Mi amado míster B. (12 page)

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Authors: Luis Corbacho

BOOK: Mi amado míster B.
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—Ok, tenés razón, pero no saben cómo me la cogí a Helenita esa noche. Les juro que valió la pena. ¡Me entregó el orto!

—¡¡Qué!! —dijo Miguel, fascinado con la novedad.

—¿Y cómo entró, así nomás? —pregunté yo, envidiando a la trola de Helena por usar la parte de adelante y la de atrás como le diera la gana.

—Sí, con el lubricante que viene en los forros —me explicó Manuel, con total naturalidad.

—¿Y no le dolió? —insistí.

—Seguramente, porque gritó como una gata en celo. Pero bien que le gustó a la hija de puta. La maté, no saben, ¡le rompí el orto en dos mitades!

—¡Qué grande Manuelito! —exclamó Miguel.

—Un maestro —apuntó Matías—. Ché, está sonando un celular.

—Es mío —dije alejándome. Estaba seguro de que era Felipe.

—¿Qué pasa, por qué te vas? ¿No será la sexópata? —bromeó Matías.

Sin decir nada me metí en el baño y cerré con traba.

—¿Hola?

—¿Cómo está mi bebé? —me saludó mi chico con su voz suavecita.

—¡Hey, qué bueno que llamaste! ¿Cómo estás?

—Bien, con mucho calor, no sabes lo que es Miami, hierve, y yo no prendo el aire acondicionado porque me hace mal, así que imagínate, me estoy asando. ¿Y tú, qué tal, qué me cuentas?

—Nada, bien, estoy en el cumpleaños de Manuel, uno de los chicos del colegio.

—¿Divertido?

—Más o menos, se la pasan hablando de fútbol y de minas, ya me tienen medio podrido.

—Ah, entiendo. Bueno, no te interrumpo entonces, sigue con el cumple.

—No, please, ¡no cortés! Prefiero mil veces hablar con vos que con los chicos, en serio.

—Bueno, ¿y saben de mí?

—No, no saben nada de nada, pero no sé si decirles... Son del colegio de curas, ¿te acordás que te conté? Re conservadores, re machos, no sé si da para largarles toda la verdad, es un garrón.

—En eso no te puedo dar consejos, tienes que hacer lo que creas mejor para ti.

—En tu casa, ¿todo bien?

—Bien, tranquilo. ¿Vos, alguna novedad?

—No, nada importante, ya está por comenzar la nueva temporada del programa acá en Miami.

—¡Qué bueno! Eso no te parece importante, ¡es re grosso!

—¿De dónde sacas esas palabras? No sabes la gracia que me hace oírte hablar así.

—Sorry, no me doy cuenta.

—No, me encanta que hables en porteño. Bueno, lindo, te dejo para que sigas riéndote con tus amigos. ¿Vas a estar bien?

—Sí, pero te extraño, mucho.

—Yo también, yo también. No creas que para mí es fácil. Sólo quería decirte que te quiero y que pienso mucho en ti —dijo, y me derritió.

—Gracias, yo también.

—Duerme rico, ¿ya?

—Ya. Me escribís mañana, ¿sí?

—Claro, tontín, cómo no te voy a escribir. Cuídate, besos.

—Chau, besos.

Corté y volví al living.

—¿Por qué tardaste tanto, quién era? —preguntó Manuel.

—Nada, un amigo.

—Vamos, es obvio que era una minita. Dale, contá, no te hagas el misterioso —insistió.

—Dale, boludo, qué te haces la estrella, somos tus amigos, contá, contá —se sumó Miguel.

—¿Quieren saber la verdad? —pregunté nervioso.

—¿Qué te pasa? —intervino Matías, consciente de mi incomodidad.

—Era Felipe Brown, mi novio —dije sin preámbulos—. Nos conocimos hace tres meses, en una entrevista, y creo que estamos enamorados. Me llama todos los días y nos mandamos mails a cada rato. Cuando junte guita, me voy a ir a Miami para que podamos estar juntos. Ésa es la verdad. ¿Alguna queja?

Los tres se quedaron mudos. El silencio se hizo eterno. No hubo risas ni gestos de repudio o aprobación. Nada.

—¿Tanto les sorprende? Si quieren dejar de verme, que no los llame más, desterrarme del grupo, ok, los entiendo.

—No, boludo, no digas eso, está todo bien —dijo, por fin, Miguel.

—Yo no tengo drama, me da igual a quién te cojas —se unió Matías.

—Mientras no te metas conmigo, podés hacer lo que quieras —sentenció Manuel.

—Gracias chicos, no saben lo importante que es para mí contarles esto y que nada cambie.

Silencio general, ninguno de los tres salía de su asombro. Nadie se animó a cambiar de tema, a probar con un chiste, un comentario.

—¿Quieren hacerme alguna pregunta? —dije intentando romper el hielo.

Siguieron callados como tumbas, mirándose de reojo a ver si alguien se animaba a decir algo.

—Bueno, los voy a dejar que procesen el asunto, que se rían, que me critiquen y que se hagan a la idea de que tienen un amigo que se la come —dije para terminar.

Saludé a cada uno con un abrazo, caminé tranquilo hasta la puerta y salí en paz. Me subí al auto, arranqué, puse el disco de Thalía y canté feliz, como una loca orgullosa. «A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga, yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré...»

Doce

-¿Sí?

—Martín, es la representante de Gustavo Cerati, quiere hablar con vos para que le confirmes el horario de la producción del viernes.

—No, Cecilia, decile que no estoy, que quedamos el viernes a las tres en nuestro estudio.

—Ok.

—Martín, ¿te molesto un segundito? —Si, Carolina, decíme.

—Ya tengo la nota de las adolescentes vírgenes, ¿está bien 8.500 caracteres?

—Sí, dejame que ahora la edito.

—Está bien, tranquilo.

—Paul, hoy cierro Arte y Tecnología, antes de las siete, ¿sí?

—Sí, solo me faltan un par de fotos y te paso todo junto, ¿puede ser?

—Buenísimo, gracias, Paul.

—¡¡Martín y Fernando, vengan a mi oficina!!

—¡Ya voy, Mariana! —grité desde el escritorio.

—Chicos, el viernes hay que mandar todo a imprenta y estamos súper atrasados. ¿Qué les pasa?

—A mí sólo me falta la página de vinos —se defendió Fernando.

—Ok, Fer, cuando termines eso pónete con el sumario y la lista de colaboradores. Y a vos, Martín, te falta Arte, Tecnología, los Punks, la nota de las vírgenes y el reportaje a la minita de MTV. ¡¡Estás en bolas!!

—No te preocupes, para el viernes tenés todo listo.

—¡Sí, pero yo antes tengo que chequear el material!

Después sale todo para el orto, ¿y quién pone la cara con los anunciantes?

—Mirá, Martín, no sé qué te pasa últimamente. Cada vez que paso por tu computadora te estás mandando mails con tu noviecito, y siempre que te pido algo te olvidás. Pónete media pila, ¿ok? Tu chico será todo lo famosito que quieras, pero acá vos seguís siendo un empleado más, y que eso te quede bien claro. Ahora vuelvan a laburar, que estamos corriendo.

—Ok —dije, mientras salía del despacho pensando: gorda de mierda, me tenés podrido.

—¿Martín?

—Sí Cecilia.

—Está Lola en recepción, dice que tiene una cita con vos.

—¡Uy! ¡Me olvidé! Sí, decile que pase a mi escritorio.

—¡¡Hola corazón!!

—Lola, qué alegría verte.

—Qué alegría para mí. ¡Estás hermoso!

—Mirá quién habla, ¡me copa tu look trash, te queda bárbaro! ¡Y qué buena está esa pulserita con tachas!

—¿Te gusta? Me la regaló una minita que sigue caliente conmigo, pero no entiende que para mí ya fue eso del lesbianismo.

—Bueno, nunca digas nunca.

—Es verdad, pero ahora estoy en una etapa de sexo salvaje, y eso de acostarse con chicas es otra cosa, ¿no te parece?

—Sí, totalmente —dije haciéndome el entendido.

—Mi amor, te traje la columna del mes que viene. Son consejos para practicar el sexo anal.

—Ah, bueno, ¡diste en el clavo! Pero sorry, ahora no la puedo leer, todavía estoy a mil con el cierre de este mes, y la hinchapelotas de Mariana me acaba de cagar a pedos porque dice que ando muy distraído y bla, bla, bla. ¿Podés creer que le echa la culpa a Felipe? —le dije en secreto.

—De esa gorda aguantada puedo esperar cualquier cosa. ¿Viste cómo se nota que no me soporta?

—Te tiene envidia, darling, porque vos te cogés al tipo que se te antoja y a ella nadie la toca ni con un palo.

—Es verdad, se muere de celos. Bueno, mi vida, veo que estás muy ocupado. ¿Querés que dejemos el almuerzo para otro día?

—¿Estás loca? Cómo te voy a hacer venir hasta acá para cancelarte. Ni hablar. Yo me tomo un break y que la gorda no joda. Si no le gusta, que me eche. A esta altura, a mí me da igual.

—Tenés toda la razón. ¿A dónde me vas a llevar?

—¿Te parece bien Olsen, que nos queda acá a dos cuadras?

—Me parece muy bien.

—¡Cecilia! Vuelvo en una hora. Cualquier cosa me ubicás en el celu.

Fuimos caminando hasta Olsen, el restaurante de cocina nórdica más top de Buenos Aires. Nos sentamos en los sillones del jardín y pedimos el menú del mediodía: sopa fría de remolacha + pollo ahumado con salsa de almendras + papas rotas o ensalada de hojas verdes.

—Bueno, ahora quiero que te pongas cómodo y me cuentes con lujo de detalles cómo va tu romance con el chico de la tele —dijo Lola, mirando de reojo al tipo de la barra.

—¿Viste lo que es el barman? Me mata, te juro que me mata. Pero dicen que no es gay —comenté, resignado.

—En eso te pongo la firma —dijo entre risas.

—¿¡Qué!? ¿Te lo garchaste? —pregunté, sorpredido y lleno de envidia.

—Obvio, me sacó cuatro orgasmos seguidos el hijo de puta, no sabés cómo coge, imaginate ese pedazo de carne en tu cama... ¡te morís!

—No sigas, please, que me hiervo.

—Es verdad, me fui de tema... Ah, me tenías que contar de tu noviecito, así que no vuelvas a cambiar el subject, ¿ok?

—Qué querés que te cuente... está todo bien, me llama todos los días, nos mandamos mails a cada rato... No sabés cuánto lo extraño.

—Se te nota en la cara, mi amor, espero que no te enganches mal. Con esta gente nunca se sabe. ¿Cómo estuvo Chile?

—¡Ah! ¡No te conté! Tuvimos nuestra primera peleíta.

—¡No!

—Sí, fui un boludo, le di con un palo a su programa y le toqué el ego, que al parecer lo tiene muy sensible.

—¡Que no joda! Si a vos el programa te pareció una mierda, está bien que se lo hayas dicho. Mirá, para que una relación funcione lo más importante es la sinceridad, ¿no te parece?

—Supongo.

—¿Y se enojó mal? ¿Qué hizo? La verdad que no me lo imagino violento.

—No, no es para nada violento. Es más, es tan tranquilo que hasta para pelear mantiene la calma.

—¿Pero qué te dijo?

—Boludeces, que yo no tenía derecho a criticar su trabajo, que él lo hacía por plata y bla, bla.

—Bueno, en eso tiene razón, si lo hace por un tema económico está todo bien.

-Supongo...

—Y se reconciliaron, me imagino —dijo, con una papa a punto de entrar en su enorme boca.

—Obvio, le compré una remerita en Zara y le pedí perdón.

—Ay, sos un amor. Y ahí te lo cogiste...

—Más o menos.

—Detalles, querido, detalles.

—Se la chupé.

—¿Y después?

—Y después nos tocamos.

—¿Y qué más?

—Bueno, nada más, ¿qué más querés?

—¿Cómo que qué más quiero? ¿¡Terminaron así, tocándose!?

—Bueno, en todo caso antes de hacer algo más debería leer tu columna sobre consejos para un buen sexo anal.

—¡Ah!, cierto que vos todavía nada... —dijo con una expresión confundida—. De parte tuya no me extraña, pero Brown, yo me lo hacía re sexual.

—¿Quién dijo que no es sexual?

—Bueno, si ya llevan como tres meses y todavía no cogieron... me parece que está todo dicho.

—Si no cogimos es porque se supone que yo debería recibir, y la verdad es que no puedo —le expliqué, algo molesto con la situación—. No sé cómo hacerlo, me duele, no encuentro la posición correcta, qué sé yo.

—Chicos, ¿puedo retirar? —interrumpió el camarero, bastante lindo y también bastante afeminado.

—Claro —respondí amablemente.

—Ves, vos te tenés que conseguir una de estas pasivas y todo resuelto —me dijo en voz baja pero segura, como haciendo valer su condición de doctora amor—. Tal vez tu problema no es que no sepas cómo hacerlo, sino que no te gusta recibir, así de simple. Yo tengo un montón de amigos gays que no te entregan el orto ni a palos, y están re felices así.

—No sé, no tengo idea. No es que no quiera o que no me guste, simplemente no puedo.

—¿Y nunca trataron de que él reciba?

—No.

—Bueno, deberían hablarlo, ¿no te parece? Tal vez a él le encanta recibir y le da vergüenza decírtelo, quién sabe.

—Puede ser... aunque no creo.

—Mirá, yo sé que el sexo anal es difícil, no creas que para las mujeres no es un tema complicado...

—Y vos, ¿qué onda? —la interrumpí, buscando información, instrucciones, una guía del usuario.

—Yo aprendí a disfrutarlo. Hace un par de años tuve un novio que sólo quería eso, vivía con la idea fija.

—Y tuviste que probar.

—Claro, pero el problema es que un tipo para estar conmigo debe tener algo importante entre las piernas, ¿me seguís?, y cuando te dan por adelante todo bien, te hacen ver las estrellas, pero para atrás, más que nada las primeras veces, es mejor que la tenga chiquita, finita sobre todo.

—Y el pibe la tenía grande...

—El pibe tenía una morcilla que me partió al medio, no te podés imaginar —suspiró, y se tomó de un trago lo que quedaba de su Coca-Cola light.

—Entonces, no quisiste saber más nada del tema...

—¿¡Qué no!? Fui a ver a mi sexóloga y le pedí que me asesore. ¿De dónde te creés que saco material para mis columnas?

—¡Contame! ¿Qué te dijo? —pregunté, intrigadísimo.

—Que a diferencia de la vagina, el ano es un orificio sin lubricación, un músculo que tiende a cerrarse y que por eso se hace más difícil mantener relaciones por esa vía —dijo, como dando cátedra.

—¿Ves? ¡Por eso a veces odio ser gay! No es justo que la única opción sea coger por «un músculo que tiende a cerrarse», y que cuando te la meten te duele como mierda. ¡Te juro que es un castigo de la naturaleza!

—¡Pará! Dejame terminar. Ése es el problema, pero no me dejaste seguir con la solución.

—¿Qué solución? La única solución es apretar los dientes y dejar que se te caigan las lágrimas del dolor.

—Veo que el tema te tiene preocupado.

—Ves bien.

—Ok, entonces dejame seguir. La doctora me dijo que antes de la penetración hay que estimular la zona para que se relaje, que lo peor es estar tenso, porque entonces todo tiende a cerrarse.

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