Muerto y enterrado (16 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto y enterrado
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—¿Y quién está de parte de Breandan? —pregunté.

—Dermot —dijo Claudine. Me miró con expectación.

Conocía ese nombre. Pugné por recordar dónde lo había oído.

—Es el hermano de mi abuelo Fintan —dije lentamente—. El otro hijo de Niall con Einin. Pero es medio humano. —Einin había sido una humana seducida por Niall hacía siglos (ella creyó que Niall era un ángel, lo que da una idea del buen aspecto que pueden tener las hadas cuando no necesitan parecer humanas). ¿Mi tío abuelo medio humano estaba intentando matar a su padre?

—¿Te dijo Niall que Fintan y Dermot eran gemelos? —preguntó Claude.

—No —admití, sobrecogida.

—Dermot era cuatro minutos más joven. Los gemelos no eran idénticos, ya me entiendes —continuó. Disfrutaba de mi ignorancia—. Eran… —hizo una pausa, parecía confundido—. No me sale la palabra adecuada —dijo.

—De óvulos distintos. Vale, interesante, ¿y?

—En realidad —añadió Claudine, clavando la mirada en su pollo—, tu hermano Jason es la viva imagen de Dermot.

—Estás insinuando que… ¿Qué estás insinuando? —Estaba lista para soltar mi indignación, una vez supiera por qué.

—Lo único que decimos es que ésa es la razón por la que Niall siempre te ha preferido a ti con respecto a tu hermano —dijo Claude—. Niall quería a Fintan, pero Dermot desafió a Niall siempre que podía. Se rebeló abiertamente contra nuestro abuelo y juró lealtad a Breandan, a pesar de que éste lo despreciaba. Además de la similitud entre Dermot y Jason, que no obedece más que a un giro de los genes, Dermot es tan capullo como él. Ahora comprenderás por qué Niall no presume de parentesco con tu hermano.

Por un momento, sentí lástima por Jason, hasta que mi sentido común me despertó.

—Así que… ¿Niall tiene enemigos aparte de Breandan y Dermot?

—Cuentan con sus propios seguidores y socios, incluidos unos cuantos asesinos.

—Pero vuestros padres están de parte de Niall, ¿no?

—Sí. Hay otros, por supuesto. Todos somos gente del cielo.

—Entonces, tengo que vigilar mis espaldas ante cualquier hada, ya que podría atacarme por tener la sangre de Niall.

—Sí. El mundo feérico es demasiado peligroso. Sobre todo ahora. Ésa es una de las razones por las que vivimos en el mundo de los humanos. —Claude miró a su hermana, que devoraba
nuggets
de pollo como si nunca hubiera comido.

Claudine tragó, se limpió la boca con una servilleta y dijo:

—Esto es lo más importante —tomó otro trozo de pollo y se lo metió en la boca, haciendo una señal para que Claude prosiguiera.

—Si ves a alguien que se parece a tu hermano, pero que no es él… —empezó a decir él.

Claudine tragó.

—… corre como si te llevara el diablo —me aconsejó ella.

Capítulo 9

Volví a casa más confundida que nunca. A pesar de querer a mi bisabuelo todo lo que era posible teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que nos conocíamos… y de estar dispuesta a quererlo más todavía, dispuesta a apoyarlo hasta el final porque era parte de mi familia…, aún no sabía cómo luchar en esa guerra, ni tampoco cómo esquivarla. Las hadas no querían ser conocidas en el mundo humano, así que nunca lo serían. No eran como los cambiantes o los vampiros, que querían compartir el planeta con nosotros. Las hadas no tenían ningún motivo para someterse a la política y las normas humanas. Podían hacer lo que les viniera en gana y regresar a su lugar oculto.

Por millonésima vez, deseé tener un bisabuelo normal en vez de esa versión improbable, gloriosa e inconveniente de príncipe feérico.

Entonces me avergoncé de mí misma. Debería estar contenta con lo que la vida me había dado. Esperaba que Dios no hubiese advertido mi desliz.

Apenas eran las dos y ya había tenido un día cargadito. En nada se estaba pareciendo a un día de libranza normal. Normalmente hacía la colada, limpiaba, leía, pagaba las facturas… Pero el día era tan bonito que quería pasarlo fuera de casa. Me apetecía hacer algo que me permitiese pensar al mismo tiempo. Estaba claro que había mucho sobre lo que meditar.

Miré los parterres que rodeaban la casa y decidí desbrozar un poco. Era la tarea que menos me gustaba, quizá porque se me había encomendado desde pequeña. Mi abuela siempre decía que había que criarnos para el trabajo. Tan sólo en su honor seguía cuidando de las flores, y con un suspiro me hice a la idea de quitarme de encima aquella labor. Empezaría con el parterre que había junto al camino, en la parte sur de la casa.

Fui al cobertizo metálico de las herramientas, el último de una serie que había servido a los Stackhouse desde que nos asentamos en ese sitio. Abrí la puerta con la habitual mezcla de placer y horror, ya que algún día tendría que decidirme a poner un poco de limpieza ahí dentro. Aún conservaba la vieja paleta de mi abuela; no había forma de decir quién la habría usado antes que ella. Era antigua, pero estaba tan bien cuidada que resultaba mejor que cualquier sustituta moderna. Entré en el sombrío cobertizo y encontré mis guantes de jardinería y la paleta.

Gracias a los documentales
Antiques Roadshow
, sabía que había gente que se dedicaba a coleccionar herramientas de granja antiguas. Mi cobertizo sería como una cueva de Aladino para cualquiera de esos coleccionistas. En mi familia no nos gustaba deshacernos de las cosas que aún funcionaban. A pesar de estar hasta los topes, el cobertizo se encontraba ordenado, siguiendo la tradición de mi abuelo. Cuando vinimos a vivir con él y la abuela, marcaba un sitio para cada herramienta, y exactamente allí era donde quería que se encontrase siempre, y así seguía siendo hasta la fecha. No me costó alcanzar la paleta, que sin duda era la herramienta más vieja del cobertizo. Era pesada, más afilada y estrecha que sus equivalentes modernas, pero su forma le resultaba muy familiar a mi mano.

Si hubiese sido realmente primavera, me habría puesto el bikini para conjugar el deber con el placer. Pero, aunque seguía brillando el sol, yo ya no tenía tan buen humor. Me enfundé los guantes de jardinería, ya que no quería arruinarme las uñas. Algunas de esas hierbas parecían dispuestas a resistirse. Una de ellas crecía con un denso y carnoso tallo, y esgrimía espinas en las hojas. Si se dejaba crecer más tiempo, florecería. Era muy fea y espinosa, y había que arrancarla de raíz. Había varias malas hierbas creciendo entre las incipientes cañas de Indias.

La abuela lo habría arreglado.

Me puse en cuclillas para empezar a trabajar. Con la mano derecha, hundí la paleta en la tierra blanda, aflojando las raíces de la mala hierba y tiré de ella con la izquierda. Agité el tallo para quitarle la tierra de las raíces y luego lo tiré a un lado. Antes de empezar, había encendido la radio del porche trasero. No pasó apenas tiempo hasta que me puse a cantar junto con LeAnn Rimes. Empecé a sentirme más despreocupada. En unos minutos, había acumulado una respetable pila de malas hierbas y la sensación de estar haciéndolo bien.

Si no hubiese hablado, las cosas habrían terminado de una manera muy diferente. Pero como estaba demasiado pagado de sí mismo, tuvo que abrir la boca. Su orgullo me salvó la vida.

Además, no fue a escoger las palabras más sabias. Decirle a alguien: «Disfrutaré matándote para mi señor» no era precisamente la mejor forma de presentarse.

Tengo buenos reflejos, así que me incorporé desde mi posición inclinada con la paleta en la mano y se la lancé contra el estómago. Se clavó directamente, como si fuese un arma específicamente diseñada para matar hadas.

Y eso resultó ser, porque la paleta era de hierro, y el tipo, un hada.

Di un salto hacia atrás y me mantuve medio agachada, con la paleta ensangrentada aún en la mano, a la espera de su siguiente movimiento. Estaba mirando la sangre que se filtraba entre sus dedos con una expresión de absoluto asombro, como si no pudiese creer que le hubiese fastidiado el plan. Luego me miró a mí, con unos enormes ojos azul pálido y un interrogante aún mayor dibujado en su expresión, como si quisiese saber si de verdad le acababa de hacer eso, si no se trataba de algún tipo de error.

Empecé a retroceder hasta las escaleras del porche sin quitarle la mirada de encima, pero ya no era ninguna amenaza. Al echar la mano hacia atrás para abrir la puerta de rejilla, mi pretendido asesino cayó sobre sus rodillas, aún sorprendido.

Me retiré al interior de la casa y cerré la puerta con pestillo. Me dirigí hacia la ventana de la cocina con piernas temblorosas y eché un ojo al exterior, inclinándome hasta donde la pila me lo permitía. Desde ese ángulo, sólo podía ver una parte del cuerpo caído.

—Vale —me dije en voz alta—. Vale. —Estaba muerto, o al menos eso parecía. Había sido todo tan rápido…

Quise coger el teléfono de la pared, pero noté que las manos me temblaban demasiado, y vi el teléfono móvil sobre la encimera, donde lo había dejado cargando. Dada la magnitud de la crisis, decidí llamar directamente al pez gordo. Pulsé la tecla de marcación rápida del secretísimo número de emergencia de mi bisabuelo. Pensé que aquella situación era justificación suficiente. Respondió una voz masculina que no era la de Niall.

—¿Sí? —preguntó la voz con un tono cauto.

—Eh, ¿está Niall?

—Podría localizarle. ¿Cómo puedo ayudarte?

Calma, me dije, calma.

—¿Podría contarle que acabo de matar a un hada, que está tirado en mi jardín y que no sé qué hacer con el cuerpo?

Hubo un momento de silencio.

—Sí, se lo diré.

—¿Y podría ser lo antes posible? Porque estoy sola y bastante asustada.

—Sí, muy pronto.

—¿Y vendrá alguien? —Madre de Dios, sí que sonaba a llorica. Puse la espalda rígida—. Quiero decir, puedo meterlo en el maletero de mi coche, supongo, o podría llamar al sheriff. —Quería impresionar al desconocido, demostrándole que no estaba del todo desvalida—. Pero como tenéis todo eso de manteneros en secreto, él no parecía llevar armas y, obviamente, no puedo demostrar que dijo que disfrutaría matándome.

—Tú… has matado a un hada.

—Eso he dicho. Hace un momento. —Vaya con el señor No-las-pillo-al-vuelo. Volví a mirar por la ventana—. Sigue inmóvil, muerto y bien muerto.

Esta vez, el silencio duró tanto que pensé que se me había ido el santo al cielo y me había perdido algo.

—¿Perdone? —pregunté.

—¿Lo dices en serio? Estaremos allí enseguida. —Y colgó.

No podía evitar mirar pero tampoco soportaba lo que veía. No era la primera vez que veía muertos, tanto humanos como no humanos. Y desde la noche que conocí a Bill Compton en el Merlotte’s, había visto muchos más cadáveres de los que habría deseado. No culpaba a Bill por ello, por supuesto.

Tenía la piel de gallina por todo el cuerpo.

En apenas cinco minutos, Niall y otro hada al que no conocía emergieron del linde del bosque. Debe de haber algún tipo de portal por ahí. Puede que Scotty les hubiera teletransportado. O puede que yo no estuviese pensando con mucha claridad.

Los dos hadas se detuvieron cuando vieron el cadáver e intercambiaron unas palabras. Parecían asombrados. Pero no tenían miedo, y no actuaban como si esperasen que el tipo fuese a levantarse y plantarles cara, así que me arrastré hasta el porche trasero y la puerta de rejilla.

Sabían que estaba allí, pero siguieron inspeccionando el cuerpo.

Mi bisabuelo alzó un brazo y me cobijé debajo. Me apreté contra él y levanté la mirada para ver que sonreía.

Vale, eso sí que no me lo esperaba.

—Eres digna de tu familia. Has matado a mi enemigo —dijo—. Tenía mucha razón acerca de los humanos. —Parecía estar lleno de orgullo.

—¿Y eso es bueno?

El otro hada rió y me miró por primera vez. Tenía el pelo del color del sirope de caramelo, a juego con los ojos, que se me antojaron desconcertantemente raros, aunque, al igual que el resto de hadas a las que había conocido, era despampanante. Tuve que reprimir un suspiro. Entre hadas y vampiros, yo estaba condenada a ser una mujer de lo más corriente.

—Me llamo Dillon —se presentó.

—Oh, el padre de Claudine. Encantada de conocerte. Supongo que tu nombre también significará algo —dije.

—Relámpago —explicó, y me dedicó una atractiva sonrisa.

—¿Quién es éste? —pregunté, agitando la cabeza hacia el cadáver.

—Era Murry —dijo Niall—. Era amigo íntimo de mi sobrino Breandan.

Murry parecía muy joven a efectos humanos, aparentaba unos dieciocho años.

—Decía que estaba deseando matarme —les comenté.

—Pero le salió el tiro por la culata. ¿Cómo lo hiciste? —preguntó Dillon, con la misma tranquilidad que me habría pedido la receta de la masa de hojaldre.

—Con la paleta de mi abuela —dije—. De hecho hace tiempo que es de la familia. No es que seamos fetichistas de las herramientas de jardinería; es que funciona muy bien y no ha habido necesidad de comprar otra. —Me pierde la boca.

Ambos me miraron. No estaba segura de si pensaban que estaba loca o qué.

—¿Podrías enseñarnos la herramienta? —solicitó Niall.

—Claro. ¿Os apetece un poco de té o algo? Creo que nos queda algo de Pepsi y limonada. —¡No, no, nada de limonada! ¡Los podría matar!—. Perdón, olvidad la limonada. ¿Té?

—No —dijo Niall, muy amable—. Mejor en otro momento.

Había soltado la maldita paleta entre las cañas de Indias. Cuando la recogí y se la acerqué, Dillon dio un respingo.

—¡Es hierro! —gritó.

—No llevas los guantes puestos —reprendió Niall a su hijo y cogió la paleta. Tenía las manos cubiertas con una capa flexible transparente desarrollada por empresas químicas propiedad de las hadas. Con esa sustancia, eran capaces de salir al mundo humano con un mínimo grado de seguridad de que no caerían envenenados durante el proceso.

Dillon se resintió por la reprimenda.

—No, lo siento, padre.

Niall meneó la cabeza, como si Dillon le hubiese decepcionado, pero manteniendo toda su atención sobre la paleta. Por muy preparado que estuviese para manejar algo potencialmente venenoso para él, la sostenía con suma cautela.

—Lo atravesó con mucha facilidad —dije, y tuve que reprimir una repentina oleada de náuseas—. No sé por qué. Está afilada, pero no creo que tanto.

—El hierro puede atravesar nuestra piel como un cuchillo caliente la mantequilla —declaró Niall.

—Agh. —Bueno, al menos sabía que no me había vuelto súper fuerte de repente.

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