar que Tolk se vaya sin ni siquiera saber por qué?
Jos se alejó del espejo y regresó al catre. Se quedó parado mirando la cama. Ésa era la cuestión, ¿no? La grande, la única: ¿por qué? ¿Qué había causado que Tolk, la mujer que dijo que le amaba, se marchara? Ella había hablado de la explosión de la MedStar, de las decenas de muertos..., pero eso no tenía sentido. Tolk había visto cosas peores, mucho peores, y mucho más de cerca. N o, aquello era diferente. Era casi como si hubiera recibido una revelación de alguna deidad planetaria primitiva...