Authors: David Brin
¡Hyde odia a Helene!, advirtió con sorpresa. ¡La primera chica que conozco y que podría empezar a reemplazar lo que he perdido —un temblor, como una migraña, amenazó con hendir su cráneo—, y Hyde la odia! (El dolor vino y se fue instantáneamente.) Más aún, aquella parte de su inconsciente lo había estado engañando. Había visto todas las piezas y no las había dejado salir a la superficie. Eso era una violación del acuerdo. ¡Era intolerable, y no era capaz de imaginar por qué!
—Jacob, ¿te encuentras bien? —Volvió a sentir la voz de Helene. Le miró aturdida. Por encima de su hombro, Jacob pudo ver a Culla, que los miraba desde las máquinas de comida.
—Helene —dijo bruscamente—, escucha, dejé una cajita de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Son para los dolores de cabeza que sufro a veces... ¿Podrías traérmelas, por favor? —Se llevó una mano a la frente y sonrió.
—Bueno... claro. —Helene le tocó el brazo—. ¿Por qué no vienes conmigo? Podrías tenderte. Hablaremos...
—No. —Él la cogió por los hombros y la hizo girar con suavidad—.
Por favor, ve a buscarlas. Te esperaré aquí.
Furioso, combatió el pánico al tiempo que intentaba que ella se marchara.
—Muy bien, ahora mismo vuelvo —dijo Helene. Al verla marchar, Jacob suspiró aliviado. La mayoría de los presentes tenían las gafas colgadas del cinturón, esperando órdenes. La eficaz comandante deSilva había dejado las suyas en su asiento.
Cuando había recorrido unos diez metros hacia su destino, Helene empezó a dudar.
Jacob no había dejado ninguna caja de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Me habría dado cuenta. Quería deshacerse de mí. ¿Pero por qué?
Miró hacia atrás. Jacob se apartaba de la máquina de comida con un rollo de proteínas en la mano. Sonrió a Martine y asintió a Chen, y luego empezó a dirigirse a la cubierta, más allá de Fagin. Culla observaba tras él al grupo con ojos brillantes, cerca de la escotilla del bucle de gravedad.
¡No parecía que a Jacob le doliera la cabeza! Helene se sintió herida y confusa.
Bueno, si no me quiere cerca, muy bien. ¡Fingiré que busco sus malditas píldoras!
Empezaba a volverse cuando, de pronto, Jacob tropezó con una de las raíces de Fagin y cayó al suelo. El rollo de proteínas rebotó y chocó contra el armazón del Láser Paramétrico. Antes de que ella pudiera reaccionar, Jacob volvió a ponerse en pie, sonriendo tímidamente. Se acercó a recoger la comida. Al agacharse, su hombro tocó el calibrador del láser.
Una luz azul inundó la habitación al instante. Las alarmas ulularon.
Helene se cubrió instintivamente los ojos con el brazo y echó mano al cinturón en busca de sus gafas.
¡No estaban allí!
Su asiento se encontraba a tres metros de distancia. Podía imaginar dónde estaba con exactitud, y en qué lugar había dejado las estúpidas gafas. Se volvió y se abalanzó hacia ellas. Al levantarse, siguiendo el mismo movimiento, los protectores cubrían ya sus ojos.
Había puntos brillantes por todas partes. El láser-P, desviado del radio de la nave, enviaba su rayo por la superficie cóncava interna del casco de la Nave Solar. El «código de contacto» modulado destellaba contra la cubierta y la cúpula.
Los cuerpos se agitaban en la cubierta cerca de las máquinas de alimentos. Nadie se había acercado al láser-P para desconectarlo.
¿Dónde estaban Jacob y Donaldson? ¿Se quedaron ciegos en el primer momento?
Varias figuras luchaban cerca de la compuerta del bucle de gravedad. Bajo la parpadeante luz sepulcral vio que eran Jacob Demwa, el ingeniero jefe... y Culla. Ellos... ¡Jacob intentaba colocar una bolsa sobre la cabeza del alienígena!
No había tiempo para decidir qué hacer. Entre intervenir en una misteriosa pelea y eliminar un posible peligro para la seguridad de su nave, Helene no tenía elección. Corrió hacia el láser-P, esquivando los rayos entrecruzados, y lo desenchufó.
Los puntos de luz destellante se interrumpieron bruscamente, a excepción de uno que coincidió con un alarido de dolor y un golpe, cerca de la escotilla. Las alarmas se apagaron y de repente sólo quedó el sonido de la gente gimiendo.
—Capitana, ¿qué sucede? ¿Qué está pasando? —La voz del piloto resonó en su intercomunicador. Helene cogió un micrófono de un asiento cercano.
—Hughes —dijo rápidamente—. ¿Cuál es el estatus de la nave?
—Estatus nominal, señor. ¡Pero menos mal que tenía las gafas puestas! ¿Qué demonios ha pasado?
—El láser-P se soltó. Continúe como hasta ahora. Mantenga la nave firme a un kilómetro del rebaño. Volveré pronto con usted. —Soltó el micro y alzó la cabeza para gritar—: ¡Chen! ¡Dubrowsky!
¡Informen!
Se esforzó por ver algo en la penumbra.
—¡Aquí, capitana! —Era la voz de Chen. Helene maldijo y se arrancó las gafas. Chen estaba más allá de la escotilla, arrodillado junto a una figura tendida.
—Es Dubrowsky —dijo el hombre—. Está muerto. Abrasado.
La doctora Martine se ocultaba detrás del grueso tronco de Fagin.
El kantén silbó suavemente mientras Helene se acercaba.
—¿Están bien los dos?
Fagin emitió una larga nota que sonó vagamente como un confuso «sí». Martine asintió, entrecortadamente, pero siguió agazapada tras el tronco de Fagin. Tenía las gafas torcidas. Helene se las quitó.
—Vamos, doctora. Tiene pacientes que atender. —Tiró del brazo de Martine—. ¡Chen! ¡Vaya a mi despacho y traiga el botiquín! ¡Rápido!
Martine empezó a levantarse, pero enseguida se desmoronó, sacudiendo la cabeza.
Helene apretó los dientes y de repente tiró del brazo que tenía agarrado, alzando a la otra mujer. Martine se puso en pie, vacilante.
Helene la abofeteó.
— ¡Despierte, doctora! ¡Me va a ayudar a atender a estos hombres o le romperé los dientes de una patada!
Cogió a Martine por el brazo y la arrastró unos cuantos metros hacia el lugar donde estaban el jefe Donaldson y Jacob Demwa.
Jacob gimió y empezó a agitarse. Helene sintió que su corazón daba un respingo cuando apartó el brazo de su rostro. Las quemaduras eran superficiales y no habían alcanzado los ojos. Jacob tenía las gafas puestas.
Dirigió a Martine hacia Donaldson y la hizo sentarse. El ingeniero jefe tenía el lado izquierdo del rostro malherido. La lente izquierda de sus gafas estaba rota.
Chen llegó corriendo, con el botiquín.
La doctora Martine se volvió y se estremeció. Luego alzó la cabeza y vio al tripulante con el botiquín. Extendió las manos para recogerlo.
—¿Necesitará ayuda, doctora? —preguntó Helene.
Martine colocó los instrumentos sobre la cubierta. Sacudió la cabeza.
—No. Tranquila.
Helene se dirigió a Chen.
—Busque a LaRoque y a Culla. Informe cuando los encuentre.
El hombre salió corriendo.
Jacob volvió a gemir y trató de levantarse, apoyándose en los codos. Helene trajo un paño húmedo. Se arrodilló junto a él y le hizo colocar la cabeza sobre su regazo.
Él gimió cuando ella atendió con cuidado sus heridas.
—Oh... —Se llevó una mano a la cabeza—. Tendría que haberlo sabido. Sus antepasados se balanceaban en los árboles. Tiene la fuerza de un chimpancé. ¡Y parece tan débil!
—¿Puedes decirme lo que ha pasado? —preguntó ella en voz baja.
Jacob gruñó mientras se tocaba la espalda con la mano izquierda.
Tiró de algo un par de veces. Por fin sacó la gran bolsa donde guardaba las gafas protectoras. La miró, y luego la arrojó.
—Siento la cabeza como si me hubieran dado una paliza —dijo.
Se sentó, se tambaleó un momento con las manos en la cabeza, y luego las dejó caer—. Culla no estará tendido inconsciente por ahí, ¿verdad? Creí que iba a dejarlo fuera de combate cuando me aturdió, pero supongo que perdí el conocimiento.
—No sé dónde está Culla —dijo Helene—. ¿Qué...?
La voz de Chen sonó por el intercomunicador.
—¿Capitana? He encontrado a LaRoque. Está en grado dos-cuarenta. Está bien. ¡De hecho ni siquiera sabía lo que ha sucedido!
Jacob se acercó a la doctora Martine y empezó a hablarle urgentemente. Helene se levantó y se dirigió al intercomunicador situado junto al centro de alimentos.
—¿Ha visto a Culla?
—No, señor, ni rastro. Debe de estar en la zona invertida. —La voz de Chen se fue apagando—. Me dio la impresión de que había lucha. ¿Sabe qué ha pasado?
—Le informaré cuando sepa algo. Mientras tanto, será mejor que releve a Hughes.
Jacob se unió a ella por el intercomunicador.
—Donaldson se pondrá bien, pero necesitará un ojo nuevo.
Escucha, Helene, voy a tener que ir por Culla. Préstame a uno de tus hombres, si quieres. Luego será mejor que nos saques de aquí lo más rápidamente posible.
Ella se revolvió.
—¡Acabas de matar a uno de mis hombres! ¡Dubrowsky está muerto! Donaldson está ciego, ¿y ahora quieres que te envíe a otro más para ayudarte a acosar al pobre Culla? ¿Qué locura es esta?
—Yo no he matado a nadie, Helene.
—¡Te vi, maldito imbécil! ¡Chocaste con el láser-P y se volvió loco!
¡Igual que tú! ¿Por qué atacaste a Culla?
—Helene... —Jacob vaciló. Se llevó una mano a la cabeza—. No hay tiempo para explicaciones. Tienes que sacarnos de aquí. No hay forma de saber qué hará ahora que lo sabemos.
— ¡Explícate primero!
—Yo... choqué con el láser a propósito... yo...
El traje de Helene era tan ajustado que Jacob nunca habría imaginado que contenía la pistola chata que apareció en su mano.
—Adelante, Jacob —dijo suavemente.
—Me estaba vigilando. Supe que si mostraba algún signo de que lo había descubierto, podría cegarnos a todos en un instante. Hice que te marcharas para que quedaras libre y luego fui a por la bolsa de las gafas. Solté el láser para confundirle... luz láser por todas partes...
—¡Y mataste y mutilaste a mis hombres!
Jacob se armó de valor.
—¡Escucha, pequeña liante! —Se alzó sobre ella—. ¡Reduje la intensidad de ese rayo! ¡Podía cegar, pero no quemar! ¡Y si no me crees, golpéame! ¡Detenme! ¡Pero sácanos de aquí antes de que Culla nos mate a todos!
—Culla...
—¡Sus ojos, maldición! ¡Cumarina! ¡Su suplemento dietético es un tinte usado con los láseres! ¡Él mató a Dubrowksy cuando intentó ayudarnos a Donaldson y a mí!
»¡Mintió sobre esa planta láser en su planeta natal! ¡Los pring tienen su propia fuente de luz coherente! ¡Ha estado proyectando el tipo «adulto» de Espectro Solar todo el tiempo! ¡Y... Dios mío! —Jacob dio un puñetazo al aire.
»¡Si su proyector es lo bastante sutil para mostrar «Espectros» falsos en el interior del casco de una Nave Solar, debe ser suficientemente bueno para interactuar con los impulsos ópticos de esos ordenadores diseñados por la Biblioteca! Él programó los ordenadores para inculpar a LaRoque como condicional. ¡Y... y yo estaba junto a él cuando programó la nave de Jeff para que se autodestruyera! ¡Estaba dando sus órdenes mientras yo admiraba las bonitas luces!
Helene retrocedió, sacudiendo la cabeza. Jacob dio un paso hacia ella, amenazante y con los puños tensos, pero su rostro era una máscara de autorreproche.
—¿Por qué era siempre Culla el primero en detectar a los Espectros humanoides? ¿Por qué no se vio ninguno mientras estuvo con Kepler en la Tierra? ¿Por qué no me pregunté, antes, sobre los motivos de Culla para presentarse voluntario para que «leyeran» su retina durante la investigación de identidades?
Las palabras surgían demasiado rápido. Helene frunció el ceño mientras trataba de pensar.
—Helene, tienes que creerme —suplicó Jacob.
Ella vaciló.
—¡Oh, mierda! —gritó, y se abalanzó hacia el intercomunicador—.
¡Chen! ¡Sáquenos de aquí! ¡No se preocupe por las comodidades, ponga impulso máximo y coloque la tempo-compresión! ¡Quiero ver cielo negro antes de parpadear dos veces!
—¡Sí, señor! —respondió el piloto.
La nave se abalanzó hacia arriba cuando los campos de compensación quedaron temporalmente sobrepasados, haciendo tambalear a Helene y a Jacob. La comandante agarró el intercomunicador.
—¡Que todo el mundo se ponga las gafas en todo momento a partir de ahora! ¡Siéntense y abróchense los cinturones tan rápido como puedan! ¡Hughes, preséntese inmediatamente en la escotilla del bucle!
En el exterior, los toroides empezaron a pasar con más rapidez. A medida que cada bestia quedaba por debajo del borde de la cubierta, sus bordes destellaban brillantemente, como si le dijeran adiós.
—Tendría que haberme dado cuenta —dijo Helene, angustiada—.
¡En cambio desconecté el láser-P y probablemente le dejé escapar!
Jacob la besó rápidamente, con tanta fuerza que dejó sus labios tintineando.
—No lo sabías. Yo habría hecho lo mismo en tu lugar.
Ella se llevó la mano a los labios y contempló el cuerpo de Dubrowsky.
—Me enviaste a por las píldoras porque...
—Capitana —interrumpió la voz de Chen—. Tengo problemas para desconectar la tempo-compresión de modo automático. ¿Puede quedarse aquí Hughes para ayudarme? También hemos perdido el enlace máser con Kermes.
Jacob se encogió de hombros.
—Primero el enlace máser para impedir que la noticia se difunda, luego la tempo-compresión, luego el impulso gravitatorio, finalmente la estasis. Supongo que el último paso será volar el casco, a menos que los otros sean suficientes. Deberían serlo.
Helene agarró el intercomunicador.
—Negativo, Chen. ¡Quiero a Hughes ahora! Haga lo que pueda solo. —Cortó la comunicación—. Voy contigo.
—Ni hablar —dijo él. Se volvió a poner las gafas y cogió la bolsa del suelo—. Si Culla llega al tercer paso, estaremos fritos, literalmente.
Pero si puedo detenerle en parte, tú eres la única con posibilidades de sacarnos de aquí. Ahora préstame esa arma; puede serme útil.
Helene se la tendió. A estas alturas, era absurdo discutir. Jacob estaba al mando. Ella no tenía ninguna idea propia.
El suave tamborileo de la nave cambió de ritmo, convirtiéndose en un zumbido grave e irregular.
Helene respondió a la mirada interrogativa de Jacob.
—Es la tempo-compresión. Ya ha empezado a refrenarnos. En más de un sentido, no nos queda mucho tiempo.
Jacob se agazapó en la escotilla, dispuesto a zambullirse tras la curvatura a la vista del alto y delgado alienígena. Hasta ahora, nada.