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Authors: Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer (34 page)

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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—Entonces, ¿podrías convertirte en pájaro?

—Sí, pero volar es muy duro. Además, siempre he tenido miedo de acabar achicharrándome en un tendido eléctrico o de espachurrarme contra un cristal.

—Y... ¿por qué? ¿Por qué querías que lo supiera?

—Parecías llevar bastante bien el hecho de que Bill fuese vampiro; en realidad creo que hasta disfrutas con ello. Así que pensé que merecía la pena intentarlo, a ver si podías asumir mi... condición.

—Pero ¡lo que tú eres —dije de repente, saliéndome por la tangente— no puede explicarse con un virus! ¡Quiero decir, tú cambias por completo!

No dijo nada. Se quedó mirándome, con sus ojos ahora azules, pero igual de inteligentes y observadores.

—Ser un cambiante es decididamente sobrenatural. Si esto existe, otras cosas también pueden existir. Así que... —dije con lentitud y cautela—, Bill no tiene ningún virus. La condición de vampiro no se limita a padecer cierta alergia a la plata, o al ajo, o al sol... Eso sólo es basura que esparcen los vampiros, propaganda, se podría llamar. Así pueden ser aceptados con más facilidad, como víctimas de una terrible enfermedad. Pero en realidad son... en realidad, están...

Corrí hasta el baño para vomitar. Por suerte, logré alcanzar el váter.

—Sí —dijo Sam desde la puerta, con voz triste—. Lo siento mucho, Sookie. Pero no es que Bill tenga un virus. Es que en realidad está... muerto.

Me lavé la cara y me cepillé los dientes dos veces. Me senté en el borde de la cama, demasiado cansada como para ir más lejos. Sam se sentó a mi lado, me pasó el brazo por el hombro, acogedor y, tras unos segundos, me acurruqué junto él, apoyando la mejilla en su cuello.

—¿Sabes? Una vez estaba escuchando la radio —dije, sin que viniera a cuento—, estaban retransmitiendo un programa sobre criogenia, sobre cómo mucha gente últimamente decidía congelar sólo su cabeza porque resulta mucho más barato que conservar todo el cuerpo.

—¿Eh?

—Adivina qué canción pusieron al final.

—¿Cuál, Sookie?

—Put Your Head on My Shoulder
9
.

Sam emitió un ruido ahogado y después estalló en carcajadas.

—Oye, Sam —dije, cuando se hubo tranquilizado—. Entiendo lo que me dices, pero necesito hablar de esto con Bill. Lo quiero, le soy fiel, y además él no está aquí para defenderse.

—Escucha, el objetivo no era tratar de apartarte de Bill. Aunque eso sería estupendo —Sam esbozó su poco habitual y maravillosa sonrisa. Parecía mucho más relajado conmigo ahora que conocía su secreto.

—¿Y cuál era entonces?

—Mantenerte con vida hasta que atrapen al asesino.

—¿Así que ésa es la razón por la que has aparecido desnudo en mi cama? ¿Para protegerme?

Tuvo el detalle de parecer avergonzado.

—Bueno, reconozco que podría haberlo planeado mejor, pero pensé que necesitabas a alguien a tu lado. Arlene me había contado que Bill estaría fuera unos días, y sabía que no me dejarías pasar aquí la noche como humano.

—¿Estarás más tranquilo ahora que sabes que Bubba vigila la casa por las noches?

—Los vampiros son fuertes y feroces —reconoció Sam—. Supongo que este Bubba le debe algo a Bill, o no le haría semejante favor. No son un colectivo que se distinga por su solidaridad; su mundo está muy jerarquizado.

Debería haber prestado más atención a lo que me contaba Sam, pero estaba pensando que era mejor que no supiera nada acerca de los orígenes de Bubba.

—Si tú y Bill existís, supongo que debe de haber un montón de seres cuya existencia está al margen de la naturaleza —dije, dándome cuenta de lo mucho que me quedaba por reflexionar. Desde que conocía a Bill no había sentido tanta necesidad de acumular ideas para estudiarlas en el futuro, pero estar preparada nunca hace daño—. Algún día tendrás que contármelo —¿El yeti? ¿El monstruo del lago Ness? Yo siempre había creído en el monstruo del lago Ness.

—Bueno, supongo que será mejor que me vuelva a casa —dijo Sam. Me miró esperanzado. Seguía desnudo.

—Sí, creo que será lo mejor. Pero... ¡mierda!, tú... Oh, ¡hay que ver! —corrí escaleras arriba en busca de algo de ropa. Me parecía recordar que Jason guardaba un par de trapos en un armario del piso superior, para un caso de emergencia.

Por suerte encontré un par de vaqueros y una camisa informal en el primer cuarto en el que miré. Se notaba calor allí arriba, debajo del tejado de estaño; la planta baja tenía un termostato independiente. Regresé al piso inferior, contenta de sentir el frescor del aire acondicionado.

—Aquí tienes —anuncié, entregándole la ropa—. Espero que te quede bien —me miró como si quisiera retomar nuestra conversación, pero yo ya era demasiado consciente de que sólo iba cubierta con un fino camisón de nailon y de que él no llevaba absolutamente nada encima—.Vamos, cógelo —dije con firmeza—.Y vístete en el salón —lo obligué a salir y cerré la puerta detrás de él. Pensé que echar el pestillo resultaría insultante, así que no lo hice. Me vestí en un tiempo récord, con ropa interior limpia y la falda vaquera y la camiseta amarilla de la noche anterior. Me puse un poco de maquillaje, escogí unos pendientes y me cepillé el pelo para recogerlo en una coleta, sujetándola con una cinta de goma amarilla. Mi moral se recuperó al mirarme al espejo, pero mi nueva sonrisa se convirtió en un ceño fruncido cuando me pareció sentir que una camioneta aparcaba delante de casa.

Salí del dormitorio a la velocidad de la luz, confiando con todas mis fuerzas en que Sam ya se hubiera vestido y estuviera escondido. Había hecho algo mejor, había vuelto a convertirse en perro. Las ropas estaban tendidas en el suelo y yo las recogí y las lancé al armario del pasillo.

—¡Buen chico! —dije con entusiasmo mientras le rascaba entre las orejas.
Dean
respondió metiendo su frío hocico negro bajo mi falda—. Déjalo ya —exclamé, mirando a través de la ventana delantera—. Es Andy Bellefleur —le dije al perro.

Andy saltó de su Dodge Ram, se estiró durante un largo instante y se dirigió a mi puerta. La abrí, con
Dean
a mi lado. Contemplé al detective, inquisitiva.

—Parece que hayas estado levantado toda la noche, Andy. ¿Te apetece un café?

El perro se agitaba nervioso a mi alrededor.

—Te lo agradecería mucho, la verdad —dijo—, ¿puedo pasar?

—Claro —me aparté a un lado y
Dean
gruñó.

—Veo que tienes un buen perro guardián. Vamos, bonito, ven aquí.

Andy se agachó para tender la mano al collie, al que yo no lograba ver como si fuera Sam.
Dean
olfateó la mano de Andy, pero no la lamió. En lugar de eso, se situó entre Andy y yo.

—Pasa a la cocina —dije. Y Andy se irguió y me siguió. Tuve el café listo en un santiamén, y puse algo de pan en la tostadora. Me llevó unos minutos más ocuparme de la nata, el azúcar, las cucharas y los tazones, pero los aproveché para preguntarme qué haría Andy allí. Tenía el rostro demacrado; parecía tener diez años más de los que yo sabía que tenía. Desde luego, aquélla no era una visita de cortesía.

—Sookie, ¿estuviste aquí anoche? ¿No tenías que trabajar?

—No, no me tocaba. Estuve aquí todo el rato salvo por una breve incursión al Merlotte's.

—¿Estuvo Bill aquí en algún momento?

—No, está en Nueva Orleans. Se hospeda en ese nuevo hotel del barrio francés, el que es sólo para vampiros.

—Pareces completamente segura de que está allí.

—Así es —noté cómo se me tensaban los músculos de la cara. Se aproximaban las malas noticias.

—No he dormido esta noche —dijo Andy.

—¿No?

—Ha habido otro asesinato.

—¿Sí? —penetré en su mente—. ¿Amy Burley? —lo miré fijamente a los ojos tratando de asegurarme—. ¿Amy, la que trabajaba en el Good Times?

Era el primer nombre del montón de solicitudes aceptables al puesto de camarera del día anterior, la candidata que yo le había aconsejado a Sam. Miré al perro. Estaba tumbado en el suelo con el hocico entre las patas, y parecía estar tan triste y sorprendido como yo. Gimió de modo lastimoso.

Los ojos castaños de Andy me miraban con tal intensidad que parecían querer taladrarme.

—¿Cómo lo has sabido?

—Vamos, Andy. Déjate de bobadas. Ya sabes que puedo leer el pensamiento. Me siento fatal. Pobre Amy. ¿Ha sido como en los demás casos?

—Sí —contestó—. Sí, lo mismo; sólo que las marcas de mordiscos parecían más recientes.

Pensé en la noche en que Bill y yo tuvimos que ir a Shreveport para atender a los requerimientos de Eric. ¿Habría sido Amy la que había servido de alimento a Bill aquella noche? Ni siquiera fui capaz de calcular cuántos días habían pasado desde entonces; mi vida cotidiana se había visto radicalmente alterada por todos los extraños y pavorosos sucesos de las últimas semanas.

Me dejé caer sobre una silla de la cocina. Durante algunos minutos, sólo fui capaz de mover la cabeza con aire ausente, sorprendida por el giro que había dado mi vida. La de Amy Burley ya no daría ninguno más. Me sacudí de encima aquel singular ataque de apatía, me puse en pie y serví el café.

—Bill no ha estado aquí desde anteanoche —le dije.

—¿Y has pasado aquí toda la noche?

—Sí, puedes preguntarle al perro —dirigí una sonrisa a
Dean
, que aulló al sentirse aludido. Se acercó hasta apoyar su peluda cabeza sobre mis rodillas mientras tomaba el café. Le acaricié las orejas.

—¿Has tenido noticias de tu hermano?

—No, pero anoche recibí una curiosa llamada telefónica. Alguien me dijo que estaba en el Merlotte's... —en cuanto terminé de pronunciar esta última palabra, caí en la cuenta de que mi interlocutor debía de haber sido Sam, que me había atraído al bar para poder encontrar el modo de acompañarme a casa.
Dean
abrió la boca en un enorme bostezo que dejó a la vista cada uno de sus blancos y afilados dientes.

Deseé haber permanecido callada.

Ahora iba a tener que explicárselo todo a Andy, que apenas conseguía mantenerse despierto mientras se reclinaba sobre la silla de mi cocina, con su camisa de cuadros escoceses arrugada y manchada de café, y sus pantalones deformados por llevar demasiado tiempo sobre su cuerpo. Estaba pidiendo a gritos una cama.

—Deberías descansar un poco —le dije con amabilidad. Había algo triste en Andy Bellefleur, algo casi trágico.

—Son estos asesinatos —dijo con voz temblorosa debido al cansancio—. Esas pobres mujeres... Y todas ellas eran idénticas en tantos aspectos diferentes...

—¿Mujeres sin estudios con empleos poco cualificados? ¿Camareras a las que no les importaba aceptar a un vampiro como amante de cuando en cuando? —él asintió, con los ojos prácticamente cerrados—. En otras palabras, mujeres como yo.

Entonces, abrió los ojos. Parecía descompuesto ante su error.

—Sookie...

—Lo comprendo, Andy—dije—. En algunos aspectos somos todas similares, y si asumimos que el ataque contra mi abuela estaba dirigido a mí... Bueno, entonces supongo que soy la única superviviente.

Me pregunté a quién le quedaría por matar al asesino. ¿Era yo la única de quienes cumplían todos los requisitos que quedaba con vida? Era la cosa más aterradora que había pensado en todo el día.

Andy daba cabezazos por encima de su taza.

—¿Por qué no te tumbas en el otro dormitorio? —le sugerí en voz baja—. Tienes que dormir un poco. Me parece que no estás en condiciones de conducir.

—Es muy amable por tu parte —dijo Andy, arrastrando la voz. Parecía algo sorprendido, como si tanta amabilidad no fuese algo que pudiera esperarse de mí—, pero tengo que ir a casa y poner el despertador. Tal vez pueda dormir tres horas.

—Prometo despertarte —le dije. No me hacía ninguna ilusión que durmiera en mi casa, pero tampoco quería que tuviera un accidente de regreso a la suya. La anciana señora Bellefleur nunca me lo perdonaría y, probablemente, Portia tampoco—. Ven, acuéstate en este cuarto —lo conduje a mi viejo dormitorio. La cama individual estaba arreglada con pulcritud—. Tú túmbate en la cama y yo me encargo de poner el despertador —así lo hice, mientras él me observaba—. Ahora duerme un poco. Tengo que hacer un recado, pero volveré enseguida.

Andy no ofreció más resistencia, sino que se dejó caer con pesadez sobre la cama mientras yo cerraba la puerta. El perro había estado siguiéndome mientras yo me encargaba de Andy. Me dirigí a él con un tono bastante distinto:

—Vístete ya mismo.

Andy asomó la cabeza por la puerta del dormitorio.

—Sookie, ¿con quién hablas?

—Con el perro —respondí al instante—. Todos los días trae su collar, y se lo pongo.

—¿Y por qué se lo quitas?

—Tintinea por las noches y no me deja dormir. Ahora, vete a la cama.

—De acuerdo —parecía satisfecho con la improvisada explicación y volvió a cerrar la puerta.

Recogí la ropa de Jason del armario y la puse en el sofá delante del perro. Me senté dándole la espalda. Sin embargo, podía verlo reflejado en el espejo de encima de la repisa. El contorno del collie pareció desdibujarse. Su perfil vibró, cargado de energía. Entonces, su forma comenzó a cambiar dentro de la nube eléctrica. Cuando se aclaró la neblina, era Sam el que estaba de rodillas en el suelo, en cueros. ¡Caray, qué trasero! Tuve que obligarme a cerrar los ojos y decirme repetidas veces que no estaba siendo infiel a Bill. El culo de mi novio, intenté recordar, era igual de bonito.

—Estoy listo —dijo Sam a mi espalda, tan cerca que pegué un salto. Me levanté con rapidez y me volví para mirarlo. Descubrí que tenía su rostro a apenas quince centímetros del mío—. Sookie —dijo esperanzado. Paseó la mano por mi hombro, lo rozó y lo acarició.

Me puse furiosa porque la mitad de mi ser quería corresponderle.

—Escúchame bien, amiguito. Podías haberme contado todo esto en innumerables ocasiones a lo largo de los últimos años. ¿Desde hace cuánto tiempo nos conocemos? Cuatro años... ¡O incluso más! Y aun así, Sam, a pesar de que te he visto casi a diario, has esperado a que Bill se sienta interesado por mí para... —incapaz de terminar la frase, sacudí las manos en el aire.

Sam se retiró, lo que fue un alivio.

—No he visto lo que tenía delante hasta que me he dado cuenta de que me lo podían quitar —dijo con voz serena.

No se me ocurría nada que responder.

—Hora de irse a casa —le dije—. Y será mejor que te llevemos allí sin que nadie te vea. Lo digo en serio.

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