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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (42 page)

BOOK: Niebla roja
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—Eso es. La manera habitual con una camilla, las bolsas que no goteen. Sé que todas lo hacen, seamos sinceros, pero ponlas dobles o triples, metedlas en el autoclave o las incineráis después, junto con todas las ropas de protección manchadas, los guantes, todo lo que está contaminado. Lo mismo que harías si pudiera tratarse de la hepatitis, el VIH, la meningitis, la septicemia. Por el amor de Dios, lo que quiero decir es que no volváis a usar las bolsas y lo lavéis todo, lo desinfectéis a fondo. Con lejía. Sí, yo lo haría.

—¿Su idea? —me pregunta Chang.

—Una agresiva. Un ataque relámpago —contesto—. Buscar todo lo que sea una posibilidad razonable y botulínica debe ser lo primero en la lista, todos los serotipos. Y hacerlo lo más rápido posible. Quiero decir de inmediato. Dos personas han muerto en veinticuatro horas y otra está en cuidados intensivos. No podemos permitirnos el lujo de esperar días para una prueba anticuada cuando hay métodos más nuevos y más rápidos. Anticuerpos monoclonales o con la electroquimioluminiscencia, EQL, que sé que se está haciendo en USAMRID, el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército, en Fort Detrick.

Estoy dispuesta a llamarles y ver si me pueden ayudar a acelerar las pruebas si es necesario. Pero creo que sería más práctico y rápido tratar con el CDC. Ese es mi voto. Mucha menos burocracia y estoy segura de que tendrán un analizador para pruebas de agentes biológicos, como las neurotoxinas botulínicas, la enterotoxina estafilocócica, la ricina, el ántrax.

—¿USAMRID? —exclama Colin y cuelga el teléfono—. ¿Por qué estamos pensando en los militares y qué demonios es eso de Clostridium botulinum y lo que acabo de oír del ántrax?

—Solo estoy sugiriendo posibilidades basadas no únicamente en esta situación, sino también en las demás —contesto—. Tres casos y los informes de los síntomas son muy similares, si no los mismos.

—¿Estás pensando que esto es un asunto de seguridad nacional o de terrorismo? Porque el USAMRID no va a ayudar a menos que lo sea. Por supuesto, me doy cuenta de que es probable que conozcas a algunas personas.

—La respuesta correcta en este momento es que no sabemos qué es. Pero lo que está pasando por mi mente son los otros casos que me has mencionado. Barrie Lou Rivers y otras reclusas que murieron de repente y de forma sospechosa en la GPFW. Un inicio de algo y esas personas dejaron de respirar. No se encuentra nada en la autopsia o en una prueba de drogas de rutina. Supongo que en aquellos casos no mandaste muestras para que buscasen la toxina botulínica.

—No había ninguna razón para que se me ocurriera a mí ni a nadie —responde Colin.

—Solo voy a decirlo una vez. En este momento estoy preocupada por un envenenador en serie. Nadie espera estar más equivocada que yo —les digo, y entro en más detalles sobre la repartidora que llegó en una bicicleta ayer por la noche cuando estaba a punto de entrar en este edificio.

Describo la impresión que tuve, que Jaime quizá no había pedido el sushi. La persona que lo entregó mencionó que el restaurante tenía la tarjeta de crédito de Jaime en el archivo. Y dijo que Jaime les encargaba comida con regularidad.

—Cuando lo pienso —agrego—, me doy cuenta de que esa persona me ofreció una gran cantidad de información. Demasiada información. Tengo un vago recuerdo de haber tenido un sentimiento de inquietud en ese momento. Algo me pareció extraño.

—Quizá tratabas de convencerte de que era la repartidora, porque tal vez no lo era —opina Colin—. Alguien que hizo un pedido, lo recogió, lo envenenó con lo que sea y se hizo pasar por la repartidora del restaurante.

—Si alguien que trabaja en el restaurante es el responsable, no será difícil de rastrear —comenta Chang—. Sería muy arriesgado.

Estúpido, de hecho.

—Me preocupa que no sea el empleado de un restaurante —dice Colin—. Si es así será un infierno seguirle la pista. Si se trata de alguien que lo ha estado haciendo desde hace tiempo, esa persona no tiene nada de estúpida.

—Es obvio que conocía sus costumbres. —Chang observa el cuerpo cubierto con una sábana en la cama—. Tenía que saber dónde pedía la comida, qué le gustaba, dónde vivía y todo lo demás. ¿Marino ha mencionado que ella tuviera cualquier otro colaborador o amigos por aquí?

Yo respondo que Marino no mencionó a nadie e insisto en que el sushi no parecía estar en el menú de anoche. Por lo que parece Jaime no tenía intención de comer sushi o servírnoslo a nosotros, y de hecho debía saber que ni Marino ni yo no lo comemos. Describo mi llegada al apartamento y cómo me enteré de que Jaime había ido a un restaurante cercano, y cuando regresó lo hizo con comida más que suficiente para los tres. Aun así, cuando a ella se le presentó la opción del sushi, comentó que era una adicta al sushi y que lo pedía hasta tres veces por semana, y fue la única que lo comió.

Kathleen Lawler también comió algo que no estaba en el menú —les recuerdo—. Su contenido gástrico indica que comió pollo, pasta y queso, mientras que las otras reclusas comieron el desayuno habitual de huevo en polvo y sémola de maíz.

—Ella no compró pollo y pasta en el economato —dice Chang—. La bolsa de basura había desaparecido y además había algo raro en el lavabo. Sin embargo, si era veneno lo que había en el lavabo, no era incoloro e inodoro.

—A no ser que la llevasen a algún lugar para una comida especial, está claro que alguien le llevó a su celda pollo y pasta y quizá queso de untar —les digo—. Supongo que habréis visto que Jaime había instalado cámaras de seguridad en la entrada principal de la casa y en la puerta de su apartamento. La pregunta es si filmaron y Marino conocerá los detalles. Creo que la ayudó con la instalación o le aconsejó al respecto. Quizás el aparato de vídeo digital esté en algún lugar, si lo hay.

—¿Son sus cámaras? ¿La que está instalada abajo es suya y no del edificio? —pregunta Colin.

—Son suyas.

—Perfecto —asiente Chang—. ¿Recuerda el aspecto de la persona?

—Estaba oscuro y ocurrió muy rápido —explico—. Llevaba luces en el casco y una bicicleta y algún tipo de bolsa o mochila para cargar la comida. Una mujer blanca. Bastante joven. Pantalón negro, camisa de color claro. Me dio la bolsa de comida, recitó el pedido, y le di una propina de diez dólares. Luego entré y subí en el ascensor hasta aquí, el apartamento de Jaime.

—¿Cualquier cosa inusual en la bolsa de comida? —pregunta Colin.

—No era más que una bolsa blanca con el nombre del restaurante. Cerrada con el tique de compra grapado, y Marino la abrió, guardó el sushi en la nevera. Jaime se sirvió ella misma y se comió la mayor parte del sushi. Unos cuantos rollitos y ensalada de algas. Debe quedar una bandeja de ensalada de algas que guardé en la nevera cuando la ayudé a limpiar anoche o, mejor dicho, pasada la medianoche, las doce y media, la una menos cuarto. Tenemos que sacar los recipientes de la basura, recoger todos los restos de comida.

—Incluida la bolsa y el tique —dice Chang—. Quiero que lo lleven todo a los laboratorios para sacar huellas dactilares, el ADN.

—Calculo que lleva muerta por lo menos doce horas. —Colin termina de hacer su maleta de la escena del crimen—. Así que a primera hora de la mañana. No puedo ser más preciso. Diría que entre las cuatro y las cinco es una estimación segura. Yo no veo nada que cuente la historia de lo que pasó con ella, salvo lo obvio.

¿Y si las otras dos también son envenenamientos? —Se refiere a Kathleen Lawler y Kincaid Dawn—. Entonces, ¿cómo es posible?

¿Cómo les hace eso a dos reclusas que están encarceladas a mil seiscientos kilómetros de distancia la una de la otra, y luego a esta persona? —Quiere decir Jaime—. La buena noticia, si es que hay una buena noticia en todo esto, es que la vía de entrada de la droga o toxina, la vía de administración probable es algo que se ingiere y no intradérmico o inhalado. Así que espero que el resto de nosotros estemos bien.

—Es bueno saberlo —afirma Chang—, dado que hemos estado hurgando en la celda de una de las víctimas y ahora estamos a punto de buscar en la basura de otra.

Vuelvo a la sala de estar y el desorden en la mesa de centro es similar al del baño, objetos dispersos como si Jaime hubiese puesto el bolso boca abajo para vaciarlo todo. Un frasco de un analgésico de venta libre. Barras de labios. Una polvera. Un cepillo. Una pequeña botella de perfume. Pastillas de menta para el aliento.

Toallitas faciales. Varias tiras de Ranitidine y Sudafed vacías.

Chang mira en el billetero de cocodrilo y encuentra las tarjetas de crédito y dinero en efectivo. Informa que no hay signos evidentes de que robasen nada, y le hago saber que quizá debería buscar un arma oculta. El arma que saca de un bolsillo lateral del bolso de cuero marrón es una Smith & Wesson calibre 38 de cañón corto.

La apunta hacia el techo, mueve el eyector y las seis balas le caen en la palma de la mano.

—Son Speer Plus Gold Dots —dice—. No se andaba con chiquitas. Pero no creo hubiese podido dispararle a lo que la mató.

—Me gustaría empezar con la basura. —Voy a la cocina—. Lo que puedo hacer es poner cada uno de los recipientes en una bolsa de basura de plástico. Vi una caja anoche cuando estaba ayudando con la limpieza. Cuanto más recias mejor. Treinta bolsas de basura de cinco litros deberían servir de momento.

Abro el armario debajo del fregadero y empiezo a abrir las bolsas de basura negras. Decido envolver por separado todas las bandejas del restaurante de sushi. Mientras me ocupo de la basura de la cocina, Chang abre la nevera y mira lo que hay dentro sin tocar nada.

—Espero que tenga cinta adhesiva impermeable —le digo y el olor a podrido de los restos de marisco sale a ráfagas del cubo de metal.

—Menudo pestazo —se queja.

—Ella no sacó la basura anoche y yo no me ofrecí a sacarla, y ahora me alegro. Gracias a Dios por eso. Tenemos que envolverlo todo lo más hermético posible —explico—. Lo que no queremos es que gotee, máxime si usted se llevará las pruebas en su coche.

—Quizá podamos hacerlo mejor. —Va a su maleta y saca rollos de cinta de pruebas que deja en la encimera. Se pone una mascarilla y me da una—. Tal vez deberíamos pedir que venga un equipo de recogida de materias peligrosas.

—Si eso fuese necesario, yo no estaría todavía por aquí para ayudarle.

Cubro la encimera con las bolsas de plástico y no me preocupo de ponerme la mascarilla. Mi nariz es mi amiga, aunque no me gusta lo que estoy oliendo.

—Toqué todo esto cuando estaba ayudando con la limpieza sin tener el beneficio de usar guantes o sabiendo que había algún motivo de preocupación —continúo—. Estoy segura de que Colin tiene contactos en el CDC y, si no es así, sugiero hacer una llamada y dejar que ellos decidan, por ejemplo, cómo quieren manejar el transporte, que estará sujeto a control reglamentario, dado que estamos hablando de la probabilidad de que haya patógenos o toxinas presentes en los fluidos corporales y tejidos recogidos en la autopsia, en los alimentos y los envases de alimentos, etcétera. Pero el primer paso para nosotros es empaquetarlo todo lo más rigurosamente posible, usar tres bolsas para cada cosa, documentarlo todo. No sé si usted o Colin tienen etiquetas de riesgo biológico o etiquetas de sustancias infecciosas o cualquier otro tipo de envase a prueba de fugas. Y tenemos que llevarlo todo al laboratorio y que lo refrigeren de inmediato.

—Me alegra decir que por lo general no nos ocupamos de cosas como estas. No tengo cajas o recipientes especiales para riesgo biológico.

—Lo haremos lo mejor que podamos. De esta manera. —Saco de la nevera la bandeja con los restos de la ensalada de algas de la noche anterior y me aseguro de que está cerrada herméticamente—. Esto lo envolveré en una bolsa y lo cerraré con la cinta adhesiva para hacer un paquete pequeño bien apretado, luego lo meteré en una segunda bolsa y haré lo mismo, y por último una tercera bolsa, y repetimos. Es probable que pase la prueba de una caída desde un metro veinte, pero creo que no debemos tentar a la suerte. Puede hacerse cargo de esto o puede ayudarme o quedarse donde está y mirar. Si lo prefiere, Colin puede hacerlo.

—¿Quién me ofrece voluntario para qué? —pregunta Colin, que se acerca por el pasillo.

—¿Tiene alguna idea de cómo llevar esto a los laboratorios? —le pregunta Chang—. Ella dice que debe estar refrigerado.

—Y lo que usted está diciendo es que no quiere ninguna basura que pueda ser tóxica en el interior de su precioso todoterreno con aire acondicionado.

—Preferiría que no.

—Lo tiraré en la parte trasera del mío —dice Colin—. Al aire libre y solo tengo que lavarlo con la manguera, descontaminarlo a fondo, y Dios sabe que lo he hecho antes. Solo que no puedo usar lejía en mi tapicería de lujo.

Chang lleva su maleta de la escena del crimen a la mesa cerca de los montones de archivos de acordeón con sus etiquetas de diferentes colores, y comienza a procesar los dos ordenadores portátiles. Pasa los hisopos por los teclados y los ratones, asegurándose de que no lamentará haber tardado tanto en hacerlo, si hay razones para creer que alguien podría haber tratado de entrar en los ordenadores de Jaime.

—Me los llevaré —anuncia—, pero primero quiero echar un vistazo. Lo que no esté protegido con una contraseña. —Mueve un dedo enguantado en el panel táctil—. Bingo —exclama—. Si la dama repartidora es real, estamos a punto de conocerla. Este chisme tiene una tarjeta de DVR. Parece que está conectado con la cámara de la fachada y la otra fuera de la puerta del apartamento.

Continúo abriendo las bolsas de basura de plástico negro, y Colin y yo empaquetamos por separado todos los recipientes que tiré a la basura esta mañana.

—También tiene audio —nos informa Chang—. Una cámara estupenda la que tiene afuera. Empezaremos con ella y veremos quién se presenta. Es de largo alcance, y puede girar trescientos sesenta grados, subir y bajar. También dispone de infrarrojos térmicos, por lo que funciona en completa oscuridad, niebla, humo.

¿A qué hora me dijo que llegó aquí anoche?

—Alrededor de las nueve.

Saco los palillos de la basura.

—Quizá deberíamos empaquetar su copa de whisky —decide Colin— y pasar el hisopo por la mesilla de noche como dijiste.

Que no se nos olvide.

—El whisky está ahí —le señalo el armario—, pero dudo que encontremos nada porque la botella estaba sin abrir cuando la sacó. Aquí está la botella de vino.

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