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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (27 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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La repentina revelación fue un golpe tan intenso que tuvo que sentarse.

Fue como si le hubieran dado en mitad del pecho, quitándole el aliento con fuerza suficiente como para que no pudiera volver a tomar aire. Lo sabía. ¡Sabía lo que era!

El tío abuelo Erel. Él había hablado con Tolk. Le había dicho lo que era renunciar a la familia y al hogar para siempre. ¡Había envenenado la mente de Tolk!

Eso sí que tenía sentido. Ella ya predijo que el almirante querría hablar con ella. Jos también, pero de alguna forma lo había borrado de su mente por el exceso de cansancio y de trabajo. Mirando hacia atrás, le pareció increíble haber descartado esa posibilidad, pero así era. Tolk le había hablado de las explosiones, de las muertes, de todo aquel horror, y Jos se había cerrado en banda y no fue más allá.

El tío abuelo Erel.

La rabia empezó a crecer en su interior como una ola de calor. Se puso en pie, regresó al aseo y encendió la ducha sónica. Se metió en la cabina, sintiendo cómo la porquería, el sueño y el olor amargo del alcohol que seguía manando de sus poros se despegaba de su cuerpo, bajando en oleadas sucias hacia el desagüe. Miró el crono: el siguiente transporte estaba programado para despegar a media mañana. Tiempo suficiente para ducharse y vestirse, y entonces, por todo lo que amaba, haría uso de su posición, pediría favores ... y elevaría las alas y echaría a volar si era necesario para hacer una vista a su querido tío y saber de primera mano cuál era la verdad ... De una forma o de otra.

32

K
aird, o Mont Shomu, como se le conocía cuando llevaba su disfraz de humano obeso, sonrió mientras el piloto humano y la técnico twi'leko bebían de la botella de vino de la tierra que había traído para la ocasión. No era un mal vino; se extraía de una fruta encarnada y redonda, del tamaño de un puño humano, que crecía en los árboles seta de las altiplanicies Jasserak. Se llamaba ave dame, y la pulpa era crujiente cuando estaba madura, de un sabor ácido, pero dulce a la vez. El vino reflejaba todo aquello.

El hecho de que el vino estuviera envenenado con myiocaína no afectaba al sabor en absoluto, dado que el relajante muscular era insípido, inodoro e incoloro en su forma líquida. Para eliminar cualquier sospecha, Kaird también bebió del vino. La diferencia era que su copa también llevaba un pellizco de neutralizador mezclado con el vino, para asegurarse de no sufrir los efectos de la sustancia.

—¿Os parece que comencemos ya? —dijo la hembra twi'leko. Estaba tan animada que hablaba demasiado alto. Kaird sonrió, y el gordo rostro de su disfraz sonrió con él. Qué dulce e inocente...

Bogan, el piloto humano, estaba igual de alborotado. Se bebió la mitad del vino de frutas y encendió impaciente el holoproyector con un gesto de la mano. No era propio de un piloto beber vino, aunque no fuera mucho.

La imagen de un gran salón lleno de mesas, cada una de ellas con dos jugadores sentados, floreció en el aire ante ellos. La holoproyección tenía mucha definición, y se lo pasarían bien durante los primeros veinte o treinta minutos. Después de eso, cuando la sustancia comenzara a hacer efecto, estarían despiertos y conscientes, pero sencillamente no podrían moverse.

A los quince minutos, ambos comenzaron a sentirse más torpes, y aunque sin duda se preguntaban por qué era y se preocupaban, lo cierto es que no tenían energía para hacer otra cosa que no fuera fruncir el ceño. A los veinte minutos, ni siquiera podían flexionar los músculos faciales como para realizar ese gesto. Si les hubiera dado una pistola láser a cada uno, ninguno hubiera podido reunir las fuerzas necesarias para alzarla y dispararle.

Kaird se acercó al humano. —¿Puedes hablar?

—Ssss... ssssssí —consiguió decir Bogan con un balbuceo arrastrado—.

¿Q... q... qué?

— Te lo diré de forma breve y sencilla. Os he drogado. Quiero los códigos de la nave personal del almirante: acceso, seguridad, operativos, todo. La droga que te he dado no tiene efectos graves, pero si no me das los códigos o me mientes, os mataré. ¿Lo entiendes?

—Ssssssí...

—Vale — Kaird sacó una grabadora del bolsillo. Sabía que daría igual que el hombre balbuceara, ya que los códigos de seguridad no tenían reconocimiento de voz, para que cualquiera pudiera accionarlos—. Dime los códigos. Tómate tu tiempo, identifícalos claramente uno a uno. Si funcionan, tu amiga y tú pasareis una agradable noche viendo la partida de strag y mañana podréis moveros lo suficiente como para pedir ayuda. Pero si algún código falla... —Kaird sacó un pequeño detonador térmico del bolsillo. Las unidades de ese tamaño se empleaban para hacer explotar bombas de gran tamaño, y si explotaba en aquella habitación lo haría todo añicos, pintaría las paredes de sangre y de carne evaporada y acabaría derribando las paredes. Todo eso en una milésima de segundo. Se lo acercó al hombre para que pudiera verlo—. ¿Sabes lo que es esto?

—Sss...

—Bien —dijo Kaird, interrumpiéndole—. Tengo un transmisor para este detonador con un alcance de doscientos kilómetros —sacó un pequeño dispositivo, lo alzó y volvió a guardarlo—. Si ocurre algo extraño cuando me vaya en la nave robada, sí, vaya robarla con los códigos que me has dado, cualquier cosa fuera de lugar, lo activaré —se levantó, movió el holoproyector y colocó la bomba térmica sobre el dispositivo.

Bogan comenzó a sudar, lo cual era bueno.

—Sé que eres piloto, y, por tanto, serás un tío valiente que probablemente no tenga miedo a morir —le dijo—, pero tu compañera twi'leko de strag es una civil inocente. No querrás que se convierta en una pasta sanguinolenta, ¿a que no?

—N... no ...

—Entonces estamos de acuerdo. ¿Los códigos?

Una vez Bogan pronunció en voz alta las palabras y los números, un proceso largo y lento, Mont Shomu cogió varios de los cojines del sofá y los empleó para colocar a la inmóvil pareja el uno junto al otro, para que pudieran ver el holoproyector. Secó el sudor de la cara de Bogan.

—Disfrutad de la partida. He puesto el proyector en repetición para que no os aburráis. Al menos no las doce primeras veces —Kaird realizó una leve inclinación y salió.

Podría haberlos matado sin más, claro, y había muchos en su gremio que lo habrían hecho sin pensarlo dos veces. Tampoco le habría importado especialmente hacerlo. Ya había enviado a mucha gente de vuelta al Huevo Cósmico en lo que llevaba de vida, y dos más no afectarían al total. Pero tenía razones para no matarles. En primer lugar, nadie le había pagado por hacerlo. En segundo lugar, no era necesario. Ambos estaban fuera de servicio y encerrados en una tienda, y cuando alguien les echara de menos, Kaird estaría muy lejos de allí. Ellos no tenían ni idea de que él era un nediji, y el humano gordo al que habían conocido sería sintocarne reciclada en cuestión de minutos. Se había asegurado de que ningún camino llevara hasta su nido.

Sonrió dentro de su disfraz. Lo cierto era que lo del detonador térmico era un cuento. Mecánica y eléctricamente era idéntico a una granada, pero no contenía carga explosiva, y, por tanto, era inofensivo. El "transmisor" que le había enseñado a Bogan era un peine de plumas. Por lo que Kaird sabía, no había transmisores de mano de ese tamaño en doscientos klicks a la redonda. Y lo que era más importante, si los códigos no funcionaban y alguien le capturaba, no quería que le acusaran de cargos de asesinato intencionado. Le pillarían por robar una nave, claro, pero eso no era un crimen de pena de muerte, ni siquiera tratándose del transporte de un almirante en tiempos de guerra. Y Sol Negro acabaría enviando a alguien para averiguar lo que le había pasado, y conseguirían liberarle. Un consejo de guerra que le encontrara culpable de asesinato, por otro lado, le freiría y reciclaría mucho antes de que a Sol Negro se le ocurriera preguntar por él.

Además, estaba el tema del antiguo almirante al que ya había eliminado, el sakiyano Tarnisse Bleyd, y a nadie le convenía que espiaran dentro de su mente y descubrieran aquello. Pero incluso en la guerra había reglas, y los escáneres cerebrales no podían realizarse sin la autorización adecuada. Y, llegados a ese punto, más le valdría cerrarse en banda que hablar, ya que en cualquier caso estaría muerto y prefería hacerlo él, de forma rápida e indolora, porque Sol Negro no tendría miramientos en caso de descontento.

Pero el mejor plan seguía siendo evitar que le capturaran.

Kaird se dirigió a un aseo para deshacerse del último de los pesados disfraces humanos. Y en buena hora. Mont Shomu, al igual que el kubaz Hunandin, le había hecho un buen servicio, pero le alegraba no tener que volver a llevar aquellos pesados trajes. Se preguntó cómo podían funcionar los humanos que llevaban una cantidad de tejido adiposo semejante. En lo que a Kaird competía, prefería que lo desplumasen y lo asaran en un horno a vivir así.

~

Jos estaba más enfadado que nunca en su vida. Veía al hombre que tenía ante sí prácticamente como si tuviera una niebla roja ante los ojos.

—Si no fueras mi tío abuelo y mi oficial al mando, te dejaría inconsciente —le dijo entre dientes.

—Supongo que yo en tu lugar me sentiría igual.

Estaban en el despacho del almirante en la MedStar, y estaban solos, pero Jos tenía la ligera sospecha de que si empezaba a liarse a guantazos con Erel, alguien entraría a ver qué pasaba. Varias personas de hecho, y todas ellas agentes de seguridad, grandes, armados y carentes de sentido del humor.

No es que le importara. Tal y como se sentía, nada ni nadie habría podido detenerle si hubiera querido aplastar a su recién recuperado tío.

—¿Cómo te atreves a interferir así entre ella y yo? ¿Con qué derecho?

—Sólo quería ahorrarte el sufrimiento.

—¿Ahorrarme el sufrimiento? ¿Alejando de mí a la mujer que amo? Me va a perdonar, doctor, pero no veo tan clara la receta. Tolk es la cura para muchas de las cosas que me molestan, que me duelen, que me asustan, hasta un punto que ni te imaginas —Jos caminó iracundo de un lado a otro—. ¡Sigo sin poder creer que ella te hiciera caso!

—El que lo hiciera es un indicativo de su amor y consideración por ti, Jos.

—¿Por qué?

—Porque no quiere apartarte de tu familia y de tus amigos.

—Pero ésa fue la imagen triste que tú le diste. Se lo pintaste como si nos fueran a mirar como a la escoria de la galaxia.

—He de admitir que así es.

Jos tuvo que relajar los puños de forma consciente. Respiró hondo, soltó el aire y volvió a inspirar. Tranquilo, se dijo a sí mismo. Romperle la nariz al almirante podría ser realmente satisfactorio, pero no la mejor jugada, por mucho que el hombre se lo mereciera. Es médico, se recordó Jos a sí mismo. Estaba haciendo lo que creía que era mejor. Pero le seguía costando. Quería arrearle un puñetazo al viejo. Lo deseaba.

Aun así, lo cierto era que se le había pasado un poco la rabia. Volvió a respirar hondo.

—Bueno, tío, si mi familia no está dispuesta a aceptar a la mujer que amo, entonces sólo es mi familia de nombre, y estoy mejor sin ella.

Keros negó con la cabeza, en un gesto de infinita tristeza.

—Yo también pensaba así. Recuerda que ya he pasado por esto, Jos.

—Pero tú no eres yo. Quizá me arrepienta, aunque lo dudo, pero aunque eso ocurra, habrá sido mi decisión. Me corresponde a mí tomarla.

—No es tan sencillo, hijo. Estás hablando de costumbres culturales que existen desde hace miles de años. Hay mucha tradición que las justifica.

—y dentro de sesenta u ochenta años, gran parte de esa cultura y esa tradición, incluidas las prohibiciones con respecto a los ensters y los eksters, habrán desaparecido —Jos se detuvo, luchando por retener su rabia. Sabía que podía explicarle aquello a su tío. Era inteligente y sabía expresarse. Si podía explicarle un complicado procedimiento a un paciente nervioso, sin duda podría poner aquello en términos comprensibles.

—Escucha —dijo—, Tú te adelantaste a tu tiempo, y yo sigo por delante. Pero mis hijos y los hijos de mis hijos no tendrán que lidiar con esa basura adocenada.

El tío Erel negó con la cabeza.

—Lo encuentro difícil de creer. ¿Acaso puedes prever el futuro? Jos negó con la cabeza y suspiró.

—Puedo ver el presente, tío —se detuvo de nuevo—. Llevas mucho tiempo lejos de casa. ¿Alguna vez has oído mencionar el término Hustru fonster?

Su tío negó con la cabeza.

—Me suena a hoodish.

—Casi. Es vulanish, un dialecto igualmente oscuro de los Grandes Cañones del Sur. Creo que los últimos hablantes de ese idioma en nuestro planeta desaparecieron hace cincuenta años. En cualquier caso, lo que significa es "la esposa en la ventana". Es un término que ha empezado a emplearse hace unos años, y del que no se habla en reuniones formales.

Su tío abuelo parecía atónito.

Jos prosiguió.

—Imaginemos a un joven de buena familia que se ve atraído por una chica ekster. Bien, todo el mundo se guiña los ojos, se da codazos de complicidad y mira hacia otro lado mientras él da rienda suelta a sus instintos. No está prohibido, es algo que se permite mientras luego regrese al rebaño.

"Pero, cada vez más a menudo, los buenos hijos están saliendo del planeta y encontrando eksters con las que quieren continuar sus relaciones. Sí, la costumbre lo prohíbe, pero los que tienen medios, han encontrado la forma de sortear esa costumbre.

"El buen hijo, o hija, regresa a casa y se casa con un enster. Pero este marido o mujer entra en el matrimonio por razones estrictamente comerciales o de posición social. Los recién casados contratan a un ama de llaves, un jardinero o una cocinera que casualmente es ekster. Supongo que sabrás a dónde vaya parar.

Su tío no dijo nada.

— Técnicamente —prosiguió Jos— no hay una prohibición respecto a ese tipo de acuerdos. Por eso todo el mundo está contento. No hay escándalos, no hay vergüenza, y si el "ama de llaves" se queda embarazada de alguna relación desconocida, vaya, los dueños de la casa crían a ese niño casi como si fuera propio, tal es su preocupación por sus valiosos empleados. Quizá incluso llega a producirse la adopción legal, ya que cada vez hay más matrimonios enster como ése que se declaran estériles.

"Y, claro, si el hijo de una buena esposa se parece al jardinero, o el retoño de la asistenta es igual que el señor de la casa, pues sin duda es una coincidencia.

Su tío negó con la cabeza.

—¿Y eso se lleva a cabo en nuestro mundo?

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