Misterio del gato comediante (10 page)

BOOK: Misterio del gato comediante
13.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Eso «le» exime de toda sospecha —observó Larry—. No tiene una coartada, sino cien.

—En efecto —corroboró Fatty—. Queda al margen de toda duda. Bien, ahí va el último sospechoso.

N.º 7. «John James», que interpreta el papel de rey negro en la comedia. Afirma que fue al cine y que pasó allí toda la tarde, viendo la película titulada: «Ya sabes lo que son las cosas».

—Lo cual tampoco resulta una coartada muy satisfactoria —comentó Pip—. Dispuso de tiempo suficiente para entrar en el cine, salir del local, e incluso volver por segunda vez después de perpetrado el robo. Repito que, en mi opinión, no es una buena coartada.

—Me figuro que Goon procederá a comprobarlas todas —dijo Fatty—. Eso si no lo ha hecho ya. Pero es tan zote que supongo que pasará por alto algún detalle importante que «a nosotros» no se nos escaparía. De modo que yo voto por que todos nosotros procedamos a comprobar personalmente las citadas coartadas.

Sobrevino un profundo silencio. Ninguno sentíase capaz de hacer tal cosa. Interpelar a la gente ya era toda una empresa, pero aún resultaba peor comprobar una coartada.

—No puedo, Fatty —musitó Bets al fin—. Sé que soy una Pesquisidora y que debería hacer lo que me mandas, pero «no me siento» con fuerzas de comprobar una co... coartada. Eso ya es cosa de un detective «de verdad».

—Bien, el que seamos chicos no obsta para que podamos comportarnos como estupendos detectives —le replicó Fatty—. ¡Basta recordar todos los misterios que hemos desentrañado ya! Claro está que el que nos ocupa resulta un poco más «complicado».

—Terriblemente complicado —gruñó Larry—. Al igual que Bets, lo considero superior a mis fuerzas.

—No renunciéis antes de empezar —reconvino Fatty—. Ahora os diré lo que propongo hacer.

—¿Qué? —preguntaron todos a una.

Por su parte, «Buster» dio un coletazo en el suelo, como si él también tuviese gran interés en la pregunta.

—Debemos hacer tres cosas —empezó Fatty—. Ante todo, interpelar a Boysie todos en comisión, como sugerimos antes, y ver qué «pensamos» de él.

—De acuerdo —convino Larry—. ¿Y después?

—Veremos a los demás sospechosos —insistió Fatty.

Todos pusieron el grito en el cielo.

—¡«Ni» pensarlo, Fatty! —protestó Daisy—. Es imposible. Son seis... y todos personas mayores. Ni siquiera encontraríamos un pretexto para verlos.

—¡Ya lo creo, un magnífico pretexto! —repuso Fatty—. Todo cuanto tenemos que hacer es buscar nuestros álbumes de autógrafos y, con la excusa de pedirles el suyo, formularles unas preguntas al desgaire.

—Es una idea «excelente», Fatty, realmente excelente —elogió Pip—. Reconozco que tienes ideas geniales.

—Veréis —murmuró Fatty modestamente—, tengo bastante materia gris. De hecho...

—¡«No» nos salgas con la enumeración de las proezas que hiciste en el colegio el último trimestre! —le suplicó Pip—. ¡Vamos, sigue exponiendo tu plan!

—De acuerdo —gruñó Fatty, algo malhumorado—. La tercera cosa que debemos hacer es, como dije antes, comprobar las coartadas, cosa que no resultará tan enormemente difícil como parece si nos tomamos la molestia de reflexionar un poco. Por ejemplo, Daisy dice que conoce a la hermana de Zoe Markham, la cual vive cerca de la casa, y añade que una de las niñas, la chiquitina, celebrará pronto su cumpleaños. Pues bien, Daisy: ¿qué tendría de particular que tú y Bets llevaseis un regalito a la chiquilla y, con esta excusa, entablaseis conversación con la madre y averiguaseis si Zoe «estuvo» allí toda la tarde del viernes? La hermana de Zoe no sospecharía de dos niñas que acuden a llevar un obsequio a su hijita.

—De acuerdo, Fatty —accedió Daisy—. Lo haré. Tú vendrás conmigo, ¿verdad, Bets?

—Sí —asintió la pequeña—. Pero con la condición de que tú formules las preguntas.

—¡Tú tendrás que ayudar! —protestó Daisy—. ¡No voy a hacerlo todo yo!

—Ahora pasemos al siguiente sospechoso, esto es, Lucy White, la que fue a visitar a la anciana señorita Adams —prosiguió Fatty—. Oye, Larry: dijiste que esa señorita era amiga de vuestra cocinera y que solía ir a coser a vuestra casa, ¿no es eso? Tú y Daisy, ¿no podríais llevarle alguna labor para pedirle consejo y, con este pretexto, formularle unas pocas preguntas sobre Lucy White?

—Sí, no hay inconveniente —accedió Daisy—. Diré que quiero dar una sorpresa a mamá para Pascua y le enseñaré un cojín que pienso bordar para ella o algo por el estilo. He estado allí antes, y Mary Adams me conoce.

—Estupendo —celebró Fatty—. Ya tenemos dos coartadas relativamente fáciles de comprobar. Ahora vamos por la siguiente, mejor dicho, las dos siguientes, porque, en realidad, son coartadas mutuas. Me refiero a las de Peter Watting y William Orr. Según parece, ambos fueron a un establecimiento llamado «La Torrecilla» y allí tomaron unos sándwiches y café. Atiende, Pip: tú y yo iremos allí mañana por la mañana y pediremos también café y unos sándwiches.

—¡Mañana es domingo y tengo que ir a la iglesia! —objetó Pip.

—¡Ah, sí! Olvidaba que mañana es domingo. Bien, lo dejaremos para el lunes o el martes por la mañana. Pasemos al sospechoso número 6, Alee Grant, que, al parecer, estuvo actuando en Hetton Hall ante un centenar de personas. Resulta casi innecesario comprobar esta particular coartada.

—En este caso, dejémoslo —propuso Larry.

—El caso es que un buen detective debe comprobarlo «todo» —recapacitó Fatty—, aun cuando no lo considere necesario. Por consiguiente, opino que es preferible que también en este caso procedamos a la debida comprobación. Tú, Bets, me acompañarás. Buscaremos a algún espectador de la función y le preguntaremos si de veras Alee Grant tomó parte en la representación.

—De acuerdo —accedió Bets, siempre dispuesta a ir con Fatty.

Sentíase segura en su compañía, casi tanto como con una persona mayor.

—Y ya no resta más que una coartada —prosiguió Fatty, consultado la lista—. La de John James, que afirma haber ido al cine aquella tarde.

—Eso es —murmuró Pip—. Y por cierto que la hemos calificado de inconsistente. ¿Quién se encargará de comprobarla?

—Pues creo que Larry y yo, o bien tú y Larry —respondió Fatty.

—¿Pero, cómo? —inquirió Larry.

—Tendremos que pensar algo —contestó Fatty—. ¡Bien, Pesquisidores! ¡Ya veis el panorama! ¡Tenemos una porción de cosas que averiguar! Primero iremos a ver a Boysie, luego a pedir autógrafos a todos los actores (y con esta excusa ver qué pinta tienen) y, por último, nos dedicaremos a comprobar todas las coartadas. ¿Qué trabajo, eh?

—¡Y «además», Fatty, tenemos que ir a esperar a aquel tren mañana y dar un buen paseo al viejo Goon! —recordóle Bets—. ¡No olvidemos eso!

—¡Descuida! —sonrió Fatty—. No lo olvidaremos. Precisamente pensaba estrenar mis almohadillas para el caso.

—¿Qué almohadillas? —inquirió Bets, asombrada.

¡Qué risa le entró cuando Fatty se lo contó!

—¡Oh, sí! ¡Póntelas! Procuraré contenerme la risa cuando te vea.

—Confío en que lo conseguirás, pequeña Bets —murmuró Fatty, tirándole suavemente de la nariz—. Vamos a ver, ¿a qué hora pasa el tren que subrayamos?

—Mañana a las tres y media de la tarde —dijo Pip—. Estaremos todos allí, Fatty. ¿Y «tú», qué piensas hacer? ¿Ir a la estación anterior, tomar el tren allí, y presentarte aquí a las 3,30?

—Ni más ni menos —confirmó Fatty—. A ver si me reconocéis. ¡Hasta la vista! ¡Ahora recuerdo que mi madre me dijo que estuviera en casa hace una hora para saludar a mi tía abuela! ¡«Qué» memoria la mía!

CAPÍTULO XI
JUGARRETA AL SEÑOR GOON

Aquella tarde, Fatty procuró ajustar el plan a un programa para ponerlo en práctica cuanto antes. Lo cierto era que, al día siguiente, domingo, no podrían hacer gran cosa. Lo mejor sería que Daisy comprase un regalo para la sobrinita de Zoe el lunes, y se lo llevase, en compañía de Bets. Así el martes, Daisy y Larry podrían ir a ver a la señorita Adams y comprobar la coartada de Lucy White.

Fatty y Larry irían a «La Torrecilla» el lunes, a tomar café y sándwiches y ver si lograban averiguar algo acerca de Peter Watting y Williams Orr. Dejarían a Alee Grant para más tarde, pues, en realidad, su coartada parecía indisputable y podían confirmarla cien personas. A buen seguro, el actor en cuestión no se hubiera atrevido a presentar semejante coartada de no haber contado con ella de verdad.

—No se me ocurre nada para comprobar la coartada del último individuo... ¿cómo se llama? ¡Ah, sí! ¡John James! —se dijo Fatty—. ¡Imposible formular preguntas a un cine! Con todo, procuraré pensar algo.

El chico hizo uno pausa y miróse en el espejo. ¿De qué se disfrazaría al día siguiente? Debía ser algo perfectamente razonable, pero, al propio tiempo, peculiar y con intervención de la peluca pelirroja, para llamar la atención de Goon. Además, se pondría gafas oscuras y fingiría ser corto de vista. Esto despertaría la hilaridad de sus amigos.

«Iremos a ver a Boysie, ¡vaya nombre!, el lunes por la mañana —pensó Fatty, trazando una línea alrededor de las ventanas de su nariz para ver qué efecto hacía—. ¡Atiza! ¡Qué cara de mal genio! ¡Grrrrr! ¡Muuuuuuu!»

Tras quitarse las rayas de la nariz, probóse varias cejas, sin cesar de pensar en su plan.

«El lunes, después de la función de la tarde, iremos a pedir autógrafos al Pequeño Teatro. ¡Es verdad! ¿Y por qué no "asistir" a la representación y ver a todos los actores en escena? ¡A lo mejor no sacamos nada en limpio! ¿Pero, y si captásemos algún detalle? ¡Qué buena idea! Bien... ya estoy viendo que el lunes va a ser un día muy agitado, con tantos interrogatorios, peticiones de autógrafos y comprobaciones de coartadas. Vamos a ver, ¿qué partido tomar con lo del tren de mañana? ¿Dirigiré la palabra a Goon o cerraré el pico? ¡Ya está! Le rogaré que me indique el camino a algún sitio!»

Con miras a ello, el chico procedió a ensayar varias voces. Primero sacó una muy cavernosa, imitando la de un predicador que había ido un domingo a predicar a su colegio y que fue la admiración de todos por su profunda voz de bajo.

Probó, asimismo, una atiplada voz de falsete, pero no le satisfizo. En cambio, el siguiente experimento, a base de una voz extranjera, le pareció de perlas.

—¡Por «favorr, señor»! ¿«Tendrría» la bondad de «desirme» dónde «eztá» la «caye» HoffleFoffle? —empezó Fatty—. ¿Cómo «dise, señorr»? No le «comprendo». Le he «prreguntado» el camino para «irr» a la «caye» HoffleFoffle. «¡HoffleFoffle!»

En aquel momento, alguien llamó a la puerta de su habitación.

—¡Oye, Federico! ¿Estás ahí con Pip y los demás? Ya sabes que no me gusta que tus amigos anden por aquí a estas horas de la noche.

—Pues no, mamá —repuso Fatty, abriendo la puerta, sorprendido—. No están. ¡Estoy yo solo!

Al verle, su madre lanzó una exclamación de asombro.

—¡Pero, Federico! ¿Qué te has hecho en las cejas? ¡Las tienes completamente oblicuas! ¿Y qué tienes alrededor de los ojos?

—¡Nada! —repuso Fatty, apresurándose a restregárselos—. Una simple arruga que he trazado en ellos para hacer una prueba. Además, mamá, no debes preocuparte por mis cejas. En realidad, no son oblicuas. Mira.

Y quitándose las cejas postizas, mostró a su madre las suyas propias, perfectamente normales.

—Bien, Federico —murmuró su madre, algo enojada—. ¿Y ahora qué piensas hacer? He venido a decirte que tu padre quiere que escuches con él el programa que van a dar por la radio: es sobre una región de China que él conoce palmo a palmo. ¿Estás «seguro» de que no hay nadie más aquí contigo? He oído una porción de voces mientras subía la escalera.

—Si quieres, mamá, puedes mirar debajo de la cama, detrás de las cortinas y hasta dentro del armario —propuso Fatty, generosamente.

Pero, como es natural, su madre negóse a hacer tal cosa y procedió a bajar la escalera. Mas he ahí que, apenas hubo descendido un par de peldaños, se detuvo en seco al oír una voz de falsete que decía:

—¿Ya se ha ido? ¿Puedo salir de aquí?

La señora Trotteville volvióse al punto, enojada. ¿De modo que, después de tanto hablar, resultaba que había realmente alguien en la habitación de su hijo? Pero al ver la sonriente cara de Fatty, no pudo menos de echarse a reír, a su vez.

—¡Ah, vaya! —exclamó—. Una de tus voces. Debería habérmelo figurado. No comprendo, Federico, cómo puedes tener siempre tan buenos informes en el colegio. No puedo creer que te portes bien allí.

—Verás, mamá —explicó Fatty, adoptando su tono de voz más modesto—. Es que «hay» talento, ¿sabes? Tengo la suerte de tener mucho talento...

—¡Silencio! —exclamó su padre, en tanto madre e hijo entraban en la sala—. La charla ha comenzado.

Así era, en efecto, y resultó aburrida como pocas. Versaba sobre una región de China muy poco conocida, en la cual Fatty esperaba no tener que poner nunca los pies. El muchacho estuvo toda aquella tediosa media hora discurriendo más planes. Su padre estaba satisfechísimo de ver la atenta expresión reflejada en el rostro de Fatty.

Entre tanto, como siempre que se avecinaba algún acontecimiento excitante, los Pesquisidores aguardaban impacientes; el paso de las horas se les antojaba una eternidad. Bets no tenía espera. ¿De qué se disfrazaría Fatty? ¿Qué diría? ¿Les guiñaría el ojo?

Por fin, a las tres y veinticinco minutos de la tarde, Larry, Daisy, Pip y Bets procedían a pasearse tranquilamente por el andén. A poco, presentóse Goon, un poco jadeante, porque acababa de sostener una discusión con el agente Pippin y, a última hora, había tenido que correr. Al ver a los chicos, les preguntó, echándoles una mala mirada:

—¿A qué habéis venido?

—Me figuro que por lo mismo que usted —respondió Pip—. A recibir a una persona.

—Esperamos a Fatty —murmuró Bets, con su atiplada vocecita.

Y ante el codazo de Larry, la pequeña cuchicheó:

—No pasa nada. En realidad, no he cometido ninguna indiscreción. Goon no reconocerá a Fatty cuando le vea. Lo sabes perfectamente.

Por fin llegó el fragoroso tren y, apenas se detuvo, se apearon de él muchos viajeros. El señor Goon observólos atentamente, apostado junto a la puerta del andén, por donde todos tenían que pasar para entregar sus billetes. Los cuatro chicos andaban por allí cerca, acechando a su amigo Fatty.

A poco, Bets tocó con el codo a Pip. Una voluminosa anciana recorría el andén, con un velo flotando tras sí al soplo de la brisa. Pip meneó la cabeza. No. Era imposible que Fatty hubiese conseguido aquella magnífica caracterización de imperiosa dama a pesar de su extraordinaria pericia en disfrazarse.

BOOK: Misterio del gato comediante
13.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Out by Laura Preble
The Bobby-Soxer by Hortense Calisher
The Madness of July by James Naughtie
MuTerra-kindle by R. K. Sidler
Point of Crisis by Konkoly, Steven
Sweet Silken Bondage by Bobbi Smith
Harmonized by Mary Behre
The Ugly Renaissance by Alexander Lee