—Los anillícolas serán más temibles que sus animales domésticos —vaticinó Interlocutor—. Tenemos que llevar todas las armas posibles. Sugeriría que me confiarais el mando de esta expedición hasta que podamos abandonar el Anillo.
—Tengo el tasp.
—No lo he olvidado, Nessus. Tal vez creas que el tasp te concede un poder de veto absoluto. Te sugeriría que lo pensaras bien antes de usarlo. ¡Pensadlo bien todos! —El kzin se irguió amenazador: más de doscientos kilos de dientes y uñas y pelo anaranjado—. Se supone que somos seres racionales. ¡Pensad en nuestra situación! Nos han atacado. Nuestra nave ha quedado prácticamente destruida. Debemos recorrer una distancia desconocida a través de un territorio desconocido. En su tiempo, los anillícolas fueron enormemente poderosos. ¿Conservarán aún el mismo poder? Podrían estar dotados de instrumentos de transmutación, rayos de conversión total, todos los elementos necesarios para construir este... —el kzin miró a su alrededor, contempló el suelo translúcido y las paredes de lava negra y es posible que se encogiera de hombros—, este increíble artefacto.
—Tengo el tasp —dijo Nessus—. La expedición es mía.
—¿Estás satisfecho de su éxito? No es un insulto, ni un desafío. Tienes que cederme el mando. Soy el único de los cuatro que ha recibido instrucción militar.
—Tal vez no encontremos nada contra lo cual luchar —sugirió Teela.
—Estoy de acuerdo —dijo Luis. No le hacía demasiada gracia estar bajo las órdenes de un kzin.
—Está bien. Pero debemos llevar armas.
Comenzaron a cargar las aerocicletas.
Además de las armas, tenían que llevar otro equipo. Material de campaña, instrumentos para analizar y recomponer alimentos, ampollas de aditivos alimentarlos, filtros de aire ligeros, etc.
Había discos de comunicación diseñados para ser sujetados a una muñeca humana o kzinti o al cuello de un titerote. Eran grandes y más bien incómodos.
—¿Para qué los queremos? —preguntó Luis. El titerote ya les había mostrado el sistema de intercomunicación incorporado a las aerocicletas.
—Inicialmente debían servir para comunicarnos con el piloto automático del «Embustero», y mandar la nave hacia nosotros en caso necesario.
—¿Y ahora para qué nos servirán?
—Como traductores, Luis. Si nos topamos con seres racionales, lo cual es muy probable, necesitaremos que el autopiloto nos haga de intérprete.
—Ya.
Habían terminado. Aún quedaba mucho material bajo el fuselaje del «Embustero», pero no podía servirles de nada en las presentes circunstancias. Había equipo de caída libre para usar espacio adentro, los trajes de presión, piezas de recambio para la maquinaria que había sido desintegrada por el sistema defensivo del Mundo Anillo, Se habían llevado hasta los filtros de aire, sobre todo porque abultaban menos que un pañuelo, pues en el fondo no creían que pudieran llegar a necesitarles.
Luis estaba sumamente cansado. Se montó en su aerocicleta y miró a su alrededor, preguntándose si habría olvidado algo. Vio a Teela que oteaba el cielo y, pese a que el agotamiento le nublaba los ojos, le pareció percibir una expresión de horror en su rostro.
—No puede ser —masculló la muchacha—. ¡Todavía es mediodía!
—No te alteres. El...
—¡Luis! ¡Llevamos más de seis horas trabajando, estoy segura! ¿Cómo es posible que aún sea mediodía?
—No te preocupes. El sol no se pone, ¿lo habías olvidado?
—¿No se pone? —su histerismo acabó tan repentinamente como había comenzado—: Oh. Claro, no se pone.
—Tendremos que acostumbrarnos. Echa otro vistazo; eso que se recorta contra el sol, ¿no es el borde de una pantalla cuadrada?
Algo había ocultado un pequeño segmento del disco del sol. El sol iba disminuyendo ante sus ojos.
—Más vale que emprendamos el vuelo —declaró Interlocutor—. Tendríamos que despegar antes de que oscurezca.
Las cuatro aerocicletas comenzaron a tomar altura formando un rombo bajo la luz del crepúsculo. Dejaron atrás la zona donde asomaba el material base del anillo.
Nessus les había enseñado a manejar los circuitos de acoplamiento. De momento, habían programado las aerocicletas de modo que todos siguiesen los movimientos de Luis. Luis conducía las cuatro aerocicletas. Instalado en un sillón anatómico parecido a un diván vibratorio, manejaba su aerocicleta mediante unos pedales y una palanca.
Cuatro cabezas transparentes en miniatura pendían como alucinaciones sobre su tablero de mandos. Entre ellas había una encantadora sirena de negros cabellos, un feroz medio-tigre con ojos excesivamente despiertos y un par de ridículas pitones con un solo ojo. El sistema de intercomunicaciones funcionaba a la perfección, con resultados comparables al delirium tremens.
Cuando las aerocicletas hubieron cruzado las negras pendientes de lava, Luis observó las expresiones de los demás.
Teela fue la primera en reaccionar. Escudriñó las proximidades inmediatas y luego descubrió el infinito donde siempre había visto límites. Con ojos grandes y redondos como platos, el rostro de Teela lucía como un rayo de sol en medio de una tormenta.
—¡Oh, Luis! —se admiró Teela.
—¡Qué montaña más grande! —dijo Interlocutor.
Nessus no dijo nada. Sus dos cabezas se agitaban y daban vueltas llenas de ansiedad.
Oscureció con gran rapidez. Una negra sombra cayó de pronto sobre la gigantesca montaña. Ésta desapareció en cuestión de segundos. El sol ya no era más que una brizna dorada en medio de la oscuridad.
Un enorme arco de perfilados contornos se configuró en el cielo oscuro. Mientras el cielo y la tierra se oscurecían, la verdadera gloria del Mundo Anillo se proyectó contra la noche.
El Mundo Anillo se alzaba formando un arco de franjas azul celeste con espirales de nubes blancas y otras franjas más estrechas, casi negras. El arco era muy ancho en la base y se iba estrechando hacia arriba. Cerca del cenit ya no era más que una línea discontinua de brillante blanco-azulado. El arco quedaba cortado en el mismo cenit por el anillo antes invisible de las pantallas cuadradas.
Las aerocicletas iban elevándose rápidamente y en silencio. La envoltura sónica constituía un aislante realmente eficaz. Luis no oía silbar el viento en el exterior. Por ello, se sorprendió tanto más cuando su burbuja privada de espacio fue violada por una aguda música de orquesta.
Parecía como si hubiera explotado un órgano de vapor.
Era un sonido terriblemente agudo. Luis se llevó las manos a los oídos. Fue tal su sorpresa que tardó un rato en comprender lo que pasaba. Entonces accionó el mando del intercom, y la imagen de Nessus desapareció como un fantasma al amanecer. El chillido disminuyó. Aún podía percibirlo a través de los aparatos de Interlocutor y Teela.
—¿Por qué ha hecho eso? —exclamó Teela sorprendida.
—Está aterrado. Le costará acostumbrarse.
—¿Acostumbrarse a qué?
—Le relevaré al mando de la expedición —tronó Interlocutor-de-Animales—. El herbívoro es incapaz de tomar decisiones. Declaro que ésta es una misión militar y me pongo al mando de la misma.
Por un momento Luis pensó en recurrir a la única alternativa posible: ponerse personalmente al frente del grupo. Pero no le hacía ninguna gracia enfrentarse a un kzin. Además, lo más probable era que el kzin tuviese mayores dotes de mando.
Las aerocicletas volaban ya a ochocientos metros de altitud. La mayor parte del cielo y la tierra estaban a oscuras; pero sobre la tierra negra se veían sombras aún más oscuras que prestaban relieve, aunque no color, al mapa; y el cielo estaba tachonado de estrellas en torno al majestuoso arco capaz de aniquilar el ego más poderoso.
Sin saber cómo, Luis se encontró pensando en la Divina Comedia de Dante. El universo de Dante era un complicado artefacto, en el cual las almas de los hombres y los ángeles aparecían como partes perfectamente mecanizadas de una enorme estructura. El Mundo Anillo era un artefacto en todos los sentidos, un objeto manufacturado. Imposible olvidarlo, ni siquiera por un segundo: allí estaba el arco, desmesurado, azul y cuadriculado, alzándose sobre sus cabezas desde los límites del infinito.
No le extrañaba que Nessus no pudiera soportarlo. Era demasiado asustadizo... y también demasiado realista. Tal vez fuera sensible a su belleza; tal vez no. En todo caso, había captado en todo su alcance el hecho de que estaban varados en una estructura artificial cuya superficie superaba el conjunto de todos los mundos del antiguo imperio titerote.
—Creo que alcanzo a divisar los muros exteriores —dijo Interlocutor.
Luis apartó los ojos del arco del cielo. Miró hacia babor y estribor, y el corazón le dio un vuelco.
Hacia la izquierda (se movían siguiendo el rastro dejado por la caída del «Embustero», conque la izquierda era babor) se distinguía a duras penas una fina línea sobre el fondo negro azulado, que debía de ser el borde superior del muro circundante.
La base no se divisaba. Sólo era visible el borde superior; y cuando se lo quedó mirando fijamente, desapareció. La línea se encontraba aproximadamente donde debería haber estado el horizonte; conque tanto podía ser la base como el borde superior de algo.
El otro muro circundante se veía prácticamente idéntico hacia la derecha y estribor. La misma altura, la misma imagen, la misma tendencia de la línea a desaparecer cuando la miraba fijamente.
Todo parecía indicar que el «Embustero» había caído muy cerca de la línea media del anillo. Los muros exteriores parecían hallarse a igual distancia... esto es, a unos ochocientos kilómetros de donde ellos se encontraban.
Luis carraspeo:
—¿Tú qué opinas, Interlocutor?
—El muro de babor me parece ligeramente más alto.
—Muy bien.
Luis giró hacia la izquierda. Las demás aerocicletas le siguieron, aún acopladas a la suya.
Luis activó el intercom para ver qué hacía Nessus. El titerote estaba agarrado al asiento con las tres piernas y tenía las dos cabezas escondidas entre su cuerpo y el sillín. Volaba a ciegas.
Teela dijo:
—¿Estás seguro, Interlocutor?
—Naturalmente —respondió el kzin—. El muro de babor es visiblemente más alto.
Luis sonrió para sus adentros. Nunca había recibido instrucción militar, pero sabía algo de la guerra. Una revolución en Wunderland le había cogido en tierra y había luchado tres meses en las guerrillas hasta conseguir embarcarse en una nave.
Una de las cualidades de un buen oficial, recordó, era la capacidad de tomar decisiones rápidas. Si además eran acertadas, tanto mejor...
Volaban en dirección a babor sobre la tierra en sombras. El Anillo tenía un brillo muy superior al de la Luna, pero la luz de la Luna iluminaba débilmente un paisaje visto desde el aire. La fosa meteorítica, la hendedura que el «Embustero» había abierto en la superficie del Mundo Anillo se había convertido en un hilo de plata a sus espaldas. Por fin desapareció en la oscuridad.
Las aerocicletas aceleraron a buen ritmo y en silencio. Un poco por debajo de la velocidad del sonido, un rumor como de cascada penetraba en la envoltura sónica. Adquiría la máxima intensidad al alcanzar la velocidad del sonido y luego se interrumpía bruscamente. La envoltura sónica se adaptaba a una nueva forma y volvía a hacerse el silencio.
Poco después las aerocicletas avanzaban a velocidad de crucero. Luis se relajó en su asiento. Según sus cálculos, tendría que pasar al menos un mes en ese asiento y decidió que más valía irse acostumbrando a él.
Luego (tal vez porque era el único que conducía y no podía permitirse el lujo de quedarse dormido) comenzó a probar los mandos de su aerocicleta.
El sistema de evacuación era simple, cómodo y fácil de usar. Aunque algo ridículo.
Intentó atravesar la envoltura sónica con la mano. Esta envoltura era un campo de fuerzas, una red de vectores de fuerza que desviaba las corrientes de aire en el espacio ocupado por la aerocicleta. No era comparable a una pared de vidrio. Al tocarla con la mano, Luis tuvo la impresión de un fuerte viento, un viento que soplara directamente hacia él desde todas direcciones. Se encontraba rodeado de una burbuja protectora de viento en movimiento.
La envoltura sónica parecía muy segura.
Hizo una prueba; sacó un pañuelo de papel de una ranura y lo dejó caer. El pañuelo cayó suavemente bajo la aerocicleta y allí se quedó suspendido en el aire, vibrando como un torbellino. Luis se sentía dispuesto a creer que si se caía de su asiento, cosa nada fácil, la envoltura sónica frenaría su caída y podría volver a montar en la aerocicleta.
Era muy posible. Los titerotes...
El tubo de agua le ofreció agua destilada. La ranura de la cocinilla le tendió un bloque plano y compacto de color rojizo. Pidió seis bloques y probó un mordisco de cada uno, para después dejarlos caer en el cubo de realimentación. Cada uno tenía un sabor distinto y todos le gustaron.
Al menos la comida no resultaría monótona. No de momento.
Pero si no lograban encontrar plantas y agua para realimentar el sistema, un día u otro la ranura dejaría de servirle bloques de comida.
Pidió un séptimo bloque y se lo comió.
Resultaba inquietante pensar cuán lejos estaban de toda ayuda. La Tierra se encontraba a doscientos años luz de allí; la flota de titerotes, inicialmente a dos años luz de distancia, iba alejándose casi a la velocidad de la luz; incluso los restos del «Embustero», semievaporado, se habían hecho invisibles desde que emprendieron el vuelo. Y ya habían perdido también de vista la hondonada meteorítica. ¿Y si perdían también lo que quedaba de la nave?
¡Nej! Sería prácticamente imposible, decidió Luis. Se encontraba a antigiro la montaña más grande jamás vista por hombre alguno. No podía haber muchos supervolcanes como ése en el Mundo Anillo. Para localizar el «Embustero», bastaría poner rumbo a la montaña y luego seguir la dirección de giro en busca de una hondonada lineal de varios miles de kilómetros de largo.
...Pero el arco del Mundo Anillo relucía sobre sus cabezas, tres millones de veces la superficie de la Tierra. En el Mundo Anillo había espacio suficiente para perderse bien perdido.
Nessus se movió un poco. Primero asomó una cabeza, luego otra, por debajo de su torso. El titerote accionó varios interruptores con la lengua y luego habló.
—Luis, ¿podríamos hablar a solas?