Mirrorshades: Una antología cyberpunk (10 page)

Read Mirrorshades: Una antología cyberpunk Online

Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors

Tags: #Relato, Ciencia-Ficción

BOOK: Mirrorshades: Una antología cyberpunk
2.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

Entonces vino el Krait, deslizándose sinuosamente con el sonido, entrando y saliendo. No importaban sus mejillas tatuadas, no, sólo eran un anzuelo para los tontos. Sabía, no lo hubieras imaginado, pero sabía.

Pesopluma, un tipo silencioso, llevaba la melodía y primera armonía. Muy malo. Pesopluma era un desastre, pero no sabía qué hacer o a dónde ir cuando se metió en este asunto, estaba huyendo hacia adelante con la melodía, como si fuera el «S. S. Suicidio»
[4]
.

¡Dios! Si me iban a violar, ¿no podían haberme conseguido a alguien más adecuado? Los otros cuatro continuaron, negándose a perdérselo, y tuve que hacerlo lo mejor posible para todos nosotros. Algo vulgar, no demasiado original, pues Pesopluma no estaba haciendo rock. Era un crimen, pero todo lo que podía hacer era agarrarlos y sacudirlos. Dioses del rock en manos de una pecadora furiosa.

Nunca estuvieron mejor. Un pequeño cambio que les daba un atisbo de lo que sería tener un montón de pasta. Si no hubiera sido por Pesopluma, lo hubieran logrado. Ahora hay más grupos que nunca, y todos ellos están seguros de que si tuvieran el pecador adecuado a su lado, derribarían la luna con su rock.

Quizás la hicimos vibrar un poco antes del final. ¡Pobre Pesopluma!

Les di más de lo que se merecían, y ellos también se dieron cuenta. Por eso, cuando les supliqué, me mostraron respeto y finalmente me dejaron ir. Sus técnicos fueron amables conmigo, sacando las conexiones de mi pobre cabeza, latiendo por el exceso, con el corazón roto, y cubrieron los implantes. Tenía que dormir y me lo permitieron. Oí a un hombre decir:

—Esto sí es una grabación; va directa. Hay que darse prisa para distribuirla. ¿Dónde diablos encontrasteis a esta pecadora?

—Sintetizadora —murmuré ya en sueños—. La palabra auténtica, chico, es «sintetizadora».

Viejos y locos sueños. Estaba de vuelta con Hombre-de-Guerra en la gran California, y lo abandonaba de nuevo, que básicamente era lo que había pasado, pero ya sabes cómo son los sueños. La mitad de su salón estaba al aire libre, la otra mitad cubierto y todas sus paredes, abombadas. Hombre-de-Guerra estaba casi sin ropa, como si se le hubiera olvidado acabar de vestirse. Oh, pero eso no pasaba nunca. ¿Hombre-de-Guerra olvidando siquiera una lentejuela o un adorno? Le encantaba actuar, como al Krait.

—Nunca más —decía yo, y él contestaba:

—Pero tú no sabes hacer otra cosa. ¿No la estarás cagando?

—Chicos, en la gran California nadie la caga, como mucho echan zumo.

—Tu contrato dura otros dos años y tengo la exclusiva, siempre tengo la exclusiva. Y te encanta, Gina, lo sabes, no te sientes bien sin esto.

Y luego hubo una vuelta hacia atrás en el tiempo, y estaba de nuevo en el «tanque» con todos mis implantes enchufados, haciendo rock, mientras Hombre-de-Guerra y sus máquinas lo grababan todo, sonido y visión, para que todos los «niños-tv» del mundo pudieran tocarlo en sus pantallas siempre que quisieran. Olvídate de la carretera y olvídate de los espectáculos, demasiado follón, y, además no tienen comparación con las cintas, nunca son tan excitantes, incluso aunque tengan los mejores efectos especiales de láser, naves espaciales, explosiones; nada tan bueno. Y las cintas a su vez tampoco eran tan buenas como el material en la cabeza, visiones de rock and roll directamente de tu mente. Sin necesidad de horas y más horas de montaje en el estudio. Pero tenías que hacer que todo el mundo en el grupo soñara de la misma manera. Necesitabas una síntesis, y para eso, conseguías un sintetizador, no el antiguo, el instrumento musical, sino algo, alguien, para dirigir el grupo, para golpear en las pequeñas almas alimentadas por el tubo de rayos catódicos, para mecerlos y hacerlos rodar
[5]
de tal manera que ellos nunca podrían hacerlo por sí mismos. Y así cualquiera podía ser un héroe del rock and roll. ¡Cualquiera!

Al final, no tenían que tocar instrumentos a no ser que se quisiera, y además, ¿para qué molestarse? Dejemos que el sintetizador guíe su imaginación y los suba al Monte Olimpo.

Sintetizador. Sintecador. Pecador.

No todo el mundo puede hacerlo, pecar por el rock and roll. Y yo puedo.

Pero no es lo mismo que saltar toda la noche con el típico grupo de bar que todavía nadie conoce... Hombre-de-Guerra apareció de nuevo en su abombado salón y me dijo:

—Tú me has reventado las paredes de mi casa con tu rock. Nunca te dejaré ir.

Y yo dije:

—Me voy.

Luego aparecí fuera, corriendo al principio, porque él vendría tras de mí a toda velocidad. Pero debí de perderlo, y entonces alguien me agarró del tobillo.

Pesopluma trajo una bandeja, era una hermanita de la caridad. Se golpeó en la rodilla contra una pata de la cama y me incorporó despacio. Ella se levanta de su tumba, no puedes acabar con una buena pecadora.

—Toma —dejó la bandeja en mi regazo y acercó una silla. Me dio un cuenco con una especie de sopa espesa, con galletitas integrales para que las partiera y las pusiera dentro—. Pensé que te gustaría algo suave y sencillo —cruzó su pie izquierdo sobre la pierna derecha y lo estuvo mirando durante un buen rato—. Nunca me habían roqueado, nunca de esa manera.

—No te hace falta, no importa quién te roquee en este mundo, sea quien sea. Corta y déjalo, conviértete en un representante. El dinero
de verdad
está en ser representante.

Se mordió, el pulgar.

—¿Siempre puedes saberlo?

—Si los Stones volvieran mañana, no serías capaz ni de llevar el ritmo con el pie.

—¿Qué tal si ocuparas mi lugar?

—No soy un payaso. No puedes pecar y hacer la coreografía al mismo tiempo. Ya se ha intentado.

— Tú
podrías. Si es que hay alguien que puede hacerlo.

—No.

Su rubio flequillo le cayó sobre la cara, y él lo retiró de nuevo.

—Tómate la sopa. Quieren que vuelvas enseguida.

—No —me toqué el labio inferior, hinchado como una salchicha—. No pecaré para Hombre-de-Guerra y no lo haré para vosotros. Por favor, sacúdeme un implante y provócame una afasia.

Así que se fue pero volvió con todo un ejército de técnicos y esbirros, que vertieron la sopa dentro de mi garganta y me dieron una dosis. Luego me llevaron al tanque para conseguir que éste fuera el año de la explosiva revelación de Malnacida.

Supe, tan pronto como salió la primera cinta, que Hombre-de-Guerra captaría mi aroma.

Estaban haciendo funcionar la maquinaria para mantenerme lejos de él. Y me cuidaron bien, en la habitación donde su antiguo pecador había cumplido su pena, me dijo la dama. Su pecador también vino a verme. Pensé: veneno goteando de sus colmillos, amenaza de muerte. Pero era sólo un tipo de mi edad con un montón de pelo para ocultar sus implantes (a mí nunca me importó, no me preocupaba que se vieran). Sólo vino a presentarme sus respetos, ¿que cómo aprendí a hacer rock de la forma en que lo hacía?

¡Idiota!

Me cuidaron bien en aquella habitación. Borracheras cuando quería y una dosis para volver a estar sobria, otra dosis de vitaminas, y otra más para quitarme los malos sueños. Dosis, dosis, dosis, estaba completamente ciega todo el día. Tenía marcas como los antiguos B&O y ni siquiera ellos sabían qué quería decir con eso. Se deshicieron de Pesopluma, consiguieron a alguien más apropiado, alguien con quien pudiera salir y hacer ejercicio, una chica esbelta de dieciséis años con la cara de una mantis religiosa. Y ella rockeaba y yo rockeaba y todos rockeábamos hasta que Hombre-de-Guerra vino y me llevó de vuelta a casa.

Entró pavoneándose en mi habitación, con todo su plumaje, con su pelo cardado (para ocultar sus implantes), y dijo:

—¿Quieres presentar cargos, Gina querida?

Bien, entonces discutieron alrededor de mi cama. Cuando Malnacida dijo que ahora yo era suya, entonces, Hombre-de-Guerra sonrió y dijo:

—Así es, pero resulta que yo
te
he comprado a ti. Ahora tú también eres mía del todo. Tú y tu pecadora. Mi pecadora —era verdad. Hombre-de-Guerra lanzó a su compañía a comprar Malnacida, justo después de que saliera la primera cinta. El trato estaba cerrado para cuando terminamos la tercera, y ellos nunca lo supieron. Las compañías estaban comprando y vendiendo todo el tiempo. Todo el mundo estaba en apuros, excepto Hombre-de-Guerra. Y yo, según dijo. Hizo que todos se marcharan y se sentó en mi cama para confirmarme mi relanzamiento—, Gina... —¿has visto alguna vez miel extendida sobre el filo de una cuchilla de diente de sierra? ¿Alguna vez has oído hablar de algo así? Él no podía cantar sin hacer daño a alguien, y tampoco podía bailar, pero podía rockear por dentro, sólo si yo rockeaba para él.

—No quiero ser una pecadora, ni para ti ni para nadie.

—Todo te resultará diferente cuando vuelvas a «Si Ei»
[6]
.

—Quiero ir a un bar de mala muerte y agitar mis sesos hasta que se salgan por los implantes.

—Nunca más, querida. Por eso estás aquí, ¿no es así? Todos los bares han desaparecido, y también los grupos. Los últimos, hace años. Todo está aquí arriba, aquí arriba —se dio unos golpecitos en las sienes—. Eres una anciana dama, no importa cuánto me esfuerce en mantener joven tu cuerpo. ¿Acaso no te doy de todo? ¿No te he dicho que tengo de todo?

—No es lo mismo. No se suponía que me pondrías en un tubo catódico para que la gente me
mirara.

—Pero, amor, esto no significa que el rock duro se haya muerto.

—Pero tú lo estás matando.

—Yo no. Tú sí intentas enterrarlo en vida. Pero te mantendré en activo durante mucho, mucho tiempo.

—Pues me escaparé otra vez. O bien haces rock and roll por tu cuenta o lo dejas, pero no lo sacaré más de mí. Este no es mi estilo, no es mi época. Como dijo aquél: «Yo no vivo en el presente».

Hombre-de-Guerra se rió.

—Y como dijo aquel otro: «El rock and roll nunca olvida».

Entonces llamó a sus esbirros y me llevó a casa.

[1]
Así se denomina a un subgénero de literatura fantástica que se desarrolla en una Edad Media alternativa. (N. de los T.)

[2]
La autora hará un juego de palabras entre sinner (pecadora) y synthetizer (sintetizador), que creará el término synner (que, además, es el título de una de las novelas de la autora). De ahí el uso, en el texto, de «sintetizadora». «sintecadora-y-pecadora. (N. de los T.)

[3]
To rock también significa «mecer». To rock the craddle: «mecer la cuna». La autora juega con esos significados. (N. de los T.)

[4]
«S. S.» es la abreviatura para steam ship. «barco de vapor». (N. de los T.)

[5]
Rock and roll, que se puede traducir como «mecer y rodar». (N. de los T.)

[6]
Es la pronunciación transcrita en inglés de «CA». California. (N. de los T.)

CUENTOS DE HOUDINI

- Rudy Rucker -

Rudy Rucker, profesor titular de informática en la Universidad Estatal de San José, quizás sea el visionario más salvaje de la ciencia ficción que escriba en la actualidad. Nada a contracorriente de las tendencias de muchos científicos que escriben ciencia ficción, pues su obra no refleja las minucias de la tecnología «dura», sino las visiones radicales extraídas de los límites esotéricos de las matemáticas. Novelas tan ampliamente aclamadas como White Light y Software obtienen su imaginativo poder de los estudios de Rucker sobre teoría de la información, topología multidimensional y conjuntos infinitos.

Pero el trabajo de Rucker no está lastrado por la aridez de la filosofía; por contra, nos muestra una humanidad cercana de carne y hueso. Y su habilidad narrativa junto a su fértil imaginación se extienden más allá de las obras imbuidas de ideas metafísicas. El siguiente relato es una fantasía breve pero perfectamente construida. Seleccionado de su colección de relatos, The 57th Kafka, muestra su osada originalidad inventiva al más alto nivel de hilaridad.

Su último libro de divulgación científica, Mind Tools, es su cuarta obra de no ficción, y trata de las raíces conceptuales de las matemáticas y de la teoría de la información.

Houdini está arruinado. El circuito de vodevil está acabado en los escenarios de esta gran ciudad. Mel Rabstein, de «Noticias Pathé», le llama, buscando un número nuevo.

—Dos grandes por adelantado más el tres por ciento de los beneficios de la gira.

—Hecho.

La idea es conseguir un sacerdote, un rabino y un juez que permanezcan delante de la cámara con Houdini en todas las grandes escenas. Será un largometraje y se proyectará en la cadena de cines de Loew. Lo único que Houdini sabe seguro es que serán fugas difíciles, sin advertencias previas.

Todo comienza a las cuatro de la mañana del 8 de julio de 1948. Irrumpen en casa de Houdini en Levittown. El vive allí con su madre inválida. Escena primera de un sacerdote y un rabino tirando la puerta con sus negros zapatos de suela gruesa. Luz natural. La película tiene grano, da saltos, cinema verité no-puedo-evitarlo. Todo es de verdad.

El juez sostiene un pequeño recipiente de cera y sellan los ojos, oídos y agujeros de la nariz de Houdini, su oscuro y misterioso rostro es cubierto antes de que despierte del todo y él se relaja a la espera de los acontecimientos, abandonando todo sueño de intentar algo. Houdini está listo. Lo atan con vendajes de primera clase y esparadrapo; parece una momia, un cigarro White Owl.

Eddie Machotka, el cámara de Pathé, resume el tiempo hasta la pista aérea. Rueda una toma cada diez segundos, por lo que la media hora de trayecto se reduce en pantalla a dos minutos. Mal iluminada, con los ángulos equivocados, pero, aun así, convincente.
No hay cortes.
En la parte de atrás del Packard, sobre las piernas del sacerdote, del rabino y del juez, está Houdini, como una rebanada de pan con la corteza de esparadrapo, botando en el tiempo condensado.

El coche se mete directamente en la pista aérea, cerca de un bombardero B-15. Eddie salta afuera y filma a los tres sagrados testigos descargando a Houdini. Panorámica del avión. Hay una inscripción,
LA
SUCIA DAMA, cerca del morro.

¡La Sucia Dama! Y no son pilotos apolillados o reservistas los que la pilotan. ¡Es papaíto Johnny Gallio y sus Perforadores Volantes-A! ¡Olvídate! Johnny G. fue el as más condecorado del frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y volando con él, Jones Ruedas Lustrosas y ni más ni menos que Max Moscowitz el Quejas en la parte de atrás. Johnny G. baja de la cabina, ni muy deprisa ni muy despacio, al ritmo justo, con su cazadora de vuelo marca Johnny. Max el Quejas y Ruedas Lustrosas salen por la escotilla de la bodega de las bombas, riendo y listos para rodar.

Other books

One Is Never Enough by Erica Storm
A Betting Man by Sandrine Gasq-Dion
Dark Place to Hide by A J Waines
Dear John by Nicholas Sparks
Lady Margery's Intrigues by Marion Chesney
Panther's Claim by J.L. Oiler
Can't Touch This by Marley Gibson