Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (50 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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¿Cuántos musulmanes acudieron a la convocatoria de al-Muqtadir? La crónica mora —la de Ibn Idari— dice que hubo tanta gente que «su número no se puede contar». La propia crónica, sin embargo, da algunas cifras. Por ejemplo, un total de seis mil arqueros, que fueron desplegados en torno a Barbastro para hostigar día y noche la ciudad con sus flechas. Se habla también de un contingente de quinientos jinetes que llegó desde Sevilla. Podemos suponer que varios miles más de musulmanes acudieron desde todos los rincones de Al-Ándalus para matar y morir por su fe.

¿Y qué había enfrente, en la recién conquistada ciudad de Barbastro? Podemos contestar a esta pregunta con una sola palabra: desconcierto. La ocupación de Barbastro por los cruzados fue, por decirlo en términos amables, un auténtico caos. No sabemos gran cosa sobre cómo se organizó la vida en la capital de la Barbitania, pero las pocas cosas que conocemos ofrecen un paisaje desolador. La declaración de cruzada, que había tenido la ventaja de permitir que centenares de caballeros europeos se incorporaran a la causa, trajo también el serio inconveniente de que hubo demasiados criterios distintos sobre cómo organizar aquello.

El rey Sancho, al parecer, no tomó pie en Barbastro para organizar el territorio conquistado. Se apresuró a tomar, sí, las regiones aledañas, fortificándolas, pero Barbastro quedó bajo el mando del conde de Urgel, el cual, por su parte, desempeñaba el gobierno como comandante militar de la plaza, y no como gobernador político de la ciudad, competencia que no le correspondía.Y eso sin contar con que, después de la conquista, la mayor parte de los cruzados se limitó a recoger el botín y marcharse a su casa, como era de esperar. De manera que Barbastro, a partir del otoño de 1064, se había convertido en una posición de extrema fragilidad desde el punto de vista político y sin suficiente cobertura militar.

Los musulmanes no tardaron en aprovechar la situación. En cuanto pasó el invierno, las huestes de Zaragoza y de Lérida, con sus refuerzos de todo Al-Ándalus, pusieron cerco a Barbastro. Era el mes de abril de 1065. Los aragoneses, ante la ola enemiga que se les venía encima, no tuvieron otra opción que eludir el choque abierto, encerrarse en la ciudad y disponerse a resistir un largo asedio hasta que llegaran refuerzos. Pero nunca hubo refuerzos para Barbastro, por la sencilla razón de que no había en ningún lugar tropas que pudieran prestar ese servicio. Barbastro tendría que defenderse sola.

Lo que pasó después lo contó la crónica mora. Era el 19 de abril. Y esto es lo que los moros contaron sobre lo que allí pasó:

Al-Muqtadir mandó socavar el muro y mandó a los arqueros que lo rodeasen, para que no impidiesen los infieles la acción de los zapadores. Los cristianos no sacaban sus manos por encima del muro, y así los zapadores abrieron una gran brecha; apuntalaron el muro, y prendieron fuego a las puntales, y se desplomó aquella brecha sobre ellos; y los musulmanes les asaltaron la ciudad (…). Cuando los cristianos vieron esto, salieron desde otra parte, por otra puerta, y se lanzaron en un ataque de hasta el último hombre, contra el campamento de los musulmanes, pero los persiguieron y los mataron como quisieron, y no se salvó de ellos sino muy poca gente de aquéllos, cuyo fin se aplazó (…). Cautivaron a todos los que había en ella, de sus familiares e hijos; y se mató, de los enemigos de Dios, a unos mil jinetes y cinco mil infantes, y no fueron alcanzados de la comunidad musulmana sino unos cincuenta. Se adueñaron los musulmanes de la ciudad y la limpiaron de la suciedad del politeísmo y la pulieron de la herrumbre de la mentira.

Ése fue el fin de la cruzada de Barbastro. Toda la población de la ciudad fue hecha esclava por los moros. Todos sus defensores, muertos. Un desastre, en fin.

La cruzada de Barbastro, de todas maneras, dejará huella en Europa y abrirá una vía de frecuente presencia de guerreros europeos en Aragón. Graus en 1073, Muñones en 1077, Estella diez años después: en todos esos escenarios veremos a cruzados normandos, aquitanos y provenzales combatiendo al moro con las armas de Aragón. Por eso Aragón será, en estos años iniciales, el más europeo de los reinos cristianos. En cuanto a Barbastro, no tardará en volver a conocer el hierro y el fuego de la guerra.

¿Y qué hacía mientras tanto Sancho Ramírez, el rey de Aragón? A Sancho Ramírez, la verdad es que, después de todo, la operación de Barbastro no le salió tan mal. Había terminado perdiendo la ciudad, pero también había ganado territorio y, sobre todo, había conquistado la crucial plaza de Alquézar, vigía del llano de Huesca, ya al sur de la sierra de Guara. ¿Qué era Alquézar? La llave de la Barbitania, o sea, de la comarca de Barbastro. Graus cerraba el acceso desde el Pirineo. Aragón había con seguido eludir el obstáculo desbordándolo por el sur, de manera que el camino quedaba abierto aunque Graus siguiera en manos musulmanas.Y eludido Graus, el siguiente punto fuerte en el sistema defensivo musulmán era precisamente Alquézar.

El propio nombre del enclave viene de su significado musulmán: alQasr, el alcázar construido doscientos años antes por Jalaf ibn Rasid, caudillo moro en Barbastro, a modo de puesto avanzado frente a los cristianos del Sobrarbe.Ahora, en la ola de la cruzada, ese puesto avanzado había caído.Y con Barbastro de nuevo en manos enemigas, Alquézar pasaba a ser la vanguardia del Reino de Aragón. Un monje se encargó de fortificarlo: el benedictino Banzo, abad del monasterio de Fanlo, que en recompensa recibió la villa de Beranuy y la iglesia de Santa María de Sabiñánigo.Y ojo a este personaje, el abad Banzo, porque su peripecia nos servirá más adelante para reconstruir los grandes cambios políticos y culturales de Aragón en este tiempo.

Ahora hemos de trasladarnos a otro punto del mapa de España. Desde León, el rey Fernando, que se siente poderoso, ha emprendido una ofensiva sin precedentes para afianzar su posición de monarca hegemónico ya no en la cristiandad, sino en toda la Península. Al rey de León le correspondía el título imperial de todas las Españas, y Fernando, cincuenta y cinco años en este momento, está dispuesto a demostrar por qué.Vamos a verle aumentando la Reconquista en Portugal, haciéndose presente en Zaragoza, incluso imponiendo su supremacía en Valencia. Nunca el Reino de León había llegado tan lejos. Será, sin embargo, la última cabalgada del rey Fernando.

La última cabalgada del rey Fernando

Estamos en el año 1065 y Fernando 1 es el rey más importante de la Península.A él, como rey de León, le corresponde el título de emperador; un título más formal que otra cosa, pero que en el caso de Fernando no es sólo una formalidad: ganó la corona de León derrotando a su rey, venció después al de Navarra y, a través de la taifa de Zaragoza, ha contenido al de Aragón. Ahora, en el oeste, ha empezado a extender la frontera, recobrando la tierra que León perdió en Portugal casi un siglo atrás.

Como todos los reyes anteriores, también Fernando ha tenido que sufrir rebeliones que amenazaron su trono. Sin embargo, ha sabido reprimirlas de manera implacable. En Galicia se sublevó Munio Rodríguez, tenente de Monterroso, pero perdió. Casi al mismo tiempo se levantaban los Flaínez en tierras leonesas, y corrieron la misma suerte. En otros territorios que antes dieron problemas, como las tierras entre el Cea y el Pisuerga, Fernando ha gozado del apoyo de los Banu Gómez. Ahora el reino está pacificado.

La hegemonía de Fernando no se aplica sólo sobre la España cristiana, sino también sobre la musulmana. Los Reinos de Taifas le temen. A lo largo de su reinado, Fernando ha recuperado Lamego y Viseo en Portugal, y en el Duero, Berlanga y San Esteban de Gormaz. Toledo empezó a pagarle parias muy temprano. Después, Zaragoza. Cuando el rey de Toledo al-Mamún faltó al pago, Fernando lanzó una expedición contra el territorio toledano, llegó hasta el valle del Tajo y forzó al rey taifa a declararse tributario suyo.

Las demás taifas harán lo mismo. Ése fue el objetivo de la campaña de Fernando en 1063, cuando mandó a sus tropas a recorrer Mérida y Sevilla. Una convencional expedición de saqueo visiblemente destinada a apuntalar la repoblación portuguesa, pero con resultados excelentes. El rey taifa de Badajoz,Yahya ben Muhammad al-Mansur, cedió. El de Sevilla, al-Mutadid, también, a pesar de que Sevilla era la taifa más poderosa del islam español. Era mejor pagar que sufrir los ataques leoneses. Fernando se permitió incluso añadir una exigencia a la taifa de Sevilla: aceptaría su vasallaje sólo si le entregaban las reliquias de Santa justa, mártir de época romana. Como los restos de Santa justa no aparecieron, el rey de Sevilla ofreció en su lugar los de San Isidoro, que Fernando aceptó, y que fueron llevados a la iglesia de San Juan Bautista en León; a partir de ese momento, la iglesia se llamó de San Isidoro.

Este episodio, por cierto, merece mención aparte. Cuando Fernando obtuvo el compromiso moro de que se le entregaría el cuerpo de Santa Justa, el rey envió a Sevilla una vistosa embajada. Fueron allá el conde Munio Muñoz, el obispo de León, que se llamaba Alvito, y el de Astorga, que era Ordoño, con una nutrida hueste de caballeros. En el curso del viaje, Alvito tuvo una visión: San Isidoro se le apareció en sueños y le dijo que la voluntad divina no era trasladar a Santa justa a León, sino que el trasladado fuera él, San Isidoro; el sabio santo sevillano le dijo también que, una vez cumplida esta misión, el propio obispo moriría. La comitiva llegó a Sevilla. Allí no localizaron los restos de Santa justa. El rey moro ofreció los de San Isidoro. Era lo que había soñado Alvito. Más aún: siete días después, el obispo Alvito fallecía, tal y como había predicho el santo.

En la cumbre de su poder, el rey reunió a las Cortes y procedió a repartir sus reinos y las parias asociadas.Ya hemos avanzado en capítulos anteriores lo fundamental de ese reparto. Al primogénito, Sancho, no le correspondería heredar el trono leonés, sino el territorio castellano, con las parias de Zaragoza. El heredero de León sería su segundo hijo, Alfonso, su favorito, que se llevaba además las parias de Toledo. El tercer hijo, García, heredaba las tierras de Galicia y Portugal y las parias de Mérida y Sevilla. A sus hijas, Urraca y Elvira, les dejó el señorío de todos los monasterios de los tres reinos, más las ciudades de Zamora y Toro, respectivamente, siempre y cuando no se casaran. Si se casaban, los perderían. ¿Por qué? Está claro: porque quería evitar que los futuros maridos de sus hijas pudieran reclamar tierras dentro del reino. Era un problema que el rey conocía bien. Quizá pensó en aquel joven conde de Castilla que, un día no muy lejano, invocó los derechos de su esposa, hermana del rey de León, para apoderarse del trono. Aquel joven conde había sido él: el propio Fernando.

El rey de León tuvo que abstenerse de intervenir en la cruzada que Aragón lanzó sobre Barbastro. Precisamente por ser cruzada, ningún reino cristiano podía actuar contra otro. Aprovechó el lapso para recuperar Coímbra, que dejó al cuidado del mozárabe sevillano Sisnando Davídiz. Tampoco intervino cuando, al año siguiente, 1065, los moros recuperaron Barbastro. Pero una vez concluida esa campaña, Fernando 1 se vio forzado a actuar. La taifa de Zaragoza, bajo los efectos de la victoria, había endurecido sus posturas. Al-Muqtadir se negaba a pagar. Todavía peor: en la fiebre de la yihad, la guerra santa musulmana, los moros habían perpetrado una matanza masiva de cristianos, mozárabes de Zaragoza.Y entonces Fernando marchó hacia allá. Fue la última cabalgada del rey Fernando.

Las tropas de León recorrieron como un ciclón el valle del Ebro. El rey de Zaragoza, al-Muqtadir, se avino inmediatamente a razones. El episodio no tiene gran historia que contar, porque fue fulgurante, pero dice mucho sobre el potencial bélico que había alcanzado la España cristiana: las tropas de León, con Fernando al frente, más las castellanas de su hijo Sancho, no tuvieron el menor problema para doblegar en unas pocas semanas a unas huestes musulmanas que, poco antes, habían logrado la hazaña de recuperar Barbastro. La potencia militar de León debía de ser verdaderamente temible. Tan temible que, una vez en Zaragoza, Fernando toma una decisión sorprendente: marchar contra Valencia.

Este giro hacia Levante es verdaderamente enigmático. ¿Qué se le había perdido a Fernando en Valencia? No había ni un solo motivo que justificara una cabalgada tan larga hasta tierras que jamás antes habían estado relacionadas con la corona. Pero precisamente eso es lo que hace interesante el episodio. La cabalgada valenciana de Fernando apunta a una dirección: León se proponía extender hasta el Mediterráneo su influencia. Sobre el mapa, las consecuencias del proyecto serían extraordinarias: un Reino de León extendido de costa a costa; el islam español, partido en dos; las coronas navarra, aragonesa y barcelonesa, forzosamente encajonadas al norte del Ebro.Y León, como verdadero dueño de España.

En la taifa de Valencia mandaba entonces un biznieto de Almanzor llamado Abd al-Malik. Valencia había quedado en manos de la familia amirí, los descendientes del todopoderoso caudillo que tanta sangre había hecho correr en España. Las generaciones siguientes, sin embargo, tenían poco que ver con el viejo Almanzor. Abd al-Malik no tenía fuerza ni energía ni recursos para hacer frente a ninguna amenaza externa.Tampoco ante aquel extraño ejército llegado de tan lejos al mando del rey de León.

La campaña valenciana de Fernando fue una sucesión de éxitos. Cruzó las sierras del Sistema Ibérico sin novedad. Se plantó ante Paterna, donde Abd al-Malik trató de hacerle frente. Las huestes musulmanas contaban con el refuerzo de un contingente enviado desde Toledo por alMamún, suegro de Abd al-Malik, pero ni siquiera así pudieron detener a los cristianos. Se acercaba el final del año 1065 y Fernando tenía al alcance de la mano una pieza extraordinaria: la ciudad de Valencia. Las banderas de León se asomaron a la muralla valenciana. Las tropas se dispusieron para tomar al asalto la ciudad. Pero en ese momento…

En ese momento Fernando se sintió morir. El rey tenía poco más de cincuenta años, pero le había llegado la hora. Lo supo enseguida.Tanto que ordenó levantar el campo y volver a León. Sabía que su vida se apagaba.

No sabemos cuál fue la enfermedad que aquejó a Fernando, pero sí conocemos todo lo que pasó después. El rey y su hueste llegaron a León en la Nochebuena de 1065. Fernando acudió a la iglesia de San Isidoro y se encomendó a los santos. Pasó la noche junto a los clérigos, salmodiando los maitines. Al amanecer, oyó misa y comulgó.Acto seguido, fue conducido al lecho. Su día de Navidad fue una larga jornada de agonía. En la mañana del día 26, sintiéndose morir, llamó a los obispos, abades y clérigos de la ciudad. Se hizo vestir con el manto regio y la corona. Ordenó que le llevaran a la iglesia. De rodillas, rezó su propia oración fúnebre:

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