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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (18 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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—Parece que el sacrificio de Teedle no fue en vano —dijo la voz de den Dhur. Jos miró a su alrededor y vio al diminuto sullustano materializándose lentamente a través de la niebla que se disipaba.

—El invierno parece estar marchándose a buen ritmo.

Jos asintió. Para bien o para mal, la cúpula estropeada había sido reparada. Y ya empezaba a echar de menos el frío.

Otra forma humanoide comenzó a tomar forma a unos pasos de distancia.

Era I-Cinco. El androide miraba hacia arriba. Jos siguió su mirada. Por primara vez en semanas, el implacable resplandor de Drongar Prime se hizo visible, ——Creo que las cosas han vuelto a la normalidad —dijo a I-Cinco.

—Así es.

Jos contempló la base. Los témpanos de hielo goteaban y se desintegraban, el nivel del barro comenzaba a subir y los olores pútridos de las Altiplanicies Jasserak regresaban con su rancia venganza. Lo único que faltaba era el ruido de las aeroambulancias para darle el toque final.

Justo cuando aquel pensamiento le pasaba por la cabeza, el aire denso comenzó a latir con el lejano temblor de los retropropulsores.

—Es nuestra canción —dijo al androide mientras regresaba hacia la SO.

Se sintió inexplicablemente animado. Para bien o para mal, las cosas parecian estar volviendo a la normalidad. Quizá no habría más sorpresas durante un tiempo. ¿Acaso era demasiado pedir?

Quizá sí...

I-Cinco no se movió.

—Vamos —le dijo Jos—. Tenemos trabajo, ¿recuerdas?

El androide se dio la vuelta y miró a Jos. Los sutiles matices luminosos de sus fotorreceptores imprimieron a su metálico rostro una expresión de sorpresa.

—Lo recuerdo —dijo. Jos se detuvo. —¿Recuerdas qué?

—Lo recuerdo todo.

21

U
no de los que trabajaban para Kaird era el jefe de los xenobotánicos que monitorizaban la bota. Kaird, que siempre iba un paso por delante, había estado sobornándolo generosamente, siempre oculto tras su identidad de kubaz, para que le proporcionarse información con respecto al estado de la cosecha.

Kaird se reunio con el hombre en un baño, a puerta cerrada para evitar compañía no deseadas. Los filtro del aire, como casi todo el equipo del Uquemer, funcionaban solo de forma intermitente, por lo que aquel sitio olia rematadamente mal.

Las noticias, sin embargo, olían todavía peor.

—No es la primera vez —dijo el xenobotánico—.¿Has oído hablar de las pinillos blancas de Bogden?

—No.

—Es fascinante. Son casi tan resistentes como el duracero y se exportan mucho para los jardines de los áticos de Coruscant y otros planetas del Nú 'Jea. Sus brotes forman la mayor parte de la dieta del oso gigante renda, y...

—Fascinante. ¿Y?

—Perdona. Bien, cada tantas décadas, toda la cosecha de plantas blancas del planeta se marchita y muere. Nadie sabe muy bien por qué. Es como si hubiera una especie de telepatía vegetal que disparara un efecto cercano a la extinción. Pero lo realmente impresionante es que incluso llega a afectar a plantas que se encuentran a pársecs de distancia, en otros planetas. La teoría afirma que hay una especie de reacción en cadena en el ADN que...

—Limítate a contarme exactamente qué tiene que ver eso con la bota —dijo Kaird, resistiendo el deseo de estrangularle.

—La vida vegetal de este planeta está sometida a una mutación constante, y eso incluye a la bota. Hay una nueva mutación y, por lo que parece, se ha extendido por todo el planeta. No sabemos por qué. Podría haberlo provocado cualquier cosa. El cambio parece estar alterando las propiedades adaptogénicas de la bota.

—¿Y eso qué significa?

—Que si sigue así, y no hay razones para pensar lo contrario, en una generación, y por mucho que hagamos, la bota se marchitará. Quedará inservible.

Kaird maldijo en silencio por dentro de la máscara. ¿Cómo iba a explicarle eso al vigo? No era culpa suya, él no hubiera podido controlar lo que había pasado, pero los vigos eran famosos por su tendencia a eliminar a los portadores de malas noticias.

—¿Quién más sabe esto?

—Pues, además de ti y de mí, nadie, de momento. Todavía no he redactado el informe para el ejército. Pensé que tú querrías saberlo antes.

—Bien. ¿Podrías retrasar la entrega del informe?

—No mucho. Las estaciones botánicas del continente ejecutan pruebas periódicas. Los informes respectivos pasan por mi despacho, y quizá pueda retenerlos una semana o dos, pero no más. Unas pocas cosechas débiles están dentro de lo normal, pero algo así saldrá a la luz —el humano se encogió de hombros—. La gente habla.

Por un momento, Kaird pensó en la posibilidad de matar al botánico.

Parecia la forma mas sencilla de mantener aquello en secreto el mayor tiempo posible. Pero... no. Si lo mataba, lo único que consiguiria seria que pusieran un sustituto que quizá no seria tan sobornable. Mas le valia que aquel hombre trabajara para él. El conocimiento era, como siempre, poder. Se podía conseguir mucho en poco tiempo si lo que había en juego eran millones, quizás incluso miles de millones, de créditos.

—Vale —dijo Kaird—. Tendrás tu recompensa. Retén esta informacion todo lo que puedas.

El humano se agitó inquieto.

—Si lo averiguan me despedirán.

—yo te conseguiré un trabajo mejor, en el que ganes tres veces más.

El botánico le miró fijamente.

—Confía en mí. Tengo muchos contactos útiles —Kaird se sacó un cubo de créditos del bolsillo y se lo lanzó al hombre, que lo encendió. La cantidad que apareció en dígitos rojos en el aire frente a él era su salario de dos años.

—¡Vaya!

—Conseguirás eso y mucho más si no destapas esto durante un par de semanas.

El hombre asintió. La codicia se perfiló en su rostro.

—De acuerdo.

El hombre se marchó, y Kaird no se demoró más de lo necesario en aquel cubículo cerrado y apestoso.

Mientras avanzaba por el barro, de regreso a su dormitorio, Kaird meditó en la situación, mientras lamentaba que el tiempo tan bueno que había hecho en las últimas semanas se hubiera desvanecido con la reparación de la cúpula. La bota siempre había sido frágil, claro, y no era sorprendente que las últimas semanas de duras condiciones climáticas hubieran resultado en la pérdida de una cosecha cercana. Su plan era compensar aquella pérdida aumentando la producción de otros campos. Gran parte de la cosecha del continente Tanlassa se enviaba a través del Uquemer- 7, y con Thula y Squa Tront controlando los envíos, la porción de Sol Negro no se vería afectada. Esto podía seguir consiguiéndose hasta cierto punto, y quizá ayudar a mantener el problema oculto unos pocos días más.

Pero eso era sólo algo pasajero. La única forma de salvaguardar la situación era conseguir toda la bota en carbonita posible en el menor periodo de tiempo, y mandarla a Sol Negro. Si la planta pasaba de ser un medicamento milagroso a una mala hierba, el poco efecto que siguiera teniendo sería mucho más valioso.

Cuando era joven escuchó de su tía favorita algo que solían contar los comerciantes: "Si eres el único que posee una caja de una cosecha de vino única por valor de mil créditos la botella, y quieres maximizar los beneficios, bébetelas todas menos una y guárdala en una caja fuerte." Había muchos ricos dispuestos a pagar una fortuna por algo tan extraordinario, pero que no moverían un dedo si hubiera una docena, o incluso menos, de botellas así repartidas por la galaxia. Una sola valdría más que la caja.

La bota, debido a sus propiedades, ya era una de las drogas mas valiosas. Si desaparecería la posibilidad de obtener suministros frescos, lo que quedara se revalorizaría con mas velocidad que la de una nave al alcanzar la velocidad de luz. Una persona rica y gravemente enferma pagaría lo que fuera por escapar de la muerte. La cantidad de créditos que tienes te da igual cuando tu cadáver va a ir a parar a la recicladora.

Kaird consideró sus opciones: podía robar una gran cantidad de bota e intentar sacarla clandestinamente del planeta en una nave militar o comercial... No. Demasiado arriesgado. Había demasiados elementos que escaparían tic su control.

También podía contactar con Sol Negro, en caso de que consiguiera hacer funcionar el intercomunicador. Llevaba unos días sin poder llamar, y aunque eso cambiaría pronto, también suponía un riesgo. Cuando la mutación saliera a la luz, el ejército triplicaría la vigilancia sobre la planta, lo cual agravaría todavía más las cosas.

Cogerla por la fuerza era imposible. Sol Negro sería un imperio criminal formidable, pero sus armas eran el cáliz envenenado y el puñal oculto, no la pistola y el sable láser. Todo el arsenal de Sol Negro no podía equipararse ni con el ejército clan de la República que estaba en Drongar, Kaird llegó a su tienda, selló la puerta y se quitó agradecido el asfixiante disfraz. Seguía revisando sus opciones. Tenía a sus agentes colocados, por lo que el robo en sí era factible. En cuanto a la huida y al transporte, necesitaría una nave, una que fuera lo bastante rápida como para salir airosa de una persecución en caso de descubrirse el robo antes de su marcha.

Tendría que robar una, además de los códigos de seguridad que dejaran vía libre para escapar.

Kaird sabía que a su vigo no le gustaría todo aquello. Pero también sabía que cincuenta kilogramos de bota todavía efectiva y más valiosa que nunca bastarían para calmarle.

Lanzó un suspiro de alivio. Sí. Ahora que tenía un plan general, los detalles serían más fáciles. Podía conseguirlo. La gente que se interponía en el camino de Kaird de Nedij no solía durar mucho tiempo.

Contactaría con la falleen y el urnbarano y pondría en marcha el robo.

Entonces buscaría una nave adecuada y también iniciaría esa operación.

Se sentía bien pasando a la acción, tras llevar tanto tiempo haciéndose pasar por Silencioso. Kaird siempre funcionaba mejor cuando pasaba a la acción.

~

Cuando Den se despertó, la cabeza le palpitaba como un gong benwabulana, lo cual no era de sorprender. Había olvidado por completo tomarse su dosis de anularresacas antes de quedarse dormido. Últimamente parecía estar olvidando muchas cosas. Lo próximo sería perder el sentido de la orientación...

—Buenos días —dijo una alegre voz femenina.

Den se frotó los ojos y vio a Eyar Marath, de pie en su aseo y secándose con una toalla.

Sí que eran buenos, sí...

—Tu ducha sónica está rota —dijo ella sonriendo—. Tuve que utilizar la ducha de agua. El calentador podría tardar un poco en volver a llenarse, por si vas a usarlo.

Den sonrió. Después de todo, no había sido un sueño.

Eyar entró en el dormitorio de la tienda y se sentó en el borde de la cama.

—Me ha encantado estar contigo, Den-la —dijo ella, añadiendo el sufijo cariñoso a su nombre.

—Me alegro —dijo él, incorporándose para hablar con ella—. A mí también.

—¿Tienes mujeres? —preguntó ella.

—Nunca tuve tiempo de casarme —dijo él, y con un gesto de la mano quiso abarcar la guerra, su trabajo, todo—. ¿Y tú? ¿Algún marido?

—No. Lo cierto es que creo que me falta como un año para estar preparada.

Ambos sonrieron mientras ella se calzaba las botas.

— Revoc dice que nos quedaremos aquí hasta que el ejército levante la cuarentena de seguridad. ¿Crees que podríamos volver a vemos?

—Me encantaría.

Se acababan de conocer oficialmente el día anterior, e iniciar inmediatamente una relación era algo perfectamente normal para los sullustanos. Se solía decir que los sullustanos no solían perderse, pero que en ese caso siempre podían meterse en el dormitorio más cercano...

Eyar se puso en pie, agitó las aletas rápidamente y le dedicó a Den una amplia sonrisa.

—¿Estoy guapa?

—Eres la sullustana más bella en cincuenta pársecs a la redonda —dijo ella.

—Probablemente soy la única —dijo ella—, pero vale.

Ella se dirigió hacia la puerta. Para Den, aquello era más que perfecto.

Le agradaba saber que seguía teniendo su toque mágico.

Eyar se detuvo ante la puerta, volvió la vista atrás y sonrió. —Me recuerdas ami abuelito. Era un gruñón encantador.

y se marchó. Den se quedó completamente boquiabierto, con las aletas temblando. ¡Su abuelo! Podría haber pasado perfectamente sin esa información...

22

B
arriss intentó realizar sus prácticas de entrenamiento, pero no era capaz de concentrarse. No encontraba el ritmo, el equilibrio, la respiración adecuada..., nada. Hasta las secuencias más simples le hacían sentir como si estuviera encajada en una celda de metal estrechísima, sin apenas poder moverse.

Había encontrado una parte del suelo seca, al menos no estaba cubierta hasta los tobillos en el barro, pero eso tampoco ayudaba mucho. Volvió a encender su arma y comenzó una serie básica de ejercicios de defensa. El olor a ozono y el ronroneo poderoso del sable láser le resultaron conocidos, pero no reconfortantes.

Alguien se acercaba.

Aunque nadie podía caminar sin hacer ruido en el barro y la vegetación inerte, el zumbido de la hoja hacía difícil percibir el chasqueo de ramitas, el ruidito del barro y otras advertencias sigilosas. Por suerte, ella no necesitaba ese tipo de ayudas. Barriss apagó el sable láser, se lo puso en el cinturón y se giró para mirar a Uli.

Él sonreía.

—Buh.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Tenemos que dejar de vernos así. ¿Estás recogiendo otra vez alas—bengala para tu madre?

—Eso intento..., pero parece que el frío se ha cargado a todos los que vivían en el interior de la cúpula. Hoy no ha habido suerte. Lo cierto es que echo de menos la nieve, a pesar de que era un auténtico incordio.

Barriss asintió. Ella pensaba igual. Aunque todavía no habían llegado al ecuador de la mañana, el sol tropical ya había puesto sus ardientes manos sobre el campamento. Ni el tejido osmótico de su ropa conseguía que no pasara calor.

—¿Qué tal tu entrenamiento? Pareces...

—¿Rígida? ¿Agarrotada? ¿Descentrada?

Él asintió.

—Yo iba a decir algo como "en baja forma", pero sí, tienes razón. ¿No será por el pie?

—No, eso esta curado.

El asintió.

—Bien. ¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudarte?

—¿Me estas ofreciendo un masaje, Uli?

El se sonrojo. A ella le parecio encantador. Entonces, de repente, decidio contarle lo que le pasaba, al menos en términos generales. Era medico y tenía buen corazón, Ademas, había llegado a la conclusión de que cualquier ayuda que pudiera obtener seria. mejor que nada. Y el chico quiza tuviera algo constructivo que decir. Sólo los borrachos y los niños decía la verdad, según el refrán.

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