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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (21 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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El objetivo de Almanzor estaba muy claro: el dinero. Donde está el dinero, allí está el poder.Y ahí se sumerge nuestro ambicioso protagonista. En ese mismo año de 967 tenemos ya al joven Abu Amir uniendo a su cargo de intendente el de inspector de la ceca, es decir, supervisor de la acuñación de moneda. Al año siguiente, añade los cometidos de tesorero del califa y procurador de sucesiones, con los consiguientes beneficios por comisión de cada herencia. En 969 es nombrado cadí de Sevilla y Niebla. Después, administrador del príncipe heredero, Hisham. En apenas tres años se había convertido en el principal suministrador de fondos para el harén de Subh; de paso, había amasado una enorme fortuna para sí mismo.

Como era inevitable, tan rápido enriquecimiento y tan ostensible ascenso despertaron las envidias de muchos y, además, los recelos de la Justicia. No tardó en instruirse un expediente contra Almanzor. Se le acusaba de malversar fondos y enriquecerse de manera ilícita. Era verdad, sin duda. Pero Abu Amir tenía una poderosa pantalla para protegerse: él no se había enriquecido solo, sino que sus múltiples enjuagues habían beneficiado muy principalmente a la favorita Subh, determinante en la vida de palacio, y a su hijo, el príncipe heredero Hisham (y quién sabe si, de rebote, también al propio visir al-Mushafi). Por otro lado, controlando como controlaba las cuentas del califato, no le fue dificil organizar un maquillaje masivo de balances. Así el asunto se resolvió de una manera que no deja de recordar ciertos procesos de corrupción política en época actual: Almanzor fue exonerado de toda sospecha, se le pidieron públicas disculpas y, más aún, se le confió el mando de la shurta, la policía.Ahí queda eso.

Con el dinero del califato en una mano y, ahora, el control de la policía en la otra, Almanzor se convirtió en una pieza clave de la política cordobesa. Hasta este momento había estado más o menos en la sombra; ahora emergía a plena luz. Se hizo construir un gran palacio en al-Rusafa, cerca de la capital. Se le nombró cadí de todos los territorios sometidos a la influencia del califa.Y en uno de esos territorios, el Magreb, iba a dar el golpe que le catapultaría definitivamente a la cumbre.

Aquí ya hemos contado que el califa Alhakén, a la altura de 973, emprendió una campaña contra los idrisíes del norte de África. Esa campaña tenía dos jefes militares: Galib yYahya, los mismos que poco más tarde derrotarán a las huestes cristianas. Pero la operación no consistía sólo en campañas militares, sino que incluía también un complemento, digamos, económico: corromper con dinero a los cabecillas rebeldes. ¿Y quién fue el designado para tal misión? Almanzor. Por supuesto, Abu Amir cumplió su cometido a conciencia. Derramó literalmente enormes cantidades entre los jefes bereberes para comprar su voluntad. Los cabecillas se sometieron al califa. Pero, en la misma operación,Almanzor consiguió algo aún más importante: la alianza de numerosos clanes que un día podrían poner sus armas mercenarias al servicio de aquel cadí que les había cubierto de tesoros. Almanzor ya tenía no sólo el dinero y la policía, sino también la posibilidad de movilizar su propio ejército.

Éste es el momento en el que muere el califa Alhakén. Ya hemos contado aquí lo que sucedió. El heredero, Hisham, es menor de edad. Se dibujan dos partidos en la corte. Uno, apoyado sobre todo por ciertos generales eslavos del ejército, apoya a un hermano del difunto, el príncipe alMughira, para que se haga cargo del califato. El otro partido, apoyado principalmente por los clanes árabes y la ahora viuda Subh, quiere que se corone a Hisham y que el visir al-Mushafi ejerza de regente. Para evitar complicaciones, al-Mushafi ordena matar a su rival. El príncipe al-Mughira es estrangulado delante de las mujeres de su harén y, después, colgado de una viga para simular un suicidio. El encargado de ejecutar la tarea es el jefe de la policía: el ya poderosísimo Almanzor.

Era un lunes cuando Hisham II, un niño, se veía investido con la dignidad de califa. Se le atribuyó el título de «al-Mu'yyad bi-llah», que quiere decir «el que recibe la asistencia victoriosa de Dios». A su lado, un alto funcionario de mirada conminatoria tomaba juramento, uno a uno, al personal de la corte. Ese funcionario era el tutor de Hisham, jefe de la policía, inspector de la ceca y también de herencias vacantes:Almanzor. Seis días después, el pequeño califa Hisham nombraba hayib, primer ministro, al entonces visir al-Mushafi. Para Almanzor quedaba el cargo de visir y delegado del hayib:Abu Amir se convertía en el número dos del califato.

En apenas diez años, aquel oscuro escribano judicial de Algeciras se había elevado hasta ser uno de los hombres más poderosos, ricos, influyentes y peligrosos del califato. Pero su carrera aún no había hecho más que comenzar.

La ambición de Almanzor golpea la frontera cristiana

Estamos en el año 977. En León gobierna un joven de diecisiete años, Ramiro III, bajo la regencia de su madre, Teresa Ansúrez. En Córdoba reina un califa de doce años, Hisham II, bajo la regencia del hayib al-Mushafi y la presión del visir Almanzor. Ni Ramiro III ni Hisham II cuentan en realidad gran cosa. En León, el poder de verdad reside en los condes, los grandes linajes nobiliarios que en Castilla, Monzón, Saldaña, Cea, Galicia o Portugal hacen y deshacen a su antojo. En cuanto a Córdoba, allí no hay condes, sino que el poder queda circunscrito a un singular triunvirato: la viuda Subh, el hayib al-Mushafi y el visir Almanzor. Vamos a ver qué posición ocupaba cada uno de estos tres personajes.

Subh es la madre del pequeño califa. Esta esclava de origen vasco o navarro, de nombre cristiano Aurora —eso dice la tradición—, ha sabido convertirse en un poder determinante en palacio. Ella ha sido el principal apoyo de la «solución al-Mushafi», es decir, elevar al viejo visir de Alhakén a la posición de hombre fuerte del sistema. Pero ella ha sido, también, la que ha protegido e impulsado la carrera de Abu Amir, Almanzor, que controla ahora el tesoro, la policía y una parte no menor del ejército.

Al-Mushafi, que por su parte controla el gobierno, la justicia y la burocracia, es en principio el punto más fuerte del triunvirato, pero no tardará en descubrir que su poder es más aparente que otra cosa. ¿Por qué? Porque Subh es quien manda dentro del palacio y Almanzor quien controla el dinero y la policía. Como en todo triunvirato, el equilibrio depende de que ninguno de los tres protagonistas ambicione la parcela de otro. Pero si algo definía a Subh y a Almanzor, era precisamente la ambición. En un determinado momento, Almanzor y Subh se hacen amantes. Después o antes de eso, Almanzor tratará de desplazar al viejo al-Mushafi.Y contará con el respaldo de Subh.

¿Cómo segará Almanzor la hierba bajo los pies de al-Mushafi? Buscando el apoyo del ejército y, en particular, de un personaje que ya ha aparecido en nuestro relato: el general Galib, el gobernador militar de la frontera norte, cuyas relaciones con el viejo al-Mushafi eran muy malas desde mucho tiempo atrás.Almanzor tenía muy clara la jugada: cada peldaño que Galib ascendiera, sería un peldaño que al-Mushafi bajaría. En consecuencia, había que promocionar a Galib.

Hablemos un poco del general Galib, porque pronto le veremos protagonizar un giro realmente sorprendente. En el curso de nuestra historia ya nos lo hemos encontrado varias veces. Siempre se nos ha mostrado como militar de gran talento y eficacia consumada. ¿De dónde venía este hombre? Galib era un eslavo, es decir, que procedía de algún lugar del norte cristiano, quizá español, tal vez franco o incluso germano. Capturado en algún combate, fue vendido como esclavo al califato de Córdoba e incorporado a los ejércitos sarracenos.Allí, a fuerza de coraje y combatividad, brilló de manera singular.Tanto que en tiempos de Abderramán III fue liberado de la esclavitud, en recompensa por sus méritos, y alcanzó el grado de general.

Como alto mando en los ejércitos del califa, Galib se construyó un historial excelente: levantó un eficaz aparato defensivo en la «Marca Media» con sede en Medinaceli, supo mantener a raya a los cristianos, detuvo la invasión vikinga de 972 en una formidable batalla naval, intervino luego con éxito en el norte de África, después recuperó Gormaz y descalabró a los ejércitos leoneses en Langa… Tantos éxitos hicieron de Galib un personaje extraordinariamente popular. No poseía ambiciones políticas, pero su buen nombre entre las masas hacía obligado contar con él: quien ambicionara el poder, ganaría puntos si exhibía el apoyo del general Galib.Y Galib lo sabía, evidentemente.

Fiel hasta la muerte a los califas, Galib se mantuvo al margen cuando el fallecimiento de Alhakén II desató las intrigas en la corte. No entró en las componendas de otros generales eslavos para apartar al visir al-Mushafi. Se limitó a reafirmar su fidelidad al nuevo califa, el pequeño Hisham II, y a esperar acontecimientos. Acontecimientos que no tardarían en llegar.

Retomamos ahora el hilo de nuestra historia. Almanzor quiere desplazar a al-Mushafi. Se propone hacerlo buscando el apoyo de Galib.Ahora bien, el visir estaba tratando por todos los medios de conciliarse con el general, y exactamente por los mismos motivos que Almanzor: el deseo de anular al vecino. ¿Dónde estaba la clave del apoyo de Galib? Al-Mushafi buscó una solución, digamos, tradicional: pidió para uno de sus hijos la mano de la hija del general, llamada Asmá. Ese matrimonio podía crear un bloque de poder realmente indestructible. Pero Almanzor no tardó en reaccionar.Y lo hizo con mano maestra.

Para ganarse la bienquerencia de un general, nada mejor que ofrecerle éxitos militares. Eso fue lo que hizo Almanzor. En 977, el astuto Abu Amir planifica una campaña conjunta con Galib. ¿Dónde? En la frontera sur del Reino de León, un territorio fácil y sin riesgos, dado el clima de descomposición que vive el reino cristiano del norte. Es la primera campaña de Almanzor en tierras cristianas. Las huestes de Almanzor y Galib atacan Baños, Salamanca y Cuéllar, y desmantelan la obra de los repobladores. Simultáneamente, un decreto del califa —por supuesto, inspirado por Almanzor y la viuda Subh— otorga a Galib nuevas dignidades políticas en detrimento de al-Mushafi, mientras concede al propio Almanzor el mando sobre las tropas acantonadas en Córdoba, la capital.

Al viejo al-Mushafi le quedaba una última carta: el compromiso matrimonial de su hijo con la hija de Galib, la codiciada Asmá. Pero Almanzor no era hombre que se detuviera ante compromisos ajenos. Sin es fuerzo, logró que se anulara el contrato, que ya estaba firmado, y más aún, pidió la mano de Asmá para sí mismo. Galib, evidentemente, apostó a caballo ganador y accedió al matrimonio. El enlace se celebró con gran fasto a principios de 978. La madre del califa, Subh, Aurora, la vascona, que era el otro vértice del triángulo (y que, a todo esto, seguía siendo amante de Almanzor), arregló las cosas para que el ambicioso Abu Amir viera su sueldo aumentado (80 dinares de oro) al mismo nivel que el del derrotado al-Mushafi.

Al-Mushafi, el viejo hayib, estaba perdido y lo sabía.Almanzor, aquel muchacho al que él mismo había patrocinado cuando sólo era un escribano de la mezquita de Córdoba, tardó muy poco en darle la puntilla. En la primavera de 978 se desatan los acontecimientos. Para empezar, Almanzor dirige una nueva campaña contra la frontera cristiana. Fue en Ledesma, cerca de Salamanca, otra vez para desmantelar la obra de los repobladores. La expedición es fácil y breve, pero la propaganda la airea con grandes voces en la capital. Con su popularidad en alza por la victoria, Almanzor procede entonces al segundo movimiento de su maniobra: el 29 de marzo de 978, el viejo al-Mushafi es destituido, detenido y encarcelado junto a sus hijos. ¿Por qué? En realidad no hacen falta razones.AlMushafi trata de salvar la vida con una humillación pública ante Almanzor. No le sirve de nada. Almanzor ordena desahuciar el palacio familiar de al-Mushafi. El viejo hayib moriría cinco años más tarde, en prisión, asesinado.

El triángulo que gobernaba Córdoba experimentaba así un cambio sustancial. En vez del viejo al-Mushafi, aparecía ahora el general Galib como tercer punto al lado de Subh y Almanzor. Pero el vértice más poderoso del nuevo paisaje era ya Almanzor, que asumía los cargos que antes desempeñaba al-Mushafi (los cargos y, todo sea dicho, también las rentas). La dirección del Estado, en definitiva, recaía en Almanzor, con la complicidad de Subh, la madre del califa, y la anuencia del general Galib. En este momento comienza en Córdoba la dictadura de Almanzor.

Sorprende la facilidad con que Almanzor golpeó dos veces, en dos años consecutivos, contra las fronteras de León. ¿Qué estaba pasando allí? ¿Nadie contestaba? Sí, alguien contestaba: el conde de Castilla, García Fernández, estaba dispuesto a dar la batalla.

García Fernández no pierde la cara

La cuestión era muy simple: con la plaza clave de Gormaz en manos sarracenas, toda la repoblación cristiana del alto Duero estaba en peligro. Era preciso aliviar la presión, y eso sólo podía hacerse mediante una operación militar. Por ejemplo, recuperando Gormaz. Ahí es donde el conde de Castilla, García Fernández, estaba dispuesto a intervenir.

Sin duda el joven conde, el hijo de Fernán González, tenía un plan. En este momento el conde de Castilla ya es un poder plenamente autónomo respecto al rey de León, pero sigue reconociendo la superioridad jerárquica de la corona. Por tanto, García acude a la corte de Ramiro III y expone su proyecto: golpear al moro en la frontera oriental. El conde pide al rey refuerzos para la empresa. Pero el rey le da calabazas.

¿Por qué León negó a García Fernández los refuerzos que pedía? Sin duda, por miedo. Es una actitud comprensible, después de todo. Almanzor había golpeado en Salamanca y Cuéllar, y acababa de hacerlo también en Ledesma: no han sido campañas de ocupación, pero tampoco simples expediciones de rapiña. Esas localidades eran centros neurálgicos de la repoblación, nudos fundamentales en esa red de puntos fuertes que desde la batalla de Simancas, cuarenta años atrás, estaba sirviendo de columna vertebral a la colonización de la Meseta norte. Ahora, desmanteladas esas plazas, todo el territorio del reino quedaba gravemente expuesto. No era momento de provocar a Córdoba con nuevas escaramuzas.

Por otro lado, los leoneses habían experimentado en carne propia la enorme potencia de los ejércitos de Almanzor, esa implacable máquina militar que, además, el nuevo hombre fuerte de Córdoba había hecho todavía más poderosa al incorporarle grandes masas de bereberes traídos del norte de África. ¿Cómo hacer frente a eso?, debieron de pensar en León. Nadie podía tener éxito contra semejante poderío. Nadie, por tanto, daba un duro por los proyectos de García Fernández. Los ejércitos de Córdoba eran invencibles. No habría refuerzos de León para el conde de Castilla.

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