Mirrorshades: Una antología cyberpunk (13 page)

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Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors

Tags: #Relato, Ciencia-Ficción

BOOK: Mirrorshades: Una antología cyberpunk
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Slash dice a los otros Hermanos dónde buscar y dónde comprobar. Nos despedimos. Encontramos las escaleras del túnel de metro más próximo y bajamos a los oscuros andenes, donde hay cadáveres descansando a la espera del último tren.

Ahuyentamos a las ratas del túnel. Están más gordas y agresivas que nunca, pero nuestras luces las mantienen alejadas.

—¿Todavía conservas esa perversa cuchilla?

—¿Esta nena? —HiLo mueve su brazo sano y un escalpelo cae en su mano.

Los ojos de Slash se congelan sobre ella, y su boca se estrecha.

—Quizás la necesites —dice.

—Vale, Hermano —e HiLo la hace desaparecer.

Ahora me imagino cómo debió de ser aquello.

Pasamos por unos cuantos andenes más antes de subir de nuevo. Nos hemos movido más rápido que por la superficie, y ahora estamos cerca de un extremo de Ciudad Diversión.

—Por aquí —HiLo señala más allá de las colmenas partidas. Veo mensajes escritos en los muros derruidos. ¿Señales Galrog?

—Espera —dice Jade—, me muero de hambre.

Hay una tienda de licores a una manzana. Levantamos y giramos la puerta; es tan fácil como romper un brazo. Nada se mueve dentro ni en la calle cuando nuestras luces se deslizan sobre las filas de botellas. El lugar huele a alcohol y me emborracho sólo de olerlo. Encontramos patatas fritas y chocolatinas que han sobrevivido bajo el mostrador, y las engullimos mientras volvemos hacia la puerta.

—¿Dónde está el escondite de las Galrogs? —dice Jade, acabándose una tableta 5a Avenida.

Justo entonces oímos ese golpecito sordo. Ese que susurra «muerte». Una banda nos hace saber que nos ha rodeado.

—Retroceded —dice HiLo.

—No —dice Slash—. Basta de esconderse.

Vamos despacio hacia la puerta y miramos hacia fuera. Las sombras se despegan del muro y salen por las bocas de los callejones. Estamos estrechamente cercados.

—Bajad vuestras cuchillas, Hermanos.

Nunca he peleado con las Galrogs. Veo por qué Slash nos mantiene atrás. Están armadas hasta los dientes con estrellas, arpones, pistolas y bates. Incluso desarmadas parecerían fieras con sus ojos pintados con llamas, sus moños truncados y teñidos de una docena de colores, y sus tatuadas geometrías irisadas a lo largo de la cara. La mayoría viste de negro, todas llevan patines con cuchillas entre los dedos del pie.

Ocultan sus sentimientos hacia nosotros tras una muralla de silenciosas amenazas.

Oímos una voz suave:

—Salid si queréis seguir respirando.

Salimos, manteniéndonos juntos mientras las chicas nos rodean de cerca. Entonces Jade eleva su linterna, pero una Galrog de mejillas tatuadas con triángulos azules y un moño púrpura y rubio se la tira dándole un golpe en la mano. La linterna sale girando en la oscuridad como un enloquecido chorro de luz. No hay arañazos en los dedos de Jade. Mantengo mi linterna baja.

Una enorme Galrog patina hacia delante. Parece un cognirrobot, cargada de baterías, con alambres que recorren sus brazos de arriba abajo y atraviesan su pelo afro del cual cuelgan cascabeles y pedazos de vidrio. Tiene una torreta láser atada a la cabeza y un disparador en cada mano.

Nos mira a mí y a Jade de arriba abajo, luego se dirige a los embaucadores.

—Embaucador HiLo y embaucador Slash —dice—. Bonita pareja.

—Abrevia. Bala —dice Slash—. Los territorios están acabados.

—Ya entiendo —ella sonríe con sus dientes ennegrecidos con ácido—. Los Hewies fueron machacados aquí al lado y ahora tenemos más sitio para jugar.

—Podéis divertiros todavía un día o dos —dice HiLo—. Pero los que los reventaron volverán por vosotras.

—Los edificios al reventar acabaron con ellos. El final que aplastaría al mundo vino y se fue. ¿Dónde estabais vosotros?

—Hay una nueva banda jugando en Ciudad Diversión —dice HiLo.

Los ojos de Bala se convierten en dos ranuras.

—¿Ahora queréis rollo con nosotras?, ¿eh? ¡Menudo ligue!

—Los Chicos de la 400 —continúa Jade.

—¡Suficiente para teneros ocupados! —ríe y patina haciendo un semicírculo—. Es posible.

—Están apoderándose de Ciudad Diversión por territorios, quizás van a por todos. No juegan limpio, no han oído hablar nunca de una diversión limpia.

—Basura —dice ella, y agita su pelo, haciendo sonar los cascabeles—. Os disteis el piro, tíos.

Slash sabe que ahora ella le escuchará.

—Estamos llamando a todas las bandas, Bala. Ahora tenemos que salvar nuestros pellejos y eso significa que necesitamos encontrar más escondites, hacer que más embaucadores sepan lo que pasa. ¿Estás en esto con nosotros o no?

—Aplastaron a los Soooooots en treinta segundos —dice HiLo.

Desde el centro de la ciudad una onda de choque atraviesa la calle como la punta de un látigo. Nos pilla a todos por sorpresa y nuestras vigilantes caen al suelo; Galrogs, Brothers, Soooooots, todos tenemos miedo a esos destructores. Esto nos une al instante.

Cuando el impacto pasa, nos miramos entre nosotros con los ojos bien abiertos. Todas las silenciosas amenazas de las Galrogs desaparecen. Entonces comprendemos que debemos permanecer juntos.

—Llevemos a estos chicos a casa —dice Bala.

—¡Sí, mami!

Con un rodar de patines, las Galrogs empiezan a moverse.

Nuestra bien armada escolta nos conduce por medio de un laberinto de pistas de patinaje abiertas entre los escombros.

—¿Chicos, eh? —oigo que Bala dice a los otros embaucadores—. Creímos que eran otra cosa.

—¿Qué creísteis?

—Dioses —dice Bala.

—¡Dioses!

—Cosas divinas, materia de la mente. La Vieja Madre miró en el espejo y vio una enorme hoguera alimentada con ciudades. ¿Os acordáis de cuando la burbuja aún no había caído? Había guerras en el sur, extraños bombardeos cayendo como tiras de petardos. ¿Quién sabe lo que se cocía en ese fuego?

»La Vieja Madre decidió que había llegado el fin del mundo, el tiempo para que los que están fuera entren por sus grietas. Juntaron toda esa energía y la moldearon en una masa. Luego comenzaron a darnos sustos provocando tormentas, aplastando todo. ¿Y qué mejor sitio para aplastar que Ciudad Diversión?

—¿El fin del mundo? —dice HiLo—. Entonces, ¿por qué están todavía aquí?

Bala ríe.

—Tú, bruto, ¿cómo es que conseguiste ser un embaucador? Nada termina nunca, nada.

En diez minutos llegamos a la pirámide gigante de un hipermercado, con las lunas de sus escaparates inferiores reemplazadas por pilas de escombros. Bala silba y las puertas dobles se abren girando.

—Vamos adentro.

Lo primero que veo son cajas de suministros amontonadas en los pasillos, cocinas encendidas, camas plegables y pilas de mantas. Veo también a alguna gente que no puede ser Galrog, niños y unos pocos adultos.

—Hemos recogido algunos supervivientes —dice Bala—. La Vieja Madre nos dijo que debíamos hacerlo —y se encoge de hombros.

He oído que la Vieja Madre es una anciana. Sobrevivió a las plagas y se puso del lado de las bandas. Debe de estar arriba, mirando en su espejo y murmurando.

Slash e HiLo se miran entre sí. No podría decir qué piensan. Slash se vuelve hacia mí y hacia Jade.

—Vale, Hermanos, tenemos trabajo que hacer. No os vayáis lejos.

—Vamonos a dormir a algún sitio —dice Jade. La sola visión de las camas y las mantas nos hace sentirnos cansados.

Bala señala unas escaleras mecánicas que no funcionan.

—Enséñales el camino, Shell —la Galrog con el moño rubio a mechas rojas se adelanta por un pasillo y salta los primeros cuatro escalones de la escalera mecánica. Corre hasta arriba sin dejar de brincar y nos mira riendo.

—Es un ángel —dice Jade.

Hay más Galrogs arriba. Algunas chicas roncan envueltas en mantas a lo largo de los muros.

Shell mueve sus caderas y se ríe.

—Nunca he visto a los Hermanos en un hipermercado.

—Oh, mi mami solía comprar aquí —dice Jade mientras la mira de arriba abajo.

—¿Qué vendría a comprar? ¿A tu papá?

Jade cierra el puño sacando el pulgar y lo agita con una amplia sonrisa. Las otras chicas se ríen pero Shell no. Sus ojos azules se oscurecen y sus mejillas enrojecen bajo los triángulos azules. Yo agarro a Jade del hombro.

—No pierdas el tiempo —dice otra Galrog.

—Te sacaré la información —dice Shell y saca una cuchilla—. De una forma bonita y limpia.

Tiro del brazo de Jade y él lo deja.

—Venga, coged mantas —dice Shell—. Os podéis acostar por allí.

Llevamos las mantas a una esquina, nos envolvemos con ellas, y nos dormimos juntos. Sueño con humo.

Todavía está oscuro cuando Slash nos despierta.

—Vamos, Hermanos, tenemos un montón de cosas que hacer.

Las cosas se han movido, podemos comprobarlo. Las Galrogs conocen los escondites de bandas de las que nunca antes habíamos oído hablar, incluso algunas de fuera de Ciudad Diversión. Los corredores han estado toda la noche activos, y ahora las cosas se están moviendo. Desde el norte y el sur de la ciudad, en un amplio círculo alrededor de la 400, han llamado a todo el que podía venir.

Sobre las colmenas o bajo las calles, por alcantarillas, avenidas, callejones, cerramos un estrecho círculo sobre la 400, donde los Soooooots tenían su territorio de limpia diversión. Desde la calle 1 hasta la 1.000, de Bayview hasta Riverrun Boulevard, los escombros se remueven y los túneles de metro se llenan de gente, al tiempo que Ciudad Diversión se pone en marcha. A los Hermanos y las Galrogs se unen los Ratbeaters, Drummers, Myrmies, Kingpins de Piltown, Renfrew y Upperhand Hills. Los Diablos se mezclan con los Chogs, Cholos, Sledges y Trimtones, Jipjaps y los A-y-Marías. Además están los Tints, Chix, Rocko-boys, Gerlz, Floods, Zips y Zaps. Más de las que puedo recordar.

Somos una sola banda, la banda de Ciudad Diversión, y todos los nombres significan lo mismo.

Nosotros, los Hermanos, caminamos hombro con hombro con el último de los Soooooots entre nosotros.

Subiendo las escaleras del metro, llegamos a una superficie ennegrecida, arrasada. Parece el fin del mundo pero todavía estamos vivos. Durante un minuto, apenas puedo respirar, pero sigo avanzando y dejo que hierva mi ira.

Arriba, los Chicos de la 400 dejan de hacer ruido, hasta que sólo se oye algo parecido al sonido de un horno encendido.

Hacia la 359, nos dispersamos por calles laterales hacia el territorio de los Chicos.

Cuando alcanzamos la 398, el fuego brota de las colmenas de enfrente. Hay un sonido como el de un rascacielos dando su primer paso. Se oye el eco de un aullido entre las torres que luego baja hasta la calle.

En la siguiente esquina, veo un brazo que sale entre los escombros. Alrededor de la muñeca, el puño tiene un jaspeado de rojo y negro.

—Vamos a por ellos —dice HiLo.

Entramos en la 400 y nos quedamos paralizados.

Las calles que conocíamos han desaparecido. El cemento ha sido reducido a grava y cascotes, pulverizado contra el suelo. Las pirámides de colmenas son pequeños volcanes que despiden humo, escupen fuego y provocan negras quemaduras sobre la tierra rota. Bajo el cielo vacío, las torres se inclinan alrededor de los volcanes en erupción, como si quisieran calentarse.

¿Estarán los Chicos de la 400 construyendo una nueva ciudad? Si es así, será peor que la muerte.

Más allá de los incendios podemos ver los restos de Ciudad Diversión. Sentimos a las bandas por todos lados, conectados en un mismo palpitar, unidos por un mismo aliento.

HiLo ya ha visto algo de esto antes, pero no tanto. No derrama lágrimas esta noche. Camina delante de nosotros para permanecer en la sombra, alejado del fuego. Levanta la cabeza y grita:

—¡Ehhhhhhh!

Un cráter erupciona entre los monstruosos edificios ahogando su grito con un estruendo terrible.

—¡EH, VOSOTROS, LOS CHICOS DE LA 400!

Las inclinadas farolas vuelven a medias a la vida. Sobre mi cabeza, una explota con un relámpago.

—¡Este es nuestro territorio, Chicos de la 400!

Las Galrogs y los Trimtones golpean los coches volcados. Esto hace que fluya mi sangre.

—Habéis derribado nuestras colmenas, vosotros, Chicos. Habéis violado nuestra ciudad.

Nuestro mundo, y pienso en la luna y mis ojos se humedecen.

—¿Y qué?

Las farolas se apagan. La tierra tiembla. Los cráteres rugen y vomitan sangre caliente sobre los edificios. La oigo sisear mientras gotea. Un trueno habla entre las torres.

—¡Apuesto a que nunca habéis crecido!

Ahí vienen.

De golpe aparecen más edificios en la calle. Al principio pensé que eran nuevos edificios pero son los Chicos
grandes,
al menos los de la 400.

Los Chicos de la 400 entran como un trueno en nuestra calle. Retrocedemos entre las sombras, hacia escondites que sólo nosotros podemos alcanzar.

Los primeros Chicos agitan cadenas con eslabones del tamaño de pistas de patinaje. Saltan algunas de las partes altas de las colmenas cercanas. Los Chicos no pueden sacarnos desde allí arriba, pero pueden enterrarnos bajo los escombros.

A pesar de su tamaño parecen tener sólo seis o siete años, pues conservan aún la gordura de los bebés en sus grandes y sudorosas caras. Sus ojos tienen el vicioso brillo de los chicos a esa edad cuando arrancan las patas a los insectos con una risa salvaje, pero perplejos y asustados de lo que están haciendo con sus propias manos. Por eso parecen doblemente letales. Están ardiendo con la fiebre amarilla.

Parecen más asustados que nosotros. Nuestro miedo ha desaparecido al convertirnos en una única banda. Los alcanzamos cuando cargan, proyectando nuestro poder desde todos lados. Cantamos, pero no sé si hay palabras en nuestra canción. Es un grito. Podría significar: «Venid a por nosotros si podéis, Chicos, venid, pero con nuestro tamaño». Saco fuerzas de ella, todos las sacamos. Detenemos el fuego, apagándolo, y enviándolo bajo tierra a través de nuestros pies.

Los Chicos empiezan a reírse y a buscarnos. Parecen estar encogiéndose hacia dentro. Los más cercanos comienzan a reducirse de tamaño a cada paso.

Absorbemos y escupimos su fiebre. El fuego pasa a través de nosotros. Nuestro grito nos hace estar sincronizados.

Los Chicos siguen haciéndose más pequeños a cada momento, más pequeños y enfermos. Los niños pequeños nunca saben cuándo parar. Continúan incluso cuando se están quemando.

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