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Authors: Daniel Tammet

Tags: #Autoayuda, #Biografía

Nacido en un día azul (28 page)

BOOK: Nacido en un día azul
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La gran cantidad de material de lectura que trajo me ayudó a desarrollar un sentido intuitivo de la gramática del idioma. Una de las cosas en que me fijé es que muchas palabras parecen aumentar de longitud cuanto más tarde aparecen en una frase. Por ejemplo, la palabra
bók
(libro) suele ser más larga cuando se utiliza siempre al principio de una frase: «
Bókin er skrifuð á islensku
» («El libro está escrito en islandés»), y todavía más larga al final: «
Ég er nýbúinn að lesa bókina
» («Acabo de leer el libro»). Tenemos otro ejemplo en la palabra
borð
(mesa): «
Borðið er stórt of pungt
» («
La mesa es grande y pesada
»), y: «
Orðabókin var á borðinu
» («
El diccionario está sobre la mesa
»). La situación espacial de la palabra en una frase me ayudó a conocer la forma gramatical que probablemente tomaría.

La presión del tiempo resultó ser la parte más difícil del reto. Gran parte del escaso tiempo de que disponía para estudiar nos lo pasábamos yendo en coche a diversas localizaciones para filmar, un problema que empeoró cuando descubrimos que Sirrý se mareaba. Pero claro, también tenía la ventaja de que te llevaban a visitar muchos lugares distintos; Islandia es un país visualmente asombroso y para mí representó una oportunidad para empaparme del ambiente, algo que me hubiera resultado imposible en una clase dada en la habitación del hotel.

Pasamos un día en Gullfoss, que significa «cascada dorada». Situada en el río glaciar Hvita, la enorme cascada blanca cae 32 metros en un estrecho cañón de 70 metros de profundidad y 2,5 kilómetros de longitud. Vista de cerca, la fina cortina de agua que cae continuamente en el aire humedecido se parecía a la forma en que se ve el número 89 en mi cabeza. Esta sensación no fue única. Permaneciendo cerca pero fuera de la lluvia, en una pequeña gruta ventosa, me sentí como si hubiese trepado al interior de la oscura vaciedad del número 6. Incluso las curvas onduladas de las montañas en la lejanía me recordaron secuencias numéricas. Entonces fue cuando más a gusto me sentí en Islandia.

Un desplazamiento para visitar la zona termal del valle de Haukadalur me dio la oportunidad de ver de cerca los famosos géiseres de Islandia. La palabra «géiser» proviene del verbo
gjósa
, que significa «manar, salir a borbotones». Se trata de un raro fenómeno, del que sólo existen mil ejemplos en todo el mundo. La actividad de los géiseres está causada por agua de superficie que va filtrándose poco a poco a través de fisuras y almacenándose en cavernas. El agua así encerrada es calentada por rocas volcánicas a una temperatura de unos 200° C, provocando que se convierta en vapor y se abra camino hacia arriba y hacia el exterior. Finalmente, el agua que resta en el géiser vuelve a enfriarse a temperatura inferior y la erupción finaliza; el agua de superficie calentada vuelve a filtrarse en el depósito y así comienza de nuevo todo el ciclo.

Observar la erupción de un géiser me pareció fascinante. Al principio el agua turquesa empieza a hervir, luego se forman grandes burbujas que estallan, empujando el agua hirviendo hacia arriba. La propia erupción es súbita y violenta, produciendo una elevada y gruesa columna de agua reluciente a más de diez metros de altura. El aire alrededor del géiser queda impregnado de olor a azufre, como de huevos podridos, que afortunadamente se lleva el viento.

Viajar durante largos períodos de tiempo entre filmación y filmación era muy cansado, y las paradas para comer siempre eran bienvenidas. Mientras el equipo se atiborraba de hamburguesas y patatas fritas, yo degustaba platos tradicionales islandeses, como
kjötsúpa
(sopa de cordero) y
plokkfiskur
(un tipo de pescado picado). Hablaba todo lo posible en islandés con Sirrý, mientras tomaba notas en un gran cuaderno negro que llevaba conmigo en todo momento.

La culminación del desafío llegó con una entrevista televisiva en directo en el marco del popular programa
Kastljós (Destacado)
. Antes de la entrevista estaba nervioso, pero también confiado, aunque no tenía ni idea del tipo de preguntas que me harían. Estuve hablando con los presentadores durante un cuarto de hora, todo el tiempo en islandés, enfrente de una audiencia de cientos de miles de personas. Sentarme frente a las cámaras y hablar únicamente en un idioma con el que había empezado a familiarizarme hacía sólo una semana fue una experiencia escalofriante. Y lo más extraño es que me entendían totalmente. Según pasaba la semana, había ido observando a los islandeses conversar en su lengua materna; parecía como si para ellos resultase totalmente natural y fácil, como si respirasen islandés. Por el contrario, mi manera de hablar era más lenta y dubitativa. Se lo expliqué a los entrevistadores, diciendo: «
Ég er með islensku asma
» («Tengo asma islandesa»).

También realicé otras entrevistas con los medios de información locales en Reikiavik y una aparición en el programa matinal más importante de la televisión islandesa; la entrevista también se realizó totalmente en islandés. En ese programa, también apareció Sirrý, mi profesora, que se mostró muy obsequiosa conmigo acerca de lo bien que según ella lo había hecho durante la semana en la que había estudiado el idioma. Sirrý también dio una entrevista en inglés para el programa documental, en la que dijo que nunca antes había tenido un estudiante como yo y que «¡no era humano!». Le estoy muy agradecido, sobre todo porque su ayuda y sus ánimos fueron muy valiosos para mí.

Al regresar de Reikiavik al final de la filmación del documental, tuve la oportunidad de reflexionar acerca de lo lejos que había llegado. Sólo unos pocos años antes hubiera parecido imposible que pudiera llevar una vida tan independiente: volar y viajar por otro continente, conocer a todo tipo de gente y visitar toda clase de lugares, y tener la confianza suficiente como para compartir mis pensamientos más íntimos y mis experiencias con el mundo. La visita a Islandia también me pareció tanto asombrosa como emotiva y sentí que era un privilegio que los islandeses me acogieran con tanta calidez y entusiasmo. Era algo bien extraño: las mismas capacidades que me apartaron de mis semejantes de niño y adolescente, y que me aislaron de ellos, ahora —de adulto— me ayudaban a conectar con otras personas y a hacer nuevos amigos. Fueron unos meses increíbles para mí, y todavía no se había acabado.

Una mañana de la primavera siguiente recibí una llamada de teléfono en la que me comunicaban que había sido invitado a una próxima edición del
Late Show with David Letterman
. Todos los preparativos se habían realizado a través del canal Discovery Science, que puso en pantalla
Brainman (Hombre-cerebro)
por primera vez varias semanas antes en Estados Unidos. La reacción frente al programa fue muy positiva, incluyendo una detallada crítica aparecida en el
New York Times
. Aunque nunca había visto el programa de Letterman, sí que había oído hablar de él y sabía que hacía mucho tiempo que estaba en antena y que era muy popular. El equipo del canal Discovery estuvo de acuerdo en hacerse cargo del coste del viaje a Nueva York el día de la grabación y ya me habían organizado todo un programa de actividades. Pero el proyecto presentaba un problema: debía volar esa tarde y la entrevista iba a realizarse al día siguiente.

Fue una suerte que Neil trabajase en casa, y que estuviese de acuerdo en ayudarme a hacer la maleta y llevarme al aeropuerto. Las reservas necesarias se hicieron muy rápido a través de Internet, y todo lo que tuve que hacer fue prepararme e irme. No estaba mal que todo sucediese con tanta rapidez; así no tuve tiempo de preocuparme y en lugar de ello sólo tenía que concentrarme por completo en cuestiones rutinarias, como lavarme, vestirme y hacer la maleta. En el coche, camino al aeropuerto, Neil intentó ayudarme a calmarme diciéndome que debía disfrutar de la experiencia y sencillamente ser yo mismo.

El asiento en el avión era grande y cómodo, y pude dormir durante gran parte de la duración del vuelo, lo cual me ayudó bastante. Tras aterrizar en el aeropuerto
JFK
, seguí al resto de los pasajeros por los diferentes pasillos hasta que llegamos a las largas colas de los controles de seguridad. Cuando me tocó el turno me dirigí a la cabina y alargué mi pasaporte. El hombre que había al otro lado de la ventana me preguntó cuánto tiempo pensaba quedarme en Estados Unidos, y yo contesté: «Dos días». Volvió a preguntar, sorprendido: «¿Sólo dos días?», y asentí. Me miró fijamente durante un momento, me devolvió el pasaporte y me dio entrada. Tras recoger mi bolsa y llegar a la zona de llegadas, vi a un hombre que sostenía un cartel con mi nombre. Me habían dicho que una vez llegase al
JFK
habría un chófer esperándome, así que me dirigí hacia él, se hizo cargo de mi equipaje y fuimos hacia el coche, que era largo, negro y muy brillante. Me llevó hasta un hotel en Central Park South, en Manhattan. Hasta hace bien poco tiempo me habría aterrado pensar en tener que entrar solo en un hotel y tratar de hallar mi habitación, sin acabar desesperado y perdido. Pero a estas alturas ya estaba muy acostumbrado a los hoteles y no tuve ningún problema. Recogí las llaves, subí las escaleras para llegar a mi habitación y me acosté.

A la mañana siguiente me reuní con una representante del equipo del canal Discovery Science, llamada Beth. Su tarea era asegurarse de que me ponía la ropa adecuada para el programa (colores, nada blanco ni de rayas, por ejemplo), y hacerme sentir tan sosegado y cómodo como fuese posible antes de la grabación. Recorrimos juntos una serie de largas y ajetreadas calles hasta el Ed Sullivan Theater, un estudio de radio y televisión situado en el número 1697 de Broadway y hogar del
Late Show
durante los últimos doce años. Tras recibir mi pase de seguridad, fui recibido por el equipo de producción del programa, que me dio el horario de los eventos del día. Pregunté si me podía acompañar alguien por el estudio, de manera que me sintiese cómodo andando por él durante la grabación, más tarde. Sólo se trataba de una corta distancia desde bastidores y de dar un único paso hasta alcanzar la tarima principal, donde estrecharía la mano de David y me sentaría. El asiento era grande y blando, pero en los estudios hacía frío; me dijeron que David insistía en una temperatura ambiente de 14,50° C. Esperaba no tiritar demasiado durante el programa.

Antes de regresar al estudio para grabar a las cuatro y media, tuve tiempo de comer en el hotel. Luego me llevaron a una pequeña habitación donde observé el inicio del programa en un aparato de televisión en la pared, antes de llevarme a maquillaje. Las cerdas del cepillo eran blandas y reconfortaban mi piel, tanto que me sentí sorprendentemente relajado cuando me condujeron hasta el estudio y me mostraron dónde debía quedarme de pie mientras el programa hizo una pausa comercial. Luego oí a David anunciándome a la audiencia y recibí una señal del regidor para que empezase a andar. Siguiendo los ensayos de primera hora del día, recordé que debía mantener la cabeza alzada según hacía entrada y estrechaba la mano de David antes de tomar asiento. Me recordé que debía mantener contacto visual durante la entrevista. La audiencia se encontraba lo suficientemente retirada de las luces del estudio como para no verla, sólo oírla. Eso era bueno para mí, porque me daba la sensación de que David era la única persona con la que hablaba. Empezó en tono serio, preguntándome por mi autismo y las crisis epilépticas que tuve de pequeño e incluso me felicitó por mis aptitudes sociales; fue entonces cuando la audiencia comenzó a aplaudir. A partir de ese momento dejé de sentirme preocupado. Cuando empecé a describir mi récord de pi, David me interrumpió y dijo cuánto le gustaba pi, ante lo que la audiencia se rió. También me preguntó qué día de la semana había nacido él y me dio la fecha: 12 de abril de 1947. Le dije que nació un sábado y que su sesenta y cinco cumpleaños, en el 2012, caería en jueves. La audiencia aplaudió con fuerza. Cuando la entrevista finalizó, David me estrechó la mano con firmeza y toda la gente que había detrás de las cámaras aplaudió mientras yo me marchaba. Beth me felicitó y dijo que había aparecido en pantalla muy tranquilo y dueño de mí mismo. Esta experiencia me mostró, más que ninguna otra, que ahora era realmente capaz de abrirme camino en el mundo, de hacer por mí mismo las cosas que otras personas dan por sentadas, como viajar de improviso, estar solo en un hotel o caminar por una calle muy transitada sin sentirme sobrepasado por las diversas señales, sonidos y olores. Me sentí eufórico al pensar en que mis esfuerzos no habían caído en saco roto, sino que me habían llevado hasta un punto que estaba más allá de todo lo que podría haber imaginado.

El documental
Brainman
apareció por primera vez en antena en Gran Bretaña en mayo del 2005 y tuvo índices de audiencia muy elevados. Desde entonces ha sido emitido o vendido en más de veinte países de todo el mundo, desde Suiza hasta Corea del Sur. Recibo regularmente correos electrónicos y cartas de personas que han presenciado el programa y que se han emocionado o inspirado gracias a él, y para mí es muy emocionante pensar que mi historia haya podido ayudar a tanta gente.

La reacción de mi familia ante el programa también fue muy positiva. Mi padre me dijo que estaba muy orgulloso de lo que había logrado. Desde que una caída reciente le dejó parcialmente inválido, vive en un alojamiento especialmente equipado para hacer frente a su situación, donde puede recibir atención médica constante, cerca de la casa familiar. Neil y yo conducimos a menudo hasta Londres para verle. Al ir haciéndose mayor, la salud mental de mi padre se ha estabilizado e incluso ha utilizado sus experiencias para contribuir con artículos al boletín del grupo local de apoyo.

No siempre sentí una fuerte conexión emocional con mis padres, hermanos y hermanas, y nunca lo experimenté como un tipo de carencia porque simplemente no formaban parte de mi mundo. Ahora es distinto: soy consciente de cuánto me quiere mi familia y de lo mucho que ha hecho por mí a lo largo de los años; al ir haciéndome mayor, la relación con ellos no ha hecho más que mejorar. Creo que enamorarme me ha ayudado a acercarme a mis sentimientos, no sólo hacia Neil, sino también hacia mi familia y amigos, y a aceptarlos. Tengo una buena relación con mi madre; hablamos por teléfono regularmente y disfruto de ello. Continúa desempeñando un papel muy importante de apoyo para mí, animándome y reconfortándome, al igual que ha hecho a lo largo de toda la vida.

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