Read Misterio del gato comediante Online
Authors: Enid Blyton
—«Nada» de eso —replicó el policía—. Estaré unos días de vacaciones, ¡conste que ya era hora de que me las dieran!, y este señor es mi colega, el agente Pippin, encargado de sustituirme durante mi ausencia. Me alegro muchísimo de veros, porque eso me permite poner sobre aviso a mi camarada y advertirle que «no os pierda de vista», ni tampoco a ese perro.
Y volviéndose a su compañero, que le escuchaba un tanto sorprendido, agregó:
—¿Ve usted esos cinco chavales? Se creen muy listos, capaces de desentrañar todos los misterios de la comarca. ¡No puede usted figurarse los líos en que me han metido! No les pierda de «vista», Pippin, y si surge algún misterio, guárdeselo para usted. De lo contrario, estos chicos meterán las narices en lo que es de la exclusiva incumbencia de la Ley y le darán una «guerra» tremenda.
—Gracias por la presentación, señor Goon —espetó Fatty, sonriendo al otro policía—. Encantado de darle a usted la bienvenida a Peterswood, señor Pippin. Le deseo una feliz estancia. Y si... si alguna vez cree usted que podemos ayudarle, no tiene más que decírnoslo.
—¿Ve usted? —masculló el señor Goon, poniéndose como un tomate—. ¡Lo que le decía! ¡La cuestión es meterse en lo que no les importa! ¡Vamos, largaos de aquí todos y llevaos ese antipático perro! ¡Ah!, y no lo olvidéis: pondré al señor Pippin al corriente de todos vuestros trucos y os advierto que no tolerará ninguna majadería. ¿Entendido?
Dicho esto, el señor Goon alejóse con su amigo Pippin, que, por su parte, no pudo menos de volverse a mirar a los muchachos con aire de disculpa mientras andaba. Fatty le guiñó el ojo y Pippin correspondió con otro guiño.
—Me gusta ese agente —repitió Bets—. Tiene una cara muy agradable. Y unas orejas...
—...como soplillos —concluyó Pip—. Sí, ya nos lo has dicho antes. Oye, Fatty: apuesto a que el viejo Goon va a solazarse contando a Pippin todas nuestras cosas. Nos presentará como una banda de jóvenes «gangsters» o algo por el estilo.
—¡Casi lo aseguraría! —convino Fatty—. Me gustaría oír lo que dice de nosotros. ¡Van a silbarnos los oídos!
No se equivocaba. El señor Goon estaba realmente disfrutando de lo lindo poniendo en guardia al agente Pippin.
—Téngalos a raya —le decía—. Y no soporte ninguna impertinencia del gordito. Ése, sobre todo, es una verdadera plaga.
—Me pareció que era de buena laya —murmuró el agente Pippin, sorprendido.
—Todo es parte de su astucia —repuso el señor Goon, lanzando uno de sus típicos resoplidos—. ¡No quiera usted saber las veces que ese chico me ha hecho objeto de sus travesuras, dándome toda clase de pistas falsas y estropeando algunos de mis mejores casos! Es un perfecto imbécil, siempre en plan de disfrazarse y hacer el bobo.
—¿Pero no es el muchacho de quien el inspector Jenks tiene tan buena opinión? —inquirió el agente Pippin, frunciendo el ceño con perplejidad—. Me parece recordar que dijo...
No cabía observación más inoportuna. El señor Goon se puso como la grana y echó a Pippin una mirada incendiaria, con la consiguiente alarma por parte del joven policía.
—Ese chico ha embaucado al inspector Jenks —declaró el señor Goon—. Sepa usted que es un perfecto adulador. No crea usted una palabra de lo que dice el inspector respecto a él. Limítese a buscar misteriosos chicos pelirrojos merodeando por todo el lugar, ¿entendido?
—¿Mu... muchachos pelirrojos? —exclamó, el agente Pippin, con los ojos saliéndosele de las órbitas de puro asombro—. No comprendo.
—Utilice su materia gris, Pippin —aconsejó el señor Goon en tono arrogante—. Ese chico, o sea Fatty, se ha procurado un sinfín de disfraces, y uno de sus predilectos consiste en una peluca roja. ¡Las veces que he visto chicos pelirrojos! Y todas ellas se trataba de Fatty, disfrazado para desorientarme. Extreme usted las precauciones, Pippin. Recuerde lo que le digo: el chico intentará gastarle la misma broma. Es un barrabás. Lo cierto es que todos esos chicos son una plaga, una verdadera plaga, sin el menor respeto por la Ley.
El agente Pippin escuchó todo esto sorprendido, si bien muy respetuosamente. El señor Goon le doblaba la edad y, sin duda, debía de tener muchísima experiencia. El joven sentíase orgulloso de ocupar su puesto durante sus vacaciones.
—No creo que surja ninguna dificultad en mi ausencia —prosiguió el señor Goon, al tiempo que ambos franqueaban el portillo del pequeño jardín anterior del viejo policía—. Pero, «si» ocurre algo, llévelo usted en secreto, Pippin. Haga lo que haga, no permita que esos chavales metan las narices, y en caso de que no pueda evitarlo, mande usted a por mí, ¿de acuerdo? Al propio tiempo, procure encerrar al perro con cualquier pretexto. Es un bicho peligroso y me gustaría quitarlo de en medio. Vea usted lo que puede hacer.
El agente Pippin no pudo menos de sentirse aturdido. Había simpatizado con los chicos y el perro. Era desconcertante que el señor Goon tuviese una opinión tan distinta. Con todo, sabía su obligación. Y prometióse «hacer cuanto estuviera de su parte» para complacer al señor Goon.
Los Pesquisidores estaban encantados de volver a hallarse todos reunidos. Pero las vacaciones de Pascua no eran tan largas como las de verano. Para colmo, había transcurrido casi una semana antes del regreso de Pip y Bets de casa de su tía y, en consecuencia, quedaba muy poco tiempo disponible.
—Escasamente tres semanas —refunfuñó Larry—. Confío en que hará buen tiempo. Eso nos permitirá ir de merienda al campo y hacer unas cuantas excursiones en bicicleta.
—Además, dan una función muy bonita en el Pequeño Teatro —dijo Daisy—. Es una especie de comedia burlesca sobre Dick Whittington, tremendamente divertida. Yo ya la he visto, pero no me importaría acompañaros.
—¿Todavía trabaja esa pequeña compañía? —inquirió Fatty, con interés—. Recuerdo haber visto algunas de sus comedias durante las vacaciones de Navidad. Varios de los actores eran muy medianos. Incluso pensé en la posibilidad de «ofrecerme» para unos pocos papeles. ¿Sabéis? El último trimestre...
—¡Por Dios, Fatty! —suplicó Larry—. ¡«No vuelvas» a repetirnos que hiciste el primer papel de la representación teatral que disteis en tu colegio! ¿Acaso eres el «único» de tu escuela que ha tenido ese honor?
—Hay que reconocer que Fatty es un magnífico actor, ¿verdad, Fatty? —terció Bets, lealmente—. Basta recordar sus caracterizaciones y su habilidad en engañar a la gente, incluso «a nosotros». ¿Piensas disfrazarte estas vacaciones, Fatty? ¡Hazlo! ¿Te acuerdas de aquella vez en que te disfrazaste de vieja vendedora de globos?
—El viejo Ahuyentador quiso ver tu licencia —cloqueó Daisy—. Pero llevabas tantas enaguas que fingiste no encontrarla.
—Y Bets descubrió que eras tú porque de pronto se fijó que tenías las uñas limpias y las manos mugrientas —recordó Larry—. Esto la hizo sospechar. Siempre he creído que Bets dio muestras de mucha perspicacia en aquella ocasión.
—¡Me estáis haciendo entrar ganas de disfrazarme ahora mismo! —exclamó Fatty, con una mueca—. ¿Qué os parece si gastásemos una pequeña broma al agente Pippin? ¡Vaya nombrecito!
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—Sí... y le va que ni pintado —convino Bets—. Tiene cara de manzana... exactamente igual que una camuesa redondita y madura.
Todos prorrumpieron en carcajadas.
—¿Por qué no vas a decírselo? —propuso Pip—. Preséntate ante él y suéltale: «¡Hola, simpática camuesita!» Se quedaría viendo «visiones».
—No seas bobo —protestó Bets—. ¿Crees que me prestaría a semejante cosa? Le tengo mucha simpatía.
Me gustaría que sucediese algo durante la ausencia de Goon —suspiró Fatty—. ¡Se pondría furioso por haberse perdido un misterio! Además, creo que podríamos ayudar a Pippin a las mil maravillas. Estoy seguro de que le «encantaría» contar con nuestra colaboración. No parece muy listo. Por otra parte, es posible que no sea tan eficiente como Goon, pues, al fin y al cabo, éste tiene mucha experiencia y es bastante más viejo. Pippin parece muy joven. Apuesto a que podríamos desentrañar un misterio mejor que él. Hasta ahora, hemos aclarado una porción. ¡Seis en total!
—Pero no podemos hacernos ilusiones de contar con uno «cada» vez que tenemos vacaciones —observó Larry.
—¿Por qué no ideamos uno para el agente Pippin? —propuso Bets súbitamente—. ¡Uno muy chiquirritico! ¡Con pistas y todo lo demás! ¡Se pondría excitadísimo!
Los otros la miraron asombrados.
—¡Sopla! —exclamó Fatty, sonriendo complacido—. Es una idea muy propia de Bets, ¿no os parece? Larry ha dicho con razón que no podemos hacernos ilusiones de enfrentarnos con un misterio cada vez que tenemos vacaciones y, sea como fuere, presiento que no surgirá ninguno en las próximas tres semanas. De modo y manera que lo mejor que podemos hacer es urdir uno para que lo desentrañe ese Pippin de cara de manzana.
Todos fueron presa de gran excitación. Por fin tenían un incentivo para disfrutar de aquellas vacaciones.
—Apuesto a que tomará una porción de notas y se sentirá orgulloso de enseñárselas a Goon —exclamó Larry—. Y apuesto a que Goon comprenderá que hay gato encerrado y que es cosa nuestra. ¡Qué lío se armarán!
—La idea se me antoja realmente interesante —murmuró Fatty, complacido—. Será una excusa para que Pippin útilice su materia gris, un motivo de diversión para nosotros y una «gran» contrariedad para Goon cuando regrese, pues estoy seguro de que ha prevenido a Pippin respecto a nosotros. ¡Y se encontrará con que Pippin ha perdido el tiempo en un misterio de pega!
—¿Qué misterio podríamos inventar? —interrogó Bets, satisfecha de que su idea hubiese sido tan bien acogida por los demás—. ¡Ojalá se nos ocurra alguno original en el que Fatty pueda echar mano de sus disfraces! Me encanta verle disfrazado.
—A ver, reflexionemos —instó Fatty—. En primer lugar, debemos «despertar sospechas», es decir, hacer algo que induzca a creer a Pippin que ocurre algo anormal, a fin de que empiece a husmear por ahí y encuentre unas pocas pistas...
—Que nosotros dispondremos para él —concluyó Bets, regocijada—. ¡Oh, «sí»! Lo malo es que «a mí» no se me ocurrirá nada. ¡Vamos, daos prisa! ¡Pensad vosotros algo!
Sobrevino un silencio. Tal como había predicho, Bets no acertó a discurrir ninguna idea.
—Bien, ¿alguien tiene algo que decir? —inquirió Fatty, al fin—. Vamos a ver, Daisy.
—He pensado algo, pero resulta un poco inconsistente —declaró la muchacha—. ¿Qué os parece si enviásemos a Pippin una carta misteriosa por correo?
—Ni hablar —repuso Fatty—. Sospecharía de nosotros inmediatamente. Y tú, Larry, ¿has pensado algo?
—Bien, ¿y si hiciéramos unos ruidos misteriosos en el jardín trasero de Pippin en plena noche? —propuso Larry—. Comprendo que también se trata de una idea muy floja.
—Sí, un poquillo —convino Fatty—. No conduce a nada. Necesitamos algo que estimule a Pippin y le induzca a creer que se las ha de ver con algo realmente importante.
—A mí tampoco se me ocurre nada a propósito —lamentóse Pip—. He pensado que podríamos escondernos de noche en un jardín en espera de que pasara Pippin y entonces ponernos a cuchichear y desaparecer en la oscuridad para que el hombre sospechase que maquinamos una travesura.
Pues no me parece «mala» idea —profirió Fatty, reflexionando sobre ello—. Eso podría conducir a otra cosa. Veamos. Dejadme recapacitar.
Todos guardaron un respetuoso silencio, en tanto Fatty fruncía los labios y arrugaba el ceño, entregado a sus reflexiones. ¡Aquel cerebro privilegiado hallábase en plenas funciones!
Por último, Fatty declaró:
—Creo que ya lo tengo. Haremos lo siguiente: Me disfrazaré de bergante y prestaré a Larry otro disfraz. Averiguaremos por dónde efectúa Pippin su ronda nocturna, adonde va y a qué hora, y Larry y yo nos esconderemos en el jardín de alguna casa deshabitada en espera de que pase por allí.
Y tras una pausa para pensar, el chico dio un cabezazo de asentimiento y prosiguió su razonamiento, diciendo:
—Sí, señor, y en cuanto oigamos que se acerca Pippin, empezaremos a cuchichear en voz alta para que nos oiga y nos llame la atención. Entonces echaremos a correr como si le tuviésemos miedo y no quisiéramos ser vistos.
—¡Pero a qué conducirá todo esto? —objetó Larry.
—Aguarda un poco y verás —respondió Fatty, gozando de lo lindo—. Como iba diciendo, nos escaparemos... ¿Y qué hará Pippin entonces? Como es natural, entrará en el jardín, paseara su linterna por los alrededores... ¡y encontrará una nota rasgada!
—¡Oh, sí! —exclamó Bets, emocionada—. ¿Y qué dirá esa nota?
—En ella figurará el nombre de un lugar para una futura entrevista —explicó Fatty—. Ya pensaremos algún punto a propósito. ¡Y cuando nuestra preciosa Camuesa se presente en el futuro lugar de reunión, encontrará varias magníficas pistas!
—¡Que nosotros habremos dejado allí! —coligió Pip, sonriendo—. Sí, Fatty, es una idea excelente. Obligaremos a Pippin a remontar el sendero del jardín.
—Las pistas conducirán a otro lugar —prosiguió Fatty, radiante de satisfacción—. De hecho, será una gran aventura para Pippin. Le encantará. ¿Os imagináis la cara que pondrá Goon cuando se entere? En seguida comprenderá que es cosa nuestra.
—¿Cuándo empezaremos? ¡Oh, Fatty, que sea pronto! —suplicó Bets—. ¿Por qué no os ponéis de acuerdo con Larry para esta noche?
—No —replicó Fatty—. Primero tenemos que averiguar el recorrido nocturno de Pippin y buscar una casa deshabitada dentro de esa zona. Lo mejor será que le sigamos esta noche, Larry, para ver a donde va. Goon suele ponerse en marcha a eso de las siete y media. ¿Podrías arreglártelas para venir a mi casa a esa hora?
—Creo que sí —contestó Larry—. Cenamos a las siete. Puedo darme un poco de prisa y reunirme contigo a la hora convenida.
Así, pues, Larry y Fatty resolvieron seguir al agente Pippin aquella noche para saber exactamente el recorrido que efectuaba en su ronda, con el fin de prepararle una pequeña sorpresa en el curso de la noche siguiente. Bets sentíase vivamente emocionada. Le encantaba una aventura como aquella, exenta de la inquieta excitación de un misterio de verdad, pues la cosa estaba bajo su control y nada horrible podía acontecerles, como no fuera una regañina de Goon.
Larry presentóse en casa de Fatty a las siete y veinticinco de la tarde. Era casi de noche. No les dio, pues, tiempo de disfrazarse. Ambos chicos salieron furtivamente de casa de Fatty y se encaminaron a la casa donde vivía el señor Goon, convertida, naturalmente, en el domicilio del agente Pippin.