Authors: Douglas Coupland
Creo que todo el mundo odia y teme las reuniones de marketing por el modo en que éstas te alteran la personalidad. Como tienes que explicar lo que has hecho, tiendes a ahuecar un poco tu trabajo, como se hace con los cojines. Acabas convirtiéndote en una maldita versión agresiva de ti mismo que provoca náuseas. Me he dado cuenta de que en Microsoft todo el mundo mira por encima del hombro a los agresivos pero que nadie se considera agresivo. Deberían verse en esas reuniones, todo fraternidad y alegría. Por suerte, la agresividad parece limitada exclusivamente a las reuniones de marketing. Por lo demás, creo que el Campus es completamente natural.
Ah, y a veces tienes reuniones con broncas. También son divertidas... cuando todo el mundo se dedica a insultar a todo el mundo.
La reunión de hoy trataba de algunas pejigueras relacionadas con la entrega y ha sido espantosamente aburrida. Y luego, casi al final, el mensáfono Motorola de Kent, uno de los tipos de Marketing, se ha disparado encima de la mesa. Zumbaba como un avispón; se ha puesto a vibrar sobre la mesa en una especie de danza macabra. Era algo que te hipnotizaba, como si miraras una tarántula correteando por encima de la mesa. Ha acabado de golpe con la conversación. La ha cortado en seco.
Los músculos de la boca me duelen de tanto sonreir por culpa de la reunión. Y, encima, lo de la boca por culpa de los Cap'n Crunch. Ha sido un mal día bucal.
He llamado a mi madre justo después de la reunión y ha contestado al teléfono mi padre. He oído a Oprah de fondo y he pensado que no era una buena señal. Mi padre parecía optimista, pero ¿no es eso parte del proceso? ¿La negación? Le he preguntado si estaba viendo el
reality show
de Oprah Winfrey y me ha dicho que sólo había entrado en casa para picar algo.
Mi madre se ha puesto en otra extensión y, después de que mi padre colgara, me ha contado que se ha pasado casi toda la noche despierto y que, cuando por fin ha podido cerrar los ojos, no ha dejado de gruñir. Y luego por la mañana se ha vestido, como si fuera a la oficina, y se ha sentado a ver la televisión, de un humor sospechosamente alegre, sin querer explicar sus planes. Luego se ha metido en el garaje y se ha enfrascado en su mundo de las maquetas de trenes.
He aprendido una palabra nueva: «trepanación», practicar un agujero en el cráneo para aliviar la presión sobre el cerebro.
Karla ha aparecido esta mañana en mi despacho —un puntazo— justo cuando iba a identificarme para entrar en mi correo electrónico. Llevaba una gran caja de cartón llena de tazas acrílicas Windows de la tienda de la compañía en el edificio Catorce. «¿Adivinas lo que van a recibir por Navidad todos los habitantes del universo Karla? —me ha preguntado alegremente—. Las venden. —Ha hecho una pausa—. ¿Quieres una, Dan?»
Le he dicho que tomo demasiados cafés y coca-colas y que soy un candidato en ciernes a las estadísticas del cáncer de colon. Le he dicho que me encantaría tener una. Me la ha dado y luego se ha puesto a mirar mi despacho: un monitor NEC MultiSync, un supermonitor Compaq, un cartel enmarcado de Jazz, una pegatina en favor de Mac en el techo y mi foto fetiche en blanco y negro de Steve Ballmer, el VP de Microsoft. «La cosa empezó como una broma —he dicho—, pero ahora está adquiriendo algo así como vida propia. Empieza a ser preocupante. ¿Acabaremos adorándolo?»
Entonces me ha preguntado, con un tono de voz más bajo: «¿Quién es Jed?»
Me había visto teclear la clave, como HAL en
2001
.
Y entonces he cerrado la puerta y le he hablado de Jed y la verdad es que me he alegrado de poder contárselo por fin a alguien.
A media tarde, Bug, Todd, Michael y yo hemos cogido unos refrescos Snapples de la cocina y hemos ido a sacar algunos manuales de la biblioteca, detrás del edificio de Administración. Más que otra cosa ha sido un paseo para respirar un poco de aire fresco.
Llovía bastante, pero Bug ha querido hacer la hazaña habitual. Nos ha hecho cruzar a todos la maleza del bosque del Campus en lugar de seguir el agradable sendero serpenteante que pasa entre los árboles, el sendero de Microsoft que recuerda a los Wookies y los Pitufos entre gaulterias, ciruelos bordes, rododendros, arces japoneses, madroños, arándanos, cicutas, cedros y abetos.
Bug cree que Bill se sienta junto a la ventana en el edificio de Administración y se dedica a mirar cómo cruzan el Campus los empleados. Cree que Bill toma nota de quién evita los caminos y utiliza las rutas más rápidas para llegar de A a B y que luego recompensa a esos intrépidos pioneros con ascensos y acciones, convencido de que sus programas serán igual de innovadores y atrevidos.
Hemos llegado a la biblioteca completamente empapados, con manchas de mahonias en los Dockers y, a la vuelta, nos hemos puesto serios y le hemos dicho a Bug que tenía que dejar de hacer rarezas y endoculturarse y que, por su propio bien, tenía que seguir el camino; ha estado de acuerdo, pero hemos visto que tener que seguir el camino por delante de donde se supone que está el despacho de Bill era algo que lo hacía polvo, lo hacía polvo literalmente.
Todd se ha puesto a tomarle el pelo a Bug y ha sacado el tema de Xerox PARC, con lo cual Bug ha empezado a rezumar amargura y rabia. Bug todavía siente una especie de pesar perpetuo porque Xerox PARC tirara la toalla en tantos proyectos.
Y luego Michael, que había estado callado hasta ese momento, ha dicho: «Eh, si cruzamos por aquí, iremos un poco más rápidos» y se ha salido del camino. A Bug se le salían los ojos de las órbitas; Michael había encontrado un atajo bastante bueno. Justo enfrente del edificio de Administración.
Me doy cuenta de que no he visto una película desde hace seis meses. Creo que la última fue
La pequeña pícara
en el avión a la Macworld Expo y no se puede decir que ésa cuente. Necesito tener una vida propia, ya.
Resulta que Abe tiene inquietudes empresariales. Hemos cenado juntos en la cafetería de abajo
(bamay
indonesio con yogur helado y un café doble). Está pensando en dejarlo todo, meterse a corredor de pixelización y dedicarse a ir de museo en museo comprando los derechos para digitalizar cuadros. Es algo muy propio de un ricachón de Microsoft. Los millonarios de Microsoft son la primera generación de riqueza
nerd
de Norteamérica.
Cuando los microsofteros se hacen ricos, viajan a todas partes: Escocia, Patagonia, Tailandia... Viajes de turismo cultural a lugares exóticos contratados con Conde Nash. Compran muebles de Shaker hechos a mano, Saabs,
delicatessen
japonesas, cristalería Pilchuk, arte indígena y planes de jubilación millonarios.
Los archirricos se construyen en la meseta Samamish casas de ensueño llenas de cachivaches electrónicos.
Gastos discretos, en su mayor parte, cosas nuevas y divertidas. Nadie se compra criptas, por lo que veo; aunque cuando llegue la hora de hacerlo, seguro que serán criptas esmeralda y púrpura, con Gore-Tex sujeto con Velero.
Abe, como la mayoría de la gente de aquí, es un republicano fiscal, pero aparte de eso su sección ideológica está bastante vacía. Por lo que he podido ver, la amortización de las acciones convierte a casi todo el mundo en republicanos fiscales.
El día ha pasado muy deprisa. Ha vuelto la lluvia, lo cual está bien. El verano ha sido demasiado caluroso y demasiado seco para un chico de Washington como yo.
Mañana voy a llevar al trabajo un poco de
yaki soba
, ese plato japonés de verdura y fideos fritos que viene en un recipiente con forma de ovni, y veré si Karla come conmigo. Necesita hidratos de carbono, Skittles y aspartamo: eso no es una dieta adecuada para un programador.
Bueno, en realidad, sí que lo es.
Un pensamiento: a veces las nubes y la luz adoptan formas que nunca habías visto y tu ciudad te parece una ciudad completamente diferente. Este atardecer en el Campus, la gente se paraba en el jardín para contemplar un sol de un tono anaranjado a lo filamento de estufa que atravesaba las nubes cargadas de lluvia.
Me ha llamado la atención. Y ha hecho que me diera cuenta de que el sol está efectivamente hecho de fuego. Ha hecho que me sintiera como un animal, como si no fuera un ser humano.
He trabajado hasta la 1.30. Al volver, Abe estaba abajo, en su microdestilería del garaje, revolviendo cosas entre los montones de muebles cedidos por los padres: trastos tan feos que ni siquiera cumplen las exigencias decorativas mínimas de las habitaciones de los pisos superiores, pilas de palos de golf, bicis de montaña y una hilera de maletas, agazapadas como galgos a la espera de la palabra ¡YA!
Bug estaba encerrado en su cuarto, pero por el olor se adivinaba que había calentado en el microondas algún estofado de la marca Dinty Moore y se lo estaba comiendo.
Susan estaba en el salón, dormida delante de un episodio grabado de
Seinfeld
.
Todd estaba doblando camisas obsesivamente en su habitación.
Michael estaba releyendo
Las crónicas de Narnia
por octogésima séptima vez.
Una agradable noche como tantas otras.
Me he metido en mi habitación, en la que, como en los seis dormitorios de la casa, apenas cabe algo más que la cama; las paredes están recubiertas de estanterías «Billy» de IKEA llenas de libros, un equipo de música, carteles de jazz y calendarios de la organización ecologista Sierra Club. En la mesa hay una caja de antidescongestionante Sudafex y un montón de piedras de una playa de Oregón. Mi PC está conectado por módem con el Campus.
Me he tomado un Tab (una de las preferencias de Bill) y unas palomitas de maíz hechas con el microondas y he recuperado un poco el trabajo pendiente.
Bueno, al final la teoría de Bug Barbecue podría ser correcta. Michael ha recibido hoy una invitación para comer con (joder, casi no puedo teclear las letras...) ¡B-B-B-B-B-I-L-L!
La noticia ha recorrido el edificio Siete cual fogonazo a eso de las 11.30. Ni que decir tiene que, a los pocos segundos de enterarnos, nos hemos precipitado al despacho de Bug como perritos, tropezando con el amasijo de pistolas de soldar, cables, cajas para disquetes y cajas de compactos vacías. Por supuesto, se ha quedado hecho polvo. Nos hemos dedicado a meternos con él:
«¿Sabes lo que te digo, Bug? El factor decisivo habrá sido que Michael saltara la pequeña valla y encontrara ese atajo increíble. Seguramente Bill vio ese ramalazo de genialidad, y me apuesto lo que quieras que ahora va a darle a Michael un grupo de producción propio. No tenías que habernos hecho caso, tío. Somos unos perdedores. Nunca llegaremos a nada. Mira a Michael, él sí que es un ganador.»
En realidad, lo probable es que la invitación esté relacionada con el programa que Michael escribió el viernes pasado, cuando se bunkerizó en su despacho, pero eso no se lo hemos dicho a Bug.
Durante las dos horas que Michael ha estado fuera, el tiempo ha pasado muy despacio. La curiosidad ha sido insoportable y estábamos todos aturdidos y nerviosos. Hemos salido de nuestros despachos al pasillo de enjaulado capricho, entre viñetas de
The Far Side
pegadas a las ventanas, esculturas de latas de Pepsi pegadas a las paredes y tiburones hinchables colgando del techo, todo ello iluminado con favorecedoras luces de amplio espectro.
Hemos cedido a uno de nuestros relajantes frenesíes comunitarios semanales: hemos mangado unos rollos de plástico de burbujas del almacén y nos hemos dedicado a rodar sobre él con las sillas, haciendo estallar cientos de bolitas de plástico cada vez. Hemos hecho trolls de plástico y los hemos castigado con hierros del 5, lanzándolos por el pasillo e incrustándolos en las paredes de aglomerado y los paneles del techo. Luego, nos hemos puesto a beber Tabs y a divagar cargándonos la tecnología de los CD interactivos (Todd: «Antes usaba el sistema CDI de Philips; es como leer un libro de ilustraciones con todas las páginas pegadas.»)
Al final, ha vuelto Michael; ha pasado de largo delante de todos, ajeno a la sensación que causaba su presencia, y ha entrado en su despacho. Me he acercado a su puerta.
«Hola, Michael. —Pausa—. Bueno, ¿qué?»
«Hola, Daniel. Tengo que coger un avión para ir a Cupertino esta noche. Me han hecho una especie de encargo Macintosh.»
«Bueno, ¿cómo... es... él?»
«Ah, bueno... eficiente. La gente se olvida de que es médica y biológicamente un genio. De su boca no ha salido ni un hum ni un ah en todo el almuerzo; ningún despilfarro cerebral. Una verdadera inspiración para todos nosotros. Le he explicado mi idea de las comidas planas de los Flatländer, y entonces nos hemos puesto a hablar de bebidas, que suelen consumirse con una paja, de un modo lineal, unidimensional (y por lo tanto no bidimensional). La verdad es que las bebidas son un auténtico problema en mi nuevo estilo alimentario de los Flätlánder, Daniel.
»Pero entonces, Bill... —(¡obsérvese la familiaridad!)— ha señalado que la unidimensionalidad es perfectamente compatible con un universo bidimensional. ¡Es algo tan obvio que no me había dado cuenta! Está bien que él sea el jefe. Ah, Daniel, ¿me prestas tu maleta? En la mía tengo todas las piezas de mis viejos laberintos Habitrail para jerbos y no quiero sacarlas y tener que volver a empaquetarlas de nuevo a la vuelta.»
«Claro, Michael.»
«Gracias. —Ha arrancado el ordenador—. Creo que es mejor que me prepare para el viaje. ¿Dónde habré guardado ese archivo? ¿Crees que Lucille Ball me habrá tocado la información? Bueno, Daniel, hablamos luego, ¿vale?» Ha buscado algo debajo de una caja que contenía el juego de memoria Milton-Bradley.
Luego ha alzado la vista y me ha lanzado una mirada de «Quiero volver al mundo controlable y seguro de mi ordenador». Es algo que hay que respetar, así que yo y todos los demás lo hemos dejado solo en el despacho, cuqueando en su alfombrilla, sabiendo que Michael, como una joven belleza sacada de una pequeña ciudad de Nebraska por un tipo de Hollywood, no tardaría en abandonar nuestras brumas en pos de aires más embriagadores y que no volvería nunca más.
Ha llamado mi madre. Más noticias sobre mi padre: tras pasar otra noche sin pegar ojo, se ha vestido como para ir al trabajo y se ha metido otra vez en el garaje a trabajar con sus maquetas de trenes. Cuando mi madre intenta hablarle del despido, adopta un aire jovial y abandona el tema diciendo que todo saldrá bien.
Sin embargo, no tiene detalles. No tiene imágenes de lo que va a venir a continuación.