Memento mori (23 page)

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Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Memento mori
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—Soni, ¿podrías hacerme un gran favor?

—Claro, inspector. Si me lo pides con esa sonrisa tan sincera, ¿cómo voy a negarme?

Sancho salió de la comisaría con la intención de tomar un café pensando en que quizá debería rebajarse la barba. A pesar de ser tenue, la luz del día le molestó en los ojos. Le dolía la cabeza, y no estaba seguro de que se debiese a los últimos coletazos de la resaca ni a la propia investigación. Cuando puso el pie en la calle, sonó el móvil. Era Garrido.

—Sancho.

—Soy Garrido.

—Lo sé, he visto el identificador de llamada.

—Inspector, estás muy tenso.

—No eres el primero que me lo dice hoy.

—Ya. Bueno, pues esto que te voy a contar tampoco va a ayudarte. Te llamaba porque hemos ido a la dirección de Samsa y no nos ha abierto nadie. Eso estaba dentro de las posibilidades, pero resulta que hemos buscado la empresa Metamorphosis Software, S. L., y aparece registrada en la misma dirección que su domicilio.

Sancho no verbalizó lo que le estaba pidiendo su cerebro y solo murmuró:

—Ahora es cuando me dices que no lo comprobamos en su día —aventuró sabiendo la respuesta.

—Sí. Es decir, no. Que no lo comprobamos.

—La madre que me parió. ¿Has intentado localizarle por teléfono?

—Botello lleva toda la mañana con el teléfono en la mano. Hemos comprobado con la compañía que es un móvil de tarjeta prepago, dado de alta el 6 de agosto de este año y que no registra ni una sola llamada entrante ni saliente. Está siempre apagado.

—Mala pinta tiene. Si no lo enciende no vamos a poder rastrearlo. Que lo siga intentando como si fuera una de sus novias y dile, por favor, que venga a comisaría con Gómez para que me den detalles del interrogatorio de Samsa.

—Entendido.

Facultad de Filosofía y Letras

El celador golpeó la puerta del aula con los nudillos y asomó la cabeza.

—¿Doctora Corvo?

Quitándose las gafas, Martina se acercó a la puerta.

—¿Qué pasa, Jere?

—Discúlpeme, pero nos han llamado de la policía y parece muy urgente. Aquí tiene el inalámbrico.

—Gracias, Jere. —Agarró el teléfono y contestó—: Soy la doctora Corvo.

—Doctora, siento que haya tenido que interrumpir su clase. Soy Sonia Blasco, de la comisaría de Delicias. El inspector Sancho me ha pedido que le haga llegar un fax con un poema.

—¿Otro poema?

—Yo no le puedo dar más información. Si me dice un número, se lo envío ahora mismo.

—Claro. Tome nota.

Comisaría de distrito
Barrio de las Delicias

Se acercaba la hora de comer y cuatro estómagos vacíos se congregaban en el despacho de Mejía. El comisario Mejía miraba a través de la ventana pensando en que se estaban acercando los fríos días del invierno. Esos días en los que, cuando llegaba a casa, se calzaba las zapatillas de felpa y se tiraba en el sofá a fumarse el único cigarro del día que realmente disfrutaba. Después, esperaba tranquilamente a que Matilde le gruñera para que fuese a cenar mientras contemplaba las aves migratorias y se imaginaba estar en un sitio distinto. Un lugar apartado de todo.

El comisario abrió la ventana y sacó la mano para comprobar la temperatura. No se equivocaba. La metió de nuevo para buscar el paquete de tabaco negro del bolsillo interior de la americana de lana a cuadros que iba a cumplir su octava temporada de servicio. Exhaló el humo sin dejar de mirar un cielo que amenazaba con descargar toda su ira sobre la capital castellana.

—Se acercan días fríos —anunció con un tono tan cargado de nostalgia y tristeza que podría haber inspirado dos nuevos álbumes completos de Álex Ubago—. No hace falta mirar el tiempo en Internet para saberlo.

No obtuvo réplica. Sintió que sus pulmones le agradecían la dosis de nicotina y siguió hablando:

—No os voy a entretener mucho, Sancho ya me ha puesto al corriente de todo. Tenemos un tipo suelto en la ciudad que tiene la firme intención de reventarnos las Navidades. Parece que podemos tener un sospechoso. Le he comunicado al inspector que cursemos una orden de búsqueda y captura como posible autor de los dos crímenes ocurridos recientemente si no da señales de vida hoy mismo. No voy a entrar en detalles, eso le corresponde al jefe del Grupo de Homicidios aquí presente, pero estoy convencido de que no hemos sido todo lo diligentes que la situación requería. No toleraré ninguna negligencia más en esta investigación.

Dicho esto, invitó a Sancho a tomar la palabra para dirigirse a los subinspectores mientras él volvía a perderse en el paisaje urbano.

—Bien, creo que el comisario ha sido suficientemente claro. Hemos dejado pasar aspectos importantes en el caso del asesinato de la muchacha, pero ahora tenemos que centrarnos en la vía que se nos ha abierto con Gregorio Samsa. Necesitamos averiguar quién es este individuo. No figuran antecedentes suyos en las bases de datos, pero sí aparece en los archivos de la Seguridad Social. Tenéis todo lo que hemos conseguido en el informe que está repartiendo Matesanz. Necesitamos a todo el grupo. Peteira, encárgate de buscar testigos junto con Garrido y Arnau en el escenario del crimen de esta mañana. Garrido conoce muy bien a las familias gitanas del barrio, y alguien tiene que haberle visto entrar o salir de la casa. En breve, tendremos el informe forense y el de la científica. —Peteira asintió con la cabeza y volvió a centrar la atención en su teléfono móvil—. El poema ya está en manos de la experta. Necesitamos una descripción física de Gregorio Samsa. Botello y Gómez están trabajando en el retrato robot, aunque… en fin. Matesanz —prosiguió volviéndose hacia el subinspector—, coordina con Montes y con el resto de departamentos la búsqueda de toda la información de archivo que podamos recopilar de él.

De repente, Sancho dejó de hablar.

—Álvaro, ¿tan importante es lo que estás haciendo con el teléfono?

—Quizá sí —vaciló el gallego.

—Siendo así, ¿podrías compartirlo con nosotros?

—Claro. Cuando el comisario ha mencionado Internet, se me ha ocurrido buscar en Google el nombre de Gregorio Samsa. —Hizo un chasquido con la lengua antes de sentenciar—: Este cabrón está jugando con nosotros.

Sancho permaneció a la expectativa. Mejía se dio la vuelta y Matesanz se giró en la silla hacia su compañero.

—Leo textualmente de la Wikipedia: «
La metamorfosis
(
Die Verwandlung
, en su título original en alemán) es un relato de Franz Kafka, publicado en 1915 y que narra la historia de Gregorio Samsa, un comerciante de telas que vive con su familia a la que él mantiene con su sueldo, quien un día amanece convertido en una criatura no identificada claramente en ningún momento».

Mejía se volvió hacia la ventana y advirtió a su reflejo:

—Se acercan días fríos.

Y LOS GUSANOS SIEMPRE
ESTÁN HAMBRIENTOS

Residencia de Ramiro Sancho
Barrio de Parquesol
2 de noviembre de 2010, a las 7:25

A
pesar de todo, Sancho había conseguido dormir. Se marchó de la comisaría sobre las 2:00, y el sueño le arrastró cuando abordaba el primer verso de la segunda estrofa de aquel nuevo poema. Antes de acostarse se conjuró para recortarse la barba, pero el cansancio le hizo posponer la operación. Se durmió con la firme intención de salir a correr; necesitaba colocar todos los datos que le bailaban en la cabeza como pedacitos de papel movidos por un ventilador. Hacía por lo menos dos semanas que no se ponía las zapatillas de deporte, quizá más, pero el inspector tenía un buen bagaje atlético, y hacer deporte siempre le había funcionado para dar corriente a esa bombilla que, últimamente, le parpadeaba muy intermitentemente. ¡Lo que daría por juntarse con sus excompañeros y poder jugar un buen partido de rugby para desestresarse de verdad! Eso sería mano de santo. Bien pertrechado con ropa térmica y gorro de lana, salió en dirección al estadio José Zorrilla y puso en marcha el cronómetro. La lluvia caída durante la noche había purificado el aire diseminando olores muy poco frecuentes en un medio urbano. Mientras que las primeras luces del día apenas habían hecho acto de presencia, el corazón del inspector trataba de coger el ritmo de bombeo y sus músculos, de entrar en calor. Su cerebro ya estaba finalizando la prueba de los tres mil obstáculos tras haber tenido que salvar los nombres de María Fernanda Sánchez, Gregorio Samsa, Mercedes Mateo, Gabriel García, Franz Kafka, Martina Corvo, Antonio Mejía y Jesús Bragado.

Ya casi no notaba el frío cuando bajaba por la cuesta del estadio hacia el monasterio de Nuestra Señora del Prado. Se notaba con fuerzas, pero no lo sabría con certeza hasta que estuviera a mitad de la subida, entre las calles Doctor Villacián y Hernando de Acuña. Cuando se estaba preparando para iniciar el ascenso, pudo comprobar que su competidor, Samsa, le sacaba mucha distancia en esa carrera y aceleró la cadencia de la zancada.

Con el nivel de pulsaciones casi al máximo, tuvo que admitir que el recorrido iba a ser largo, por lo que acomodó el ritmo a sus posibilidades para no llegar desfondado. Planificando las tareas del día, enfiló la última curva que le llevaría hasta el portal número dieciséis de la calle Manuel Azaña tras una bajada de unos trescientos metros. Se vio con fuerzas y aceleró. Miró el cronómetro y, motivado por haber bajado de los cuarenta minutos, subió las escaleras al trote hasta el octavo piso.

Ya en comisaría, nada más sentarse y arrancar el ordenador, la voz rota de Mejía le dio los buenos días desde la puerta:

—Buenos días, por decir algo.

—Tengo noticias.

Mejía tenía cara de circunstancias, y las bolsas de sus ojos parecían haber ganado terreno a los pómulos durante la noche. A Sancho le dio la impresión de que la americana le quedaba aún más grande que el día anterior.

—Adelante —dijo invitándole a sentarse.

Mejía no se sentó.

—Ayer me llamaron de Madrid a última hora, de la Dirección Adjunta. Me pidieron un análisis exhaustivo de la situación, y me dijeron que se reunirían para tomar una decisión sobre cómo actuar en este caso. No han tardado mucho. Según me subía en el coche esta mañana, han vuelto a llamarme.

Sancho escuchaba casi con el mismo nivel de atención que el entusiasmo con el que se tiraba de los pelos del bigote.

—Nos envían a un especialista.

—Un especialista —repitió con voz neutra.

—Sí. Un psicólogo criminalista. Armando Lopategui,
Carapocha
.

—Carapocha —repitió elevando las cejas.

—Así se le conoce, no me preguntes por qué. Sé que el tipo es un ruso con sangre española. Yo no le he visto en mi vida, aunque sí he oído hablar bastante de él. Lo cierto es que está considerado como una eminencia en el campo de la elaboración de perfiles psicológicos y en el estudio de la mente criminal. Ha colaborado con varios gobiernos, y tiene experiencia en otros casos de asesinatos en serie ocurridos en nuestro país, como el del Mataviejas o el del Arropiero. Desde Interior, insisten en que le hagamos partícipe de la investigación. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Lo entiendo. Si viene para ayudarnos, será bienvenido. Te lo aseguro.

—Eso es. Y, hablando de bienvenidas, hoy llega al aeropuerto de Villanubla desde Barcelona. Me gustaría que fueras a recogerle.

—No hay problema. ¿A qué hora llega? —preguntó abriendo la agenda.

—Anota el vuelo: Iberia 8666, a las 17:45.

—Anotado.

—¿Tenemos ya los informes de la autopsia y de la científica?

—El de la autopsia llegó a última hora de ayer, el de la científica estará a lo largo del día. Espero que sea por la mañana.

—Yo también.

—Precisamente, he citado a Villamil para ver el informe de la autopsia con él. ¿Quieres estar presente?

—No puedo. Me han convocado a las once para una reunión en Madrid de la que, por no tener, no tengo ni el orden del día. No obstante, no dudes en llamarme si tienes alguna novedad. Por cierto, ¿cómo llevas el tema de la prensa?

—De momento, está todo en orden. Hemos conseguido que no relacionen ambos asesinatos todavía. Hemos envuelto el de la mujer de Arturo Eyries en un robo con asalto.

—No te fíes de los gusanos, siempre están hambrientos. ¿Más cosas?

—Bueno, la madre de la primera víctima me persigue insistentemente, y ya sabes que no me gusta esconderme en estos casos.

—Lo sé, es algo que te honra, pero que no te desvíe el foco de atención ni te desgaste. Te necesito al cien por cien. Me marcho ya, que voy a llegar tarde. Llámame con cualquier novedad —insistió—. ¿Estamos?

—Estamos. —Mejía no pudo escuchar su respuesta, ya que había salido del despacho como si Sancho le hubiera pedido dinero.

Algo irritado, agarró el teléfono fijo.

—Soni. Buenos días, soy Sancho.

—Hola, inspector.

—Vaya. Por tu tono de voz, intuyo que no pudiste salvar ese archivo.

—Intuyes bien, pero esa no es la mala noticia.

Sancho se mantuvo en silencio.

—La mala noticia es que hemos comprobado que los ficheros estaban infectados por un virus de activación remota.

—Dejé de jugar a los ordenadores cuando se me rompió el Commodore 64. Explícate, por favor.

—Alguien se introdujo en los sistemas de la Seguridad Social e infectó algunos de los archivos que contenían información sobre la víctima de ayer. En el momento en el que alguien intenta abrirlos, el virus se activa y quedan totalmente inservibles.

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