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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (45 page)

BOOK: Niebla roja
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Quiero decirle algo, pero no puedo.

—Hay algo que tienes que ver. Algo que también necesitas oír—me dice como si no hubiera pasado nada, pero veo la hinchazón alrededor de los ojos y la expresión de su boca.

Sé cuándo ha estado llorando.

—Me conecté con la cámara de seguridad —añade Lucy, y miro a Benton y su rostro que no se puede leer, pero sé lo que piensa sobre lo que ella ha hecho.

Él no quiere tener nada que ver y empieza a remover la salsa de tomate, de espaldas a nosotras.

—Yo me hago cargo de lo que falta —dice—. Creo recordar cómo hervir la pasta. Os avisaré cuando esté lista. Vosotras dos conversad tranquilas.

—¿Marino te dio la contraseña? —le pregunto a Lucy mientras la sigo a su habitación.

—Él no necesita saberlo —contesta.

30

Dos remolcadores de color rojo con defensas de neumáticos negros empujan un buque de carga a lo largo del río hacia el oeste, los contenedores de colores, apilados como ladrillos, me recuerdan lo que debe guiar y llevar. Lo siento como algo que pesa más de lo que puedo manejar. No estoy segura de si puedo, y rezo para tener fuerza.

Querido Dios, era como solía llamar al Todopoderoso cuando era una niña, pero si soy sincera no lo he hecho en muchos años, sin saber quién o qué es Dios, de hecho, ya que Él o Ella son definidos de forma diferente por todos a los que pregunto. Un poder superior o un ser majestuoso en un trono de oro. Un hombre sencillo con un cayado que anda por un camino polvoriento o sobre el agua, y se muestra bondadoso con la mujer en el pozo, al tiempo que invita a los libres de pecado a que tiren la primera piedra. O un espíritu femenino que se encuentra en la naturaleza o en la conciencia colectiva del universo. No lo sé.

No tengo una definición clara de lo que creo, salvo que hay algo y está más allá de mí, y yo pienso para mí misma, ayúdame por favor. No me siento fuerte. No me siento justificada o segura de mí misma. Podría destruirme si Lucy me sostiene ante la luz como un cristal o una piedra preciosa, y señala la falla que nunca supo que tenía. Lo veré en sus ojos como las cortinas que cierran una ventana, o el titubeo de alguien que te quiere despedir o sustituir, o que ha dejado de respetarte y amarte. Miro la muerte de Jaime Berger en su rostro y es un espejo que daría lo que fuese por no ver. No soy quien Lucy creía que era.

Las luces parpadean a lo largo de la costa, las estrellas alumbran en el cielo y la luna brilla cuando muevo la única silla libre en la habitación de Lucy, una butaca tapizada en color azul. La arrastro desde la ventana que da al río, a través de la alfombra hasta la mesa donde tiene montado su puesto de trabajo o la cabina, como lo llamo, que incluye su propia red inalámbrica segura. Podría introducirse en lo que quiera, pero los otros no podrán hacerle lo mismo a ella.

—No te preocupes —dice cuando me siento.

—Es curioso que seas la única que me lo dice —comento—. Tenemos que hablar de lo de anoche. Necesito hablarlo.

—No le pedí a Marino la contraseña porque no le pondría en ese compromiso, no es que yo necesite nada de él —dice como si no hubiese captado mi referencia a Jaime, y el hecho de que la abandoné porque yo estaba enojada y ahora ella está muerta.

Benton tendrá que ser ciego y sordo y padecer de amnesia. Él también necesita superarlo.

—Tenemos que hacer las cosas... —comienzo a decir que debemos hacer las cosas de la manera correcta, pero las palabras no me salen. Anoche no hice las cosas de la manera correcta, así que quién soy yo para decirle a Lucy qué debe hacer. Ni a nadie—. Benton no quiere meterse en problemas —agrego y suena ridículo.

—Nada ni nadie me iba a impedir que viese las imágenes de seguridad. Él tiene que dejar de ser tan puñeteramente FBI.

—Entonces las has visto.

—No me iba a quedar sentada de brazos cruzados y respetando las reglas del juego, mientras la muy hija de puta está tratando de inculparte —dice Lucy, con la mirada fija en la pantalla de un ordenador—. Ronda por ahí libre como un pájaro y aquí estamos encerrados en este hotel con miedo a comer o beber agua. Matará a algún otro, quizás a mucha gente si no lo ha hecho ya. No tengo que ser una perfiladora, una analista de inteligencia criminal para decírtelo. No tengo que ser Benton.

Está enfadada con él y sé la razón.

—¿Qué hija de puta? ¿Quién? —pregunto.

—No lo sé. Pero lo sabré —promete.

—¿Benton tiene una idea de quién es? Me dijo que no. Que el FBI no tiene ni idea.

—Voy a averiguarlo y la pillaré.

Lucy clica en el ratón de un MacBook y escribe una contraseña que no puedo ver.

—No puedes tomar el asunto en tus manos.

Pero no sirve de nada decírselo. Ya lo ha hecho, y no tengo derecho a pararla.

Tomé el asunto en mis manos cuando vine a Savannah y luego ayer por la noche y también hoy. Hice lo que creí que era lo mejor o simplemente lo que yo quería hacer, y Jaime está muerta, y se podría decir que he comprometido el caso, sin duda la escena del crimen. Y todo porque estaba decidida a descargarme de la culpa y el dolor, para reparar de alguna manera lo que no se puede reparar. Jack Fielding se ha ido y lo que hizo todavía es terrible, y ahora me siento culpable por todos, y otros han muerto.

—Benton hizo lo que creía que era mejor para ti —le explico a Lucy—. Sé que estás molesta con él por mantenerte fuera de la habitación.

—No fue una coincidencia que tú estuvieses en el edificio cuando se presentó con la bolsa de comida para llevar —dice ella mientras una impresora se pone en marcha y no piensa hablar de Jaime o Benton.

No permitirá que confiese que fui negligente, que rompí mi juramento. Que hice daño por no hacer nada.

—Ella quería dártela a ti —continúa—. Quería que tú la llevases al apartamento. Así que quizá tiene tus huellas dactilares, tu ADN. Apareces en la cámara clara como el día, entrando en el edificio con la bolsa de sushi que pediste.

—¿Que pedí?

Pienso en la carta falsa enviada a Kathleen Lawler que se supone que envié yo.

—Llamé al Savannah Sushi Fusion antes de que lo hiciese algún otro.

—No me parece la mejor idea.

—Marino me habló de la entrega, así que llamé y pregunté. La doctora Scarpetta hizo el pedido unos minutos después de las siete de anoche. Sesenta y tres dólares y cuarenta y siete centavos.

Dijiste que pasarías a recogerlo.

—Nunca lo hice.

—Lo recogieron alrededor de las siete y cuarenta y cinco.

—No por mí.

—Por supuesto que no. El pago no se hizo con una tarjeta de crédito. Fue efectivo. Aunque su tarjeta de crédito está en el archivo.

Se refiere a Jaime.

—La persona que entregó la bolsa sabía que la tarjeta de cré

dito estaba en el archivo. Me lo mencionó.

—Lo sé —dice Lucy—. Está grabado en el DVR de seguridad.

El dinero en efectivo es limpio. No hay llamadas telefónicas de seguimiento. Sin preguntas. Nadie discutirá por qué alguien llamado Scarpetta tendría derecho a cargar algo en la tarjeta de cré

dito de otra persona. Un restaurante pequeño que lleva una familia con unas pocas mesas y la mayor parte de su negocio es la comida para llevar. La persona con la que hablé no recordaba bien el aspecto de esta persona, la que se presentó a recoger el pedido.

—¿En una bicicleta?

—No lo recuerda y llegaré a la bicicleta en un minuto. Una mujer más bien joven. Blanca. Estatura mediana. Habla inglés.

—Encaja con la descripción de la chica que me encontré fuera del edificio de Jaime, hasta donde sea válida.

—Podrías pensar que Dawn Kincaid estaba haciendo todo esto, pero tiene el pequeño problema de la muerte cerebral en Boston.

—¿Cómo pudo saber esa persona que me encontraría con Jaime y en el momento preciso en que estaba abriendo la puerta principal del edificio de apartamentos, cuando ni siquiera yo sabía que iba a reunirme con ella hasta el último minuto?

No parece posible.

—Te estaba vigilando. Esperaba. La vieja mansión y la plaza al otro lado de la calle que ocupa toda la manzana. La OwensThomas House es ahora un museo que no abre por la noche y no hay mucha actividad en la plaza. Una gran cantidad de árboles enormes y arbustos, un montón de sombras para estar al acecho si esperas a alguien —explica.

Recuerdo estar delante del edificio de Jaime ayer por la noche, esperando a Marino para que me recogiera. Me pareció ver que algo se movía en las sombras al otro lado de la calle.

Lucy recoge las páginas de la impresora y las acomoda para tener una pila ordenada; la primera hoja muestra una fotografía hecha por la cámara de seguridad. Una imagen ampliada en tonos grises de una persona que va por la calle con una bicicleta al lado, la mansión al fondo, grande y pesada contra el telón de la noche.

—O me siguieron desde el hotel —sugiero.

—No lo creo. Demasiado arriesgado. Es mejor recoger la comida, ocultarse al otro lado de la calle y esperar.

—No veo cómo podría haber sabido que iba a estar allí.

—El eslabón perdido —dice Lucy—. ¿Quién es el denominador común?

—No tengo una respuesta que tenga sentido.

—Estoy a punto de dártela. Hago honor a mi reputación.

—Debe de parecer que no he hecho honor a la mía —comento, pero es como si ella no me oyera.

—El agente tránsfuga. El pirata —Lucy repite las palabras que Jaime me dijo ayer por la noche.

—Cuando tuve que escucharlas, me enfurecí. —Continúo con mi confesión y ella sigue sin hacerme caso—. Perdí los estribos y no debería haberlo hecho.

Busca en un menú del MacBook. Los otros dos ordenadores portátiles de la mesa están ejecutando lo que parecen ser programas de búsquedas, pero nada de lo que estoy viendo es inteligible, y hay un BlackBerry conectado a un cargador, cosa que no entiendo. Lucy ya no utiliza un BlackBerry. No lo hace desde hace tiempo.

—¿Qué estamos buscando?

Miro como los listados desfilan a gran velocidad en las pantallas de los dos portátiles: palabras, nombres, números, símbolos que pasan tan rápido que son imposibles de leer.

—Mi habitual excavación minera.

—¿Puedo preguntar para qué?

—¿Tienes una idea de lo que está disponible por ahí, si tienes la manera de encontrarlo?

Lucy se contenta con hablar de ordenadores, cámaras de seguridad y minería de datos, cualquier cosa que no incluya mi noche con Jaime y mi necesidad de ser absuelta de su muerte a los ojos de una sobrina que quiero como a una hija.

—Estoy segura de que ni siquiera puedo comenzar a imaginarlo —contesto—. Pero si me baso en Wikileaks y todo lo demás, no parece que queden muchos secretos más, y casi nada está a salvo.

—Las estadísticas —dice—. Los datos que se recogen para que podamos buscar patrones y hacer predicciones. Los patrones de la delincuencia, por ejemplo, para que el gobierno recuerde que más le vale darte fondos para mantener a los malos fuera de la calle. O las estadísticas que te ayudarán a comercializar un producto o quizás un servicio como una empresa de seguridad. Crear una base de datos de cientos de miles o cientos de millones de registros de clientes y producir histogramas que podrás mostrar a la siguiente persona o negocio que desees como cliente. Nombre, edad, ingresos, valor de la propiedad, la ubicación, la predicción. Robos, vandalismo, acoso, agresiones, asesinatos, más predicciones. Vas a mudarte a una casa lujosa en Malibú y poner en marcha tu estudio de cine y yo voy a demostrarte que es estadísticamente improbable que nadie vaya a entrar en tu residencia o tus edificios o asaltar a tus empleados en el aparcamiento o violar a alguien en las escaleras, si tienes un contrato con mi compañía y yo instalo sistemas de seguridad de última generación y no te olvidas de usarlos.

—Los Jordan.

Debe de estar buscando la información de la compañía de seguridad.

—La información del cliente es oro y se vende constantemente y a la velocidad de la luz —continúa Lucy—. Es lo que todo el mundo quiere. Los anunciantes, los investigadores, la Seguridad Nacional, las Fuerzas Especiales que mataron a Bin Laden. Todos los detalles sobre lo que consultas en la red, dónde viajas, a quién llamas o envías emails, los medicamentos recetados que compras, las vacunas que habéis recibido tú o tus hijos, tu tarjeta de crédito y tu número de la Seguridad Social, incluso tus huellas digitales y escaneos de iris, porque tú diste tu información personal a un servicio de seguridad privado que tiene puestos de control en algunos aeropuertos y por una cuota mensual te saltas las largas colas que tienen que hacer todos los demás. Si vas a vender tu empresa, el comprador quiere tu base de clientes y en muchos casos es todo lo que quiere. ¿Quién es usted y cómo se gasta su dinero? Venga a gastarlo con nosotros. A partir de ahí la información se vende otra vez y otra vez y otra vez.

—Pero supongo que hay cortafuegos.

No quiero saber qué ha pirateado.

—No hay garantías de que la información segura no termine siendo de dominio público. —Ella no me dirá si lo que está haciendo es legal—. Máxime cuando los activos de una compañía se venden y los datos terminan en manos de otra persona.

—Según tengo entendido, Coastal Security no se vendió. Acabó en la bancarrota —señalo.

—Es incorrecto. Dejó de operar, abandonó el negocio, hace tres años —precisa Lucy—. Sin embargo, su antiguo propietario, Simons Daryl, no acabó en la ruina. Vendió la base de datos de los clientes de Coastal Security a una empresa internacional que provee protección privada y asesoría de seguridad, y que ofrece desde guardaespaldas hasta la supervisión de la instalación de un sistema de seguridad o hace análisis de amenazas, si estás siendo acosado, lo que quieras. A su vez, esta empresa internacional probablemente vendió su base de clientes y suma y sigue. Por lo tanto, es hacer el camino a la inversa, como la deconstrucción de una tarta de boda. Primero encuentro la tarta en la pastelería del ciberespacio y luego tengo que dar los ingredientes originales, las bases de datos que utilizaron cuando los patrones de interés fueron extraídos de los archivos.

—Esto incluiría los datos de facturación o detalles sobre las falsas alarmas.

—Lo que estaba en el servidor de Coastal Security, y eso incluye las falsas alarmas, los problemas en la línea, la respuesta de la policía, lo que se informó. Y esta información se incorporó en los análisis estadísticos. Así que la información de los Jordan está ahí o en alguna parte. Una cucharadita de harina debo convertirla en no cocinada. En última instancia lo que busco de verdad es el enlace de la intranet que Coastal Security tenía con sus archivos. En otras palabras, un sitio muerto que guarda la facturación detallada de cada cliente. Detesto que el proceso sea tan lento.

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