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Authors: Miguel Ángel Revilla

Tags: #Biografía, #Política

Nadie es más que nadie (4 page)

BOOK: Nadie es más que nadie
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Debíamos presentarnos con una revista popular en la época, cuyo nombre no recuerdo, a las diez de la mañana en una cafetería madrileña llamada Dólar. No sé si aún existe. Desde allí, unos compañeros nos llevarían al lugar secreto de la reunión constitutiva del sindicato.

Era mi primer viaje a Madrid. A las once de la noche del día anterior cogimos el tren en el Puente de Arriaga, en Bilbao. A las siete de la mañana estábamos en Madrid. Deambulamos por la zona de Atocha durante un par de horas. A las nueve subimos a un taxi con dirección a la cafetería Dólar. Media hora después ya estábamos en ella tomando un café, con la revista bien visible y con los ojos pegados a la puerta de entrada, esperando a los contactos. Con absoluta puntualidad aparecieron por la puerta dos jóvenes con la revista contraseña bajo el brazo. Se dirigieron a nosotros: «Sois los de Bilbao». Contestamos que sí: «¡Seguidnos!», dijeron.

Fuera nos esperaba un coche con otro joven al volante. No habían pasado cinco minutos cuando uno de aquellos supuestos compañeros de viaje sacó de la chaqueta una placa y nos espetó: «¡Somos policías y estáis detenidos!». El destino del coche era la Puerta del Sol. En los sótanos de ese remodelado edificio estuvimos cuarenta y ocho horas, en celdas separadas. No nos tocaron un pelo, pero nos interrogaban a altas horas de la madrugada. A mí no dejaban de preguntarme que cuánto me pagaba Carrillo.

A los dos días nos dejaron libres y volvimos a Bilbao. Fuimos recibidos como héroes. Estaba claro que teníamos topos dentro.

Poco tiempo después, se convocó a todos los estudiantes de los últimos cursos de carrera con la oferta de optar a las milicias universitarias en lugar de hacer una mili continua de dieciocho meses como soldado raso.

Las milicias eran dos campamentos de tres meses en verano, al cabo de los cuales salías como sargento o alférez con destino a un cuartel durante seis meses, pero ya cobrando. Era un chollo en comparación con el resto de los reclutas, mucho de los cuales acababan en África. Nos apuntamos todos, incluido Echevarrieta.

Pero había un requisito previo ineludible. Unas pruebas físicas que se hacían en el cuartel de Garellano. Recuerdo algunas: correr cien metros en tantos segundos, subir por una cuerda, saltar un metro y medio y librar un aparato que llamaban el potro y que había que superar apoyando las manos. Yo no tuve problemas, pero Echevarrieta llegó al potro tres veces, apoyó las manos y, con terror en los ojos, se quedó clavado al suelo.

Pero había facilidades y los que no habían superado las pruebas tenían una repesca siete días después en el gimnasio de la Facultad de Económicas en Sarrico. En esos siete días fui el asesor deportivo y sicológico de Xavi. «Piensa en lo que te juegas. Dos años en Melilla o seis meses en Monte la reina de Zamora. ¡Pero cómo te puede dar miedo el potro!». Entrenamos varias tardes en el gimnasio. Yo lo saltaba sin manos para motivarle.

Llegó el día de la verdad. La cita era a las cinco de la tarde. Le cogí a la salida de clase y le invité a comer un plato combinado de lujo: ensaladilla rusa, huevo, dos croquetas, filete, pan y vino por veinticinco pesetas. La cafetería se llamaba El lar, muy famosa en el Bilbao de aquellos años.

A las cuatro cogimos el trolebús en dirección a la prueba. Xavi no bebía nada de alcohol. Pasamos por la cafetería de la facultad y le obligué a tomar un chupito de orujo para que se animara. Llegó el momento de la verdad. Inició la carrera para coger velocidad y agotó las tres oportunidades frenando aterrado en el momento de saltar. Yo no daba crédito. Le esperaba África. Como estudiante era un portento, pero físicamente era una birria. Pálido, flaco, con gafas de culo de botella y yo creo que hasta pies planos.

El mismo que se acojonaba ante un potro fue capaz de asesinar a sangre fría al pobre Pardines. Todos sus compañeros estábamos ya en Monte la reina, acabando el segundo campamento, cuando nos llegó la noticia de su muerte. Muchas veces he llegado a pensar qué habría ocurrido si no fracaso como instructor de aquel psicópata. Desde luego, y como mínimo, el guardia civil Pardines estaría en su querida Galicia jubilado y rodeado de hijos y nietos.

A pesar de haber muerto, la sombra de Echevarrieta me persiguió hasta el año 1972, pero esa es otra historia, que contaré luego.

MIL OFICIOS

Acabé en plazo la carrera y me quedé dos años más en Bilbao. El primero aprobé los cursos de doctorado en Ciencias Económicas. Y saqué los títulos de diplomado en Banca y Bolsa y diplomado en Marketing. Luego entré a trabajar en la Bolsa de Bilbao, donde en un año gané mucho dinero. Pero, mis orígenes y mi vocación estaban en Cantabria. «¡Pa casa!», me dije.

Y así lo hice después de haber conseguido la carrera gracias a las quinientas pesetas mensuales que me enviaba mi padre y a lo que yo fui capaz de ganar, e incluso ahorrar. En los meses de verano y vacaciones de Semana Santa me dedicaba a trabajar. Trabajé diez fines de semana en montajes de bibliotecas y tiendas. Fui camarero en bodas. Y en verano recorría España como encuestador para una empresa llamada Arval. Pero el mejor negocio lo hice con los trajes de paseo de las milicias universitarias.

Los que hacíamos las milicias, nos teníamos que pagar el traje, con sus zapatos negros, sus cordones y borlas, camisa y gorra de plato. Varias sastrerías de Bilbao se disputaban los más de tres mil potenciales clientes. Y uno de esos sastres, conociendo mi popularidad entre los alumnos, me propuso hacer mi traje gratis y darme cien pesetas por cada cliente que le llevase. Recuerdo que el complemento completo eran ocho mil pesetas.

Le llevé a más de doscientos compañeros, lo que me convirtió en un potentado con veinte mil pesetas en efectivo para afrontar con holgura los campamentos.

Desde luego, no soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero ante la crisis me gustaría que lo que aquí cuento sirviera de reflexión a los jóvenes que me lean. Salvo para los pocos que sean hijos de papá, las cosas se consiguen con esfuerzo. Hay que recuperar el espíritu del trabajo y el sacrificio. Con estas virtudes, todo es posible.

Mi paso por Bilbao marcó el rumbo de mi vida. Quiero mucho a esa ciudad. Hice amigos entrañables que perduran en el tiempo. Nos vemos a menudo. Nos llamamos. Roberto Velasco Barroetabeña, Arsenio Tazón Expósito, Pío Echeverría Lizarazu, Cata Arenaza Lerchundi, Pedro Palenzuela Marañón, José A. Sierra Iturriaga…

EL VIRUS DE LA POLÍTICA
UN SINDICATO ANACRÓNICO

En 1968 regresé a Cantabria. Me vine a vivir con mis padres. Monté una pequeña oficina y me dieron la delegación de un fondo de inversión (Nuvofondo). Paralelamente, la Escuela Superior de Dirección de Empresas, regentada por los jesuitas, me contrató como profesor de Estructura Económica.

Y así estaba cuando en 1971 cometí un error de bulto. Acepté la delegación del Sindicato Vertical en la comarca de Torrelavega, la más industrial de España en los años setenta, con una masa obrera enorme. Yo daba de vez en cuando clases de Economía en la escuela que la organización sindical tenía en Santander y su director, Fernando Cortines, me convenció para que aceptara el cargo.

El Sindicato Vertical era un anacronismo. Sindicato único para los empresarios y sindicato único para los trabajadores. Aun así permitía, si se aplicaba correctamente la ley, cierta democracia. Era muy proteccionista con relación a los trabajadores no díscolos. Y yo pensaba que, desde dentro, podría ir modificándose hacia un sistema sindical más democrático.

Llegué a Torrelavega con veintiocho años y organicé una auténtica revolución en aquel edificio sindical que encontré muerto, sin actividad. El primer toro que tuve que lidiar fue la obsesión de la mayor empresa de la zona, Sniace, con más de tres mil trabajadores, por firmar el despido de un empleado, José Somarriba Castañeda, que según su director, Antonio Mira, era comunista e incitaba a la huelga a sus compañeros.

A los pocos días de haber tomado posesión del cargo, me llamó el director de Sniace para anunciarme que la empresa y sus directivos querían ofrecerme una comida de bienvenida. Era un sábado a las dos de la tarde, en los comedores de la propia empresa. Estábamos invitadas al ágape unas sesenta personas. La plana mayor de la empresa. Habían contratado a uno de los mejores restaurantes de Cantabria para servir la comida. A punto de cumplir ya setenta años, uno tiene cierta experiencia gastronómica. A lo largo de tantos años he compartido más de una comida pantagruélica. España es insuperable en esta materia, pero aseguro que jamás he vuelto a contemplar un alarde de platos de una calidad como la de aquel día. Las cigalas eran de medio kilo por pieza. Había percebes de un tamaño como jamás he visto. Luego merluza, solomillo, varios postres, vinos gran reserva y champagne francés. El comedor estaba adornado primorosamente y los camareros llevaban una vestimenta que les hacía parecer pajes de reyes.

No entendía nada. ¿Quién era yo para merecer semejante despilfarro? Estamos hablando del año 1971. La respuesta a mi sorpresa no tardó en llegar. Cuando se apagaron los sonidos de los corchos del champagne, Antonio Mira, que además de director de la fábrica era excoronel del ejército, un hombre alto y delgado, de aspecto serio y duro, se levantó de su sitio a mi lado. Con una cucharilla, dio unos toques en una copa. Pidió silencio y comenzó un discurso que le llevaría veinte minutos. Los primeros diez fueron para hacerme un peloteo asqueroso. Joven, inteligente, preparadísimo, incluso me puso títulos que no tenía… Y al final: «Señor Revilla, en esta empresa hay un garbanzo negro que ya nos ha organizado dos huelgas. Se llama José Somarriba y es comunista. Su padre fue alcalde republicano del municipio de Noja y fue fusilado. Como usted sabe, para despedirle es obligada su firma en el expediente que la empresa ya le ha enviado. Estamos convencidos de que usted, joven preparado, procederá con rapidez y firmará ese despido en aras a la buena marcha de la fábrica».

Yo no tenía ni idea de quién era Somarriba. Así que actué en plan pasiego. Después de decirles que semejante comida estaba fuera de lugar y que mi estómago no estaba habituado a cambios tan bruscos, me dediqué a filosofar sobre la importancia del sector industrial y el papel de Sniace en la economía de Cantabria y España.

Lo primero que hice al salir de allí fue informarme de quién era el tal Somavilla. Al día siguiente le llamé a mi despacho. «Muy importante debes ser cuando solo para pedirme tu cabeza me han montado la comida del siglo», le dije. «Me da lo mismo que seas comunista, mahometano o budista. Sé que eres una buena persona y que tu papel como líder sindical es defender a tus compañeros y sus justas reivindicaciones. Estate absolutamente tranquilo, porque no voy a firmar». En ese momento, delante de él, comuniqué mi decisión a Antonio Mira por escrito.

Transcurridos solo diez días en mi nuevo trabajo, ya tenía un poderosísimo enemigo, el empresario más importante de la zona. Pero nada comparable con lo que estaba por llegar.

«TÚ ERES TONTO, MUCHACHO»

El alcalde de Torrelavega era Jesús Collado Soto. También era vicepresidente de la Diputación de Santander y Jefe Provincial del Movimiento. Era un hombre de más de dos metros de altura y llevaba décadas como alcalde. Un día me llamó por teléfono y me dijo que solo faltaban tres meses para las elecciones municipales, que en aquellos momentos eran muy curiosas. Había un tercio familiar que se votaba previa criba. Es decir, gente adicta al sistema. Otro tercio era sindical, empresarios y trabajadores.

El alcalde me dijo:

—Toma nota, que voy a darte los nombres de los tres representantes sindicales que me tienes que mandar como futuros concejales del Ayuntamiento.

Yo no salía de mi asombro:

—Pero Jesús, ¿no has leído la ley? Los tres futuros concejales son votados por las uniones de empresarios y trabajadores. Ya he convocado la elección para la próxima semana.

—Tú eres tonto, muchacho. La ley dice eso, pero se hace de otra manera. ¿O piensas que yo voy a aceptar que me lleguen aquí tres comunistas? Si haces eso, no duras una semana.

Lo que ocurrió al cabo de cinco días sería un buen argumento para un libro de Franz Kafka. Eran las seis de la tarde y dos policías de paisano me llevaron al Gobierno Civil detenido. Un informe del comisario jefe de la Brigada Social, señor Rubio, decía que estaba acreditada mi concomitancia con la organización terrorista
ETA
. El comisario había desempolvado mi relación con Javier Echevarrieta Ortiz y mi detención en Madrid en su compañía. Puesto a inventar para justificar su informe a la carta, el sinvergüenza del comisario hacía referencia a la reiterada aparición de Revilla en papeles incautados a la organización terrorista. Pero ese «Revilla» no era yo, era el jefe militar de
ETA
en esos años, Tomás Pérez Revilla, cuya imagen terrible vimos en fotos huyendo por las calles de Biarritz en llamas, tras un atentado de los
GAL
.

Naturalmente, fui cesado de forma fulminante y no me pasé años en la cárcel porque José Antonio Girón de Velasco, advertido por un íntimo amigo suyo y por mi familia de la patraña, tomó cartas en el asunto y quedé absolutamente rehabilitado. Fue decisiva la intervención de Fernando Cortines, el director de la escuela sindical que me había propuesto para el cargo y cuya situación, de ser ciertas las imputaciones que se me hacían, corría peligro. Fernando era ahijado de José Antonio Girón, de quien su padre había sido durante años hombre de confianza.

DE PUEBLO EN PUEBLO

En 1974 me contrató el Banco Atlántico como director de su oficina de Torrelavega. Era un banco vanguardista, con sede en Barcelona, que empleaba a jóvenes licenciados. Compatibilicé mi actividad bancaria con las clases de Economía en la Escuela Superior de Dirección de Empresas. Mi vida tomaba un rumbo placentero, con dos retribuciones económicas, una de ellas extraordinaria para la época. Tenía un miniyate atracado en Puertochico y era socio del elitista Club Marítimo de Santander. Los viernes dejaba el banco a las dos de la tarde y me dedicaba hasta el lunes a cultivar mi afición por la pesca. Siempre ha sido mi hobby favorito. Incluso tenía contratado un marinero. Vivía en El Sardinero, la zona
VIP
de Santander.

Pero en diciembre de 1975 cambió el rumbo de mi vida otra vez. Acababa de morir Franco y la Cámara de Comercio de Torrelavega organizó una mesa redonda a la que fui invitado como economista y profesor. «¿Adónde va España?». Ese era el título. Mi intervención desató los truenos mediáticos del día siguiente.

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