Interlocutor consultó el cerebro de la nave.
—Nos estamos aproximando a la primaria a unos cincuenta kilómetros por segundo. ¿Te parece una velocidad suficientemente reducida?
—Sí. Iniciemos las transmisiones.
El «Embustero» no había recibido ningún rayo láser.
La radiación electromagnética ya resultaba más difícil de comprobar. Era preciso investigar las ondas de radio, los rayos infrarrojos, ultravioleta, los rayos-X, todo el espectro, desde el calor moderado desprendido por el lado oscuro del Mundo Anillo hasta cuantos lumínicos tan cargados de energía que podían llegar a escindirse en pares de materia-antimateria. No detectaron nada en la banda de veintiún centímetros; y otro tanto ocurría con sus múltiples y divisores simples, que alguien podría haber decidido utilizar por la simple razón de que la banda de absorción de hidrógeno resultaba tan evidente. Excluidas éstas, a Interlocutor no le quedaba más remedio que ir tentando suerte con sus receptores.
Las grandes vainas que contenían el equipo de comunicaciones del «Embustero» se habían abierto. La nave comenzó a radiar mensajes en la frecuencia de absorción de hidrógeno y otras más, al mismo tiempo que barría porciones sucesivas de la superficie interior del anillo con rayos láser en diez frecuencias distintas, y emitía señales Morse en intermundo a base de explosiones alternativas de los motores de fusión.
—Dándole tiempo, nuestro piloto automático es capaz de traducir cualquier posible mensaje —explicó Nessus—. Debemos partir de la base de que en el Mundo Anillo poseen computadoras al menos igualmente capacitadas.
—¿Saben traducir el silencio absoluto tus computadoras leucotomizadas? —ironizó Interlocutor.
—Tú concéntrate en las emisiones sobre el borde del anillo. Si poseen espaciopuertos, éstos tendrán que estar situados sobre el borde exterior. Sería terriblemente peligroso intentar el aterrizaje de una nave espacial en cualquier otro lugar.
Interlocutor-de-Animales gruñó un horrible insulto en la Lengua del Héroe. Ello acabó con toda posibilidad de conversación; sin embargo, Nessus permaneció en el mismo lugar que ya venía ocupando desde hacía cuatro horas, con las cabezas extendidas y mirándolo todo por encima de los hombros del kzin.
Allá afuera les esperaba el Mundo Anillo, una cinta azul cuadriculada, suspendida en el cielo.
—Antes empezaste a hablarme de las esferas de Dyson —dijo Teela.
—Y tú me mandaste a freír espárragos.
Luis había encontrado una descripción de las esferas de Dyson en la biblioteca de la nave. Muy entusiasmado con la idea, había cometido el error de interrumpir el juego de solitario de Teela para comunicarle su hallazgo.
—Cuéntamelo ahora —le dijo ella con voz melosa.
—Vete a freír espárragos.
Teela no se movió.
—De acuerdo, tú ganas —accedió Luis. Llevaba una hora mirando pensativo hacia el anillo. Se sentía tan aburrido como ella—. Intentaba explicarte que el Mundo Anillo es un compromiso, un compromiso técnico entre una esfera de Dyson y un planeta normal. Dyson fue uno de los antiguos filósofos naturales; sus teorías son anteriores al descubrimiento del cinturón de asteroides, casi preatómicas. Declaró que cada civilización viene limitada por la cantidad de energía a su alcance. La única forma de que la raza humana pueda aprovechar toda la energía disponible, dijo, es construir un caparazón esférico en torno al sol y captar todos los rayos solares. Y si te lo tomas en serio, comprenderás la idea. La Tierra sólo capta aproximadamente una billonésima parte de la producción energética del sol. Si pudiésemos aprovechar toda esa energía... Bueno, en aquella época no era una locura. Ni siquiera se había establecido la base teórica necesaria para viajar a velocidades hiperlumínicas. Nosotros no inventamos la hipertracción, como debes saber. Tampoco podríamos haberla descubierto de un modo fortuito, porque jamás se nos hubiera ocurrido realizar nuestros experimentos fuera de la singularidad. ¿Qué hubiera pasado en el caso de que una nave de los Forasteros no hubiese llegado a cruzarse por casualidad con un aparato de retropropulsión dirigido por medio de robot de las Naciones Unidas? ¿Y si los hombres no hubiesen acatado las Leyes de Control de la Fertilidad? ¿Cuánto tiempo hubiéramos podido aguantar sólo a base de energía de fusión con un trillón de seres humanos amontonados unos sobre otros y nada más rápido que las naves de alimentación exterior para nuestros desplazamientos? En menos de un siglo hubiéramos consumido todo el hidrógeno de los océanos terrestres. Pero una esfera de Dyson tiene otras aplicaciones además de servir para captar la energía solar. Supongamos una esfera de una unidad astronómica de radio. Puesto que en cualquier caso es preciso despejar todo el sistema solar, pueden emplearse todos los planetas solares en su construcción. Así puede obtenerse una esfera de... acero cromado, pongamos por caso, de unos cuantos metros de espesor. Entonces se acoplan generadores de gravedad a todo el caparazón. Ello permite contar con un área superficial un billón de veces superior a la superficie de la Tierra. Un trillón de personas podrían caminar toda su vida sin cruzarse nunca unas con otras.
Por fin Teela logró intercalar una frase completa:
—¿Los generadores de gravedad sirven para que todo se mantenga pegado a la superficie?
—Sí, contra la cara interior. Se recubre esta cara con tierra...
—¿Y si se estropea un generador de gravedad?
—Pues... un billón de personas caerían hacia el sol. Y todo el aire seguiría el mismo camino. Se formaría un tornado lo suficientemente poderoso como para arrastrar toda la Tierra. Imposible pensar en hacer intervenir un equipo de reparaciones, no con semejante torbellino...
—No me gusta la idea —dijo Teela en un tono que parecía dejar zanjado el asunto.
—No te precipites. Siempre cabe la posibilidad de llegar a construir generadores de gravedad a todo riesgo.
—No es por eso. No se verían las estrellas.
A Luis no se le había ocurrido pensar en ese detalle.
—Es lo de menos. Lo importante de las esferas de Dyson es que cualquier raza racional e industriosa acabará necesitando una. Las civilizaciones tecnológicas tienden a aumentar su consumo de energía con el tiempo. El anillo representa un compromiso entre un planeta normal y una esfera de Dyson. Con el anillo sólo se obtiene una fracción del espacio que podría conseguirse con la esfera y sólo se capta una fracción de la luz solar disponible; pero pueden verse las estrellas y no es preciso preocuparse por los generadores de gravedad.
Desde la sala de mandos les llegó un complicado gruñido de Interlocutor-de-Animales, un potente sonido suficiente para contaminar todo el aire de la cabina. Teela soltó una risita.
—Si los titerotes han seguido un razonamiento parecido al de Dyson —continuó Luis—, todo debe de llevarles a suponer que encontrarán las Nubes de Magallanes llenas de Mundos Anillo.
—Y por eso nos han contratado.
—No me gustaría nada estar en la cabeza de un titerote. Pero si se diera el caso, me inclinaría por esa idea.
—No me extraña que te hayas pasado el rato encerrado en la biblioteca.
—¡Enervante! —aulló el kzin—. ¡Insultante! ¡Nos ignoran deliberadamente! ¡Nos dan la espalda con toda la mala fe para obligarnos a atacar!
—No es muy probable —dijo Nessus—. Si no consigues captar transmisiones de radio, ello significa que no utilizan la radio. Bastaría que usaran ondas de radio de un modo habitual para que captásemos alguna interferencia.
—No usan láseres, no usan la radio, no conocen las hiperondas. ¿Y cómo se comunican? ¿Por telepatía? ¿A través de mensajes escritos? ¿Con grandes espejos?
—Mediante loros —sugirió Luis. Había ido a reunirse con los demás en la puerta de la sala de mandos— Loros gigantescos, criados especialmente en razón de sus desmesurados pulmones. Demasiado grandes para volar. Permanecen sentados en las colinas y se comunican a gritos.
Interlocutor se volvió a mirar fijamente a Luis:
—Llevo cuatro horas intentando establecer contacto con el Mundo Anillo. Cuatro horas que sus habitantes insisten en ignorarme. Han manifestado el más absoluto desdén. No me han transmitido ni una palabra. Tengo los músculos agarrotados por falta de ejercicio, tengo la piel ajada, ya no consigo enfocar los ojos, el maldito camarote es demasiado estrecho para mí, el calentador de microondas me calienta toda la carne a la misma temperatura y no es la temperatura que me gusta, y no puedo hacerlo arreglar. Sin tu ayuda y tus sugerencias, estaría francamente desesperado, Luis.
—¿Habrán perdido su civilización? —musitó Nessus—. Se tendría que ser muy necio teniendo en cuenta...
—Quizás hayan muerto —sugirió con sorna Interlocutor. También sería una bobada. Que no se pongan en contacto con nosotros es otra bobada. ¿Por qué no aterrizamos y aclaramos las cosas?
Nessus soltó un silbido de terror:
—¿Aterrizar en un mundo que tal vez haya matado a su especie indígena? ¿Estás loco?
—Pues, ¿cómo lo averiguaremos?
—¡Tiene razón! —corroboró Teela—. ¡No hemos venido hasta aquí para quedarnos dando vueltas en el aire!
—Os lo prohíbo. Interlocutor, continúa intentando establecer contacto con el Mundo Anillo.
—Ya lo he intentado todo.
—Pues inténtalo otra vez.
—Ni pensarlo.
Luis Wu decidió hacer de mediador:
—No te lo tomes así, mi peludo amigo. Nessus, Interlocutor tiene razón. Los anillícolas no tienen nada que decirnos. De lo contrario ya nos hubiéramos enterado.
—Pero, ¿qué podemos hacer excepto continuar insistiendo?
—Podemos proseguir nuestra misión. Y mientras tanto los anillícolas ya decidirán qué quieren hacer con nosotros.
El titerote accedió a regañadientes.
Se acercaban lentamente al Mundo Anillo.
Interlocutor había dirigido el «Embustero» para hacerle pasar más allá del borde del Mundo Anillo: una concesión a Nessus. El titerote temía que los hipotéticos anillícolas consideraran una amenaza que el curso de la nave interceptara el anillo en sí. También insistía en que los motores de fusión del «Embustero» parecían armas, conque la nave avanzaba sólo con los propulsores inertes. Resultaba imposible juzgar la escala de lo que veían a simple vista. Con las horas, el anillo había ido cambiando de posición.
Con excesiva lentitud. Con la gravedad de la cabina conectada para compensar entre cero y treinta gravedades de tracción, los canales semicirculares eran incapaces de captar el movimiento. El tiempo transcurría en el vacío y Luis comenzó a sentir deseos de morderse las uñas, por primera vez desde que dejaran la Tierra.
Por fin el borde del anillo quedó situado perpendicularmente al «Embustero». Interlocutor accionó los motores inertes y frenó la nave hasta situarla en una órbita circular en torno al sol; luego comenzó a planear lentamente hacia el borde del anillo.
Nada se movía.
El reborde exterior del Mundo Anillo fue aumentando de tamaño y, de una fina línea que ocultaba algunas estrellas, pasó a convertirse en un muro negro. Un muro de más de mil kilómetros de altura, sin relieve, aunque cualquier accidente hubiera quedado borrado por la velocidad. La pared, que cubría unos noventa grados de su campo visual, iba girando a sus pies, a unos ochocientos kilómetros de distancia y a la endiablada velocidad de 1.200 kilómetros por segundo. Sus bordes convergían en el horizonte, en puntos en el infinito situados en uno y otro extremo del universo; y desde cada extremo del horizonte se alzaba verticalmente una fina línea azul cielo.
Contemplar esos puntos infinitos era como entrar en otro universo, un universo de líneas verdaderamente rectas, ángulos rectos y otras abstracciones geométricas. Luis se quedó como hipnotizado, con los ojos fijos en ese punto. ¿Qué punto era, el fin o el origen? ¿El muro negro aparecía o desaparecía en esa zona de confluencia?
...algo venía a su encuentro desde el infinito.
Era un saliente, que iba creciendo como otra abstracción a lo largo de la base del muro exterior. Primero apareció el saliente y luego, encima de éste, una hilera de anillos verticales. Los anillos fueron subiendo, directamente hasta el «Embustero», bajo la misma nariz de Luis. Luis cerró los ojos y levantó los brazos para protegerse la cabeza. Oyó un gemido de terror.
Creyó morir en ese instante. Pasado el momento sin que sobreviniera la muerte, volvió a abrir los ojos. Los anillos iban pasando a su lado en un constante flujo; y Luis observó que no tenían más de ochenta kilómetros de diámetro.
Nessus se había hecho una bola. Teela, con las manos apoyadas en el fuselaje transparente, miraba hacia fuera con ojos impávidos. Interlocutor seguía impasible, atento al panel de mandos. Tal vez poseía un sentido de las distancias mejor que Luis.
También cabía la posibilidad de que estuviera fingiendo. El gemido podía haber salido muy bien de él.
Nessus se desenrolló. Miró los anillos, que se habían hecho más pequeños y convergentes.
—Interlocutor, debemos equiparar velocidades con el Mundo Anillo. Mantennos en posición con una tracción de una gravedad. Tenemos que inspeccionar esto.
La fuerza centrífuga es una ilusión, una manifestación de la ley de la inercia. La realidad es una fuerza centrípeta, una fuerza aplicada en ángulo recto al vector de velocidad de una masa. La masa resiste, tiende a moverse siguiendo la dirección rectilínea acostumbrada.
Debido a su velocidad y a la ley de la inercia, el Mundo Anillo tendía al desmembramiento. Su estructura rígida impedía que ello sucediera. El Mundo Anillo se autoaplicaba su propia fuerza centrífuga. Para igualar la velocidad de 1.200 kilómetros por segundo, el «Embustero» tenía que equiparar esa fuerza centrípeta.
Interlocutor consiguió igualarla. El «Embustero» quedó suspendido cerca del muro exterior, equilibrado gracias a una fuerza impulsora de 0,992 g y la tripulación procedió a inspeccionar el espaciopuerto.
El espaciopuerto era una estrecha plataforma, tan delgada que parecía una línea sin dimensión hasta que Interlocutor hizo avanzar la nave en sentido lateral. Luego adquirió anchura, una anchura que minimizaba las dimensiones de un par de enormes naves espaciales. Las naves eran cilindros de puntas romas, ambos del mismo diseño: un diseño desconocido, pero que respondía claramente a las características de una nave de fusión con alimentación exterior. Eran naves diseñadas para alimentarse de hidrógeno interestelar que recogían con unas dragas electromagnéticas. Una había sido saqueada en busca de piezas aprovechables y había quedado ahí despanzurrada, con su estructura íntima expuesta a las miradas extrañas.