Memorias (68 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

BOOK: Memorias
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135. Crown Publishers

Me sentí culpable por hacer la biografía para Doubleday cuando fue Paul Nadan, de Crown, quien se había ofrecido a publicarla, así que dejé que Paul me convenciera para firmar un contrato para escribir un libro que tratara sobre la posibilidad de hallar vida e inteligencia en alguna parte del Universo.

Se llamaría
Civilizaciones extraterrestres
. Le prometí que lo haría, aunque le advertí que estaba muy ocupado y que no sabía cuándo lo empezaría. Por tanto, fue lo bastante considerado para no imponer una fecha de entrega en el contrato.

Aunque Paul era diez años más joven que yo y estaba delgado, tenía problemas cardíacos. Durante el tiempo en que este libro estuvo en barbecho, si se me permite la expresión, ingresó en el hospital debido a un ataque cardíaco.

Fui a verle al hospital, aunque no acostumbro a hacerlo. Por lo general, no me gusta visitar a los amigos que están hospitalizados. Mis escrúpulos habituales y mi tendencia a rechazar las escenas desagradables, me impiden hacerlo. Sin embargo, algunas veces me lo impongo.

Por dar ejemplos recientes, cuando Herb Graff estuvo internado en Brooklyn debido a una operación de
bypass
triple, Ray Fox (otro miembro del Dutch Treat Club) fue a visitarle e insistió en que yo le acompañara. Lo hice, y al no reconocer al hombre calvo de la cama, pensé que nos habíamos equivocado de habitación. Mi evidente sobresalto cuando descubrí que era él quizá fuera uno de los motivos que le decidió a no usar nunca más peluquín. (Creo que está mejor sin él.)

También visité a mi hermano Stan cuando sufrió una operación de próstata. Fui hasta el hospital de Long Island, donde le habían operado.

Fueron casos excepcionales, y por tanto me sorprendí a mí mismo al visitar a Paul Nadan. Sin duda, una razón fue que era una persona muy agradable y que habíamos almorzado juntos muchas veces. Otro motivo fue mi profundo sentimiento de culpabilidad. Le prometí que empezaría enseguida
Civilizaciones extraterrestres
.

En marzo de 1978 Paul me escribió para preguntarme si le haría un comentario favorable para un libro sobre el ADN recombinante escrito por un científico llamado John Lear. En 1954 John Lear se había referido a mi libro
Bóvedas de acero
en términos muy insultantes. Después de citar una crítica de un solo parrafo y mostrando señales de no haber leído el libro, se preguntaba: “¿Qué sabe el autor de ciencia?”

Inmediatamente escribí una carta a Lear diciéndole que yo tenía muchos más conocimientos científicos que él y que, además, era mejor escritor científico que él, pero nunca me contestó. Si lo hubiese hecho y se hubiese disculpado, todo estaría perdonado. Así que lo puse en mi lista negra. Por supuesto, nunca le hice nada, pero tampoco le haría un favor, de modo que cuando Paul Nadan me pidió un comentario favorable para el libro de Lear, le remití una negativa categórica y le expliqué el porqué.

De cualquier manera, me envió las galeradas acompañadas de una carta fechada el 21 de marzo de 1978 en la que decía, sencillamente: “Perdonar es divino.”

Esto me creó un dilema. No quería perdonar, y sin embargo la frase me hizo sentirme culpable. Y mientras decidía si podría llegar a perdonar a Lear, recibí la noticia de que el 22 de marzo, el día siguiente al que me había escrito, Paul había sufrido otro ataque y había muerto.

Yo había sido cautivo de mi corazón duro e implacable, y ahora era demasiado tarde para reaccionar. Todo lo que podía hacer era empezar
Civilizaciones extraterrestres
de inmediato. Me hubiese gustado no haber sido tan lento e iniciar el libro cuando Paul todavía estaba vivo. ¿Pero cómo iba a saber lo que sucedería? El no tenía más que cuarenta y ocho años.

Cuando terminé el libro, se lo dediqué.

Crown me asignó otro realizador, Herbert Michelman, al que conocí el 2 de noviembre de 1978. Una vez más, tuve suerte, ya que Herbert era otro de esos realizadores que parece que encuentro con tanta frecuencia, amable, de voz suave y encantador. En las comidas, intercambiábamos bromas y reíamos continuamente.

Una vez terminado
Civilizaciones extraterrestres
(se publicó en 1979), empecé un nuevo libro para él,
Exploring the Earth and the Cosmos
, que trataba de la expansión constante del universo.

Le invité a almorzar al Dutch Treat Club y se divirtió mucho. Resultó que Ernest Heyn, uno de nuestros miembros más antiguos, conocía bien a Herbert Michelman y sugirió que le propusiéramos ser socio. La idea me entusiasmó y también a Herb, así que lo admitimos sin problemas.

El 11 de noviembre de 1980, Herb asistió a su primer almuerzo como miembro activo y me preguntó con su amabilidad acostumbrada:

—¿Puedo sentarme contigo, Isaac?

—Por supuesto —le respondí—, no te dejaría sentarte en ningún otro lugar.

Así que se sentó en la “mesa judía”, aunque el primer plato no fue más que un pedazo de
quiche
no muy grande. Robert Friedman (el miembro que me había dado un consejo sobre las críticas que he seguido desde entonces, y que más tarde se dio de baja indignado porque el club no admitía a mujeres como socios) sacó su vale de la comida y lo partió por la mitad.

—Tenga —le dijo al camarero—. No merece más que la mitad.

Me sentía incómodo y esperaba, sin mucha esperanza, que la semana siguiente el menú fuera un poco más generoso y que Herbert quedara algo más satisfecho, pero no fue así. Herbert también tenía problemas de corazón, y esa misma tarde murió en la estación de ferrocarril. Tenía sesenta y siete años y sólo hacía dos que le conocía.

A la semana siguiente llegué muy triste y me preguntaron dónde estaba mi amigo.

—Me temo —les respondí— que murió el martes pasado por la tarde, tres horas después de dejarnos.

Bob Friedman no pudo contenerse y soltó:

—Fue la comida de la semana pasada. Era el
quiche
de la muerte.

La naturaleza humana es como es, de modo que todos los comensales se rieron. Incluso yo mismo.

Exploring the Earth and the Cosmos
fue publicado en 1982 y lo dediqué a la memoria de Herbert Michelman.

Jane West, que trabajaba para Clarkson Potter, una filial de Crown, y que había sugerido en 1979 que hiciera
The Annotated Gulliver’s Travels
, murió el 11 de septiembre de 1981. En su caso, fue cáncer. En un espacio de tiempo inferior a tres años perdía tres buenos realizadores en activo, todos de la misma editorial. Fue una coincidencia muy dolorosa.

136. Simon & Schuster

Hasta finales de los años setenta nunca había escrito un libro para Simon & Schuster. Tenía la vaga idea de que, en cierta manera, eran los principales competidores de Doubleday y me parecía desleal trabajar para ellos.

En realidad, me sorprendí bastante cuando, en cierta ocasión, Timothy Seldes me presentó a una visita que tenía en el despacho y que resultó ser uno de los editores de Simon & Schuster. Yo pensaba que sería más apropiado que los empleados de las dos empresas no se hablaran y que, si mantenían contactos de cerca, fueran despedidos.

No obstante, me rehice y le dije al visitante:

—He oído decir que las mujeres de Simon & Schuster son fáciles.

—¡Qué! —gritó escandalizado, y Tim también me hizo el honor de quedarse boquiabierto.

—La razón por la que lo digo —manifesté con expresión de inocencia— es que recientemente, cuando intenté flirtear con una joven de Doubleday, Tim Seldes me dijo: “¿Dónde te crees que estás, Asimov? ¿En Simon & Schuster?”

Era verdad que Tim había dicho eso y también recordaba haberlo dicho, así que le dejé que saliera del lío como pudiera.

Dio la casualidad que Larry Ashmead, después de abandonar Doubleday, se fue a Simon & Schuster, y por supuesto permanecimos en contacto. No abandono mi amistad con los editores sólo porque cambien de empresa.

Era inevitable que Larry me pidiera que hiciera un libro sobre él, y me sugirió que versara sobre las distintas maneras en las que el mundo podía llegar a su fin.

No pudo sugerir un tema mejor, porque yo acababa de escribir sobre ello un artículo relativamente breve para
Popular Mechanics
. Dicho artículo había aparecido en el número de marzo de 1977 de la revista bajo el título
Twenty Ways the World Could End
(Veinte maneras en que podría terminar el mundo). Había sido muy difundido, pero no estaba contento con el resultado y le agradecí la oportunidad de poder hacer todo un libro sobre el tema. Además, quería utilizar mi propio título
A Choice of Catastrophes
(
Las amenazas de nuestro mundo
). Firmé con gran placer el contrato y empecé a trabajar de inmediato.

Mientras lo escribía, Larry cambió de trabajo y se trasladó a Harper & Row. Esto no me importó, ya que di por supuesto que sencillamente se llevaba el libro con él. No era la primera vez que me había sucedido esto. Cuando escribí mi libro The Neutrino, la edición encuadernada en tapas duras era para mi antiguo editor, Walter Bradbury, que en ese momento trabajaba con Henry Holt. Mientras preparaba el libro, Brad volvió a Doubleday y se llevó el libro con él. Lo publicó Doubleday en 1966. di por supuesto que sucedería lo mismo con
Las amenazas de nuestro mundo
.

Pues no. Simon & Schuster y los jefazos querían que el libro se quedara allí. Informé a Larry y me ofrecí a dejar de trabajar en el libro. Pero me contestó:

—No, no quiero que pierdas el libro. Haz otro para mí.

Así que terminé
Las amenazas de nuestro mundo
, que fue publicado por Simon & Schuster en 1979. Se vendió bastante bien, pero no me gustó mucho porque el realizador había eliminado el capítulo sobre terrorismo urbano. Nunca me explicó el motivo y tuve la incómoda sensación de que los editores pensaban que lo que yo decía podía tener repercusiones desagradables. Me pareció que era una censura, y eso me entristeció.

No le guardo ningún rencor a Simon & Schuster, pero nunca me pidieron que escribiera otro libro para ellos y
Las amenazas de nuestro mundo
sigue siendo la única muestra de nuestra colaboración.

Mantuve mi compromiso con Larry. Le sugerí que escribir un libro sobre distancias cada vez más largas y después cada vez más cortas; períodos de tiempo que se ampliaban y después se reducían; masas cada vez mayores y después cada vez menores. En todos lo casos, serían aumentos y disminuciones muy regulares y con ejemplos sacados de la vida real. De esta manera daría una idea de la escala que tiene todo lo que nos rodea.

Era el tipo de libro que me encanta hacer, con pequeños cálculos en los que me agrada enfrascarme, y Larry, por supuesto, siempre me deja las manos libres. Escribí el libro,
La medición del Universo
, y fue publicado por Harper & Row en 1983. También se vendió moderamente bien.

Y a propósito, el que repita una y otra vez que este libro o aquel se vendieron bien, no quiere decir que no tuviera algún que otro auténtico fracaso. No muchos, quizá, pero sí unos pocos.

Por ejemplo,
Our World in Space
, publicado por New York Graphic en 1974. Escribí una serie de ensayos sobre los distintos planetas del Sistema Solar tal y como habían sido revelados por los cohetes y sondas especiales hasta ese momento, y Robert McCall, un ilustrador maravilloso de los paisajes de la era espacial, hizo los dibujos. McCall era el autor principal, lo que estaba justificado, y recibía el sesenta por ciento de los derechos de autor.

Mis ensayos no eran malos, pero los dibujos de McCall no podían ser mejores. Era un gran libro precioso, adecuado para ocupar un espacio en la mesa de un salón, y esperaba mucho de él, pero no se vendió. Ni siquiera se recuperó el anticipo y al cabo de unos pocos años ya estaba anticuado.

Después me vi envuelto en la aventura de Carl Sagan en el mundo de la edición de libros. Sus obras se vendían cada vez mejor, hasta que con su libro
The Dragons of Eden
ganó el premio Pulitzer. (Cuando leí las galeradas del libro, pronostiqué a Janet que Carl tenía un auténtico ganador. Yo estaba encantado por el éxito de mi perspicacia crítica; algo de lo que, en general, creo que carezco.)

Carl, después, tuvo un gran éxito con su programa de televisión
Cosmos
y el correspondiente libro estuvo en la lista de éxitos casi eternamente.

Le parecía (y a mí también) que su nombre era lo bastante conocido y que sería una buena idea crear su propia empresa editorial para publicar libros de astronomía y del espacio. Había descubierto, por ejemplo, un libro de ilustraciones bellísimas realizadas por un artista japonés llamado Kasuaki Iwasaki. Pero los pies de ilustración le parecían insuficientes. Me pidió que escribiera unos pies más adecuados, lo que acepté encantado, y él mismo escribió el prólogo del libro.

De nuevo el artista era el autor principal y el título del libro fue
Visions of the Universe
. Lo publicó Cosmos Store (la empresa de Sagan) en 1981, y yo pronostiqué unas ventas enormes, su aparición en la lista de éxitos, etc. Nada de eso ocurrió. El libro se vendió mal y, en realidad, Cosmos Store quebró.

Le daré un tercer ejemplo. Harmony Books, una filial de Crown Publishers, me pidió el 4 de mayo de 1983, que escribiera un libro sobre robots, su historia, desarrollo, aplicaciones en la industria y la ciencia y cosas de este tenor. Me negué alegando que aunque escribía sobre robots en mis obras de ciencia ficción, no sabía nada de ellos en la sociedad actual.

Me dijeron que utilizarían mi nombre y que me conseguirían un coautor que supiera de robots. Encontraron a una joven llamada Karen Frenkel, atractiva, inteligente y muy trabajadora. Hizo la investigación necesaria y escribió una gran parte de la obra. Yo la repasé y rehice algún apartado. Puesto que ella había hecho más de la mitad del libro, lo arreglé para que recibiera un adelanto mayor. Sin embargo, no pude solucionar la cuestión de los nombres de forma adecuada. Quería que ella apareciera como la autora principal, pero el libro, que se llamaba sencillamente
Robots
, se publicó en 1985. Mis protestas no sirvieron para nada. Según ellos, tenía que ser así para asegurar mayores ventas.

En cierto modo la justicia actuó de manera inexorable, puesto que el libro casi no se vendió y nunca recuperó más que una parte relativamente pequeña del adelanto (que, por fortuna, había sido casi todo para Karen).

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