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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (29 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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—Pasa.

El panel de entrada se abrió, y apareció I-Cinco.

—Eres justo el androide que estaba esperando —dijo Den.

Los fotorreceptores de I-Cinco hicieron algo parecido al equivalente androide de arquear las cejas. Miró a su alrededor.

—Pareces estar haciendo las maletas para irte, aunque es un poco difícil adivinar adónde, dado el... ambiente general.

Den sonrió.

—No soy el mejor amo de casa del planeta —admitió—. Probablemente no sea el mejor amo de casa de ningún planeta conocido. Ni de los desconocidos, creo.

—Bueno, tampoco está tan mal —dijo el androide—. Dame treinta minutos y un lanzallamas y...

—Creo que todavía queda en la base un trasbordador para transportar a los últimos cómicos. Seguro que un androide que hace unos monólogos tan desternillantes estará en su lista de necesidades.

—No lo dudo. Precisamente por eso, yo saldré justo en la nave siguiente. Den asintió. Era lo que había supuesto.

—¿Entonces Barriss te ha encargado la misión?

—Sí. Llevo información muy secreta y un frasquito que tengo que entregar —I-Cinco extendió la mano—. He venido para despedirme.

Den no cogió la mano del androide.

—No es necesario. Me voy contigo.

Otro repentino cambio en la luminosidad de los fotorreceptores, esta vez indicando sorpresa.

—¿De veras? ¿Ya qué debo ese honor?

—Al hecho de que muy pronto este lugar será arrasado por separatistas, androides, mercenarios y cualquier cosa que tengan lo bastante lista como para moverse y disparar al mismo tiempo —Den le explicó brevemente el tema de la mutación de la bota, y cuál sería el probable resultado cuando aquello saliera a la luz pública.

—La mutación no me sorprende —dijo I-Cinco—. Todo este planeta es un gigantesco experimento transgénico. Teniendo en cuenta toda la polinización cruzada de las esporas y el potencial del ADN nativo, lo único que me sorprende es que haya permanecido estable tanto tiempo.

—Bueno, "estabilidad" es una palabra que no se va a emplear mucho al menos a corto plazo. Por eso regreso a Coruscant —Den se encogió de hombros—. Se me ocurrió que podíamos viajar juntos.

—No tengo nada que objetar. Aunque dudo que los otros androides me dirijan la palabra si viajo con un orgánico.

—Más te valdría cortar un poco esa parte tan melindrosa que tienes en tu programación. Si no, alguien lo hará por ti... con un vibrocuchillo. A la gente no le gustan los androides de lengua afilada.

—Como te podrás imaginar, no eres ni de lejos el primero en decirme algo así. Sin embargo, a mí gusta porque eso le da un poco de sabor a una existencia que de otro modo sería bastante anodina. Y puedo cuidarme solo, gracias.

Den miró su crono.

—Faltan unas nueve horas para que salga el transporte. ¿Tienes algún plan para ese tiempo?

—A mí me parecería adecuado pasarlo en la sala de operaciones, ayudando a Jos y a los demás. Después de todo, ésa era mi misión principal. —yo tengo otro lugar en mente. Pero aunque vamos a pasarnos estas horas en sitios separados, lo cierto es que ambos tienen al menos una cosa en común —dijo Den con una sonrisa.

—El alcohol—el androide se quedó callado un momento—. ¿Vas a contarle a alguien lo de la mutación de la bota?

Den miró a I-Cinco, Sin duda era agudo como un sable láser.

—.ficialmente, no. Y aunque me dedicara a contárselo al personal de la base no conseguiría nada bueno, porque no están en posición de hacer nada más que preocuparse.

—Percibo que hay algo que estás omitiendo.

—Sí, bueno, algunos de los jugadores de cartas y yo nos hemos hecho amigos, y lo cierto es que no me gustaría que esto les pillara desprevenidos.

— Pero si tú mismo has dicho que no podrían hacer nada, ¿por qué decírselo?

Den se encogió de hombros.

—¿Tú no querrías saberlo?

—Claro que sí. Cuanta más información tenga uno, mejor equipado estará.

—Pues eso —Den se acercó a la puerta—. Vaya tomarme una copa o seis, y les contaré a mis amigos las noticias. Te veo en el hangar.

35

B
arriss intentó volver a llamar. Fuera lo que fuera lo que había bloqueado sus intentos de establecer una conexión con el Templo Jedi había sido constante durante días, y no quería hacerse demasiadas ilusiones. Recordaba algo que Jos le había dicho una noche mientras jugaban al sabacc, citando un consejo que había leído una vez en un restaurante: "Minimiza las expectativas para evitar las decepciones." Eso sí que es una filosofía realista, pensó.

Luego, quizá porque no se lo esperaba, su intercomunicador se encendió. El holoproyector se iluminó a una escala uno—seis, y Barriss se encontró a sí misma delante de una imagen de la Maestra Luminara Unduli. Sintió una gran alegría ante aquella visión.

—¡Maestra!

—¿Quién si no? ¿Acaso no me has llamado?

Barriss sonrió, anticipando el momento de compartir aquel gran secreto terrible. Era increíble cómo las cargas mentales y espirituales podían aligerarse al dividirlas, al igual que las cargas físicas.

—Sí —de repente, Barriss se sintió como si su mente estuviera demasiado llena y desorganizada como para hablar. Vaciló. Tenía que conseguirlo, tenía que exponer todo aquello adecuadamente. Aquel secreto tenía el potencial para afectar a toda la galaxia después de todo...

Antes de poder hablar, Luminara dijo:

—Barriss, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

—Lo siento. Estoy intentando averiguar por dónde empezar. Están, eh, están pasando muchas cosas.

—Pues escoge un punto de partida —¿Había cierta aspereza en la voz de su Maestra, o quizá era un fallo en la transmisión? Esperaba que fuera lo último—. Desde ahí podrás avanzar o retroceder —prosiguió la Maestra Unduli.

Barriss respiró hondo.

—Muy bien. He descubierto algo asombroso sobre la bota...

Habló rápidamente a su Maestra de sus experiencias, le contó la historia, intentando mantener la coherencia e intentando también comunicar no sólo lo que había pasado, sino también cómo se había sentido, la sensación de conexión total con la Fuerza, la maravilla que había sido.

La Maestra Unduli escuchó sin interrumpir. De vez en cuando asentía para animarla, pero permaneció en silencio, sin atosigar a Barriss cuando necesitaba poner en orden sus pensamientos.

— ... y eso es un poco lo que hay —terminó Barriss—. Bueno, eso y que aquí hay un androide llamado I-Cinco que aparecerá por allí pronto con un mensaje codificado que recoge lo que acabo de decir. Me preocupaba que pasara algo que me impidiera contar esto, no he podido contactar contigo por el intercomunicador y, de todas formas, I-Cinco necesitaba una razón para viajar a Coruscant, así que decidimos unir fuerzas. Es un androide de lo más peculiar y tiene una conexión con el Templo... En una ocasión perteneció al padre de uno de nuestros padawan. Quizá pueda resultamos útil —se dio cuenta de que estaba hablando por hablar y se calló.

La Maestra Unduli se quedó en silencio un momento. Luego dijo:

—¿Estás segura de que lo que experimentaste no fue una especie de... ilusión?

—No fue ninguna ilusión, Maestra —dijo Barriss—. Fue una unión con la Fuerza más potente de lo que hubiera imaginado posible. Fue real. De eso estoy tan segura como de que estoy hablando contigo ahora mismo.

Incluso más, quiso añadir, pero no lo hizo.

Su Maestra asintió.

—Es algo realmente extraordinario —tras un momento añadió—. El Maestro Yoda y otros miembros del Consejo han comentado recientemente que percibieron no una perturbación, sino más bien un surgimiento, en la Fuerza hace poco. Quizás ésta sea la explicación.

Barriss esperó un instante, pero la mujer mantuvo un silencio preocupado.

—Presiento un gran peligro para estas personas, Maestra. Como ya te he dicho, el "accidente" a bordo de la MedStar no fue tal. Y el responsable atacará de nuevo, y también presiento, bueno, sé, que podría prevenirlo si utilizo esta nueva conexión. No me cabe ni la menor duda al respecto. El poder es abrumador. Incluso ahora siento sus ecos reverberando en mi interior.

—Entonces ¿por qué no lo has utilizado todavía? —preguntó la Maestra Unduli.

—Porque no estoy cualificada. No tengo ni la experiencia ni la sabiduría para tomar ese tipo de decisiones o emprender una acción así — Barriss abrió las manos—. Maestra, ¿qué debo hacer?

El pequeño holograma de su Maestra permaneció en silencio un momento. Su expresión, dado el tamaño y la resolución de la imagen, era difícil de interpretar. Entonces habló.

—Esa pregunta no tiene fácil respuesta, Barriss. Tú estás allí y yo aquí, y no puedo conocer la situación como tú. Pero, teniendo eso en cuenta, creo que deberías... —El holograma se apagó un momento, parpadeó y las líneas de escáner empezaron a recorrerlo de arriba abajo en una onda constante. La voz de la Maestra Unduli titubeó, interrumpiéndose por momentos... intentar... saber... conocer la verdad, porque ... —entonces la imagen se desvaneció y la voz se detuvo.

¡No!, quiso gritar Barriss. ¡Vuelve!

Pulsó los controles de la unidad con movimientos casi frenéticos, pero no sirvió de nada. La conexión se había cortado. Se había ido.

Se había ido.

Barriss se pasó distraídamente los dedos por el pelo. El peso de la responsabilidad que creía haberse quitado de encima, o que pensaba haber dividido al menos, volvió a posarse sobre ella con más fuerza que antes.

¿Qué podía hacer? ¿Alguna vez un padawan había tenido que resolver un problema tan espinoso como aquél?

Sólo quedaba un punto luminoso, y tampoco lo era tanto. Al menos los Jedi ya estaban al corriente de lo que pasaba con la bota. Pasara lo que pasara en Drongar, podrían pensar y tomar una decisión respaldados por los más sabios y expertos miembros del Consejo Jedi. Pero eso no facilitaba en absoluto su decisión personal, aunque era algo.

Y, se recordó a sí misma, I-Cinco acabará llevando la historia completa y el bote lleno de extracto. Desde luego, yo hice todo lo que podía hacer respecto a mi obligación de informar al Consejo. Ya no depende de mí.

Pero ella seguía sintiendo el mismo peso. Antes era como un tronco de árbol, pero ahora era como una losa de piedra.

Se preguntó cuánto tiempo podría aguantarlo.

36

K
aird sintió una profunda sensación de alivio al dejar atrás el último grupo de naves vigía. Era un profesional, y enfrentarse a la muerte era parte de su vida. No le daba miedo volver al Huevo. Tarde o temprano, todos debemos hacer ese viaje, y él había pospuesto ese trayecto bastantes más veces que la mayoría. Aun así, estar en el espacio exterior a punto de dar el salto a la hipervelocidad significaba que había vuelto a sobrevivir, y era permisible sentir cierto orgullo por ello.

Regresaba a Coruscant, portando una valiosa carga para los suyos.

También tenía una gratificante sensación por haberlo conseguido. Había conseguido sacar partido a una mala situación, había conseguido rescatar algo de lo que inicialmente iba a ser un completo desastre. Sí, tal y como decía el dicho, no había carroña tan mala que no ofreciera algo al carroñero.

Con la nave en piloto automático, Kaird se aseó, se comió unas gachas de bool sintetizadas y realizó una corta serie de ejercicios marciales. Sintiéndose menos agarrotado tras calentar los músculos y abrir los pulmones, regresó al compartimento de entrada en el que había dejado el falso bulto con la valiosa carga. Prefería ponerlo donde pudiera verlo, aunque estaba solo en la nave. Cuanto menos dejara al azar, menos cosas podrían salir mal.

El baúl estaba donde lo había dejado. Era pesado, aunque no tanto como para no poder levantarlo y portarlo, pero sí lo bastante como para querer ponerle unas ruedas. Kaird lo arrastró hasta la cabina de control.

La nave tenía una serie de puertas de presión en el pasillo. En caso de rotura del casco, esas puertas se sellaban rápida y automáticamente para mantener separados los distintos compartimentos. Tenían el umbral ligeramente elevado para que el sellado tuviera un mayor efecto. La elevación era de un par de centímetros, pero tenía que recordar levantar los pies para no tropezar cuando el campo de gravedad—A estaba activado. Kaird hacía todo aquello de forma casi inconsciente después de años viajando por el espacio. Los fabricantes de equipaje eran conscientes de esos obstáculos en los umbrales, y, por tanto, las ruedas estándar de las maletas estaban hechas de un material flexible que pasaba fácilmente por encima.

Pero no las ruedas de aquel baúl trucado. Kaird no sabía dónde habían encontrado esas ruedas sus antiguos socios, pero lo cierto es que estaban hechas de algo más duro, porque cuando llegó al primer umbral, el maletín chocó y una de las ruedas se rompió.

Kaird negó con la cabeza. Tendría que llevarlo a pulso, después de todo. Alzó el maletín, y tanto la rueda como su eje se salieron, llevándose un trozo de carbonita del tamaño de un puño que, cayó al suelo con un ruido metálico.

Algo metálico relució desde el borde de la maleta rota.

Kaird lo observó. Un repentino estallido hormonal recorrió su sistema, haciendo que las plumillas se le pusieran de punta, abultándose para que pareciera mayor que cualquier depredador que pudiera considerarle una presa. El hecho de que no hubiera nada remotamente parecido a un depredador en los varios miles de kilómetros cúbicos de espacio vacío que había a su alrededor no le hizo tener menos miedo instintivo.

No tenía que haber nada metálico en la carbonita.

La bota era frágil. Incluso cuando se comprimía en bloques podía pudrirse, y ésa era la razón por la que el contrabando se transportaba en carbonita: el proceso de congelación del carbón suspendía casi todas las acciones orgánicas moleculares. La bota no se estabilizaba realmente hasta que un proceso adicional la convertía en una sustancia en forma de tableta. En el formato de ladrillo que solía emplearse para el transporte, cualquier cosa incluida en el paquete podría causar reacciones químicas no deseadas. En esta fase se tomaban grandes precauciones para asegurarse de que el producto se embalaba lo más puro posible, y él había insistido en que se pusiera todo el cuidado por parte de los contrabandistas.

Entonces, ¿por qué estaba viendo algo metálico dentro del bloque de carbonita?

Sus plumones comenzaron a suavizarse mientras respiraba varias veces para calmarse, asegurándose de que sus exhalaciones eran un segundo o dos más largas que las inhalaciones, para expulsar todo el dióxido de carbono de su sistema. Funcionaba: sintió que su pulso recobraba la normalidad mientras su nivel de ansiedad descendía.

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