Todavía quedaba un hilo de luz en el cielo, era como una cinta delgada de oro, encendida contra el empuje de las nubes oscuras, cuando aparcamos detrás del Circo de los Malditos. El aparcamiento trasero era para empleados. Era oscuro, desnudo, y no tenía el menor entretenimiento, a diferencia de la parte delantera, que era como un carnaval. Había pasado por delante de las luces brillantes y carteles espectaculares sin un segundo vistazo.
—¿Los payasos de al frente tienen colmillos? —preguntó Caleb.
No fue hasta que lo dijo que me di cuenta de que ellos nunca habían estado en el Circo. Solté mi cinturón de seguridad y me incliné alrededor para poder verlo en la sección central de los asientos. Estaba presionado contra los amplios hombros de Merle. Nathaniel estaba al otro lado de Merle. Cherry y Zane estaban en los asientos traseros con Gil. Micah se sentaba en el frente conmigo.
Hasta que nosotros no supiéramos que mi casa no era una zona libre de fuego, nosotros nos mantendríamos juntos.
Rafael había enviado a dos nuevos guardaespaldas otra vez, pero habían llegado justo cuando nos íbamos, y no haría a nadie moverse en el Jeep. Ellos nos siguieron, no felices, pero tomaron las órdenes bien.
Respondí a la pregunta de Caleb.
—Sí, los payasos en la parte superior del anuncio tienen colmillos.
—Vi un cartel para el levantamiento de zombis. ¿Haces eso? —preguntó Merle.
Sacudí la cabeza.
—No creo en el uso de los dones dados por Dios para propósitos de entretenimiento.
—No quise ofenderte —dijo.
Encogí los hombros.
—Lo siento, estoy un poco sensible con las cosas. No estoy de acuerdo en un montón de cosas que hacen mis compañeros reanimadores para ganar dinero.
—Resucitas a los muertos por dinero —dijo Caleb.
Asentí.
—Sí, pero he rechazado más dinero del que he tomado.
—Rechazado, ¿por qué?
Encogí los hombros.
—Dinero que podría obtener en Halloween en un cementerio, entonces podría levantar a zombis a la medianoche. O el tipo que me ofreció un millón si levantaba a Marilyn Monroe y garantizase que ella haría lo que pidiera por una noche. —Me estremecí—. Dije que si escuchaba el rumor de que había conseguido a alguien para hacer el trabajo, vería su trasero en la prisión.
Los ojos de Caleb estaban un poco amplios. Creo que lo sorprendí. Bueno era saber que podía.
—Eres muy moral —dijo Merle, en un tono de voz sorprendido.
—Mi propia versión de ello, sí.
—Tú sostienes tus propias reglas, ¿sin importar? —Merle hizo una pregunta.
Asentí.
—La mayoría de las veces.
—¿Qué te haría romper tu propio código moral?
—El daño a mi gente, la supervivencia, lo usual.
Los ojos de Merle fueron a Micah, sentado a mi lado. Fue un pequeño movimiento. Si no hubiera estado mirando directamente hacia él, no lo habría notado.
—¿Qué? —pregunté, mirando de uno a otro.
Merle respondió:
—Hablas como Micah.
—Haces que suene como una mala cosa —dije.
Sacudió la cabeza.
—No es una mala cosa, Anita, no es algo malo en absoluto, simplemente inesperado.
—Aún no suenas del todo feliz por eso —dije.
—Merle se preocupa demasiado —dijo Micah.
Lo miré, pero estaba mirando al hombre grande. Micah había amarrado su cabello hacia atrás cuando aún estaba húmedo, por lo que se pegó en su cabeza, completamente liso hasta que se extendió en una larga cola de caballo, donde los rizos se desparramaron como espuma negra a lo largo de su columna vertebral. Su cabello era como terciopelo marrón contra el gris carbón de su camisa.
—¿De qué tiene que preocuparse? —pregunté.
—Cuidar de mí, sobre todo, y ahora, creo, a ti.
Miré al hombre grande.
—¿Eso es de lo que estás preocupado?
—Algo así —dijo Merle. Se había puesto una blanca y limpia camisa debajo de su chaqueta de jeans, pero aparte de eso, llevaba un traje idéntico al de la primera vez que lo había visto. Si hubiera estado usando más cuero, parecería un motociclista envejecido.
Micah se volvió hacia mí. Su camisa hizo un sonido rico y veloz, el sonido que la seda hace contra los asientos de cuero. Era de un gris oscuro y mangas cortas, con botones hasta arriba, elegante. El color recalcó el color verde de sus ojos, hizo que su piel se viera incluso más oscura. Se había emparejado la camisa con unos jeans negros, un cinturón negro, la hebilla de plata, una suave cinta negra en los zapatos. Se me ocurrió por primera vez parecía vestido para una cita. ¿Vestido para impresionar a mí o a Jean-Claude? Era una ocasión semi formal para cualquiera alfa de la ciudad el conocer al Maestro de la Ciudad. Pero especialmente para uno que se estaba cogiendo al siervo humano del Maestro. Sólo no estaba segura de cómo manejar completamente la situación. Jean-Claude había tomado genial a Micah en teoría, pero ¿cómo reaccionaría a la vista de él en carne? ¿Cómo reaccionaría Micah a la vista de Jean-Claude? ¡Maldita sea! Tenía suficientes cosas para preocuparme, sin tener que hacer malabares con el ego masculino.
—Estás con el ceño fruncido de nuevo —dijo Micah.
Sacudí la cabeza.
—No es nada. Vamos a terminar con esto.
—¿Por qué suenas menos que emocionada?
Tenía mi puerta abierta y me volví para decir:
—Estamos aquí para rescatar a Damián. No sé de qué forma estará él. ¿Por qué debería estar emocionada?
—Sé que estás preocupada por tu amigo, pero ¿estás segura de que eso es realmente lo que te molesta?
Fruncí el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy nervioso acerca de la reunión con el Maestro de la Ciudad, también.
Era casi como si hubiera leído mi mente. Nosotros no nos conocíamos lo suficientemente bien como para que realmente me leyera, pero… él era telepático, que lo no creía, o leyó bien mi mente. No estaba segura de qué me molestó más.
Lancé un suspiro y medio me hundí en el asiento.
—¡Sí, estoy un poco nerviosa acerca de la presentación a Jean-Claude! Fue genial sobre ti en lo abstracto, pero verte en carne… —traté de pensar en cómo ponerlo en palabras—. No sé cómo se sentirá sobre eso.
—¿Te vas a sentir mejor si prometo comportarme?
—Tal vez, si puedes lograrlo.
—Puedo lograrlo —dijo, dándome un serio contacto de ojos. Él ciertamente vibró de sinceridad.
—No te lo tomes a mal, Micah, pero me han decepcionado bastante recientemente los hombres de mi vida. Es un poco difícil confiar en que cualquiera pueda lograrlo.
Llegó a tocarme, entonces dejó caer la mano hacia atrás, como si algo en mi cara no fuera amistoso.
—Haré todo lo posible esta noche, Anita, puedo prometerlo.
Suspiré.
—Yo te creo.
—Pero… —dijo.
Tuve que sonreír.
—Tus intenciones son buenas, mis intenciones son buenas, las intenciones de Jean-Claude probablemente son buenas. —Encogí los hombros—. ¿Sabes lo que dicen acerca de las buenas intenciones?
—Es todo lo que puedo ofrecer —dijo.
—Y es todo lo que puedo pedir, pero vamos a decir que no estoy exactamente segura de cómo manejar esto. Apenas había llegado a donde podía hacer frente a Richard y a Jean-Claude, al mismo tiempo, y ahora aquí estoy. No lo sé.
—Puedo volver a tu casa —dijo.
—No, Jean-Claude pidió reunirse contigo.
Micah me miró.
—Y eso te pone nerviosa.
Medio reí.
—Oh, sí.
—¿Por qué?
—Si Jean-Claude estuviera teniendo relaciones sexuales con alguien más, no quisiera conocerla.
Micah se encogió de hombres.
—¿Crees que me hará daño?
—No —dije—, no, nada de eso.
Traté de ponerlo en palabras y no. Tal vez fue sólo mi falta de sofisticación. ¿Cómo se puede presentar al novio C con el novio A, después de que el novio ha sido un buen jugador, últimamente, sobre el novio B, qué ya no está en la foto? O tal vez era el modo en que Jean-Claude había pedido conocerlo: «Trae a tu Nimir-Raj,
ma petite
, me gustaría conocerlo».
—¿Por qué? —había preguntado.
—¿Acaso no tengo derecho a conocer al otro hombre en tu cama?
Me había hecho sonrojar. Pero aquí estaba Micah, y estábamos fuera del Circo. Jean-Claude estaba dentro, esperando. En realidad estaba más asustada por la presentación de los dos de lo que estaba preocupada por Damián. Si Jean-Claude no trataba de matar a Micah, entonces me preocuparía por Damián. Estaba noventa y nueve por ciento segura de que Jean-Claude no iniciaría una pelea. Era el último uno por ciento que apretó mi intestino en un nudo a medida que avanzábamos en la oscuridad.
Los dos guardaespaldas se acercaron de nuevo a mi costado, mientras caminaba hacia la puerta de atrás. Ambos eran de más de seis pies, masculinos, y radiaban guardaespaldas patea traseros. Aparte de que eran casi opuestos. Cris (sin h, es la abreviatura de Cristiano), estaba en la mitad de sus veintitantos, la piel bronceada de oro suave, los ojos con una pálida sombra de color azul gris. Su pelo era de ese tono marrón claro que algunos llaman rubio. Bobby Lee tenía más de cuarenta años, el pelo muy corto, color blanco gris, cejas todavía negras por encima de los alarmantes ojos azules, como pedazos de agua azul zafiro. Él tenía un bigote muy bien recortado y una barba también negra, con las primeras rayas blancas y grises corriendo a través de ella. Cris no tenía acento de ningún tipo, pero la voz de Bobby Lee era espesa como del Sur.
Nathaniel intentó ponerse junto a mí, y Cris se movió para alejarlo.
—Él está conmigo —dije.
—Se nos ordenó mantenerte a salvo. No lo conozco.
—Miren, los dos, no tenemos tiempo para las principales presentaciones aquí. Él es uno de mis cambiaformas leopardo, igual que los dos rubios. Micah el que tiene la cola de caballo, y esos dos hombres son sus leopardos.
—¿Quién es el pelirrojo? —preguntó Bobby Lee.
—Gil, un cambiaformas zorro, y está bajo mi protección, también.
—Son como carne de cañón andante.
Fruncí el ceño hacia él.
—La mayoría de esta carne de cañón son amigos, o más, para mí. Si la mierda golpea el ventilador y me salvas a cambio de sus vidas, tú seguirás.
—Nuestras órdenes son mantenerla segura, señora, nada más —dijo Bobby Lee.
Sacudí la cabeza e hice entrar a Nathaniel en el hueco de mi brazo.
—¿Qué haría Rafael si lo protegieras, pero consigues que su gente muera?
Ellos se dieron un vistazo el uno al otro. Bobby Lee finalmente habló.
—Eso dependería de la situación.
—Sí, tal vez, pero voy armada, y puedo cuidarme la mayor parte del tiempo. Necesito respaldos, no interferencia.
—No se nos dijo ser respaldo —dijo Bobby Lee.
—Lo sé, pero esta noche puede haber una cierta cantidad de grandilocuencia. Jean-Claude no me dejará salir herida, pero podría jugar con algunos de nosotros, incluso conmigo. No reaccionen exageradamente, está bien.
—Si lo haces así no podemos hacer nuestro trabajo —dijo Cris.
Encogí los hombros, abrazando a Nathaniel contra mí.
—Les agradezco que estén aquí. Agradezco la ayuda. Podría estar muerta ahora mismo si Igor y Claudia no hubieran estado conmigo. Pero hay gente por la que quiero arriesgar mi vida para mantenerlos a salvo, y algunos de ellos están conmigo esta noche. Todo lo que estoy diciendo es que mantengan la calma, no reaccionen de forma exagerada, no salten las armas.
De nuevo se miraron. Suspiré. Bobby Lee llevaba una chaqueta de jeans sin mangas por encima de su camiseta. Cris llevaba una camisa de vestir de manga corta y encima una camiseta de gran tamaño fuera de los pantalones, descuidados, de color kaki. Hacía demasiado calor para usar un abrigo. Pero llevaba una camisa negra de seda, abierta sobre un top negro. Tenía mi camisa para ocultar y una Firestar 9mm puesta a través del frente de todo ese negro. La mayoría de la gente no lo vería, negro sobre negro. Pero la camisa de manga larga estaba escondiendo armas de fuego y cuchillos. Apostaba a que Bobby Lee tenía al menos un arma bajo la chaqueta, probablemente en la parte baja de la espalda, porque no había ninguna protuberancia, por pequeña que sea, o bajo el brazo. Era difícil ver el bulto bajo el brazo izquierdo de Cris. Había elegido una camiseta con un montón de dibujos, un modelo brillante para distraer al ojo, pero un viento caliente hizo volar su camisa hacia atrás, y cogí una vislumbre de su pistolera de hombro. No podía estar segura si estaba bajo la camiseta sin meter en los pantalones, pero apostaba que tenía un arma más, en el frente tenía una cruz, justo como la mía.
—No puedes disparar a nadie esta noche a menos que lo diga, ¿está claro?
—Tenemos nuestra órdenes —dijo Bobby Lee—, y no son de ti.
—Entonces, puedes volver con Rafael y decirle que niego su ayuda.
Cris abrió los ojos un toque. La expresión de Bobby Lee nunca cambió. Los ojos vacíos eran tan vacíos como el vidrio, no hay nadie en casa.
—¿Por qué tiene tanto miedo de llevarnos dentro? —preguntó.
Suspiré de nuevo y traté de poner en palabras que entenderían y que estaba dispuesta a compartir. No pude llegar a nada, así que intenté la verdad.
—Estoy a punto de presentar a mi Nimir-Raj al Maestro de la Ciudad por primera vez.
—¿Estás jodiendo con ambos? —preguntó Bobby Lee, y la frase pareció mal con ese acento de Scarlett O‘Hara.
Pensé en protestar, o ser una perra, pero lo dejé ir.
—Sí, lo estoy, y me preocupa por cómo va a ser la presentación.
—¿Crees que el Maestro tratará de matar a tu Nimir-Raj? —preguntó Cris.
—No, pero él quiere jugar con él, y la idea de diversión de un vampiro y sus juegos puede ser un poco extraño.
Bobby Lee se rió.
—Es extraño, dices, extraño.
Se rió de nuevo y me pareció cálido y profundo y retumbante.
—Lo que está tratando de decir, Cris, es que estamos a punto de ser entretenidos como cuando las ratas satisfacen a las hienas. Una demostración de fuerza sin peligro, pero tal vez un poco de malestar.
—Sí, justo lo que él dijo.
Cris asintió.
—Así que esta noche no es real.
—Es real —dije—, pero no es peligroso en cualquier manera que me puedas proteger.
—Se supone que te protegemos, punto —dijo Cris.