Mundo Anillo (45 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
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El silbido del viento comenzó a hacerse más intenso. El sueño de Luis era muy poco profundo... y estaba impregnado de fantasías eróticas.

Abrió los ojos.

Prill estaba arrodillada frente a él y le había montado como un súcubo. Sus dedos se deslizaban ágiles sobre la piel de su torso y su vientre. Empezó a mover rítmicamente las caderas y Luis se acopló al movimiento. Esa muchacha le hacía vibrar como si fuese un instrumento musical.

—Cuando terminemos, estarás a mi merced —anunció ella. Su voz traslucía placer, pero no era el placer de una mujer que está gozando con un hombre. Era la emoción de saberse poderosa.

Sus caricias tenían un regusto denso como jarabe. Había descubierto un secreto antiquísimo: que cada mujer nace con un tasp y que su poder puede ser ilimitado si su poseedora es capaz de utilizarlo correctamente. Estaba dispuesta a emplearlo y luego negarlo, emplearlo y negarlo, hasta que Luis le suplicase que le permitiera ser su esclavo...

De pronto experimentó una transformación. Su rostro no tenía capacidad de expresión; pero Luis oyó el gemido que anunciaba su placer y advirtió un cambio en sus movimientos. Hizo un gesto y sus cuerpos se unieron y el espasmo que los recorrió pareció absolutamente subjetivo.

Prill permaneció a su lado toda la noche. Se despertaron un par de veces e hicieron el amor, luego volvieron a dormirse. Si Prill quedó defraudada alguna de estas ocasiones, no lo demostró, o al menos Luis no lo notó. Lo único que sabía con certeza es que ya no le estaba haciendo vibrar como si fuese un instrumento. Ahora tocaban a dúo.

La mañana amaneció gris y tormentosa. El viento ululaba en torno al viejo edificio. La lluvia golpeaba la ventana de la sala de mandos e irrumpía a través de las ventanas rotas de los pisos superiores. El «Improbable» se aproximaba al Ojo de la tormenta.

Luis se vistió y salió de la sala de mandos.

Encontró a Nessus en el pasillo.

—¡Ven aquí! —gritó.

—Dime, Luis —dijo el titerote algo atemorizado.

—¿Qué le hiciste a Prill anoche?

—Deberías estarme agradecido, Luis. Se había propuesto controlarte, condicionarte para que fueras su esclavo. Lo oí todo.

—¡Le aplicaste el tasp!

—Le lancé una descarga de tres segundos a mediana intensidad mientras estabais dedicados a vuestra actividad reproductora. Ahora la que está condicionada es ella.

—¡Monstruo! ¡Monstruo egoísta!

—No te acerques, Luis.

—¡Prill es una mujer humana, con derecho al libre albedrío!

—¿Y qué me dices de tu libre albedrío?

—¡No corría ningún peligro! ¡No puede controlarme!

—¿Algún otro problema? Luis, no es la primera vez que veo a una pareja humana entregada a la actividad reproductora. Consideramos que debíamos conocer vuestra especie con la mayor exactitud. No te acerques, Luis.

—¡No tenías derecho a hacer eso!

La verdad es que Luis no tenía la menor intención de hacerle daño al titerote. Apretó los puños con rabia, pero sin la menor intención de hacer uso de ellos. Comenzó a avanzar furioso.

De pronto se encontró en la gloria.

En medio de la más pura satisfacción que jamás había experimentado, Luis comprendió que Nessus le estaba aplicando el tasp. Sin pararse a pensar en las posibles consecuencias, Luis dio un puntapié apuntando hacia arriba y hacia delante.

Concentró en él todas las fuerzas que pudo robar a su goce. No eran muchas, pero hizo uso de ellas y le dio un puntapié al titerote en la laringe, justo debajo de la mandíbula izquierda.

Las consecuencias fueron terribles. Nessus hizo «¡Glup!», dio un traspié y desconectó el tasp.

Luis Wu se vio agobiado bajo el peso de todos los dolores que son legado de la humanidad. Sin decir palabra, le dio la espalda al titerote y se alejó. Tenía ganas de llorar; pero aún eran mayores sus deseos de impedir que el titerote pudiera verle la cara.

Estuvo dando vueltas sin rumbo fijo, atento sólo a su propia miseria interna. Por mera casualidad, llegó a la escalera.

Desde el primer momento, había sabido perfectamente el efecto que ello tenía en Prill. Cuando estaba ahí suspendido en el aire a treinta metros del fondo de la fosa, no le había molestado en absoluto que Nessus le aplicara el tasp a Prill. Había visto adictos a la electricidad; sabía cuáles eran los efectos.

¡Condicionada! ¡Como un animalito experimental! ¡Y ella lo sabía! La noche pasada había realizado una última valerosa tentativa para sustraerse al imperio del tasp.

Ahora Luis había experimentado aquello contra lo cual se debatía la muchacha.

—Fue un error —dijo Luis Wu—. Me retracto. —Pese a la negra desesperación que le embargaba, no pudo evitar ver el lado cómico de la situación. Hay cosas de las que no es posible retractarse.

Fue pura casualidad que bajara las escaleras en vez de subir. O tal vez su subconsciente había recordado un espasmo apenas percibido a nivel consciente.

Cuando llegó a la plataforma, el viento rugió a su alrededor, salpicándole de lluvia por todos lados. Ello le ayudó a concentrarse en otra cosa que no fuesen sus propias cuitas. Poco a poco fue desprendiéndose del dolor que le causara la pérdida del tasp.

En cierta ocasión, Luis Wu había jurado vivir eternamente.

Ahora, muchos años más tarde, comprendía qué esa decisión llevaba implícitas ciertas obligaciones.

—Tengo que curarla —dijo—. ¿Cómo? La abstinencia no provoca síntomas físicos... pero esto será un triste consuelo si decide arrojarse por una ventana. ¿Y cómo me las arreglaré para curarme yo mismo?

En algún recóndito rincón seguía anhelando el tasp, y ese deseo no cesaría nunca.

La adicción no era mas que un recuerdo subliminal. Bastaría dejarla abandonada en algún lugar con su reserva de droga de la juventud, y el recuerdo se iría desvaneciendo lentamente...

—Pero, la necesitamos, ¡nej!

Sus conocimientos sobre la sala de máquinas del «Improbable» eran muy valiosos. Imposible prescindir de ella.

No tendría más remedio que convencer a Nessus para que dejara de aplicarle el tasp. Y vigilarla durante el primer período. Al principio se sentiría terriblemente deprimida...

De pronto, el cerebro de Luis captó lo que sus ojos ya estaban observando desde hacía rato.

El coche estaba suspendido a unos seis metros de la plataforma de vigilancia. Era una saeta color castaño-rojizo de perfecto diseño con estrechas hendiduras a modo de ventanas y flotaba inerte en medio del viento embravecido, atrapado en un campo electromagnético que nadie se había acordado de desconectar.

Luis volvió a mirar, atentamente, para no tener dudas de que realmente había un rostro detrás del parabrisas. Luego subió corriendo en busca de Prill.

Ignoraba las palabras adecuadas. Conque se limitó a cogerla por el brazo, arrastrándola escaleras abajo para mostrarle lo que había visto. Ella asintió y volvió a subir para manipular los controles de la trampa policíaca.

La saeta castaño-rojiza se situó junto a la plataforma. El primer ocupante salió a gatas, aferrándose con ambas manos, pues hacía un viento infernal.

Era Teela Brown, lo cual no sorprendió a Luis.

Y el segundo ocupante era tan absolutamente típico de su especie que no pudo contener una carcajada. Teela le miró extrañada y un poco ofendida.

Estaban cruzando el Ojo de la tormenta. El viento subía zumbando por la escalera que conducía a la plataforma de observación. Silbaba por los pasillos del primer piso y ululaba a través de las ventanas rotas de los pisos superiores. Todo estaba inundado de lluvia.

Teela y su acompañante y la tripulación del «Improbable» se habían sentado en el suelo del dormitorio de Luis, que también era la sala de mandos. El musculoso acompañante de Teela hablaba muy serio con Prill en un rincón; la muchacha no obstante seguía vigilando con un ojo a Interlocutor-de-Animales, del que aún desconfiaba, mientras oteaba con el otro por la claraboya. Los demás se habían sentado en torno a Teela para escuchar su relato.

El campo magnético de la policía había destruido la mayor parte de la maquinaria de su aerocicleta. El localizador, el intercom, la envoltura sónica y la cocinilla, todo había fallado al mismo tiempo.

Teela había logrado salir con vida gracias a una característica estabilizadora incorporada a la envoltura sónica. En cuanto advirtió el fuerte viento, apretó el retroactivador, antes de que el huracán que soplaba a una velocidad de 2 Mach pudiera arrancarle la cabeza. Tardó escasos segundos en situarse por debajo del límite máximo de velocidad permitido en la ciudad. El campo magnético estaba a punto de destrozarle el motor; pero no actuó. Cuando el viento consiguió penetrar el efecto estabilizador de la envoltura sónica, su velocidad ya era tolerable.

Pero Teela se hallaba en un estado de nervios lamentable. Había rozado la muerte muy de cerca en el Ojo de la tormenta. El segundo ataque se había producido antes de que tuviera tiempo de recuperarse del anterior. Hizo planear la aerocicleta, mientras intentaba hallar un lugar adecuado para aterrizar en medio de la oscuridad.

Descubrió un paseo cubierto flanqueado de tiendas. Estaba iluminado: las puertas ovaladas despedían un brillante resplandor anaranjado. El vehículo aterrizó de un modo algo brusco, pero a ella ya poco le importaba. Por fin estaba en tierra.

Aún no había terminado de desmontar cuando la aerocicleta comenzó a elevarse otra vez. El movimiento la hizo rodar por el suelo. Se puso de cuatro patas y meneó la cabeza intentando despejarse. Cuando levantó la mirada, la aerocicleta ya casi se había perdido de vista.

Teela se echó a llorar.

—Seguramente aparcaste en un lugar prohibido —dijo Luis.

—Lo de menos era el porqué. Me sentía... —No sabía cómo explicarlo, pero lo intentó—. Quería decirle a alguien que me había perdido. Pero no había nadie. Conque me senté en uno de los bancos de piedra y me eché a llorar. Estuve horas llorando. No me atrevía a moverme de allí, pues sabía que vendríais a buscarme. Entonces... apareció él. —Teela señaló a su acompañante—. Le sorprendió encontrarme allí. Me preguntó no sé qué... No comprendía su lengua. Al menos intentó consolarme. Me alegró tenerle a mi lado.

Luis asintió. Teela confiaba en todo el mundo. Era inevitable que buscase protección o apoyo en el primer desconocido que se presentase. Y ese proceder en nada podía perjudicarla.

Su acompañante era un ser, que se salía de lo corriente.

Era un héroe. Saltaba a la vista. No era preciso verle luchando contra un dragón. Bastaba observar los músculos, la estatura, la negra espada de metal. Las vigorosas facciones, inquietantemente parecidas a las de la escultura de alambre del castillo llamado Cielo. Su actitud cortés mientras hablaba con Prill, aparentemente indiferente al hecho de que ella perteneciera al sexo opuesto. ¿Tal vez porque era la mujer de otro hombre?

Iba perfectamente afeitado. No, no parecía probable. Más bien debía ser medio Ingeniero. Tenía el cabello largo, de un rubio ceniciento y no demasiado limpio, y su nacimiento dejaba al descubierto una noble frente. Llevaba una especie de taparrabos atado a la cintura, la piel de algún animal.

—Me dio de comer —dijo Teela—. Cuidó de mí. Anoche cuatro hombres intentaron atacarnos, ¡y los rechazó sin más arma que su espada! Y ha aprendido muchas palabras de intermundo durante esos dos días.

—¿En serio?

—Está acostumbrado a hablar otras lenguas.

—Es el peor desaire que podía hacerme.

—¿Cómo dices?

—No tiene importancia. Sigue.

—Es viejo, Luis. Tomó una enorme dosis de algo parecido al extracto regenerador, hace ya mucho tiempo. Dice que se lo dio un brujo malo. Es tan viejo que sus padres recuerdan el Derrumbamiento de las Ciudades. ¿Y sabes qué ha decidido hacer? —Su sonrisa era casi insultante—. Ha iniciado una especie de búsqueda. Hace mucho tiempo hizo la promesa de caminar hasta la base del Arco. Y eso es lo que está haciendo. Lleva varios siglos caminando.

—¿La base del Arco?

Teela asintió. Les sonreía con mucha gracia y sin duda le divertía la situación, sin embargo en sus ojos se adivinaba algo más.

Luis había visto amor en la mirada de Teela, pero nunca ternura.

—¡Y te sientes orgullosa de él por lo que está haciendo! Pobre idiota, ¿no sabes que no hay ningún Arco?

—Ya lo sé, Luis.

—¿Por qué no se lo dices, pues?

—Te odiaré eternamente si te atreves a decírselo. Ha dedicado casi toda su vida a esta búsqueda. Y, entre tanto, ha hecho mucho bien. Conoce algunos oficios simples y los va difundiendo por el Mundo Anillo mientras avanza en la dirección de giro.

—No creo que sea capaz de transmitir demasiada información. No parece muy inteligente.

—No, no lo es. —Por la manera como lo dijo, se notaba que para ella ése era un detalle sin importancia—. Pero si yo le acompaño podré enseñar muchísimas cosas a mucha gente.

—Ya me lo esperaba —dijo Luis. Pero, aun así le molestó. ¿Habría advertido ella que estaba dolido? En cualquier caso, esquivó su mirada.

—Llevábamos un par de días en el paseo cubierto cuando de pronto caí en la cuenta de que seguiríais a mi aerocicleta, no a mí. El ya me había hablado de Hal... Hal... de la diosa y de la torre flotante que atrapaba los vehículos. Conque allí nos dirigimos. Nos situamos junto al altar, con la esperanza de localizar vuestras aerocicletas. Luego el edificio comenzó a desmoronarse. Entonces, Caminante...

—¿Caminante?

—Se hace llamar así. Cuando alguien le pregunta por qué, ello le da pie a explicar que se dirige a la base del Arco y contarles las aventuras que ha tenido por el camino... ¿comprendes?

—Sí.

—Comenzó a probar los motores de todos los coches viejos. Dijo que los conductores solían parar el motor cuando el campo magnético de la policía los atrapaba, a fin de evitar que se quemasen.

Los tres se miraron. ¡Tal vez la mitad de esos coches suspendidos estaban aún en perfectas condiciones!

—Encontramos un coche que funcionaba —siguió explicando Teela—. Os estuvimos buscando, pero no logramos encontraros a causa de la oscuridad. Por suerte la policía volvió a atraparnos por exceso de velocidad.

—Sí, fue una suerte. Anoche me pareció oír una explosión, pero no estoy seguro —dijo Luis.

Caminante había dejado de hablar. Cómodamente apoyado contra la pared del dormitorio del jefe, contemplaba a Interlocutor-de-Animales con una leve sonrisa en los labios. Interlocutor le devolvió la mirada. Luis tuvo la impresión de que ambos estaban calibrando el posible desenlace de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

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