Medstar II: Curandera Jedi (30 page)

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Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Consideró las posibilidades. Primera posibilidad: había algo dentro de la carbonita con la bota.

Segunda: había algo dentro de la carbonita en lugar de la bota...

La nave de asalto contaba con una unidad médica que incluía un diagnosticador. Kaird alzó con cuidado el maletín en ambos brazos y se dirigió al automed. En el transcurso de su carrera había tenido que utilizar esos dispositivos en alguna ocasión para atender heridas, ya fueran suyas o de sus camaradas. No era un experto, pero aquellas máquinas se diseñaban para poder utilizarse con una formación médica mínima, y venían equipadas con sencillas instrucciones.

Aquel modelo tenía un resonador de imagen.

Kaird colocó cuidadosamente el bulto sobre la mesa del diagnosticador, Consultó las instrucciones del dispositivo en el ordenador y encontró los controles, que accionó debidamente.

Un escudo de radiación de transpariacero con forma de aro casi traslúcido bajó hacia la maleta. Se oyó un potente zumbido. El dispositivo médico apenas tardó un momento en emitir una imagen de lo que había dentro, y lo que el escáner mostró no eran bloques de bota comprimida.

Lo que mostró era una bomba.

Kaird estudió la imagen que flotaba en el aire sobre el ordenador con su ojo experto. Vio cuatro detonadores térmicos enlazados en serie con un temporizador. Más que suficientes para vaporizar la carbonita y todo lo que hubiera entre el casco de la nave y ella. Quizás incluso con potencia suficiente para hacer saltar por los aires el transporte entero. Lo que apareció cuando la carbonita se resquebrajó era la esquina de uno de los detonadores. y dado que la carbonita no influía en el desarrollo de los procesos electrónicos o mecánicos, no había razón para pensar que no fuera a estallar de acuerdo a lo planeado.

Thula y Squa Tront le habían traicionado. Se habían quedado con la bota y en su lugar le habían dado una sentencia de muerte. ¡Y él les había pagado bien por ello!

La suerte era algo curioso. Él había optado por llevar la maleta a pulso en lugar de rodando. Si no hubiera sido por aquella rueda de mala calidad, si aquella escotilla no la hubiera roto, entonces la bomba habría estado sentadita junto a él en la cabina de control en el momento de estallar.

Había sido una jugada arriesgada. Si hubiera funcionado, la pareja se habría hecho de oro y nadie se hubiera enterado de nada.

i y quizá funcione después de todo, si te quedas ahí parado como un polluelo asustado...!

Kaird alzó la maleta y se dirigió rápidamente al compartimento más cercano. No sabía cuándo saltaría el temporizador. Sintió cómo comenzaba a sudar mientras volvía a poner el bulto en el compartimento, regresaba al otro lado de la escotilla, apagaba el campo de gravedad—A y pulsaba el botón de ciclo.

Los vientos volvían a soplar a favor de Kaird. La corriente de aire de la cabina despresurizada se llevó la bomba fuera de la nave, hacia el vacío. Él regresó a la cabina, yen unos segundos ya había acelerado lo bastante como para dejar atrás la maleta. Quizá tardara horas o incluso días en estallar...

La llamarada insonora se reflejó en sus retrovisores menos de dos minutos después de haber lanzado la bomba. La lectura mostró un impacto de medio kilotón. La bomba le habría convertido a él y a la nave en una nube de plasma incandescente.

Kaird se apoyó en el asiento. Había cometido un error, un error muy serio que podía haberle costado la vida. Había caído en un exceso de confianza. Había dado por hecho que Thula y Squa Tront eran lo suficientemente listos como para darse cuenta de la tontería que sería engañarle. Que iría a por ellos y que se lo haría pagar con sangre, por mucho que tardara, por muy lejos que huyeran. Sol Negro tenía ojos y oídos en todas partes y, más tarde o más temprano, él los encontraría.

Con lo que no había contado era con que la pareja tuviera la sangre fría de intentar asesinar a un asesino. Eran delincuentes de baja estofa, sin historial de violencia. No había sabido lo que tenían en su interior, yeso había sido un error fatal. Siempre era mejor sobrevalorar el potencial de un enemigo que subestimarlo. Si uno se preparaba para lo peor, siempre le resultaba más fácil controlarlo.

Lo que se le atragantaba en el buche era que casi habían hecho bien al subestimarlo. Había tenido suerte y, como todo el mundo sabe, había ocasiones en las que la suerte era mejor que el talento. Y él lo aceptaba.

La pérdida de la bota no era un error terrible en sí, ya que su vigo jamás sabría que aquello habría estado sobre la mesa. Kaird podía darle la vuelta a todo para que la historia no le dejara demasiado mal. Sí, él había descubierto que la planta había mutado, pero, por desgracia, cuando lo averiguó, el ejército se había hecho con todo y no hubo manera de recolectar nada. Los vigas quedarían defraudados, pero era parte del negocio, y lo cierto es que Kaird era una herramienta demasiado valiosa como para castigarlo por una desgracia que no había provocado. Siempre habría alguna otra forma de sacar dinero.

Nadie sabría que había errado, excepto el propio Kaird y otros dos.

Lo cual significaba, pensó lúgubremente, que seguía siendo esclavo de Sol Negro. La posibilidad de que su amo, enriquecido y agradecido, le diera permiso para retirarse ya no estaba sobre la mesa, y uno no podía coger y marcharse cuando tenía un trabajo como el de Kaird.

No había nada que hacer.

Kaird apretó un puño, parecía como si estuviera aplastando el destino de aquellas dos comadrejas. Esperaba que Thula y Squa Tront disfrutaran de sus vidas al máximo, durante el tiempo que les quedara. Ese tiempo no sería en absoluto tanto como ellos pensaban, y su final sería de lo más desagradable.

De lo más desagradable.

Kaird introdujo las coordenadas en el ordenador de navegación y activó el hipermotor. La nave se estremeció cuando el campo de gravedad parpadeó, el firmamento dibujado en el visor frontal se convirtió en un montón de líneas luminosas, los motores rugieron y se alejó.

37

E
l coronel D'Arc Vaetes, como líder del Uquemer-7, era el oficial militar de mayor rango que tenía a mano. Barriss fue a verlo durante un receso temporal en las operaciones. Hacía un día o dos que las cosas estaban sorprendentemente tranquilas. Se preguntó si no sena la calma previa a la tormenta.

Como padawan, podía haber pedido y probablemente habría conseguido una audiencia con el nuevo almirante de la MedStar, pero había un protocolo asentado en las relaciones con las Fuerzas Armadas, y Barriss había visto cómo funcionaba tantas veces que sabía que era mejor intentarlo antes con la cadena de mando. El ejército de la República era muchas cosas, pero "flexible" no ·era la primera palabra que se le venía a la mente a la hora de tratar con él. Estaba la forma correcta, la incorrecta y la militar...

—¿Qué puedo hacer por usted, padawan Offee?

—La base está en peligro, coronel—dijo ella.

El coronel sonrió.

—¿De veras? ¿Un Uquemer que se encuentra en un frente activo de guerra está en peligro? Quién lo hubiera dicho...

—No, señor. Quiero decir, está en más peligro de lo normal... Sea lo que sea "normal".

Vaetes era un cirujano de primera clase, un oficial de 'carrera y de todo menos tonto. Su sonrisa se desvaneció, y se giró para centrar en ella toda su atención.

—Explíquese, por favor.

—Creo que la persona responsable de la explosión del trasbordador de bota hace algún tiempo es la misma que estuvo detrás del ataque en la MedStar, y que esta persona está a punto de convertirse en vital en una acción que pondrá en peligro la vida de los miembros del Uquemer. Y no sólo de éste.

—La investigación del trasbordador se cerró hace tiempo —dijo Vaetes—. Se determinó que Filba El hutt era espía, además del responsable del sabotaje. Ésa fue la conclusión del coronel Doil, el oficial al cargo de la investigación.

—Yo no lo creo. O al menos, no es la historia completa.

—De acuerdo. Entonces, ¿quién es el responsable? ¿Y qué va a hacer que nos pondrá tan en peligro?

Barriss suspiró.

—Todavía no sé exactamente de quién se trata. Ni lo que ocurrirá. Vaetes la miró.

—Entonces ¿por qué sabe lo que sabe? ¿Por intuición?

—Lo supe gracias a la Fuerza. Es difícil de explicar a alguien que no la ha sentido, pero es mucho más que una intuición.

No podía contarle que su conexión con la Fuerza había sido aumentada con el consumo de drogas, y además con una droga a la que se suponía que no tenía acceso. Cualquier credibilidad que pudiera tener se evaporaría rápidamente si iba por ese camino. Vaetes era un hombre del ejército, extremadamente pragmático, además de cirujano. Por su experiencia con la mayoría de los cirujanos sabía que, para ellos, si un problema no podía extirparse con un escalpelo, no existía.

—Padawan Offee, sé que la Fuerza es una gran parte de su organización... , es el método operativo, pero ... —dijo Vaetes, encogiéndose de hombros— ¿Qué vaya decir al almirante para justificar cualquier acción? Y, dada la falta de información específica, aunque accediera a concederle su confianza en esto, ¿qué se supone que tendríamos que hacer?

Barriss sintió que le inundaba una sensación de frustración. ¿Qué podía decir? Él tenía razón. Y si no podía convencer a Vaetes, un hombre que la conocía y al que ella sabía que caía bien, ¿qué posibilidades tenía de convencer a alguien que no la conocía para nada? Todo aquello era demasiado vago.

—Coronel, ¿sería posible que contactara usted con Coruscant? Mi intercomunicador no puede realizar llamadas adecuadamente. ' Él negó con la cabeza.

—Se supone que esto es secreto militar, padawan Offee, pero por el momento nosotros tampoco podemos llamar a casa. Es por algún tipo de fallo subetérico que afecta a las comunicaciones de largo alcance. Nuestros técnicos de comunicación no acaban de encontrarlo.

Barriss asintió. Ella albergaba la esperanza de que si el ejército podía hablar con el Consejo Jedi, quizás éste podría avalarla, al menos para poder justificar la alarma. Pero, al parecer, eso no iba a ocurrir.

—Escuche —dijo él—. Vaya decirle lo que vamos a hacer... Vaya hablar con el comandante de la unidad de tropa de este Uquemer, le diré que algún paciente enemigo me dijo antes de morir que iba a pasar algo y que refuerce los controles. Me temo que no puedo hacer otra cosa a menos que nos dé algo más sólido que podamos verificar.

Algo era mejor que nada.

—Gracias, señor.

Al salir del despacho, Barriss vio a Jos Vondar alejándose de la pista de aterrizaje. Estaba nublado, probablemente iba a llover de nuevo, pero el aura de Jos estaba más luminosa y su energía más alta de lo que ella había percibido en mucho tiempo. Al menos estaba más luminosa que la suya en aquel momento.

Se apresuró a alcanzarlo.

—Jos, ¿qué tal estás?

Él sonrió.

—Mejor de lo que he estado últimamente, creo. O al menos eso espero.

Lo averiguaré pronto.

—Me alegra oírlo.

Él la miró.

—¿Qué te preocupa?

A ella le sorprendió la pregunta.

—¿Por qué crees que hay algo que me preocupa?

—Se ve. Tu lenguaje corporal, la expresión de tu cara, tu comportamiento en general, todo me dice que estás angustiada por algo. ¿Qué pasa?

No pasaría nada malo por decírselo, y él ya sabía que ella tenía acceso a la bota. Quizá el hecho de tener otra mente trabajando en el problema la ayudase. En ese momento le vendría bien cualquier ayuda que pudiera encontrar.

Le fue explicando mientras andaban, contándole lo de su experiencia con la Fuerza, la bota y su certeza sobre el peligro inminente. Casi sin darse cuenta, cuando hubo terminado estaban delante de la tienda de Jos.

–Y eso es lo que hay —dijo ella.

—Por todos los banthas —dijo él—. Es increíble.

—Sí, me siento como la adivina mitológica Daranas, de Alderaan. Puedo ver el futuro, pero nadie cree en mis advertencias.

Jos dijo:

—Bueno, se lo has contado a Vaetes, y él va a transmitírselo a las tropas de tierra. Y, de haber algún peligro, probablemente vendrá por ahí. Al menos tendrán ventaja.

Ella asintió.

—¿Y de verdad crees que la bota aumenta y concentra la conexión con la Fuerza?

—Totalmente —dijo ella—. Y sé que otorga un gran poder. Creo que con esa conexión podría detener el peligro de alguna manera. Quizás incluso detener por completo la guerra en este planeta.

Él no dijo nada, pero ella pudo sentir a través de la Fuerza que no acababa de creerla.

—Crees que es alguna clase de alucinación, ¿verdad?

—Yo no he dicho eso.

—Pero lo piensas.

Él se frotó la cara.

—Barriss, eres médico. Sabes que la medicina ejerce diferentes efectos en cada uno. Dar a un devaroniano dos centímetros cúbicos de nitrato pletílico le curaría una neumonía y abriría sus pulmones congestionados sin casi ningún efecto secundario, pero si le das esa misma dosis a un humano le subirás la presión arterial a un nivel de síncope. Y si se la das a un bothano...

—Estará muerto antes de tocar el suelo —terminó ella—. ¿Qué quieres decir con eso?

—La bota es la droga milagrosa de nuestra era. A cada paso que damos nos maravillamos ante el nuevo efecto que ejerce en alguna especie en la que no se había probado antes. Y quizá sí te conecte con la Fuerza de alguna forma misteriosa y potente. O quizá te lo imaginaste. Un científico tendría que llevar a cabo una serie de pruebas objetivas para comprobar si existe esa forma de conexión. Ambos hemos trabajado con pacientes con delirios psicodélicos. Ellos también creen en lo que ven, oyen y sienten.

Ella asintió.

—Sí, pero la Fuerza no es algo que pueda colocarse sobre la mesa del laboratorio para diseccionarla. Y yo sé que lo que experimenté era real. —Pero eres la única.

—La Maestra Unduli me dijo que varios miembros del Consejo sintieron las ondas.

—.dio ser el abogado del Sith, pero, si entiendo bien lo que me estás contando, no hay forma de demostrar que lo que sintieron fue un eco de tu experiencia. Es todo demasiado subjetivo. Aun así, supongamos, por continuar con el argumento, que todo es cierto. ¿Qué riesgos conlleva que tengas tanto poder? ¿Qué podrías provocar involuntariamente?

Barriss asintió. Sí. Había dado con el corazón del problema. ¿Quién era ella para blandir un arma que podía ser como un sable láser de tamaño planetario? ¿Qué podría hacer por accidente? No había forma de adivinarlo. Hasta el más sabio de los Maestros Jedi tendría que asumir semejante poder con suma precaución y una vida entera de experiencia. Y ella era apenas una padawan, carente de talento o de sabiduría.

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