Memorias (66 page)

Read Memorias Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

BOOK: Memorias
7.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

Con esto, la revista se convirtió en un gran éxito entre los aficionados que la habían criticado con anterioridad por ser poco profunda.

Después de que Shawna la abandonara para entrar en el campo de la edición de libros, fue sustituida, el 17 de mayo de 1985, por el escritor de ciencia ficción Gardner Dozois, que sigue siendo su director y continuó con la línea anterior.
IASFM
está considerada la revista más vanguardista del sector. Tanto Shawna como Gardner han ganado el Hugo y los relatos que aparecen en la revista reciben más nominaciones para los Hugo y los Nebula que los de ninguna otra publicación.

También debería mencionar que el funcionamiento cotidiano de la revista ha estado en manos de la directora ejecutiva, Sheila Williams, una joven muy dulce que está totalmente de acuerdo conmigo en todo lo relacionado con la revista.

No digo que la revista refleje con exactitud mi gusto por los relatos, pero es mejor que no lo haga. Mi gusto está profundamente arraigado en los años cincuenta, y lo reconozco. Por tanto, jamás he tratado de interferir en las decisiones editoriales o de expresar mi opinión sobre cualquier cuestión, a no ser que me la pidan.

Una vez, por ejemplo, en el otoño de 1988,
IASFM
utilizó una ilustración en la portada, bastante inocentemente, que se asemejaba demasiado a una que había aparecido antes en
F&SF
, dibujada por un artista diferente. Ed Ferman pidió que se pagara una suma importante de dinero al primer artista, pero Davis Publications no quería dar la impresión de admitir que había hecho algo malo. Así que me preguntaron:

—¿Qué hacemos?

—Muy fácil —les dije, y envié al primer artista un cheque extendido por un particular, y todo terminó de manera satisfactoria.

Los relatos que escribo para la revista son, por supuesto, del tipo de los de los años cincuenta, pero su publicación se justifica porque gustan a un número suficiente de lectores. Además, a mí también me gustan, y eso es lo que importa por lo que a mí concierne
[19]
.

133. Autobiografía

Durante los años setenta, en Doubleday cada vez se mostraban más impacientes conmigo. Querían que volviera a escribir novelas de ciencia ficción y, a medida que los años pasaban, insistían cada vez más. El problema era que me asustaba escribir novelas y, cuantos más años pasaban, más crecían mis temores.

Sabía cómo había cambiado este género. Los nuevos escritores se habían vuelto más literarios y, a pesar de las afirmaciones de Evelyn del Rey de que yo “era” el género, no me atrevía a competir. El éxito de
Los propios dioses
, en cierto modo, tampoco ayudó.

Así que seguí buscando maneras de distraer la atención de Doubleday. El 3 de febrero de 1977, Cathleen Jordan, me presionó un poco más, me estremecí, pensé rápidamente y sugerí escribir una autobiografía. En cuanto mencioné la posibilidad me enardecí. Mi entusiasmo repentino fue tal que Cathleen pensó que no podría disuadirme y me dejó que siguiera adelante.

(Cathleen, una persona encantadora, había trabajado para Larry Ashmead y le sucedió como mi realizador cuando éste se fue. Al final ella también dejó Doubleday y empezó a buscar otro trabajo. Por aquel entonces, me enteré por casualidad de que Davis Publications estaba buscando un nuevo director para
Alfred Hitchcock’s Mistery Magazine
y mencioné el nombre de Cathleen. Se incorporó al trabajo el 1 de agosto de 1981 y desde entonces trabaja allí y está muy contenta. Incluso le he vendido un par de relatos; los editores no se libran de mí sólo por cambiar de empresa.)

Escribir mi biografía no era un idea del todo nueva para mí. Recuerdo que cuando cumplí los veintinueve sentí que mi juventud había terminado y que podía dedicarme con toda legitimidad a escribir una autobiografía. Pero, al pensarlo fríamente, me di cuenta de que no me había ocurrido casi nada interesante, tenía poco que contar sobre mi vida y además ningún editor la publicaría.

A medida que transcurrían los años y me hacía mayor, llegó el momento en el que supe que si escribía la autobiografía podría publicarla, pero me seguía pareciendo que no me había sucedido nada. Mi vida ha sido bastante tranquila (nunca me he quejado de ello) y he estado involucrado en muy pocas cosas aparte de mi obra literaria, así que no tenía nada sobre lo que escribir.

Pero algún realizador, de vez en cuando, se presentaba con la idea.

Larry Ashmead, por ejemplo, me preguntó en cierta ocasión si había considerado esta idea, pero me limité a reír y le dije que nunca me había sucedido nada que pudiera interesarle a alguien. Larry era tan parcial a mi favor que yo no le tomaba en serio y dudaba de que sus superiores en Doubleday le apoyaran en este proyecto en concreto.

Algún tiempo después, Paul Nadan, de Crown Publishers, intentaba que hiciera un libro para ellos y fuimos juntos a almorzar para discutir el tema. Me habría gustado hacer un libro para Crown y, en particular para Paul, que era un individuo muy agradable y amistoso, pero mi programa estaba lleno y detestaba aceptar algo que luego no pudiera hacer. Por tanto, intenté disuadirle contándole anécdotas divertidas que me habían sucedido.

De repente preguntó:

—¿Por qué no escribes una autobiografía, Isaac?

—Porque nunca me ha pasado nada interesante —le respondí.

—Pero —añadió— todo lo que me estás contando es interesante y resultaría perfecto para una autobiografía. Vamos, te haré un contrato para que hagas una.

Me tentó, pero resistí. Temía ponerme en ridículo y que resultara que Crown, al hacer la revisión, se negara a publicar la autobiografía, o que si la publicaba la gente se negara a leerla, o que si la leía, la censurara clamorosamente. Pero cuando Cathleen me presionó para que escribiera otra novela de ciencia ficción, recordé lo que había dicho Nadan y sugerí la autobiografía. Estaba seguro de que no funcionaría, pero mi entusiasmo por el tema creció, no porque quisiera hacerla, sino porque alejaría de mí cualquier posibilidad de escribir una novela por lo menos durante un año, quizá dos. Hubiera hecho cualquier cosa con tal de evitar escribir una novela.

Así que me puse a trabajar. Había dos cosas a mi favor: tengo una extraordinaria memoria y recuerdo las cosas con todo detalle. Esto no siempre es bueno. Samuel Vaughan, que por aquel entonces ocupaba un alto cargo en Doubleday, me dijo que el arte de la autobiografía consistía en saber qué eliminar, pero le hablaba a una pared y probablemente lo sabía. Yo no pensaba eliminar nada que pudiera servir, salvo detalles que pudieran herir sin necesidad a otras personas.

Incluso si mi memoria fallaba, tenía un as en la manga. El 1 de enero de 1938, un día antes de mi decimoctavo cumpleaños, empecé un diario y lo seguí escribiendo desde entonces. (Muchos jóvenes empiezan diarios, pero muchos, creo yo, lo dejan al cabo de unas semanas.) Claro que mi diario, después del primer año, era cada vez más abreviado y se reducía a una escueta enumeración de mis trabajos literarios del momento. Algunas personas utilizan su diario para plasmar sus sentimientos y sus pensamientos, pero yo nunca lo hice. No era más que un libro de consulta y tan aburrido que ni siquiera yo lo podía leer con interés. Lo utilicé sólo para comprobar fechas y acontecimientos. La ventaja es que no tengo que guardarlo bajo llave. Cualquiera que lo desee puede leerlo y desafío a quienquiera que lo haga a que aguante más de cinco páginas sin que le empiece a doler la cabeza.

La autobiografía era cada vez más extensa, y debo admitir que incluso yo empecé a dudar cuando ya había escrito cincuenta mil palabras y apenas había alcanzado el punto en el que empezaba mi diario. Si podía escribir tanto sólo de memoria, ¿cuánto escribiría con la ayuda del diario?

Además, abordar mi autobiografía y escribirla me confirmó que tenía razón respecto a que mi vida carecía de los elementos de un gran drama. Como puede comprobar al leer este repaso retrospectivo de mi existencia, las grandes emociones consisten en cosas como no conseguir entrar en la Facultad de Medicina o pelearme con las autoridades de la Universidad de Boston. Con este material no se puede crear un gran interés, que digamos.

Sin embargo, puesto que enseguida me di cuenta de esto, me concentré en otras cosas y traté de seguir la sugerencia de Paul Nadan. Escribí de forma alegre sobre asuntos cotidianos. Utilicé mi capacidad literaria para enmascarar la escasa importancia de los acontecimientos.

Una vez, un lector me dijo entusiasmado, después de que se publicara la autobiografía, que la había leído con mucho interés y que no pudo dejar de pasar páginas y seguir leyendo hasta el final riéndose todo el tiempo.

Le pregunté con curiosidad:

—¿Se dio cuenta de que no pasaba nada?

—Lo noté —me dijo—. Pero no me importó.

(Recibo la misma respuesta cuando pregunto a los lectores si se han dado cuenta de que en mis novelas nunca hay tiros ni explosiones. Bueno, si a ellos no les preocupa, a mí, desde luego, tampoco.)

Otra cosa que hice para otorgarle originalidad a mi biografía fue convertirla en algo estrictamente cronológico. Podía hacerlo gracias a mi diario.

En otras palabras, describiría la historia de mi vida exactamente igual a cómo la había vivido, con diferentes entramados y sin pistas que permitieran saber de antemano lo que iba a suceder con posterioridad. Pensé que esto le daría cierto realismo al relato y era algo que (que yo supiera) no había intentado nunca ningún otro autobiógrafo, al menos no con la misma intensidad que yo.

Además de presentarlo todo de manera cronológica, intenté hacerlo lo más objetivo (y divertido) posible y evité el exceso de subjetividad. Hablaba de los acontecimientos que me afectaban desde el exterior, pero comparativamente, prestaba poca atención a los pensamientos y respuestas que bullían en mi interior.

Cuando terminé el libro y llegué con la historia de mi vida hasta finales de 1977 (que fue cuando terminé el libro), había escrito seiscientas cuarenta mil palabras, nueve veces la extensión de mi novela
Bóvedas de acero
.

Me preocupaba la reacción de Cathleen cuando lo viera. Temía su respuesta: “Tendremos que reducirlo a la mitad, Isaac”, y estaba preparado para contestar: “No, no puedo permitirlo.”

Hubiera apostado a que volvería a casa con mi manuscrito y que después tendría que intentar vendérselo a Crown o a Houghton Mifflin. Al mirar las cajas del manuscrito, pensé entristecido que nunca se lo vendería a nadie.

No obstante, fui a Doubleday exteriorizando mis mejores ánimos y dije:

—Cathleen, aquí está, toda entera.

(No le había anticipado su extensión y puesto que sólo tardé nueve meses, no había motivo para pensar que sería más larga que una novela.)

Miró a las cajas con horror y llamó a Sam Vaughn, quien se ganó mi gratitud eterna cuando dijo:

—Entonces, publícala en dos volúmenes.

Y así se hizo. El primero se publicó en 1979 y el segundo en 1980.

Hubo alguna discusión sobre el título. Yo quería llamarla
As I Remember
(Como yo lo recuerdo), que era bastante descriptivo, pero en Doubleday querían algo más dramático, que sonara más como el título de una novela. Estaba perplejo y pregunté:

—¿Como qué?

Alguien (probablemente Sam) respondió:

—Busca un poema desconocido y utiliza un verso como título.

Así que propuse la siguiente estrofa desconocida:

In memory yet green, in joy still felt,

The scenes of life rise sharply into view.

We triumph; Life’s disasters are undealt,

And while all else is old, the world is new.

[Con la memoria todavía fresca, cuando todavía sentimos alegría, / Las escenas de la vida surgen ante nosotros con claridad. / Triunfamos; los desastres de la vida no han concluido, / Y aunque todo lo demás es viejo, el mundo es nuevo.]

Tenía una vaga idea de lo que significaba, y me pareció adecuado. Así que llamé al primer volumen de mi biografía
In Memory Yet Green
y al segundo
In Joy Still Felt
.

Me gustaría seguir con este pequeño plagio y llamar a esta retrospectiva (que se podría considerar el tercer volumen de mi autobiografía)
The Scenes of Life
, pero no sé si la idea sobrevivirá a la intervención de la editorial. No puedo decirlo.

Cuando se iba a publicar el primer volumen, recibí una queja de Doubleday. No habían podido localizar el original de los versos que había utilizado y necesitaban saber quién era el autor. Les dije la verdad, como casi siempre:

—Los he escrito yo.

Por consiguiente, en ambos volúmenes atribuyeron el verso a ese poeta tan prolífico: “Anónimo”.

Tras la aparición del primer volumen, bastantes lectores se interesaron por la fecha de publicación del segundo, y en cuanto éste apareció empezaron a preguntarme por el tercero. Siempre respondí lo mismo: “Primero tengo que vivir el tercer volumen.”

Mi intención era escribirlo en el año 2000 (una cifra muy redonda) para celebrar mi octogésimo cumpleaños. Pero las circunstancias, de las que hablaré después, decidieron que lo hiciera para celebrar mi septuagésimo cumpleaños.

In Memory Yet Green
, dicho sea de paso, fue mi libro número doscientos. No obstante, escribí
Opus 200
para Houghton Mifflin y ése fue mi libro doscientos. Doubleday no estaba dispuesta a ceder a Houghton Mifflin la gloria de esta marca, así que les dije (siempre encuentro una solución sencilla) que no había ninguna razón para que no pudieran ser considerados ambos como el doscientos y que el siguiente sería el doscientos dos.

Ambas editoriales estuvieron de acuerdo e incluso pusieron un anuncio conjunto en el
New York Times Book Review
anunciando ambos libros. Puede que haya sido la única vez que dos editoriales hayan unido su talento en un solo anuncio.

134. Ataque cardíaco

Como ya he dicho antes en este libro, mi padre sufrió una angina de pecho a los cuarenta y dos años. Uno se vuelve supersticioso al pensar que la vida de nuestro padre tal vez se repita en nosotros, al menos por lo que respecta a padecimientos físicos. Por tanto, mi preocupación iba en aumento a medida que me acercaba a esa edad.

No obstante, llegó y se fue, y pasé los dos siguientes años sin ningún dolor en el pecho. Sin embargo, en 1944 emprendí un programa de reducción de peso que, a medida que pasaban las décadas, me permitió reducir mi peso en veintisiete kilos.

Other books

Snap by Carol Snow
The Serbian Dane by Leif Davidsen
Rebel Rockstar by Marci Fawn
The Wolf's Pursuit by Rachel Van Dyken
Beside the Brook by Paulette Rae
Chump Change by G. M. Ford
The Last Thing I Saw by Richard Stevenson