Algunos años después de este último encuentro, Randall fue atacado por una forma de meningitis que destrozó su mente. Permaneció postrado durante algunos años en estado vegetativo y murió en diciembre de 1987 a la edad de sesenta años.
El personaje más pintoresco de cuantos conocí en las convenciones de ciencia ficción de los años cincuenta fue Harlan Ellison, que en esa época tenía poco más de veinte años. Afirma que mide 1,62, pero en realidad no tiene importancia. En talento, energía y valor mide 2,50.
Nació en 1934 y tuvo una infancia penosa. Al haber sido siempre bajito pero enormemente inteligente, descubrió que podía desollar con facilidad a los imbéciles que le rodeaban. Pero sólo podía hacerlo con palabras, y los imbéciles podían usar sus puños. Así que pasó su infancia (como dijo una vez Woody Allen de sí mismo) vapuleado por todo el mundo independientemente de su raza, color o religión.
Esto le amargó pero no le enseñó a mantener la boca cerrada. Al contrario, a medida que crecía fue aprendiendo todas las modalidades de artes marciales y llegó un momento en el que atacar a Harlan resultaba peligroso hasta para cualquier grandulón, ya que aquél lo derribaba sin ningún problema. (Yo lo admiro por esto, debido a que cuando por las mismas razones era yo el maltratado, sólo estudié las distintas artes de correr y esconderme. No obstante, debo admitir que nunca fui tan lenguaraz como él, así que me maltrataron menos, si se compara con su penosa experiencia.)
Harlan utilizaba sus dotes para lanzar terribles y variados improperios a los que le irritaban; seguidores intrusos, directores obstinados, editores crueles y extraños ofensivos. No provoca daño físico, pero de palabra es especialmente duro con las directoras jóvenes, que no están acostumbradas a sus peculiaridades. Las puede hacer llorar en tres minutos. Así que mucha gente de las editoriales y de Hollywood (ya que Harlan no sólo escribe ciencia ficción, sino que es un escritor en el amplio sentido de la palabra) se muestra reacia a tratar con él. Además, es tan pintoresco y su personalidad tan peculiar que a muchos les gusta contar historias maliciosas sobre él.
Esto es pernicioso por dos motivos. En primer lugar, Harlan es (en mi opinión) uno de los mejores escritores del mundo, mucho más cualificado que yo. Resulta terrible que constantemente esté enredado en asuntos que no tienen nada que ver con su trabajo literario y que hacen que su producción sea mucho menor. En segundo lugar, Harlan no es lo que parece. Siente un placer perverso en mostrar su lado peor, pero si eso se ignora y uno se abre camino a través de sus espinas de puercoespín (aunque te deje sangrando) se descubre a un tipo afectuoso y tierno que daría su propia sangre a quien creyera que la necesitase.
Yo también tengo bastante facilidad para lanzar improperios y soy la única persona que conozco que puede enfrentarse a Harlan en un estrado durante más de medio minuto sin ser eliminado. (Creo que puedo durar hasta cinco minutos.)
Me divierte pelearme con él en público, al igual que con Lester del Rey y Arthur Clarke. Para nosotros, es un juego. Sin embargo, en privado, Harlan y yo jamás discutimos y puedo asegurar que es afectuoso y tierno; no hay que hacer caso de todo lo que de él se dice. Le conozco mejor y tengo razón.
Una última palabra. Harlan tiene un asombroso encanto y no sé cuantas mujeres altas y guapas han estado relacionadas con él. Se ha casado cinco veces. Los cuatro primeros matrimonios fueron cortos y desastrosos, pero el quinto, con una joven muy dulce llamada Susan, parece estable y Harlan se ha suavizado. Eso espero. Merece ser más feliz de lo que lo ha sido hasta ahora.
Cuando me trasladé de Nueva York a Boston, creía dejar atrás (o al menos eso pensé entristecido) el mundo de la ciencia ficción. Pero resultó que no fue así. En Boston había una gran afición a la ciencia ficción, y el MIT, en concreto, contaba con un gran número de entusiastas del género. Por ejemplo, esta institución tiene una de las mejores colecciones de viejas revistas de ciencia ficción y todos los años organiza una merienda en las colinas del sur de Boston. Siempre asistía y a veces incluso me convencían para que acompañara a los alumnos en el ascenso a la cima de la colina. Era más fácil convencerme de que comiera gran parte de los alimentos que llevaban, una increíble mezcla de comida basura que deleitaría a cualquiera.
En Boston había también un club de ciencia ficción, que organizaba una convención semestral llamada “Boskones”. Era una palabra procedente de
Galactic Patrol
, famoso relato en cuatro entregas de E.E. Smith, que empezó a publicarse en el número de septiembre de 1937 de
ASF
y que, cuando lo leí por primera vez, pensé que era lo mejor que se había escrito nunca (aunque no aguantó cuando lo volví a leer, ya de adulto). También era una forma de “Boscon”, abreviatura de Boston Convention. Con el tiempo, los “Boskones”, por su tamaño y preparación, fueron las segundas en importancia después de la Convención Mundial de Ciencia Ficción.
En el club de ciencia ficción de Boston conocí a Hal Clement, cuyo verdadero nombre es Harry Clement Stubbs. Nacido en 1922, ha pasado casi toda su vida dando clases de ciencias en la Milton Academy, y puesto que deseaba mantener aparte su carrera de escritor, eliminó su último apellido y utilizó una forma familiar de su nombre. No ha sido muy prolífico, pero su obra se caracteriza por un profundo apego a los hechos científicos sobre los que basa la especulación científica de sus argumentos.
Tiene la cara redonda, es tranquilo y habla calmadamente. Es un hombre agradable. A veces ha señalado errores en mis artículos de ciencia, pero lo hace con tanta amabilidad, hasta con timidez, que sería imposible molestarse por ello, incluso si yo fuera de ésos que se molestan porque les corrigen. Las veces que me corrigió algo me lo tomé muy en serio porque siempre tenía razón.
En la Convención Mundial de 1956 celebrada en Nueva York, Hal y yo compartimos una habitación. (Sprague de Camp utilizó nuestra habitación como una especie de caja de seguridad para su provisión de bebidas alcohólicas, para evitar así que se las tragaran los bebedores más famosos de la ciencia ficción. Sabía, por supuesto, que ninguno de las dos las tocaría).
Era el compañero de cuarto ideal, ya que no roncaba. (Una vez me vi obligado a compartir la habitación con un terrible roncador y no repetiría esta experiencia por todo el oro del mundo. Janet dice que ronco, pero que no le importa porque así sabe que estoy vivo. Cuando duermo en silencio, cosa que hago a menudo, se pone nerviosa y comprueba si estoy respirando).
Hal asiste a casi todas las convenciones de ciencia ficción, sean del tamaño que sean, y es muy apreciado por los aficionados. Una de las cosas que más lamento es que desde que abandoné Boston le veo muy poco.
El otro escritor de ciencia ficción destacado que conocí en Boston fue Benjamin William Bova, universalmente conocido como Ben Bova. Nació en 1932. Cuando le conocí llevaba el pelo al rape, pero ahora ya no. Tiene un gran sentido del humor y nos gusta bromear. Algunos de los mejores chistes que cuento son suyos. No empezó a publicar hasta 1959, pero desde entonces no ha dejado de hacerlo con regularidad. Es otro de los escritores de ciencia ficción que se encuentra bastante a sus anchas escribiendo no ficción.
La mayor oportunidad le llegó a Ben en 1971, cuando después de la muerte de Campbell le contrataron como director de
ASF
. Sustituirlo era una tarea difícil, pero Ben lo hizo de un modo loable durante siete años. Después se convirtió en director de
Omni
, una nueva revista. Luego, participó en sociedades interesadas en la exploración del espacio y, de hecho, Ben ha escrito excelentes libros sobre el tema.
Después de la ruptura de su primer matrimonio, Ben (que es de ascendencia italiana) me confesó que creía estar enamorado de “una guapa chica judía”. Fingí un sobresalto y le ofrecí algo de dinero para que pudiera abandonar la ciudad rápidamente, pero estaba enamorado de verdad. Se casó con Barbara, una morena atractiva y vivaz, que también contraía segundas nupcias, y desde entonces han sido felices.
Ben ha sido siempre un buen amigo. Cuando estuve incapacitado durante algún tiempo en 1977, le pedí que me sustituyera en algunas charlas que yo no podía dar. No dudé en hacerlo porque le había oído y sabía que era muy bueno. Aceptó amablemente e insistió para que me enviaran a mí los honorarios de las conferencias. Estaba horrorizado y aseguro que le dije terminantemente que cualquier cheque que fuera enviado a mi nombre sería hecho pedazos de inmediato. Pero él es de esa clase de personas.
Tengo muchos otros amigos íntimos, y nunca dejo de asombrarme de la buena suerte que he tenido en la vida por haber conocido a tanta gente maravillosa.
No quiero dar la impresión de que toda mi obra literaria es de una calidad uniforme. Todo el mundo tiene sus días buenos y sus días malos. He creado obras de ciencia ficción, incluso en épocas tardías, a las que defino, con cierta vergüenza, como “los menores de Asimov”. No obstante, me gusta pensar que (a excepción de algunos de mis primerísimos relatos) incluso los menores no son demasiado malos.
Por otro lado, de vez en cuando escribo mejor de lo normal. Lo llamo “escribir por encima de mis posibilidades”, y cuando vuelvo a leer uno de estos relatos o fragmentos, me es difícil creer que lo haya escrito yo, y deseo ardientemente poder hacerlo siempre así.
Otros podrían llamarlo “estar en vena”. Todo parece salir bien, como cuando un jugador de béisbol un día logra cuatro carreras en un solo partido y nunca más vuelve a hacer ni siquiera dos el mismo día.
Cuando entregué los Hugo en Pittsburgh, en 1960, uno de los ganadores fue
Flores para Algernon
, de Daniel Keyes, que me había encantado. Es, sin duda, uno de los mejores relatos de ciencia ficción de todos los tiempos, y cuando anuncié el ganador fui muy elocuente respecto a su magnífica calidad. “¿Cómo lo ha hecho? –preguntaba a la audiencia—. ¿Cómo lo ha hecho?”
Sentí un tirón en mi chaqueta y allí estaba Daniel Keyes esperando su Hugo.
—Escucha, Isaac –me dijo—. Si averiguas cómo lo hice, dímelo. Me gustaría volver a hacerlo.
Supongo que cuando escribí
Anochecer
estaba escribiendo por encima de mis posibilidades. Si el relato no hubiese sido mejor de lo habitual, no habría conseguido tantos premios, pero, con franqueza, no me doy cuenta del porque. Hace años lo volví a leer sólo para ver si podía descubrir la causa de tanta alharaca. A lo mejor era porque la estructura de la historia era inusual. Todas las escenas (si lo recuerdo bien, ya que no pienso volver a leerlo para comprobarlo) se interrumpían. Antes de llegar a un final normal, iba en otra dirección, que a su vez se interrumpía. Esto daba un ritmo vertiginoso al argumento. Al principio del relato decía que al cabo de cuatro horas se iba a producir un desastre. Las cuatro horas eran un descenso a toda velocidad por un tobogán y al final había una catástrofe de verdad.
Es posible que el relato estuviera escrito de tal manera que el suspenso fuera aumentando hasta llegar a su punto álgido, y después estallaba. Si es así, puedo jurar que no había planeado hacerlo. No fue a propósito. Allá por 1940 no tenía los conocimientos suficientes como para hacerlo de manera deliberada. Sólo estaba escribiendo por encima de mis posibilidades.
En mi relato favorito,
The Last Question
, no es el estilo lo que está por encima de mis posibilidades, es la idea y la forma en la que construí el clímax. Durante años, la gente me ha llamado por teléfono para preguntarme por un relato que habían leído, cuyo título habían olvidado y de cuyo autor no estaban seguros del todo, aunque podía ser yo. Pero podían identificar el relato por la última frase y querían saber dónde podrían encontrarlo para volverlo a leer. Invariablemente, se referían a
The Last Question
. Mi segunda obra favorita es
The Bicentennial Man
, que apareció en una antología de relatos originales en 1976. aquí, por fin, estaba el estilo. La volví a leer recientemente y me asombré de que fuera mucho mejor que la mayor parte de mi obra literaria. Mi tercera favorita,
El niño feo
, es extraordinaria por la misma razón. Mis obras tienden a ser cerebrales y poco emotivas. Así que, ¿cómo es posible que pudiera escribir un relato que crea emoción hasta el punto en que, al final, el lector no puede evitar llorar? Lloro cada vez que lo leo, aunque la verdad es que lloro con bastante facilidad. Pero una vez conté el argumento de la historia y la audiencia permaneció en silencio absoluto mientras hablaba porque las lágrimas, al resbalar por las mejillas, no hacen ruido.
Cuando Robyn tenía doce o trece años, le di la historia para que la leyera y salía de su habitación cada cierto tiempo para decirme que le estaba encantando. Después, durante un largo rato, no apareció. Por fin salió con la cara roja e hinchada y los ojos inyectados en sangre mirándome de manera acusadora.
—No me habías dicho que era una historia triste –me reprochó.
Ésa era también una obra por encima de mis posibilidades.
No diré que todo lo que he escrito es maravilloso. Me resultaría difícil encontrar otra narración comparable a
The Bicentennial Man
y
El niño feo
, pero, de todo lo que he escrito por encima de mis posibilidades, lo mejor no es un relato corto sino un capítulo de una novela.
La novela en cuestión es
Los propios dioses
(1972). Tiene tres partes y la segunda trata de extraterrestres en otro universo. Corro el riesgo de ser acusado de nuevo de poseer un “ego inmenso” al decir que en mi opinión son los mejores extraterrestres que jamás se hayan descrito en la ciencia ficción y también la mejor obra que haya escrito o pueda escribir jamás. He recibido cantidad de confirmaciones de ello de mis lectores.
Unas palabras más sobre el tema…
Es mucho más difícil escribir por encima de las propias posibilidades en no ficción que en ficción. Cuando más cerca he estado de lograrlo, en mi opinión, fue en un artículo titulado
A Sacred Poet
, publicado en el número de septiembre de 1987 de
F&SF
. Por lo general en estos artículos trato algún tema científico, pero en esta ocasión me sentí impulsado a tomar otra dirección. Había tenido una discusión con alguien al que consideraba un erudito de mente estrecha y, como consecuencia, decidí escribir un artículo sobre poesía.