Muerte en la vicaría (15 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Muerte en la vicaría
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—Lo advertí hoy.

—Las penas propias algunas veces aguzan la vista —dije.

—Es cierto.

Hizo una pausa.

—Hay algo que no puedo de ninguna manera comprender —prosiguió—. ¿Por qué no oí el disparo que mató a mi esposo, si fue hecho con seguridad inmediatamente después de yo dejarle?

—La policía parece tener razones para creer que fue hecho más tarde.

—¿Y la hora «6.20» en la cabecera de la nota?

—Posiblemente fue escrita por el propio asesino.

Sus mejillas se tornaron pálidas.

—¡Oh!

—¿No le llamó la atención que la hora no estuviese escrita por su mano?

—Tampoco el resto de la nota me pareció suyo.

Había algo de verdad en la observación. Se trataba de unos garabatos casi ilegibles, que carecían de la precisión con que Protheroe solía escribir.

—¿Está usted seguro de que no siguen sospechando de Lawrence?

—Creo que está totalmente libre de sospechas.

—¿Quién puede estarlo, míster Clement? Lucius no gozaba de las simpatías de la gente, pero no creo que tuviera verdaderos enemigos, quiero decir, enemigos que llegaran hasta ese extremo.

Meneé la cabeza.

—Es un misterio.

Pensé meditativamente en los siete sospechosos de miss Marple. ¿Quiénes podían ser?

Después de despedirme de Anne, procedí a poner en ejecución cierto plan.

Salí de Old Hall siguiendo el sendero particular. Al llegar al portillo, volví sobre mis pasos y cuando me encontré en un lugar donde me pareció que la vegetación presentaba señales de haber sido separada, salí del sendero y me adentré en los matorrales. El bosque era espeso. Avanzaba lentamente. De pronto me di cuenta de que alguien se encontraba no lejos de mí. Me detuve, vacilante, y Lawrence Redding apareció, llevando una gran piedra.

Supongo que en mi rostro debió retratarse la sorpresa, pues estalló en una fuerte carcajada.

—No —dijo—. No es ningún indicio, sino una oferta de paz.

—¿Una oferta de paz?

—Llamémosle una base para las negociaciones. Quiero una excusa para visitar a su vecina, miss Marple, y tengo entendido que agradece mucho que se le lleven piedras para el jardín japonés que está construyendo.

—Es cierto —dije—. Pero, ¿qué quiere usted de esa señora?

—Simplemente esto. Si algo había ayer que debiera ser visto, los ojos de miss Marple lo percibieron. No me refiero a algo necesariamente relacionado con el asesinato, o que ella creyera que tiene que ver con él, sino, a algún incidente extraño o fuera de lo normal, así como también un suceso aparentemente sin importancia que pudiera darnos la clave que nos conduzca a la verdad, y que ella creyera poco digno de ser comunicado a la policía.

—Supongo que es posible que así haya sido.

—Vale la pena averiguarlo. Estoy decidido a descubrir la realidad de lo sucedido, Clement, aunque no sea sino por Anne. Además, Slack no me inspira mucha confianza. Es un individuo celoso de su deber, pero el celo no puede nunca reemplazar a la inteligencia.

—Veo que es usted un detective aficionado —dije—. No creo que en la vida real puedan los detectives de novela competir con los profesionales.

Me miró fijamente y estalló en una carcajada.

—¿Qué está usted haciendo en el bosque? —preguntó.

Me ruboricé.

—Lo mismo que yo, supongo —prosiguió—. Ambos estamos obsesionados por la misma idea.
¿Cómo pudo el asesino llegar al gabinete?
Primer camino: por el sendero y la puerta del jardín. Segundo camino: por la puerta principal. Tercer camino… ¿Hay en realidad un tercer camino? Mi intención era averiguar si la vegetación presentaba huellas de pasos o señales de haber sido pisoteada en alguna parte cerca del muro del jardín correspondiente a la vicaría.

—Ésa era precisamente mi idea —admití.

—Sin embargo, en realidad no había empezado a averiguarlo —prosiguió Lawrence—, pues se me ocurrió que preferiría ver a miss Marple primero, para cerciorarme de que nadie pasó por el sendero ayer por la tarde, mientras nosotros estábamos en el estudio.

Meneé la cabeza.

Miss Marple afirmó que nadie había transitado por el camino.

—Sí, alguien a quien ella consideraba «nadie». Parece una locura, pero he aquí lo que quiero decir: quizá pasó por él alguna persona como el cartero, el lechero, o el muchacho de la carnicería, alguien cuya presencia allí fuera tan normal que ella ni tan siquiera la considerara digna de mención.

—Creo que ha leído usted a G. K. Chesterton —dije, y Lawrence no lo negó.

—¿No cree usted que puede haber sido así?

—No niego tal posibilidad —admití.

Nos dirigimos hacia la casa de miss Marple. Estaba trabajando en su jardín y nos llamó cuando llegamos al portillo.

—Lo ve todo —murmuró Lawrence.

Nos recibió amablemente y se mostró muy complacida con Lawrence por la gran piedra que le llevaba, de la cual él le hizo entrega con gran solemnidad.

—Se lo agradezco mucho, míster Redding. Es usted muy amable.

Animado por estas palabras, Lawrence inició su interrogatorio. Miss Marple le escuchaba atentamente.

—Sí, comprendo lo que quiere decir y estoy de acuerdo con usted en que la presencia de tales personas me hubiera parecido tan natural que ni siquiera las hubiera mencionado, pero puedo asegurarle, sin embargo, que no transitó ninguna persona. Nadie en absoluto por aquel entonces.

—¿Está usted segura, miss Marple?

—Completamente.

—¿Vio usted a alguien que desde el sendero pasara a los bosques aquella tarde? —pregunté—. ¿O que viniera de ellos?

—¡Oh, sí, mucha gente! El doctor Stone y miss Cram, por ejemplo. Es el camino más corto para llegar a la tumba. Fue alrededor de las dos de la tarde. Y el doctor Stone regresó por el mismo camino, como usted sabe, míster Redding, puesto que se unió a usted y a mistress Protheroe.

—A propósito —dije— supongo que míster Redding y mistress Protheroe debieron oír también el disparo que usted oyó, miss Marple.

Miré interrogativamente a Lawrence.

—Sí —repuso él, frunciendo el ceño—. Creo haber oído algunos tiros. ¿No fueron uno o dos?

—Sólo oí uno —dijo miss Marple.

—Recuerdo esos detalles sólo muy vagamente —murmuró Lawrence—. Quisiera que se hubieran quedado grabados en mi mente con mayor claridad. Estaba tan absorto con…

Se detuvo, embarazado.

Tosí discretamente, y miss Marple, con gazmoñería, cambió el tema.

—El inspector Slack ha estado tratando de hacerme decir claramente si oí el disparo antes o después de que míster Redding y mistress Protheroe salieran del estudio. He debido admitir que no podía decirlo con seguridad, aunque tengo la impresión, que parece afirmarse cuando pienso en ello, de que fue después.

—Entonces eso libra de sospechas al célebre doctor Stone —dijo Lawrence con un suspiro—. No creo que en ningún momento se haya sospechado de él como asesino del coronel Protheroe.

—Yo siempre encuentro prudente sospechar un poco de todo el mundo —arguyó miss Marple—, pues, en realidad, una nunca sabe…

Esa actitud era típica en miss Marple. Pregunté a Lawrence si estaba de acuerdo con ella acerca del disparo.

—No lo sé. Comprenda que se trata de un ruido muy natural. Sin embargo, me siento inclinado a creer que fue hecho mientras estábamos en el estudio. El sonido hubiera llegado hasta nosotros bastante amortiguado.

Pensé que las razones para que no lo hubiesen oído claramente eran muy distintas.

—Debo preguntárselo a Anne —prosiguió—. Quizá ella se acuerde. A propósito, parece haber un hecho curioso que necesita ser explicado. Mistress Lestrange, la dama misteriosa de St. Mary Mead, visitó al viejo Protheroe el miércoles por la noche, después de la cena. Nadie parece saber a qué fue debida esa visita. Protheroe no habló de ella ni a su esposa, ni a su hija.

—Quizá el vicario conozca el motivo —sugirió miss Marple.

¿Cómo podía saber aquella mujer que yo había visitado a mistress Lestrange aquella tarde? Es rara la forma en que se entera de todo.

Meneé la cabeza y dije que no podía arrojar ninguna luz sobre el asunto.

—¿Qué piensa el inspector Slack? —preguntó miss Marple.

—Ha hecho cuanto ha podido para hacer hablar al mayordomo pero, al parecer, no fue lo bastante curioso para quedarse escuchando detrás de la puerta. Por tanto, nadie sabe nada de la visita.

—Sin embargo, espero que alguien alcanzará a enterarse de algún detalle, ¿no cree usted? —dijo miss Marple—. Quiero decir, alguien siempre sabe algo. Creo que es por ese camino que míster Redding debiera investigar. No me refiero a ella —continuó miss Marple—, sino a las criadas. No gustan de hablar con la policía, pero un joven de buen aspecto, perdóneme, míster Redding, que ha sido creído culpable, podría hacerlas hablar.

—Lo intentaré esta tarde —dijo Lawrence con firmeza—. Gracias por la sugerencia, miss Marple. Iré después… bien, después que el vicario y yo hayamos terminado cierto trabajo.

Se me ocurrió pensar que sería mejor hacerlo de una vez. Nos despedimos de miss Marple y nos adentramos en el bosque nuevamente.

Primero seguimos por el camino hasta que llegamos a un nuevo lugar donde parecía que alguien hubiera salido del sendero por el lado derecho. Lawrence me explicó que él había ya seguido esas huellas y que no conducían a ninguna parte, pero dijo que podíamos examinarlas de nuevo. Quizá se hubiera equivocado.

Era como había dicho. Unas diez o doce yardas más allá cesaban las señales. Fue desde ese punto que Lawrence había vuelto al sendero cuando se encontró conmigo más temprano aquella misma tarde.

Salimos de nuevo al camino y seguimos recorriéndolo, llegando a otro lugar en el que también se apreciaban señales de que alguien se había adentrado en la maleza. No estaban muy claras, pero a mi parecer eran inequívocas. Esta vez las huellas eran más prometedoras. Dando un rodeo, conducían hasta la vicaría. Las seguimos y llegamos hasta el muro del jardín, junto al cual la maleza era más espesa. El muro era alto y estaba cubierto, en su parte superior, con fragmentos de vidrio. Si alguien había colocado una escalera de mano contra él, no tardaría en encontrar las señales.

Caminábamos despacio cuando hasta nosotros llegó el ruido de una ramita al romperse. Apresuré el paso, abriéndome camino, y di de manos con el inspector Slack.

—Conque es usted —dijo—. Y míster Redding. ¿Qué están haciendo?

Ligeramente alicaídos, se lo explicamos.

—No siendo los miembros de la policía tan tontos como se nos cree —repuso—, yo tuve la misma idea que ustedes. He estado aquí más de una hora. ¿Les gustaría enterarse de algo?

—Sí —repuse humildemente.

—El asesino del coronel Protheroe no llegó a la vicaría por este camino. Ni a este lado del muro, ni al otro, hay huella alguna. El asesino entró por la puerta principal. Era el único camino que pudo utilizar.

—¡Imposible! —exclamé.

—¿Por qué? La puerta de la casa está siempre abierta y no hay más que empujarla para entrar. Desde la cocina no se ve a quienes llegan. El asesino sabía que usted estaba fuera y que su esposa se encontraba en Londres. Míster Dennis estaba jugando al tenis. No puede ser más sencillo. Tampoco necesitó ir por el pueblo, desde el cual se puede penetrar en el bosque y salir donde uno quiera. A menos que mistress Price Ridley saliera por la puerta de su casa en el preciso instante, nadie vería a quien tal cosa intentara. Además, es mucho más fácil que escalar muros. Pueden tener la certeza de que entró por la puerta principal.

Realmente, parecía que estaba en lo cierto.

C
APÍTULO
XVII

E
L inspector me visitó al día siguiente por la mañana. Creo que su actitud hacia mí está cambiando y que, con el tiempo, incluso olvidará el asunto del reloj.

—He averiguado el origen de la llamada que usted recibió —dijo después de saludarme.

—¿Desde dónde fue hecha? —pregunté.

—Desde el pabellón norte, que está temporalmente deshabitado. Los porteros que lo ocupan fueron jubilados y los que han de reemplazarlos no han llegado todavía. Era un lugar muy conveniente para ello. Una de las ventanas posteriores estaba abierta. No había huella alguna en el aparato telefónico, que presentaba señales de haber sido cuidadosamente limpiado. Eso es muy sugestivo.

—¿Qué quiere usted decir?

—Simplemente, que la llamada fue hecha para que usted no se encontrara en la vicaría aquella tarde, lo cual nos indica que el asesinato fue cuidadosamente preparado con anticipación. De haberse tratado de una simple broma, las huellas digitales no hubiesen sido tan cuidadosamente borradas.

—Sí, comprendo.

—También indica que el asesino conoce perfectamente Old Hall y sus alrededores. No fue mistress Protheroe quien le llamó. Sé lo que hizo por la tarde, minuto por minuto. Hay media docena de criados que pueden jurar que no salió de la casa hasta las cinco y media, cuando se dirigió al pueblo en coche con el coronel Protheroe. Su esposo fue a ver a Quint, el veterinario, para consultar acerca de uno de sus caballos. Mistress Protheroe encargó algunas cosas en el colmado y la pescadería, y desde allí tomó directamente el camino trasero, en que la vio miss Marple. Los tenderos aseguran que no llevaba bolso de mano. Miss Marple tenía razón.

—Acostumbra tenerla siempre —repuse.

—Y miss Protheroe estaba en Much Benham a las cinco y media.

—Es cierto —dije—. Mi sobrino también se encontraba allí.

—Las doncellas parecen buenas chicas, algo histéricas y trastornadas, pero ello es natural. Desde luego, no me gusta mucho el mayordomo, especialmente después de haber notificado que dejaba el servicio, pero no creo que sepa nada importante.

—Sus investigaciones parecen haber dado resultados negativos hasta el momento, inspector.

—Sí y no. Se ha presentado algo de manera inesperada.

—¿Sí?

—¿Recuerda usted la queja formulada por la mañana por mistress Price Ridley acerca de haber sido insultada por teléfono?

—Sí —repuse.

—Investigamos el origen de la llamada, sólo para calmarla. ¿Sabe usted desde dónde fue hecha?

—Desde un teléfono público, seguramente.

—No, míster Clement. La llamada se hizo desde la casa de míster Lawrence Redding.

—¿Cómo? —exclamé sorprendido.

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