Muerto hasta el anochecer (32 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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—Bubba —repetí, no muy segura de haber oído bien.

—Sí, Bubba —terció con alegría el vampiro, destilando cierto aire bonachón pese a su temible sonrisa—, ése soy yo. Encantado de conocerte.

Le di la mano, obligándome a devolverle la sonrisa. Madre del Amor Hermoso, nunca pensé que alguna vez le estrecharía la mano a «él». Desde luego, había cambiado mucho; y a peor.

—Bubba, ¿te importaría esperarnos aquí en el porche? Deja que le explique nuestro acuerdo a Sookie.

—Por mí, perfecto —dijo Bubba con despreocupación. Se sentó en el columpio, tan feliz. Parecía tener menos cerebro que un grillo.

Pasamos al comedor, pero no sin que antes me diera cuenta de que gran parte de los habituales ruidos nocturnos —de insectos y ranas— se habían extinguido con la presencia de Bubba.

—Quería habértelo explicado antes de que Bubba llegara —susurró Bill—, pero no he podido.

—¿Es quien creo que es? —pregunté.

—Sí. Así que al menos habrá que reconocer que algunas de las historias sobre sus apariciones son ciertas. Pero no lo llames por su nombre, ¡llámalo Bubba! Algo fue mal cuando hizo la transición de humano a vampiro. Puede que se debiera a la gran cantidad de sustancias químicas que había en su sangre.

—Pero estuvo muerto de verdad, ¿no?

—No..., no del todo. Uno de los nuestros era empleado en la funeraria y gran admirador suyo. Se dio cuenta de que aún le quedaba un soplo de vida, y lo resucitó del modo más rápido posible.

—¿Lo resucitó?

—Lo convirtió en vampiro —me explicó Bill—. Pero fue un error. Por lo que me han contado mis amigos, nunca ha vuelto a ser el mismo. Tiene muy pocas luces, así que, para sobrevivir, hace trabajitos para los demás. No podemos dejar que se le vea en público, como podrás entender.

Asentí con la boca abierta. Por supuesto que no.

—Madre mía —murmuré, asombrada ante la celebridad de rango «real» que tenía en el jardín.

—Recuerda lo estúpido y lo impulsivo que es... No te quedes a solas con él, y no se te ocurra llamarle otra cosa que Bubba. Como ya te ha contado, le gustan las mascotas, pero su dieta a base de sangre animal no lo hace más fiable. Ahora bien, en cuanto a por qué lo he traído aquí...

Me crucé de brazos, aguardando la explicación de Bill con genuino interés.

—Cariño, tengo que irme del pueblo durante una temporada —explicó.

Era algo tan inesperado que me desconcertó por completo.

—¿Qué?... ¿Por qué? No, déjalo, no necesito saberlo —hice un gesto con las manos para indicarle que no tenía ninguna intención de invadir su intimidad.

—Te lo explicaré cuando vuelva —aseguró con firmeza.

—¿Y dónde encaja en todo esto tu amigo... Bubba? —pregunté, aunque tenía la desagradable impresión de conocer la respuesta.

—Bubba se va a encargar de protegerte mientras estoy fuera —dijo Bill con rigidez.

Arqueé las cejas.

—De acuerdo. No es que ande muy sobrado de... —Bill miró a su alrededor—. Bueno, de nada —reconoció finalmente—. Pero es fuerte y hará lo que yo le diga. Se asegurará de que nadie se cuele en tu casa.

—¿Se quedará en el bosque?

—Por supuesto —dijo Bill con énfasis—. Se supone que ni siquiera se acercará a hablar contigo. Por las noches se limitará a permanecer en un lugar desde el que pueda ver la casa y vigilará hasta que amanezca.

Tendría que acordarme de bajar las persianas. La idea de que un vampiro lerdo se dedicase a curiosear por mis ventanas no me resultaba nada atractiva.

—¿De verdad crees que es necesario? —pregunté, desesperanzada—. La verdad, no recuerdo que me hayas consultado.

Bill encogió un poco los hombros; su movimiento equivalente a respirar hondo.

—Cariño —dijo, forzando el tono paciente de su voz—, intento con todas mis fuerzas acostumbrarme al modo en que las mujeres de este siglo queréis que os traten. Pero no me resulta natural, en especial si temo que estés en peligro. Estoy tratando de poder sentirme tranquilo cuando me marche. Ojalá no tuviera que alejarme, pero es lo que tengo que hacer. Por nosotros.

Clavé mis ojos en él.

—Entiendo lo que me quieres decir —admití, por último—. No es que me encante la idea, pero paso miedo por las noches, y supongo... Bueno, vale.

Honestamente, no creo que importase mucho si consentía o no. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a obligar a Bubba a marcharse si él no quería irse? El cuerpo de policía de nuestro pequeño pueblo no disponía del equipo necesario para enfrentarse a un vampiro. Y si se encontraban con éste en particular, se limitarían a quedarse mirándolo con la boca abierta el tiempo suficiente para que él los hiciera pedazos. Apreciaba la preocupación de Bill, y supuse que, al menos, debía mostrar la cortesía de agradecérselo. Le di un pequeño abrazo.

—Bueno, si tienes que irte, ten mucho cuidado mientras estés fuera —dije, tratando de no sonar desolada—. ¿Tienes dónde quedarte?

—Sí. Estaré en Nueva Orleans. Quedaba una habitación libre en ese sitio del casco viejo.

Había leído un artículo sobre aquel hotel, el primero del mundo destinado en exclusiva a vampiros. Garantizaba una seguridad completa y, hasta el momento, siempre había cumplido. Estaba situado justo en medio del barrio francés. Al anochecer, auténticas hordas de «colmilleros» y turistas lo rodeaban, aguardando a la salida de los vampiros.

Empecé a sentir envidia. Me esforcé por no presentar el triste aspecto de un cachorro que se queda tras la puerta cuando sus dueños se van de vacaciones, y me apresuré a colgar mi invariable sonrisa.

—Bueno, pásalo bien —me forcé a decir—. ¿Ya has hecho las maletas? Tardarás unas horas en llegar allí, y ya hace tiempo que oscureció.

—El coche está listo —por primera vez caí en que había retrasado su marcha para pasar más tiempo conmigo y con los hijos de Arlene—. Será mejor que me vaya —vaciló, parecía estar buscando las palabras adecuadas. Entonces, me tendió las manos y yo las cogí entre las mías. Tiró un poco de mí, una ligera presión, y yo cedí, y lo abracé. Froté mi rostro contra su camisa y lo rodeé con los brazos, apretándolo hacia mí.

—Te voy a echar de menos —me dijo. Hablaba con un soplo de aire, un leve hilo de voz, pero lo oí. Me besó la cabeza y después se apartó de mí y salió por la puerta delantera. Lo escuché dar a Bubba algunas instrucciones de última hora. El columpio chirrió cuando mi recién asignado «guardián» se levantó.

No miré por la ventana hasta que el coche de Bill se alejaba por el camino de entrada. Bubba se paseaba entre los árboles. Mientras me daba una ducha, me dije que Bill debía de confiar mucho en él, ya que me había dejado a su cargo. Pero seguía sin estar segura de quién me inspiraba más miedo: si el asesino al que perseguía, o Bubba mismo.

Al día siguiente, en el trabajo, Arlene me preguntó por qué había aparecido aquel vampiro en mi casa. No me sorprendió que sacara a relucir el tema.

—Pues es que Bill tiene que irse unos días, y está preocupado, ya sabes... —tenía la esperanza de poder dejarlo ahí, pero Charlsie se nos había acercado. No había mucho que hacer: la Cámara de Comercio celebraba una conferencia en el restaurante Fins and Hooves,y el Grupo Femenino de Cocina y Oración estaba poniendo a punto sus patatas al horno en la enorme mansión de la anciana señora Bellefleur.

—¿Quieres decir —dijo Charlsie con mirada arrobada— que tu hombre te ha conseguido un guardaespaldas personal?

Asentí con renuencia. Era un modo de verlo.

—¡Qué romántico! —suspiró.

Sí, era una forma de verlo.

—Pero ¡es que no te lo imaginas —dijo Arlene tras morderse la lengua todo cuanto pudo—, es clavadito a...!

—No, no, no digas eso si hablas con él —la interrumpí—. En realidad, es bastante distinto —eso era cierto—, y no le gusta nada oír ese nombre.

—Ah —respondió Arlene, bajando la voz, como si Bubba pudiera estar escuchándonos a plena luz del sol.

—Me siento más segura con Bubba en el bosque —dije, lo que también era más o menos cierto.

—Ah, pero ¿no se queda en tu casa? —preguntó Charlsie. Estaba claro que se sentía algo defraudada.

—¡No, por Dios! —exclamé. De inmediato me disculpé ante Dios por pronunciar su nombre en vano, últimamente me tocaba hacerlo demasiado a menudo—. No, Bubba pasa las noches en el bosque, vigilando la casa.

—¿Era verdad lo de los gatos? —Arlene parecía aprensiva.

—¡Qué va! Era una broma. Con bastante poca gracia, ¿verdad? —estaba mintiendo descaradamente, no me cabía duda de que Bubba disfrutaba los tentempiés de sangre de gato.

Arlene sacudió la cabeza, poco convencida. Era momento de cambiar de tema.

—¿Os lo pasasteis bien ayer? —le pregunté.

—Rene se portó fenomenal anoche, ¿verdad? —dijo con las mejillas sonrosadas.

Resultaba curioso que una mujer que había estado tantas veces casada se sonrojara con tanta facilidad.

—Eso tendrás que decírnoslo tú —respondí. A Arlene le encantaban las conversaciones un poco picantes.

—¡No seas tonta! Me refiero a que estuvo muy educado con Bill, e incluso con ese Bubba.

—¿Y existe alguna razón por la que no debiera estarlo?

—Tiene una especie de problema con los vampiros, Sookie —Arlene sacudió la cabeza—. Ya lo sé, yo también —confesó cuando la miré levantando las cejas—, pero en Rene llega a ser un auténtico prejuicio. Cindy estuvo saliendo con un vampiro una temporada, y estuvo muy preocupado.

—¿Y qué tal está Cindy? —sentía un gran interés por la salud de cualquiera que hubiera salido con un vampiro.

—Hace tiempo que no la veo —admitió Arlene—, pero Rene va a visitarla cada dos semanas o así. Le va bien, está más asentada. Trabaja en la cafetería de un hospital.

Sam, que estaba en esos momentos detrás de la barra reponiendo la sangre embotellada de la cámara, dijo:

—Tal vez a Cindy le apetezca volver a casa. Lindsey Krause ha dejado el otro turno porque se traslada a Little Rock.

Desde luego, eso logró captar nuestra atención. El Merlotte's empezaba a padecer una seria escasez de personal. Por algún motivo, durante el último par de meses los empleos poco cualificados en el sector de servicios estaban perdiendo popularidad.

—¿Le has hecho una entrevista a alguien más? —preguntó Arlene.

—¡Buff! Tendría que repasar los archivos... —dijo Sam con desaliento. Sabía que Arlene y yo éramos las únicas camareras que había mantenido fijas durante más de dos años. No, eso no era del todo cierto; también estaba Susanne Mitchell, en el otro turno. Sam se pasaba mucho tiempo contratando y, en ocasiones, despidiendo empleadas—. Sookie, ¿te importaría echarle un vistazo a los archivos, para descartar a algunas que se hayan mudado o que ya tengan trabajo, o por si ves a alguien que me recomendarías de verdad? Eso me ahorraría algo de tiempo.

—Claro —contesté. Recordaba que Arlene había hecho lo mismo un par de años atrás, cuando contrataron a Dawn. Nosotras teníamos más lazos con la comunidad que Sam, que nunca parecía apuntarse a nada. Sam llevaba ya seis años en Bon Temps, y nunca me había encontrado a nadie que pareciera conocer algún detalle de su vida previa a la adquisición del bar.

Me senté en el escritorio de Sam, con el grueso archivo de solicitudes. Al poco tiempo comprendí que aquel asunto me interesaba. Tenía tres montones: las que se habían mudado, las que ya trabajaban en otro lugar, y las que resultaban prometedoras. Además, añadí un cuarto y un quinto: uno, para aquéllas con las que no quería trabajar porque no las soportaba, y el otro, para las que habían muerto. La primera solicitud del quinto montón la había cumplimentado una chica que había muerto en un accidente de tráfico las navidades anteriores, y volví a sentir lástima por su familia cuando vi su nombre en la parte superior del impreso. El encabezamiento de la siguiente era un nombre: «Maudette Pickens».

Maudette había echado la solicitud tres meses antes de morir. Me imagino que ganarse la vida en el Grabbit Kwik era bastante desalentador. Cuando eché una hojeada a los campos que había rellenado y me fijé en lo penosas que eran su letra y su ortografía, volvió a darme pena. Traté de imaginarme cómo mi hermano podía haber pensado que tener relaciones sexuales con esa chica —y grabarlas en vídeo— era una forma entretenida de pasar el tiempo. Me preguntaba qué tendría Jason en la cabeza. No lo había visto desde la noche que se había ofrecido a llevar a Desiree a casa. Esperaba que hubiera regresado entero, porque aquella chica sí que era una buena pieza. Ojalá sentara la cabeza con Liz Barrett; ella tenía la tenacidad necesaria para meterlo en vereda.

Desde hacía algún tiempo, cada vez que pensaba en mi hermano era para preocuparme. ¡Si no hubiera intimado tanto con Maudette y Dawn! Aunque, al parecer, no era, ni mucho menos, el único que había disfrutado de su compañía, en un sentido tanto metafórico como literal. En los cuerpos de ambas se habían encontrado mordiscos de vampiros. A Dawn le gustaba el sexo duro, pero no sabía cuáles habían sido las preferencias de Maudette en ese sentido. Con la cantidad de hombres que repostaban gasolina y tomaban café en el Grabbit Kwik, o que pasaban por el Merlotte's a beber algo, sólo al tonto de mi hermano se le había ocurrido grabar cintas con sus hazañas sexuales.

Contemplé la enorme taza de plástico del escritorio de Sam, que tenía restos de té con hielo. En la cara externa de aquella taza verde estaba escrito, en color naranja fosforito: «Apaga tu sed en el Grabbit Kwik». Sam también conocía a las dos. Dawn había trabajado para él, y Maudette había solicitado un puesto allí.

Desde luego, a Sam no le gustaba que yo saliera con un vampiro. Puede que no le gustase nadie que saliese con no muertos.

Justo en ese momento Sam entró, y di un respingo como si me hubiera sorprendido haciendo algo malo. Bueno, según mis reglas, lo estaba haciendo: pensar mal de un amigo no está nada bien.

—¿Cuál es el bueno? —preguntó, aunque me miraba algo desconcertado.

Le entregué un montoncito de unas diez solicitudes.

—Esta chica, Amy Burley —expliqué, señalando la de más arriba—, tiene experiencia. Hace alguna sustitución en el Good Times; Charlsie trabajó con ella allí, así que puedes preguntarle.

—Gracias, Sookie. Esto me ahorrará algún que otro dolor de cabeza.

Asentí en respuesta, aunque con cierta brusquedad.

—¿Te encuentras bien? —preguntó—. Hoy pareces algo distante.

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