Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (22 page)

BOOK: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea
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«Voy a ir a la obra el lunes temprano»
dijo de pronto, contemplándose el pie mientras lo movía de atrás adelante y de delante atrás por la moqueta.
«Si todavía me quieren coger. Me vendrá bien. Un motivo para levantarme de la cama»
. Se aclaró la garganta aunque no tenía nada en ella.
«Un motivo para mantenerme sobrio»
.

Cuando me echo el desodorante, las gotitas minúsculas se quedan horas flotando en el aire sin desaparecer. Eso mismo fue lo que hizo la palabra
«sobrio»
. Se quedó allí sin más y yo no quería levantar los ojos porque no quería verla flotando en círculos alrededor de papá. Fijé la vista en el cacao en polvo del fondo de mi taza como si fuera la cosa más interesante que había visto en mi vida. Era de un marrón oscuro casi negro y al secarse hacía formas curiosas. Jas lee el horóscopo y hay gente que lee la mano y gente que lee los posos del té para predecir el destino. Examiné entornando los ojos aquellos grumos de cacao en polvo pero no me revelaron nada de mi futuro.
«Has terminado»
preguntó papá y yo dije
«Sí»
. Cogió la taza y salió de mi cuarto.

Yo no podía dormir. Estaba tumbado en la cama con dolor de tripa y me volví hacia el lado derecho y luego de espaldas y luego hacia el lado izquierdo y luego me puse boca abajo pero no lograba ponerme cómodo. La cama estaba demasiado caliente y le di la vuelta a la almohada para apoyarme en algo fresco. Seguía diciéndome
«Se le ha olvidado que me la mandó se le ha olvidado que me la mandó»
pero me había vuelto a entrar la duda y todo estaba negro y yo mismo no me creía las palabras que me rondaban la cabeza.

Mamá había dejado su trabajo hacía meses. Mamá no trabajaba para el señor Walker ni para ningún otro jefe malvado. Mamá no había tenido que ir a dar clase el día que la invité a la Velada de los Padres. Y ni siquiera estaba en este país cuando Jas la invitó por Navidad.

Estaba en Egipto con Nigel mientras nosotros nos quedábamos sentados en nuestra casa de campo, esperándola.

Pero había ido al teatro. Había conducido desde Londres hasta Mánchester para ver nuestro espectáculo. Eso tenía que significar algo.

Me sentía inseguro y aturdido. No sabía qué pensar. Todo lo que me parecía sólido y seguro y grande y verdadero se había desmoronado. Como los edificios en un terremoto. No sólo los había en China o en Bangladés. En mi cuarto había uno que estaba haciendo que las cosas se movieran y que algunas se estrellaran contra el suelo y cambiando para siempre mi vida.

La abuela dice
«Ten cuidado con los deseos porque podrían hacerse realidad»
y yo siempre pensé que eso era una tontería. Hasta ahora.
Llama a este número y cambia tu vida
. Ojalá no me hubiera acercado al teléfono.

Cuando abrí los ojos, la luz del sol entraba por la ventana. Parpadeé doce veces para que se me acostumbrara la vista. Di un bostezo que hizo que me doliera la cabeza y me noté los ojos hinchados. No había dormido demasiado bien. Salí de la cama y esperaba que Roger me frotara el lomo naranja por las espinillas y me enroscara la cola en los tobillos, pero Roger no estaba. No lo había visto después de volver del concurso. Miré por la ventana. El jardín estaba casi demasiado brillante para mirarlo con el sol reflejándose en la nieve. Pude más o menos ver el árbol y el estanque y los arbustos. Pero no a Roger.

Corrí a la cocina. Miré el cuenco de Roger. Su comida seguía ahí. No se la había comido. Fui a toda prisa al salón. Miré detrás del sofá. Busqué por detrás de las sillas. Me eché a correr escaleras arriba. Extraños olores químicos salían de debajo de la puerta de Jas. Giré el picaporte y entré.
«Sal de mi cuarto»
chilló.
«Estoy desnuda»
. Lo más probable era que fuera mentira pero yo cerré los ojos.
«Has visto a Roger»
pregunté.
«No lo he visto desde ayer por la mañana»
respondió.
«Lo sacaste del salón cuando estábamos practicando la coreografía»
. Si el sentimiento de culpa fuera un bicho, sería un pulpo. Todo viscoso y retorcido y con cientos de tentáculos que se te enroscan en las tripas y te las aprietan fuerte.

Fui al cuarto de papá. Estaba dormido, tumbado de espaldas con la boca abierta, roncando a todo volumen. Le sacudí el hombro.
«Qué pasa»
gruñó tapándose la cara con el brazo y lamiéndose los labios resecos. Los tenía manchados de una cosa marrón que parecía cacao y no olía demasiado a alcohol.
«Has visto a Roger»
pregunté y papá dijo
«Le abrí la puerta de la calle ayer antes de salir para Mánchester»
y luego se volvió a quedar dormido.

Me calcé las botas de agua, me puse un abrigo y salí.

Busqué por el jardín de atrás. Grité el nombre de Roger. No pasó nada. Imité los chillidos de los ratones y los de los conejos para ver si así se le pasaba el enfado y se ponía a cazar. No salió de su escondite. Miré en la copa del árbol para asegurarme de que no se había enganchado en alguna rama y busqué huellas de sus pisadas pero la nieve estaba recién caída y sin estrenar. El estanque se había derretido y vi a mi pez nadando y le dije
«Hola otra vez»
antes de salir del jardín.

Roger no es un gato nada cascarrabias así que me sorprendía que siguiera de mal humor. Fui andando por la calle con la cabeza caliente por el sol y los pies fríos por la nieve. Cada vez que algo se movía, yo esperaba ver aparecer la cara naranja de Roger. Primero era un pájaro y luego fue una oveja y luego un perro gris que corría por el camino con un lazo rojo de Navidad atado al cuello. Lo acaricié y le dije
«Qué buen perro»
al dueño.
«Tiene casi demasiada energía para mí, chaval»
dijo el viejo, que iba fumando en pipa y llevaba en la cabeza una gorra plana. Tenía el pelo exactamente del mismo color que el perro y un gesto amable y los ojos marrones con grandes párpados que hacían que pareciera que tenía sueño.
«Ha visto usted un gato»
pregunté.
«Uno pelirrojo»
preguntó el hombre frunciendo el ceño.
«Sí»
respondí riéndome, porque el perro de un salto me había puesto las patas heladas en la tripa.
«Abajo, Fred»
murmuró el hombre. Fred movió la cola y no le hizo caso.
«Un gato pelirrojo»
volvió a decir el hombre, y yo no entendí por qué se ponía pálido ni por qué le temblaba la mano al señalar la calle.
«Allí»
.

«Gracias»
le dije aliviado. Me quité a Fred de encima. Me lamió las manos y sacudió el cuerpo entero.
«Lo siento»
dijo el hombre con la voz toda temblorosa.
«Lo siento muchísimo»
.

Fue entonces cuando lo comprendí.

Fue entonces cuando comprendí que Roger no se estaba escondiendo. Fue entonces cuando comprendí que no era un simple enfado. Sacudí la cabeza.
«No»
dije.
«No»
. El viejo masticó la boquilla de su pipa.
«Cuánto lo siento, chaval. Creo que tu gato…»

«NO»
rugí, apartando de un empujón al viejo de mi camino.
«NO»
. Corrí por la calle, con miedo de lo que me podía encontrar pero desesperado por encontrar a Roger para que aquel viejo viera que se había equivocado, que Roger estaba bien, que mi gato sólo había…

Ay.

En mitad de la nieve blanca había un bulto naranja.

Muy pequeño. Tirado en la calle. A cincuenta metros.
«No es él»
me dije a mí mismo pero se me heló la sangre igual que cuando la bruja de Narnia hizo que fuera invierno pero sin Navidad. En la cabeza me daba el sol pero yo no lo sentía. No quería dar un paso más pero mis pies no escuchaban a mi cerebro y siguieron andando deprisa, demasiado deprisa, por la calle adelante. Podía ser un zorro. Estaba a treinta metros. Por favor que fuera un zorro. Veinte metros. Era un gato. Diez metros. Y estaba cubierto de sangre.

Me quedé mirando a Roger. La purpurina de la cola soltaba destellos a la luz del sol. Esperé a que se moviera. Esperé durante cinco minutos enteros a que se le moviera algo, lo que fuera. Pero Roger no se movía. Se le veían las patas demasiado tiesas y las orejas demasiado de punta y los ojos los tenía como canicas verdes de cristal.

Me horrorizan las cosas muertas. Me dan miedo. El ratón de Roger. El conejo de Roger. Roger. Cogí aire con fuerza. No me sirvió de nada. El pulpo me había agarrado los pulmones y me los estaba apretando fuerte. No había aire suficiente. Nunca iba a haber aire suficiente. Empecé a jadear.

Pensé en la última vez que había visto a Roger. Se había puesto a ronronear en mis brazos pero yo lo eché a la alfombra del recibidor. Le cerré la puerta en la cara cuando él lo único que quería era que lo acariciara. No hice caso de sus maullidos en la puerta y ni siquiera le dije adiós cuando me fui al concurso. No le había dicho adiós. Y ahora ya era demasiado tarde.

Por debajo de Roger la nieve estaba roja. Un soplo de viento inesperado le despeinó el lomo y me dio la impresión de que tenía frío así que di un paso cauteloso hacia delante. Mis dientes hacían un ruido rítmico en mi cabeza. Los hombros se me movían para arriba y para abajo al tratar de que me entrara el aire en los pulmones. Ahora estaba a sólo dos metros. Me puse de rodillas y me acerqué a gatas. Despacio. Despacio. El corazón me daba saltos en el pecho.

En el costado de Roger había un tajo abierto. Tenía un aspecto profundo y gelatinoso. Las patas delanteras las tenía dobladas en un ángulo raro. Rotas. Partidas. Pensé en Roger acercándose con sigilo a los arbustos y en Roger corriendo por el jardín y en Roger saltando de mis brazos y aterrizando sobre unas patas fuertes que todavía funcionaban. Me resultaba insoportable pensar en él todo despanzurrado y rajado y helado. Yo tenía que hacer algo.

Saqué un dedo. Moví el brazo hacia delante. Con la yema le rocé el pelo pero la mano se me fue sola hacia atrás como si me hubiera quemado. La respiración se me aceleró tanto que me estaba mareando. Lo intenté otra vez. Y otra y otra y otra. Me acordé del conejo que recogí del suelo con unos palitos y del ratón que envolví en un papel y, a saber por qué, de Rose. Rose volando en pedazos. La garganta me ardía y me dolía. Intenté tragar pero no me bajaba la saliva.

Al sexto intento lo toqué. Me temblaba el brazo y la mano me sudaba pero la apoyé en el lomo de Roger y ahí la mantuve. El tacto era diferente. Me acordé de todas las veces que le había metido los dedos entre el pelo y había tocado piel caliente y un corazón que latía y costillas que al ronronear vibraban. Ahora las tenía quietas. Ni rastro de vida en sus bigotes. Ni rastro de vida en sus ojos. Ni rastro de vida en su cola. Me pregunté dónde habría ido a parar todo aquello.

El fuego de la garganta se me extendió a las mejillas. Pasé de tenerlas congeladas a tenerlas hirviendo en menos de una décima de segundo. Le acaricié a Roger la cabeza. Le dije que le quería. Que lo sentía. El no maulló. Vi unas huellas de ruedas en la nieve. Hondas y cortas y en diagonal, en el punto donde alguien había pisado el freno a toda prisa y había derrapado sobre el asfalto.

Todo mi dolor se convirtió en indignación. Con un grito de rabia me levanté de un salto y les di de patadas a las huellas de ruedas. Las pisoteé. Escupí en ellas. Agarré la nieve con los dedos calientes y la lancé hacia el cielo. Caí de rodillas y les aticé a aquellas huellas de ruedas los puñetazos más fuertes que pude y mi puño chocó contra el asfalto y me alegré de que me doliera. Se me abrió la piel de los nudillos. Di otro golpe en el asfalto.

Si yo no hubiera ido al concurso de talentos, Roger todavía estaría vivo. Anoche debería haberme dado cuenta de que no estaba en la casa y haber ido a buscarlo y él habría venido hasta mí corriendo y se habría frotado todo él contra mis botas de goma y su pelo habría lanzado destellos a la luz de la luna. Pero yo estaba demasiado ocupado preocupándome por mamá para preocuparme por Roger.

Paré de dar golpes en el suelo. Me puse de pie con las rodillas temblando. Me acerqué a Roger y esta vez su cuerpo muerto no me dio miedo. Quería cogerlo en brazos. No quería dejarlo marchar nunca. Quería hacerle miles de caricias. Darle un millón de abrazos. Decirle todas las cosas que debería haberle dicho cuando él todavía podía oír mi voz. Lo levanté con mucho cuidado del suelo como si fuera una de esas cajas en las que pone SAGRADO. La cabeza se le caía hacia abajo pero yo se la levanté y me la apoyé en el hombro. Coloqué su cuerpo pegado al mío y le acaricié el pelo. Le froté la cabeza y lo acuné suavemente, como hacen las mujeres con los bebés.

Echaba de menos a mi gato. Lo echaba de menos tanto que el fuego de la garganta y el de las mejillas se me extendieron hasta los ojos haciendo que me ardieran también. Me empezaron a gotear. No a gotear. A llorar.

Lloré. Por primera vez en cinco años. Y mis lágrimas plateadas iban cayendo sobre el pelo naranja de Roger.

Capítulo 21

Me horrorizaba que estuviera tan frío. Roger había estado fuera demasiado tiempo. Me abrí la cremallera y me lo apoyé en la camiseta de Spiderman. Luego volví a cerrarme la cremallera para protegerlo de la ventisca y de la nieve que había empezado a caer. Su cabeza asomaba por el cuello de mi cazadora y se la besé con delicadeza. Sus bigotes me hicieron cosquillas en los labios.

Lo llevé a casa. Fui rodeando todas las partes donde había hielo en el asfalto para no resbalarme. A través de las lágrimas no lograba ver la casa pero llegué al camino y entré derecho al jardín de atrás. Ahora le iba hablando todo el rato a Roger, contándole lo de la audición, lo increíble que había estado Jas, cómo yo había entendido por primerísima vez la letra de la canción y cómo eso podría haberme transformado. Le conté que lo que yo quería era que mamá estuviera orgullosa y que por eso, por eso, lo había echado a él del salón. Le expliqué que le había cerrado la puerta porque estaba practicando, y que quería impresionar a mamá porque era un idiota y no me había dado cuenta de que aquello no tenía sentido hasta que ya era demasiado tarde. Susurré
«Mamá es una mentirosa y me ha abandonado y no me va a volver a querer nunca haga yo lo que haga»
. Me habría gustado que Roger ronroneara o maullara para que yo supiera que me había perdonado. Pero estaba mudo.

No sabía qué hacer con mi gato cuando llegué al estanque. No lo quería enterrar. Me imaginé su cuerpo bajo tierra, pudriéndose, y casi me pongo malo. Lo abracé con fuerza, deseando desesperadamente que pudiera quedarse tal como estaba, apretado contra mi pecho, llenándome de sangre la camiseta entera.

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