Prill en cambio seguía mirando por la ventana y en su rostro se reflejaba el pavor. Cuando el ulular del viento se trocó en chillido, todo su cuerpo se estremeció.
Tal vez ya había visto formaciones parecidas al Ojo de la tormenta. Pequeñas rupturas producidas por algún asteroide, rápidamente reparadas, siempre en algún otro lugar, y siempre prontamente fotografiadas para los noticiarios o su equivalente en el Mundo Anillo. El Ojo de la tormenta constituía siempre un suceso temible. El aire se escapaba a chorros hacia el espacio interestelar. A su alrededor se formaba un huracán horizontal, con un punto de succión en el fondo, de efectos tan definitivos como el desagüe de una bañera, si uno era atrapado por el torbellino.
Durante unos segundos se intensificaron los aullidos del viento. Teela frunció el entrecejo preocupada.
—Espero que el edificio sea lo bastante resistente —dijo.
Luis la miró sorprendido. «¡Cómo ha cambiado!» El Ojo de la tormenta había amenazado directamente su vida la última vez que lo atravesó...
—Tienes que ayudarme —dijo Teela—. Quiero a Caminante, ¿sabes?
—Ya veo.
—El también me quiere, pero posee un extraño concepto del honor. Intenté explicarle quién eras tú, Luis, cuando quería convencerle para que me condujera al edificio volante. Se incomodó mucho y ya no quiso acostarse más conmigo. Cree que soy tuya, Luis.
—¿Esclavitud?
—Esclavitud para las mujeres, creo. Le dirás que no soy tuya, ¿lo prometes?
Luis sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—Podríamos ahorrarnos muchas explicaciones si me limitara a venderte a él. Si así lo deseas.
—Tienes razón. Y es lo que deseo. Quiero acompañarle en su peregrinaje por el Mundo Anillo. Le amo, Luis.
—No lo dudo. Estáis hechos el uno para el otro —dijo Luis Wu—. El destino ha querido que os encontraseis. Se cuentan por billones las parejas que han sentido exactamente lo mismo...
Ella se le quedó mirando con expresión de gran desconfianza.
—¿No será... un sarcasmo, eh, Luis?
—Hace un mes no hubieras sido capaz de distinguir un sarcasmo de un carámbano. No, lo curioso es que no es ningún sarcasmo. Los billones de otras parejas no tienen importancia, pues no formaban parte de un experimento de procreación planificada ideado por algún nej de titerote.
De pronto se convirtió en el centro de atención. Hasta Caminante se le quedó mirando para averiguar qué había despertado el interés de los demás.
Pero Luis sólo tenía ojos para Teela Brown.
—Nos estrellamos contra el Mundo Anillo —le explicó pausadamente—, porque éste es tu medio ideal. Tenías que descubrir cosas que no podías aprender en la Tierra, ni en ningún otro lugar del espacio conocido, según parece. Tal vez existan otras razones: un extracto regenerador más perfeccionado, por ejemplo, y más espacio vital; pero el motivo principal de que estés aquí es para aprender.
—¿Aprender qué?
—A sentir dolor, diría yo. Miedo. Nostalgia. Eres otra mujer desde que llegamos aquí. Antes eras una especie de... abstracción. ¿Te habías golpeado alguna vez el dedo gordo del pie?
—Qué palabra más rara. No, creo que no.
—¿Te habías quemado alguna vez los pies?
Ella le lanzó una mirada centelleante. Había comprendido.
—El «Embustero» se estrelló para que tú pudieras llegar aquí. Recorrimos miles de kilómetros para traerte junto a Caminante. Tu aerocicleta te llevó justo donde él estaba y se dejó atrapar por el campo magnético de la policía en el sitio preciso, porque Caminante es el hombre que te estaba destinado.
Teela sonrió al oír esto, pero Luis no le devolvió la sonrisa.
—Tu suerte exigía que tuvieras tiempo de hacer amistad con él —siguió diciendo—. Conque Interlocutor-de-Animales y yo estuvimos colgando cabeza abajo...
—¡Luis!
—...durante unas veinte horas, suspendidos sobre treinta metros de espacio vacío. Y aún no ha llegado lo peor.
El kzin gruñó:
—Todo depende de cómo se mire.
Luis no le prestó la menor atención.
—Teela, te enamoraste de mí para tener un motivo para unirte a la expedición al Mundo Anillo. Has dejado de amarme porque ya no es necesario. Ya estás aquí. Y yo me enamoré de ti por el mismo motivo, porque la suerte de Teela Brown me convirtió en una marioneta... Pero la verdadera marioneta eres tú. Pasarás el resto de tu vida pendiente de los hilos de tu propia suerte. Sólo Finagle sabe si realmente posees un libre albedrío. En cualquier caso, te costará ejercerlo.
Teela se había puesto muy pálida y tenía los hombros muy erguidos y rígidos. Sólo un evidente esfuerzo de voluntad le impedía romper a llorar. Antes carecía de esa capacidad de controlarse.
En cuanto a Caminante, se había puesto de rodillas y les miraba fijamente a los dos, mientras acariciaba el filo de su negra espada de hierro con el pulgar. Difícilmente podía ignorar que Teela estaba sufriendo. Debía de estar convencido de que la joven era propiedad de Luis Wu.
Y Luis se volvió hacia el titerote. No le sorprendió encontrar a Nessus hecho una bola, con la cabeza escondida bajo el vientre, completamente al abrigo del universo.
Luis agarró al titerote por el tobillo de la pierna trasera. No le costó mucho obligarle a tenderse de espaldas. Nessus pesaba prácticamente lo mismo que Luis Wu.
Y su proceder no fue del agrado del titerote. El tobillo temblaba en la mano de Luis.
—Todo ha sido culpa tuya —dijo Luis Wu—, culpa de tu monstruoso egoísmo. Este egoísmo me preocupa casi tanto como los monstruosos errores que has cometido. Cómo se puede ser tan poderoso, y tan osado, y al mismo tiempo tan estúpido, es algo que escapa a mi capacidad de comprensión. ¿Te has dado cuenta al fin de que todo lo que nos ha ocurrido hasta el momento ha sido un efecto secundario de la suerte de Teela?
Nessus se encogió aún más en su ovillo. Caminante lo observaba todo fascinado.
—Cuando lo hayas comprendido podrás volver junto a tus congéneres titerotes y decirles que entrometerse en los hábitos de procreación de los humanos puede ser peligroso. Que un número suficiente de Teelas Browns podrían dar al traste con todas las leyes de la probabilidad. Incluso la física básica no es más que probabilidad a nivel atómico. Podrás explicarles que el universo es un juguete demasiado complicado y que los seres sensatos y precavidos se abstienen de jugar con él. Podrás decirles todo eso y mucho más cuando yo haya regresado a casa —dijo Luis Wu—. Mientras tanto, empieza a salir de ahí, rápido. Necesito el alambre que une las pantallas cuadradas y tú vas a conseguírmelo. Ya casi estamos fuera del Ojo de la tormenta. Sal de ahí, Nessus...
El titerote se desenrolló y se puso de pie.
—Me has ofendido, Luis —comenzó a decir.
—¿Y aún te atreves a decirlo?
El titerote no replicó. Luego se dirigió a la ventana y se puso a contemplar la tormenta.
Los nativos que adoraban el Cielo, se encontraron de pronto con dos torres suspendidas en el aire.
Como en la anterior ocasión, la pieza del altar estaba inundada de floridos rostros dorados.
—Hemos vuelto a llegar en día festivo —dijo Luis. E intentó localizar al director del coro con la cabeza afeitada, pero no lo consiguió.
Nessus no dejaba de mirar con ojos codiciosos la torre llamada Cielo situada a su lado. La sala de mandos del «Improbable» había quedado a la misma altura de la sala de cartografía del castillo.
—La otra vez no tuve oportunidad de explorar este lugar. Ahora está fuera de mi alcance —se lamentó el titerote.
—Podríamos abrir un boquete con el desintegrador y bajarte atado a una cuerda o por una escalera —sugirió interlocutor.
—Otra oportunidad perdida.
—No sería más arriesgado que muchas otras cosas que has hecho aquí.
—Siempre que me he arriesgado ha sido con el propósito de aprender algo. Ahora ya poseo toda la información sobre el Mundo Anillo que puede necesitar mi especie. Sólo arriesgaré mi vida para poder regresar a casa con esos conocimientos. Luis, ahí está el alambre que deseas.
Luis asintió sin inmutarse.
La zona de la ciudad situada en la dirección de giro estaba cubierta por una nube de humo negro. Por la manera en que aprisionaba los edificios se adivinaba que tenía que ser denso y también pesado. Entre la masa asomaba un obelisco con ventanas, situado cerca del centro. El resto permanecía oculto bajo su peso.
Tenía que ser el alambre que unía las pantallas cuadradas. ¡Pero había tal cantidad!
—¿Y cómo transportaremos todo eso?
—No tengo ni idea. Bajemos a echarle un vistazo —fue todo lo que pudo decir Luis.
Posaron su cuartel de policía desmantelado hacia giro de la plaza del altar.
Nessus no paró los motores elevadores. Apenas tocaban el suelo. Lo que había sido la plataforma de observación para vigilar las celdas de la cárcel se convirtió en rampa de aterrizaje del «Improbable». La masa del edificio la habría aplastado si hubieran parado los motores.
—Tendremos que buscar la forma de manipular ese material —dijo Luis—. Un guante tejido con el mismo tipo de fibra podría servir. O también podríamos enrollarlo en torno a un carrete de material base del Anillo.
—No poseemos ni lo uno ni lo otro. Tendremos que hablar con los nativos —dijo Interlocutor—. Tal vez conozcan alguna antigua leyenda o posean viejas herramientas, viejas reliquias sagradas. Además, tienen tres días de práctica en el manejo de este cable.
—Entonces, tendré que acompañaros. —El temor del titerote se manifestó en un repentino temblor—. Interlocutor, aún no dominas suficientemente bien la lengua. Tendremos que dejar a Halrloprillalar a cargo del edificio para que lo eleve si es necesario. A menos que... Luis, ¿podríamos convencer al amante nativo de Teela para que negociara en nombre nuestro?
A Luis le molestó oír hablar de Caminante en esos términos.
—Incluso Teela reconoce que no es un genio —dijo—. No confío en que sea capaz, de llevar a buen término las negociaciones.
—Ni yo. Luis, ¿crees que necesitamos ese alambre?
—No lo sé. Si no estoy alucinado, lo necesitaremos. De lo contrario...
—No tiene importancia, Luis. Iré con vosotros.
—No tienes por qué confiar en mi criterio...
—Os acompañaré. —El titerote se había puesto a temblar otra vez. Lo más curioso de la voz de Nessus era que pudiese resultar a la vez tan clara, tan precisa, y sin embargo tan absolutamente desprovista de emoción—. Sé que necesitamos ese alambre. ¿Por qué coincidencia ha venido a caer justo en nuestro camino? Todas las coincidencias nos llevan a Teela Brown. Si no necesitásemos ese alambre, no estaría aquí.
Luis respiró más tranquilo. No porque el razonamiento le convenciera, pues no le veía el sentido. Pero, aun así, venía a corroborar las vagas conclusiones a que había llegado el propio Luis. Conque se aferró a ese ligero consuelo y no se molestó en decirle al titerote que todo lo que estaba diciendo no eran más que tonterías.
Bajaron la rampa en fila india y emergieron bajo la sombra del «Improbable». Luis llevaba una linterna de rayos láser. Interlocutor-de-Animales blandía el desintegrador. Al andar, todos sus músculos se movían como si fuesen fluidos; se dibujaban claramente bajo el centímetro de nueva piel anaranjada que hacía poco había empezado a crecerle. Nessus iba aparentemente desarmado. Prefería usar el tasp y ocupar el último lugar.
Caminante avanzaba junto a ellos, con la negra espada de hierro desenvainada. Sus grandes y pesados pies encallecidos estaban descalzos y también llevaba el resto del cuerpo al descubierto a excepción del taparrabos de piel amarilla. Sus músculos se dibujaban bajo la piel como los del kzin.
Teela les seguía desarmada.
Los dos seguramente se habrían quedado esperando a bordo del «Improbable» de no ser por el trato que había tenido lugar esa mañana. Todo era culpa de Nessus. Luis le había utilizado como intérprete para ofrecer a Teela Brown en venta al aguerrido Caminante.
Caminante había asentido muy serio y había ofrecido una cápsula de droga de la juventud, equivalente a unos cincuenta años de vida.
—Acepto —había dicho Luis. Era una buena oferta, aunque Luis no tenía la menor intención de ingerir ese producto. Sin duda nunca debían haberse estudiado sus efectos sobre una persona que llevaba ciento setenta años tomando extracto regenerador, como era su caso.
Como le explicaría luego Nessus en intermundo:
—No quería insultarle, Luis, o dar a entender que Teela tenía escaso valor para ti. Le he hecho aumentar la oferta. Ahora él tiene a Teela y tú tienes la cápsula y podrás hacerla analizar cuando regresemos a la Tierra, si conseguimos regresar. Además, Caminante será nuestro guardaespaldas y nos protegerá de cualquier posible enemigo hasta que logremos apoderarnos del cable.
—¿Va a protegernos a todos con ese cuchillo de cocina?
—Sólo pretendía halagarle, Luis.
Teela había insistido en acompañarle, como es lógico. Era su hombre y podía correr peligro. Luis se preguntó si el titerote también habría calculado ese detalle. Teela era el amuleto particular de Nessus.
El cielo estaba despejado cerca del Ojo de la tormenta. Comenzaron a avanzar bajo la luz gris-blancuzca del mediodía en dirección a la negra nube.
—No lo toquéis —les advirtió Luis, pues acababa de recordar el comentario del sacerdote en su última visita a la ciudad. Una muchacha se había cercenado los dedos al intentar coger el alambre.
De cerca, seguía pareciendo una nube de humo negro. A través de él se distinguía la ciudad en ruinas, las casitas en forma de colmena y unas cuantas torres de vidrio que serían grandes almacenes si estuvieran en un mundo del espacio humano. La nube lo cubría todo, como si dentro hubiera un incendio.
A pocos centímetros de distancia se distinguía el alambre; pero pronto comenzaban a llorar los ojos y el alambre se esfumaba. Era tan delgado que prácticamente resultaba invisible. Se parecía mucho, demasiado, al monofilamento de Sinclair: y el monofilamento de Sinclair era peligroso.
—Prueba con el desintegrador —dijo Luis—. A ver si puedes cortarlo, Interlocutor.
La nube se llenó de destellos.
Sin duda debía de ser una blasfemia. ¿Lucháis con luz? Pero los nativos ya debían de haber decidido destruir a los extranjeros mucho antes de eso. Cuando la nube de cable negro se llenó de lucecitas como un árbol de Navidad, terribles gritos sonaron por todos lados. De los edificios circundantes comenzaron a salir hombres cubiertos con mantas de indefinidos colores, que aullaban y blandían... ¿espadas o porras?