—Gira a la izquierda hasta que te encuentres directamente alineada con una de las bases del Arco.
—No veo el Arco. Tendré que elevarme por encima de las nubes. —Parecía casi completamente recuperada del susto.
¡Pero había pasado miedo, nej! Luis no recordaba haber visto nunca a nadie tan asustado. Y, desde luego, era la primera vez que veía a Teela en ese estado.
¿La había visto asustada alguna vez?
Luis miró por encima del hombro. El paisaje se veía oscuro bajo las nubes; sin embargo, el Ojo de la tormenta, que ya habían dejado muy atrás, relucía azul bajo el resplandor del Arco. Observaba su desaparición absolutamente concentrado, Y sin la menor señal de pesar.
Luis estaba completamente absorbido en sus propios pensamientos cuando una voz pronunció su nombre.
—¿Sí? —respondió.
—¿Estás enfadado?
—¿Enfadado? —Lo pensó un momento. Razonó, fugazmente, que desde un punto de vista habitual, Teela había cometido una terrible estupidez al lanzar su aerocicleta en picado como lo hizo. Y buscó síntomas de enfado. No encontró nada.
Los criterios corrientes no servían para Teela Brown.
—Creo que no. ¿Qué viste ahí abajo?
—Podría haberme matado —dijo Teela cada vez más airada—. ¡No me mires de ese modo, Luis! ¡Podría haberme matado! ¡No te importa!
—¿Y a ti?
Teela se sobresaltó como si hubiera recibido una bofetada.
—Había un agujero —gritó furiosa—. Y bruma en el fondo.
—¿Era muy grande?
—¿Cómo quieres que lo sepa? —Y su imagen se esfumó.
Tenía razón. ¿Cómo iba a apreciar la escala, bajo esa vacilante luz de neón?
«Arriesga su propia vida —pensó Luis— y luego me reprocha que no me enfade. ¿Un truco para llamar la atención? ¿Cuánto tiempo lo llevará practicando?»
Una mancha plateada se situó entre Luis y la manchita más pequeña que volaba a su lado, en la dirección de giro.
—Bienvenido —dijo Luis.
—Gracias —le respondió Nessus. Debía de haber empleado el motor de emergencia para conseguir darles alcance tan deprisa.
Dos cabezas triangulares, pequeñas y transparentes, observaban a Luis desde el panel de mandos.
—Ahora me siento a salvo. Cuando Teela se nos reúna, me sentiré aún más seguro.
—¿Por qué?
—La suerte de Teela Brown nos protegerá, Luis.
—Yo no estaría tan seguro —le replicó Luis Wu.
Interlocutor les observaba en el intercom, sin decir palabra. Sólo Teela quedaba fuera del circuito.
—Tu arrogancia me molesta —dijo Luis Wu—. Intentar reproducir humanos afortunados es de una arrogancia diabólica. ¿Has oído hablar del Diablo?
—He leído sobre el Diablo, en libros.
—Tu estupidez es aún más grave que tu arrogancia. Das tranquilamente por sentado que lo que es bueno para Teela Brown es bueno para ti. ¿Por qué?
—Sin duda es lo más lógico. Si ambos estamos metidos en la misma nave, una ruptura del fuselaje nos perjudica a los dos.
—Tienes razón. Pero imagina que estáis sobrevolando un lugar que Teela desea visitar y donde tú no quieres aterrizar. Un fallo en los motores justo en ese momento, sería afortunado para Teela, pero no para ti.
—¡Qué tontería, Luis! ¿Para qué iba a querer venir Teela al Mundo Anillo? ¡Desconocía incluso su existencia hasta que yo le hablé de él!
—Pero es afortunada. Si le convenía venir aquí, aún sin saberlo, acabaría viniendo a parar aquí. Entonces su suerte no habría sido esporádica, ¿verdad, Nessus? Habría sido efectiva todo el tiempo. Habría tenido la suerte de ser localizada por ti. Y la suerte de que no encontraras a ninguna otra persona que reuniera los requisitos necesarios. Todos esos fallos en las comunicaciones telefónicas, ¿recuerdas?
—Pero...
—También habría tenido la suerte de que nos estrellásemos. ¿Recuerdas que tú e Interlocutor tuvisteis una discusión sobre quién dirigía esta expedición? Pues, ahora lo sabes.
—Pero, ¿por qué?
»¿Te incomoda esa pregunta, Luis? A mí, sí. ¿Qué interés podía tener para Teela Brown el Mundo Anillo? Es un lugar... inseguro. Extrañas tormentas y maquinaria mal programada y campos de girasoles y nativos de reacciones imprevisibles, todo amenaza nuestras vidas.
—Así es —constató Luis—. Y ahí está parte del secreto. Para Teela Brown no existe el peligro, ¿te das cuenta? En cualquier juicio sobre el Mundo Anillo debe tenerse en cuenta este detalle.
El titerote abrió y cerró varias veces la boca en rápida sucesión.
—Complica un poco las cosas, ¿verdad? —le espetó Luis. Resolver problemas constituía un placer en sí mismo para Luis Wu—. Pero también explica parte de lo ocurrido. Suponiendo...
El titerote soltó un chillido.
Luis se quedó anonadado. No esperaba aquella reacción del titerote. Éste gimoteo y luego escondió las cabezas bajo su cuerpo. Luis sólo veía la crin desordenada que le cubría la caja craneana.
Teela había conectado el intercom.
—Habéis estado hablando de mí —dijo sin la menor emoción en la voz. Era incapaz de sentir rencor, observó Luis. ¿Significaría eso que la capacidad de sentir rencor constituía un factor de supervivencia?—. He intentado seguir tu razonamiento, pero no he podido. ¿Qué le ha pasado a Nessus?
—He hablado demasiado. Está asustado. Y ahora ¿cómo vamos a encontrarte?
—¿No puedes averiguar dónde estoy?
—Nessus es el único que posee un localizador. Seguramente por el mismo motivo que le llevó a que ignoráramos el funcionamiento del motor de emergencia.
—Me lo he estado preguntando —dijo Teela.
—Quería estar seguro de poder huir de un kzin enfurecido. Olvídalo. ¿Qué llegaste a entender?
—Poca cosa. No hacíais más que preguntaros mis razones para querer venir aquí. Pero yo no quería venir, Luis. Vine porque tú venías, porque te quiero.
Luis asintió. Era lógico que si Teela tenía que viajar al Mundo Anillo, también tuviera un buen motivo para embarcarse con Luis Wu. Algo más bien poco halagador.
Ella le amaba porque su propia fortuna lo exigía. ¡Y él que había creído ser objeto de un amor desinteresado!
—Estoy sobrevolando una ciudad —dijo de pronto Teela—. Veo unas cuantas luces. No muchas. Deben haber tenido una importante fuente de energía imperecedera. Tal vez Interlocutor pueda localizarla en su mapa.
—Vale la pena echarle un vistazo.
—Como te lo he dicho, hay luces. Tal vez...
El sonido se cortó sin un chasquido, sin ninguna señal de advertencia.
Luis estudió el espacio vacío en su panel. Luego gritó:
—Nessus.
No recibió respuesta.
Luis puso en marcha la sirena.
Nessus salió de su letargo como una familia de culebras en un zoo en llamas. En otras circunstancias, hubiera podido resultar gracioso: dos cuellos que intentaban desenrollarse a toda prisa para luego apostarse como dos signos de interrogación sobre la pantalla; por fin Nessus bramó:
—¡Luis!, ¿qué pasa? Interlocutor había respondido a la llamada en el acto. Sentado en lo que parecía posición de alerta, esperaba instrucciones y alguna aclaración.
—Algo le ha ocurrido a Teela.
—Estupendo —dijo Nessus. Y las cabezas desaparecieron otra vez.
Con gesto torvo, Luis desconectó la sirena, aguardó un momento y volvió a hacerla sonar. Nessus tuvo la misma reacción que antes. Pero esta vez Luis habló primero.
—Si no logramos averiguar lo que le ha ocurrido a Teela, te mataré —le amenazó.
—No olvides que tengo el tasp —dijo Nessus—. Está diseñado de forma que resulte igualmente eficaz contra un kzin como contra un humano. Ya pudiste comprobar el efecto que tuvo sobre Interlocutor.
—¿Crees que eso impedirá que te mate?
—Sí, Luis, creo que sí.
—¿Te apuestas algo? —dijo cautelosamente Luis.
El titerote se quedó pensativo. Luego dijo:
—Rescatar a Teela nunca será tan arriesgado como aceptar esa apuesta. Había olvidado que es tu compañera. —Miró hacia abajo—. Mi localizador ha perdido su rastro. No tengo forma de saber dónde está.
—¿Significa eso que su vehículo ha sufrido algún desperfecto?
—Sí, y de bastante importancia. El emisor estaba situado junto a una de las unidades propulsoras de la aerocicleta. Tal vez haya sido víctima de otra máquina aún en funcionamiento, similar a la que quemó nuestros discos de comunicación.
—Pero sabes dónde estaba cuando se cortó la comunicación.
—Diez grados a giro de babor. Ignoro la distancia, pero podemos calcularla en base a las tolerancias de velocidad de su aerocicleta.
Volaron en esa dirección, una línea inclinada sobre el mapa que había copiado Interlocutor. Cuando pasaron dos horas y seguían sin ver luces, Luis comenzó a preguntarse si se habrían perdido.
—La línea transversal trazada sobre el mapa de Interlocutor iba a morir en un puerto de mar, a cincuenta y seis mil kilómetros del huracán que en realidad era el Ojo de la tormenta. El puerto estaba situado junto a una bahía del tamaño del océano Atlántico. Teela no podía haber ido mucho más lejos. El puerto sería su última oportunidad...
De pronto, tras la cresta de una colina en lo que parecía sólo una pendiente continua, descubrieron unas luces.
—Detente —susurró Luis en tono amenazador, sin saber muy bien por qué hablaba en voz baja. Pero Interlocutor ya había detenido a la flotilla en el aire.
Se quedaron ahí suspendidos, observando el terreno y las luces.
El terreno correspondía a una ciudad. Por todas partes sólo se veía ciudad. Ahí abajo, cual sombras bajo la luz azulada del Arco, se divisaban unas casas que recordaban colmenas, con ventanas redondeadas y separadas por aceras curvas demasiado estrechas para poder considerarlas verdaderas calles. En la distancia se veían más construcciones iguales y luego, aún más lejos, edificios más altos, hasta que todo el conjunto estaba dominado por rascacielos y edificios flotantes.
—Poseían técnicas de construcción distintas —susurró Luis— La arquitectura... no es como la de Zignamuclikclik. Son estilos distintos...
—Rascacielos —dijo Interlocutor—. Con todo el espacio que hay en el Mundo Anillo, ¿por qué construir tan alto?
—Para demostrar que podían hacerlo. No, sería una tontería —dijo Luis—. No tenían que demostrar nada, después de construir una obra como el propio Mundo Anillo.
—Tal vez los edificios más altos correspondan a una época posterior, ya durante la decadencia de la civilización.
Las luces correspondían a relucientes columnas de ventanas, torres aisladas iluminadas desde la cima hasta la base. Estaban todas agrupadas en lo que Luis ya consideraba el Centro Cívico pues los seis edificios flotantes estaban situados allí.
Y un último detalle: hacia giro del Centro Cívico se divisaba una pequeña zona suburbana que desprendía un pálido resplandor blanco-anaranjado.
Los tres estaban sentados formando un triángulo en torno al mapa de Interlocutor, en el segundo piso de una de las casas-colmena.
Interlocutor había insistido en hacerles entrar también las aerocicletas. «Medida de seguridad». Se iluminaban con la luz procedente del faro del vehículo de Interlocutor, reflejada y atenuada por una pared curva. Una mesa, curiosamente labrada para formar platos y depresiones donde acomodar los vasos se había hundido desintegrándose al ser rozada por Luis. El suelo estaba cubierto por una capa de varios centímetros de polvo. La pintura de la pared curva se había desconchado y había ido depositándose en un blando reborde azul cielo en torno al piso de madera.
Luis parecía sentir el peso de toda la vetustez de la ciudad sobre sus espaldas.
—Cuando se realizaron las películas que encontramos en la sala de cartografía, ésta era una de las ciudades más importantes del Mundo Anillo —aclaró Interlocutor. Su uña en forma de media luna fue recorriendo el mapa—. La ciudad primitiva era una ciudad completamente planificada, un semicírculo con el costado plano franqueando el mar. La torre llamada Cielo debió de ser construida mucho más tarde, cuando la ciudad ya había comenzado a extenderse a lo largo de la costa.
—Es una lástima que no sacaras un mapa de la ciudad —dijo Luis. En efecto, el mapa de Interlocutor no mostraba más que un semicírculo sombreado.
Interlocutor cogió el mapa y lo enrolló.
—Una metrópolis abandonada de estas dimensiones debe de guardar muchos secretos. Tenemos que movernos con cautela. Un posible renacimiento de la civilización en esta tierra, es decir, en esta estructura, se producirá donde existan rastros de la tecnología desaparecida.
—¿Y cómo encontrar los metales desaparecidos? —objetó Nessus—. Una civilización desaparecida no podría volver a renacer en el Mundo Anillo. No hay metales en el subsuelo, ni combustibles fosilizados. Las herramientas estarían limitadas a las posibilidades de la madera y los huesos.
—Hemos visto luces.
—No parecían seguir ningún orden... Deben de ser generadas por fuentes de energía autónomas que han ido fallando una tras otra. Pero podrías tener razón —continuó Nessus—. Si en este lugar se ha reanudado la fabricación de herramientas, tendremos que establecer contacto con los fabricantes de herramientas. Pero nosotros impondremos las condiciones.
—Tal vez ya nos hayan localizado a través de las emisiones de nuestro sistema de intercomunicación.
—No, Interlocutor. El intercom funciona con un circuito cerrado.
Luis sólo les escuchaba a medias, mientras pensaba: «Puede estar herida. Puede estar tendida en cualquier parte, incapaz de moverse, esperando que acudamos en su ayuda».
Pero, por algún motivo, no lograba creérselo.
Más bien tenía la impresión de que Teela había sido víctima de alguna antigua máquina del Mundo Anillo: tal vez una complicada arma automática, suponiendo que los anillícolas poseyeran algo parecido. Cabía la posibilidad de que sólo se hubiesen desprendido el intercom y el emisor-localizador y que los sistemas propulsores hubieran quedado intactos. Pero parecía poco probable.
Entonces, ¿cómo explicarse que no sintiera ninguna ansiedad? Ahí estaba Luis Wu, más tranquilo que una computadora mientras su mujer se enfrentaba con algún peligro todavía desconocido.
Su mujer..., sí, pero también algo más, y algo un poco distinto.
¡Qué estupidez la de Nessus al creer que un ser humano especialmente reproducido por su buena fortuna pensaría igual que los demás humanos que conocía! ¿Razonaría un titerote afortunado igual que el titerote cuerdo Chiron, por ejemplo?