Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
Es preciso preguntarse qué ganaba el inglés con todo esto.Y lo que Enrique II ganaba era muy importante: ante todo, secar las aspiraciones de quienes querían recuperar la unidad de la Francia carolingia. Pero no nos engañemos: en esta alianza, el eslabón fuerte es precisamente el inglés. Situémonos: estamos hablando del padre de Ricardo Corazón de León, que ha llegado a la corona de Inglaterra después de una cruenta guerra civil. Enrique no es realmente inglés: ha nacido en Le Mans, y su linaje, los Plantagenet, son en realidad los franceses de Anjou. Su madre, Matilda, era reina de Inglaterra y había estado casada —era sólo una niña— con el emperador del sacro Imperio Romano Germánico. Cuando Enrique hereda a sus padres, tiene en sus manos media Francia y, además, la corona inglesa. Luego desposa a Leonor de Aquitania, de manera que se convierte en el monarca más poderoso de su tiempo. Se entiende que castellanos y aragoneses buscaran su alianza.
Lo que se consiguió en aquella reunión de 1170 entre los dos Alfonsos fue muy importante. Para empezar, se acordaba el matrimonio de Alfonso VIII de Castilla con una hija del rey de Inglaterra, Leonor Plan tagenet. Leonor aportaba una dote muy valiosa: los territorios del condado de Gascuña, en la frontera francesa.Y Alfonso, por su parte, otorgaba a su nueva esposa —en aquel momento, una chiquilla de once años— buen número de castillos, numerosas rentas y la ciudad de Burgos. Seguramente fue en aquel mismo encuentro de 1170 cuando castellanos y aragoneses acordaron otra boda: Alfonso II de Aragón casaría con Sancha de Castilla y Polonia, hija de Riquilda, tía del rey castellano. Y así la trabazón de vínculos de sangre creaba una red política de notable solidez.
Las bodas de Alfonso de Castilla con Leonor Plantagenet fueron un auténtico acontecimiento popular. Una numerosa comitiva de condes, obispos y patricios castellanos había acudido a Burdeos a recoger a la novia. Esta comitiva incluía, por supuesto, un número elevado de sirvientes, y también otro elemento humano que en este momento está por todas partes en Europa: los trovadores y los juglares. La embajada castellana recogió a la jovencísima Leonor y emprendió el camino de vuelta.Y en algún lugar de Gascuña ocurrió algo que dejaría huella en la historia de la literatura universal: los trovadores presentes en la comitiva, trece de entre los más insignes de aquellos años, se reunieron para cantar y reír.Y gracias a uno de ellos, Peire de Alvernha, príncipe de los trovadores del siglo xii, conocemos los nombres de todos los demás.
Ocurrió que a Peire de Alvernha, para entretener los ocios de la comitiva en aquella larga marcha desde Burdeos a Tarazona, se le ocurrió componer unas letrillas burlescas.Y como objeto de su burla tomó a todos los demás trovadores, ante los que cantó versos de amistosa sátira que iban pasando revista, uno a uno, a los defectos de cada cual. Así nos enteramos de que Peire Rogier, antiguo canónigo, dejó los hábitos para dedicarse a cantar amores. A otro juglar, Giraut de Bornelh, se le reprocha su cantar adusto y desdichado. Un tercero, Bernart deVentadorn, es bajito y de mísera extracción social. Otro, Raimbaut d'Urenga, destaca por adulador. El propio Peire de Alvernha se caricaturiza a sí mismo diciendo que canta como una rana en un pozo y utiliza un lenguaje tan oscuro que nadie le entiende. Todos éstos son los grandes nombres de la poesía trovadoresca provenzal. Pero en un momento determinado de su sátira, Peire nos descubre que, además de los provenzales, había ya trovadores españoles: Gonzalo Ruiz y Pedro de Monzón.
Gonzalo Ruiz, castellano. Hombre seguramente de muy buena familia, porque la crónica le cita a él en primer lugar después de los condes. Dice el viperino Peire que Gonzalo está tan ufano con su canto que no deja de pregonar hechos caballerescos, pero que en realidad nunca dio ningún buen golpe, salvo los que se diera huyendo. La frase parece hecha a la medida de un joven con fama de valentón y cierta experiencia militar detrás; seguramente en las continuas algaradas de la frontera musulmana.
El otro trovador español es Pedro de Monzón, aragonés o castellano (y una cosa u otra ha de ser, porque en ninguna otra parte de Europa hay ciudades que se llamen Monzón).Y de este otro compatriota nos dice el trovador mayor que mantuvo una seria querella con el conde Ramón de Tolosa, nada menos, por causa de unos versos. ¿Cantó el de Monzón algunos versos del conde como si fueran suyos? ¿O más bien el conde le robó los versos a Monzón? De lo que dice Peire de Alvernha no se puede deducir ni una cosa ni la otra, pero está claro que Pedro de Monzón se contaba entre los trovadores más afamados de su tiempo.
Esta reunión de trovadores de 1170, en el contexto de la boda de Alfonso VIII con Leonor Plantagenet, se considera el acta fundacional de la lírica cortesana española bajo padrinazgo provenzal. Gracias al malévolo humor de Peire de Alvernha descubrimos los nombres de los primeros poetas españoles conocidos: estos Gonzalo Ruiz y Pedro de Monzón que acompañaron a la jovencísima Leonor en su comitiva nupcial. La boda se celebró en el mes de septiembre; numerosos nobles ingleses y franceses acudieron a ella. Como padrino actuó Alfonso II de Aragón.Y el joven rey aragonés cogió tanto gusto a la música y los versos que pronto se dedicaría a cultivarlos con auténtica pasión. Por eso pasó a la historia como el Rey Trovador.
La alianza cristiana contra Abu Yakub Yusuf
Dejemos a los dos Alfonsos con su corte de trovadores y volvamos al escenario del conflicto: la frontera andalusí. Situémonos entre 1170 y 1172 y repasemos el paisaje de oeste a este. En Portugal, Alfonso Enríquez ha hecho descender la frontera hasta Évora, ya en el Alentejo, pero ha to pado con la zona de influencia de León, que le cierra el paso. En Extremadura, Fernando II de León ha llevado su frontera hasta el sur de la actual provincia de Cáceres y ha pactado con los almohades para frenar a los portugueses. En Castilla, Alfonso VIII controla La Mancha y la frontera queda fijada en Sierra Morena. Más al este, hundido el mundo del Rey Lobo, los almohades han extendido su poder hasta Valencia y Cuenca, pero Alfonso II de Aragón ha llevado sus banderas hasta Teruel.
La situación militar es bastante confusa. Badajoz permanece en manos almohades con la protección del rey de León, que quiere cerrar el paso a los portugueses. En el este, los parientes del Rey Lobo han pasado al servicio de los almohades y se dedican a hostigar los territorios castellanos en el Tajo. Los musulmanes lanzan una ofensiva localizada sobre el castillo conquense de Huete, pero son rechazados y tienen que abandonar precipitadamente su campamento. En respuesta, las milicias de Ávila penetran en el valle del Guadalquivir. Los almohades contestarán a su vez con otra cabalgada sobre Talavera.
Mucha tensión, pues. Lo asombroso es que, pese a todo esto, no puede hablarse de una situación de guerra. Todas estas algaradas son en realidad simples operaciones de saqueo, sin ocupación de territorios. Por otro lado, en este periodo se suceden las treguas entre almohades y cristianos. Y sin embargo, esta agitación es el preludio de una guerra sin cuartel, y todo el mundo lo sabe. El califa almohade AbuYakub prepara una nueva ofensiva. En respuesta, los reinos cristianos firmarán una alianza bajo inspiración papal.Vamos a ver cómo pasó.
En el verano de 1173, el legado del papa en España, el cardenal jacinto, convoca a los reyes cristianos en Soria. Allí acudirán Fernando de León, Alfonso de Aragón y Alfonso de Castilla. El cardenal jacinto estaba en España desde el año anterior. Tenía muchos problemas encima de la mesa. Para empezar, tenía que crear una diócesis en Ciudad Rodrigo, cosa que Fernando de León deseaba, pero el rey de Portugal no. Además, Jacinto tenía que aprobar la actuación de las órdenes militares, que estaban desempeñando ya un papel decisivo en la frontera. A todo ello se añadía el espinoso asunto del matrimonio entre Fernando de León y Urraca de Portugal, hija de Alfonso Enríquez; matrimonio que políticamente podía ser muy oportuno, pero que presentaba el obstáculo del parentesco entre los cónyuges, que eran primos segundos. Pero el problema fundamental, el que englobaba a todos los demás, era este otro: cómo hacer para que los reyes cristianos se unieran frente al enemigo musulmán.
La verdad es que los reyes españoles andaban, en realidad, cada cual a lo suyo. Hemos visto a Fernando II de León pactando con los almohades para frenar a los portugueses. ¿Significaba eso que el rey de León renunciaba a extenderse hacia el sur? No. En octubre de 1170, mientras las tropas leonesas siguen protegiendo a los moros de Badajoz contra los portugueses, el rey de León promete al arzobispo de Santiago que le pondrá al frente de la diócesis de Mérida cuando esta ciudad sea ganada a los musulmanes. Muy pocos meses después, Fernando II otorga a la Orden de Santiago una ancha zona fronteriza entre el Guadiana y el Tajo y le encomienda expresamente que la defienda «contra los enemigos de Cristo».Y por otra parte, el rey de León aprovecha al máximo su pacto de circunstancias con los almohades: está defendiendo el Badajoz musulmán, sí, pero a la vez está avanzando posiciones en una larga línea que va desde Cáceres hasta Alburquerque. Curioso pacto, este de León y los almohades: los dos se han puesto de acuerdo para combatir a Portugal, pero con la clara intención de, una vez frenados los portugueses, pelearse entre sí.
En cuanto a los otros reyes, los jóvenes Alfonsos de Castilla y Aragón, también andaban más ocupados en sus propios asuntos que en otra cosa. ¿Cuáles eran esos asuntos? Ante todo, formar frente contra Sancho VI de Navarra, que en los años anteriores había aprovechado la minoría de edad de ambos monarcas para ganar territorios entre Álava, Burgos y La Rioja, prolongando peligrosamente su influencia hacia Soria e incluso Teruel. Ahora los dos Alfonsos se ponían de acuerdo: a partir de 1173 castellanos y aragoneses hostigarán las fronteras navarras. El conflicto durará varios años. En todo caso, parece claro que los objetivos de los dos Alfonsos estaban más en el norte que en el sur.
Pero el cardenal jacinto, que veía las cosas con perspectiva romana, es decir, desde fuera, estaba convencido de que los almohades preparaban una gran ofensiva. Eso fue lo que transmitió a los monarcas españoles. Al parecer, los reyes de León, Aragón y Castilla tomaron las advertencias de Jacinto a beneficio de inventario. Fernando II se sentía seguro en su dificil equilibrio con los almohades. Alfonso de Castilla, por su parte, había firmado treguas con el califa, como lo acababa de hacer el rey de Portugal.Y Alfonso de Aragón, en fin, tenía vara alta sobre unos territorios mu sulmanes, los del Levante, que dificilmente iban saliendo del caos posterior a la muerte del Rey Lobo. ¿Guerra? ¿Qué guerra?Y sin embargo…
Y sin embargo, el cardenal jacinto tenía razón. A partir de septiembre de aquel mismo año de 1173, el califa AbuYakub lanzó un poderoso ataque sobre las posiciones leonesas. Las treguas que había firmado con Castilla y Portugal le permitieron concentrar todas sus fuerzas en la frontera de León. Todo el frente sur de Fernando II se hundió, anegado por la ola almohade. Cayeron Alcántara y Cáceres. Los territorios del sur del Tajo fueron violentamente saqueados. La población huyó hacia el norte, a Ciudad Rodrigo. Pero hasta Ciudad Rodrigo llegaron los almohades, dispuestos a machacar toda resistencia.
Ciudad Rodrigo: desde diez años atrás, Fernando II se había dedicado obstinadamente a repoblar esta localidad, convencido de que su situación la convertía en pieza clave de su sistema defensivo. Además de repoblarla, el rey había ordenado construir una muralla que iba a alcanzar los dos kilómetros de perímetro. Ahora, año de 1174, la muralla todavía no estaba terminada, pero fue suficiente para acoger a los fugitivos del sur y contener la ofensiva musulmana. El rey de León movilizó cuantas tropas pudo y marchó él mismo a socorrer la ciudad. Lo consiguió: en octubre de 1174 los almohades abandonaban desordenadamente el asedio.
Ciudad Rodrigo rechazó a los invasores. Las huestes del Reino de León persiguieron a los almohades en retirada y les infligieron enormes daños. Esto, por cierto, era una constante en las costumbres militares almohades: al combatir con ejércitos inmensos, sus ofensivas eran terribles, pero sus retiradas eran un caos, porque no había manera de organizar aquello, de manera que las tropas en fuga se convertían en fácil blanco para los perseguidores. Les había pasado en Huete y volvía a pasarles ahora, en Ciudad Rodrigo. Fue una victoria cristiana, sin duda.
En Ciudad Rodrigo ganó Fernando, sí, pero el balance general de la ofensiva almohade había sido mucho más favorable para los musulmanes que para los cristianos: todos los territorios al sur del Tajo se habían perdido, es decir, la obra reconquistadora de Fernando quedaba arruinada. No se trataba sólo de una pérdida de territorios: la nueva situación exigía replantear todo el sistema defensivo leonés, volver a emplazar posiciones militares sólidas, con el consiguiente gasto económico en un reino cuyas fuentes de ingresos eran muy limitadas. Un desastre, en fin.
Por si faltaba alguna desdicha en la frente de Fernando II, el papa finalmente falló contra el matrimonio del rey de León con la portuguesa Urraca: siendo primos, no podían seguir casados. Urraca, mujer de armas tomar, optaba por retirarse de la vida mundana y tomaba el hábito de la Orden Militar de San Juan de Jerusalén. Dejaba en León un hijo: un crío de tres años llamado Alfonso, que llegará a ser rey.
El paisaje después de la batalla era inquietante. El califa almohade pudo volver a África con la conciencia del deber cumplido: aunque derrotado en Ciudad Rodrigo, había sometido a todos los poderes musulmanes de Al-Ándalus, había frenado a portugueses y a castellanos, y además había castigado severamente al Reino de León. No ha logrado victorias decisivas, pero ha alcanzado su objetivo: la España musulmana le pertenece.
Al norte de la frontera, los reyes cristianos entienden el mensaje: el cardenal jacinto tenía razón, es preciso unirse para afrontar la amenaza almohade. Alfonso de Castilla, como primera providencia, reforzó sus fronteras: entregó Uclés a la Orden de Santiago, encomendó a la Orden de Alcántara las plazas que circundaban Toledo (Almoguera, Ciruelos,Aceca, Mocejón) e instó a la de Calatrava a pasar a la ofensiva, prometiéndole la entrega de cuantos castillos y ciudades pudiera conquistar.
El acuerdo finalmente se impondrá por sí solo. A la altura del año 1177, los reyes de León, Castilla y Aragón se reúnen en Tarazona. Hay un primer objetivo: Cuenca, ciudad desde la que los almohades pueden amenazar tanto a Castilla como a Aragón. Será sólo el primer paso. Al fin parecía posible la alianza que predicaba el cardenal jacinto.