Mundo Anillo (23 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
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Las imágenes transparentes de Interlocutor y Teela parecían adormiladas. Luis los desconectó del circuito de intercom.

—Adelante.

—¿Qué ha pasado?

—¿No has oído nada?

—Tengo los oídos en las manos. Los tenía agarrotados.

—¿Te sientes mejor ahora?

—Casi me entran ganas de entrar otra vez en estado catatónico. Me siento muy desamparado, Luis.

—Yo también. En fin, hemos recorrido tres mil kilómetros en estas tres últimas horas. Claro que hubiéramos ido más deprisa con cabinas teletransportadoras, o con vuestros discos.

—Nuestros ingenieros no pudieron proveernos de discos teletransportadores. —Las cabezas del titerote se miraron una a otra en el ojo. Sólo permanecieron un instante en esa posición; pero no era la primera vez que Luis observaba ese gesto.

Decidió clasificarlo provisionalmente como la risa de los titerotes. Tal vez un titerote loco podía llegar a adquirir cierto sentido del humor.

Continuó explicándole lo ocurrido:

—Volamos rumbo a babor. Interlocutor decidió que el muro de este lado estaba más próximo. Yo diría que tal vez hubiéramos obtenido una apreciación más exacta de haberlo echado a cara o cruz. Pero Interlocutor es el jefe. Tomó el mando cuando entraste en estado catatónico.

—Qué lástima: no puedo alcanzar su aerocicleta con mi tasp. Tengo que...

—Un momento. ¿Por qué no dejas que siga al mando del grupo?

—Pero, pero, pero...

—Piénsalo bien —insistió Luis—. Siempre puedes llamarle al orden con el tasp. Si no le dejas el mando, se apoderará de él cada vez que quieras descansar un poco. Necesitamos un jefe que goce de general aceptación.

—Supongo que no nos perjudicará —cantó el titerote—. En cualquier caso, nuestras posibilidades de éxito no aumentarán porque yo esté al mando.

—Así me gusta. Llama a Interlocutor y dile que él es el Ser último.

Luis conectó el intercom de Interlocutor para escuchar el diálogo. Si esperaba un espectáculo, quedó defraudado. El kzin y el titerote intercambiaron unas cuantas frases siseantes y despectivas en la Lengua del Héroe. Luego el kzin se desconectó del circuito.

—Debo pediros excusas —dijo Nessus—. Mi estupidez nos ha llevado a todos al desastre.

—No le des más vueltas —le consoló Luis—. Sólo es la fase depresiva de tu ciclo.

—Soy un ser racional, puedo aceptar la realidad. Me equivoqué por completo en cuanto a Teela Brown.

—No lo niego, pero no fue culpa tuya.

—Sí lo fue, Luis Wu. Debía haber comprendido por qué me resultaba tan difícil encontrar otros candidatos.

—¿Por qué?

—Pues porque los demás eran demasiado afortunados.

Luis emitió un silbido sordo. El titerote había desarrollado una teoría completamente nueva.

—Más concretamente —dijo Nessus— su buena suerte impidió que se vieran implicados en un proyecto tan peligroso como el nuestro. Aunque las Loterías de Procreación realmente han generado una suerte psíquica, hereditaria, esa suerte no estaba a mi alcance. Cuando intenté ponerme en contacto con las familias ganadoras, sólo logré encontrar a Teela Brown.

—Escucha...

—No conseguí ponerme en contacto con los demás porque tuvieron demasiada buena suerte. Logré encontrar a Teela Brown y arrastrarla a esta desventurada expedición porque ella no había heredado el gen. Luis, te ruego que me perdones.

—Oh, será mejor que duermas un poco.

—También debo pedirle excusas a Teela.

—No. Yo soy responsable en su caso. Hubiera podido impedir que viniera.

¿En serio?

—No sé. La verdad es que no lo sé. Vamos, duérmete.

—No puedo.

—Entonces conduce tú y yo dormiré.

Y así lo hicieron. Pero antes de caer rendido, Luis pudo comprobar con sorpresa que la aerocicleta volaba como una seda. El titerote era un excelente piloto.

Luis se despertó con el alba.

No estaba acostumbrado a dormir bajo los efectos de la gravedad. Era la primera vez en su vida que pasaba una noche sentado. Cuando bostezó e intentó desperezarse, todos sus músculos parecieron crujir y aturullarse con el esfuerzo. Con un gruñido, se frotó los ojos legañosos y miró a su alrededor.

Las sombras eran raras; la luz era rara. Luis levantó la vista y descubrió una blanca brizna de sol de mediodía. «Seré imbécil», se dijo mientras esperaba que dejaran de llorarle los ojos. Tenía los reflejos más rápidos que el cerebro.

A su izquierda todo estaba sumido en la oscuridad, más intensa cuanto más lejana. El inexistente horizonte era una negrura nacida de la noche y el caos, bajo un cielo azul marino en el que aún brillaban pálidamente los contornos del arco del Mundo Anillo.

A su derecha, hacía el remolino, era pleno día.

El amanecer era Distinto en el Mundo Anillo.

Estaban llegando al final del desierto. Su borde ondulado, nítido y bien delineado, se perdía en una curva a la derecha y la izquierda. Detrás de las aerocicletas se extendía el desierto, de un blanco-amarillento, brillante y despoblado. La gran montaña aún cubría un buen trozo de cielo. Hacia delante se veían ríos y lagos en perspectiva decreciente, separados por manchas verdes y pardas.

Las aerocicletas habían conservado la misma ordenación, muy separadas y en los vértices de un rombo. A esa distancia, semejaban escarabajos plateados, todos iguales. Luis iba delante. Recordó que Interlocutor estaba situado en la dirección de giro; Nessus al lado de antigiro y Teela cerraba la formación.

Una estela de polvo se extendía desde la montaña, siguiendo la dirección de giro, como las huellas de un jeep sobre el desierto, sólo que mucho más grande. Tenía que ser más grande, pese a parecer sólo un hilo desde esa distancia...

—¿Estás despierto, Luis?

—Buenos días, Nessus. ¿Has estado conduciendo todo el rato?

—Hace un par de horas le pasé el mando a Interlocutor. Habrás visto que ya hemos cubierto más de diez mil kilómetros.

—Sí. —Pero no era más que una cifra, una minúscula fracción de la distancia que tendrían que recorrer. Después de toda una vida de desplazarse mediante el sistema de cabinas teletransportadoras, Luis había perdido el sentido de las distancias—. Mira hacia atrás —dijo—. ¿Ves esa estela de polvo? ¿Sabes qué puede ser?

—Naturalmente. Debe de ser roca vaporizada, producto de nuestra caída meteórica, y que ahora se ha recondensado en la atmósfera. Todo ese volumen no ha tenido aún tiempo de sedimentarse.

—Oh. Ya estaba pensando en tormentas de arena... ¡Nej y renej! ¡Cómo nos deslizamos! —La estela de polvo tenía al menos unos tres mil kilómetros de largo, suponiendo que estuviera a la misma distancia que la nave.

El cielo y la tierra eran dos discos planos, infinitamente anchos, comprimidos uno sobre otro; y los hombres eran microbios que se arrastraban entre estos dos discos...

—Ha aumentado la presión atmosférica.

Luis apartó la mirada del punto límite:

—¿Cómo dices?

—Mira tu indicador de presión. Cuando caímos estábamos a unos tres mil metros por encima de nuestro nivel actual.

—¿Tiene mucha importancia la presión atmosférica en estos momentos?

—En un ambiente desconocido es preciso observar todos los detalles. Por ejemplo, la montaña que escogimos como punto de referencia es una gran mole a nuestras espaldas. Debía de ser más alta de lo que creíamos. ¿Y qué me dices de ese brillante punto plateado frente a nosotros?

—¿Dónde?

—Casi junto a la hipotética línea del horizonte, Luis. Exactamente frente a nosotros.

Era como buscar un detalle concreto en un mapa visto de perfil. Sin embargo, Luis logró localizarlo: un reluciente brillo de espejo, apenas un poco más grande que un simple punto.

—Luz solar reflejada. ¿Qué puede ser? ¿Una ciudad de cristal?

—No es probable.

Luis rio:

—Tu tacto es excesivo. Aunque es del tamaño de una ciudad de cristal. O media hectárea de espejos. Tal vez sea un gran telescopio, del tipo reflector.

—En ese caso, lo más probable es que haya sido abandonado.

—¿Por qué?

—Sabemos que esta civilización ha vuelto a caer en un estado salvaje. ¿Cómo explicar si no que hayan dejado degenerar extensas regiones en un desierto?

—Tal vez estemos simplificando demasiado las cosas. El Mundo Anillo es más grande de lo que nos parecía. Creo que puede albergar la vida salvaje y la civilización, además de todas las etapas intermedias.

—La civilización tiende a propasarse, Luis.

—Ya.

De un modo u otro, ya descubrirían qué era ese punto brillante. Se hallaba justo en su camino.

La aerocicleta no llevaba espita de café.

Luis advirtió dos luces verdes encendidas en su tablero de mandos. Le desconcertaron un poco, hasta que recordó que había desconectado a Interlocutor y a Teela la noche anterior. Volvió a conectarlos al circuito de intercomunicación.

—Buenos días —dijo Interlocutor—. ¿Has visto el amanecer, Luis? Todo un estímulo para la sensibilidad artística.

—Lo he visto. Buenos días, Teela.

Teela no respondió.

Luis la observó más atentamente. Teela se hallaba en pleno trance, como una persona que hubiera alcanzado el nirvana.

—Nessus, ¿no habrás empleado tu tasp con mi mujer?

—No, Luis. ¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Cuánto rato lleva en ese estado?

—¿Qué estado? —preguntó Interlocutor—. No se ha mostrado muy comunicativa últimamente si a eso te refieres.

—Me refiero a su expresión, ¡nej!

En el tablero de mandos podía ver la imagen de Teela con la mirada perdida en el infinito, por encima de la figura de Luis. Se la veía serenamente feliz.

—Parece relajada —observó el kzin—, y no parece sufrir. Los matices más sutiles de la expresión humana...

—No tiene importancia. ¿Puedes llevarnos a tierra? Sufre trance de la Meseta.

—No comprendo.

—De momento llévanos a tierra.

Se lanzaron en picado desde mil quinientos metros de altura. Luis se mareó un poco con la caída libre hasta que Interlocutor volvió a darles impulso. Observó la imagen de Teela en busca de alguna reacción, pero en vano. Seguía serena e impasible. Tenía las comisuras de la boca ligeramente levantadas.

Luis se encolerizó durante el descenso. Sabía alguna cosa sobre la hipnosis: los datos y curiosidades desperdigados que suele ir acumulando un hombre a lo largo de doscientos años de observar el tride. Si pudiera recordar...

A sus pies tenían un paisaje salvaje, exuberante, el tipo de paisaje que los terrícolas buscan en los mundos colonizados.

En medio de este paisaje se distinguía un arroyo.

—Intenta llevarnos hasta un valle —le dijo Luis a Interlocutor—. ¡Quiero apartarla de la visión del horizonte!

—De acuerdo. Tú y Nessus podríais desconectaros del circuito de acoplamiento y seguirme con el manual. Yo me ocuparé de hacer aterrizar a Teela.

El rombo de aerocicletas se rompió para luego reorganizar la formación. Interlocutor puso rumbo a babor-giro, en dirección al arroyo que Luis había localizado antes. Los demás le siguieron.

Todavía estaban descendiendo cuando cruzaron el arroyo. Interlocutor torció hacia giro para seguir el curso de agua. Iban casi rozando las copas de los árboles. Buscaron una ribera libre de árboles.

—Las plantas se parecen mucho a las de la Tierra —observó Luis. Los extraterrestres murmuraron su asentimiento.

El arroyo formaba una curva.

Los nativos estaban en el medio de un ensanchamiento del río. Parecían muy atareados con una red de pescar. Levantaron la vista, al aparecer la formación de aerocicletas y se limitaron a soltar la red y a quedárselos mirando boquiabiertos.

Luis, Interlocutor y Nessus tuvieron la misma reacción. Se remontaron a toda velocidad. Los nativos se convirtieron en puntitos. El exuberante y denso bosque se difuminó en un conjunto de manchas.

—Acoplaos a mi vehículo —ordenó Interlocutor con inconfundible voz de mando—. Ya aterrizaremos en otra parte.

Tenía que haber aprendido a dar órdenes de esa forma... rigurosamente estudiada para emplearla en las relaciones con los humanos. Las obligaciones de un embajador eran realmente muy diversas, reflexionó Luis.

Teela no parecía haber notado nada.

—¿Y bien? —dijo Luis.

—Eran hombres —declaró Nessus.

—¿Tú también los has visto? Por un momento creí sufrir alucinaciones. ¿Cómo pueden haber llegado unos hombres hasta aquí?

No intentaron darle una respuesta.

12. El Puño-de-Dios

Habían aterrizado en una zona despoblada rodeada de bajas colinas. Ahora que las colinas ocultaban el falso horizonte y la luz del día hacía invisible el Arco, nada diferenciaba el lugar de un paisaje de cualquier mundo humano. La hierba no era exactamente hierba, pero era verde y formaba una alfombra sobre aquellas partes que deberían estar cubiertas de hierba. Había tierra y rocas, y arbustos con verdes hojas y nudosidades prácticamente en el lugar justo.

La vegetación, como ya había señalado Luis, tenía un inquietante parecido con la de la Tierra. Había matorrales donde uno esperaba encontrar matorrales, y zonas desnudas justo donde uno esperaba hallarlas. Los instrumentos de sus aerocicletas indicaban que las plantas eran semejantes a las terrestres incluso a nivel molecular. Del mismo modo como Luis e Interlocutor poseían algún remoto antepasado unicelular común, los árboles de este mundo también podían considerarse emparentados con ambos.

Había una planta muy idónea para la construcción de setos vivos. Tenía el tallo leñoso y crecía con una inclinación de cuarenta y cinco grados, a cierta altura le brotaba un manojo de hojas, luego crecía hacia abajo con el mismo ángulo, al llegar al suelo echaba raíces, luego volvía a subir con una inclinación de cuarenta y cinco grados... Luis había visto una planta parecida en Gumi-nidgy; pero aquí la hilera de triángulos era de color de corteza con hojas de un verde reluciente, los colores de la vida terrestre. Luis la denominó planta acodada.

Nessus había comenzado a explorar el pequeño bosque y recogía plantas e insectos para analizarlos en el minilaboratorio de su vehículo. Llevaba su traje de supervivencia, un globo transparente con tres botas y dos guantes-bozal. Nada del Mundo Anillo podría atacarle sin atravesar antes esa barrera: ni un animal de presa, ni un insecto, ni un granito de polen, ni una espora micótica, ni una molécula vírica.

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