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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (50 page)

BOOK: Niebla roja
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Tomo un par de guantes de una caja y me los pongo, y a continuación comienzo a recoger las pruebas etiquetadas y marcadas por el tribunal: un cuchillo que no saco de la bolsa y lo examino a través del plástico. La hoja tiene unos quince centímetros de largo, el mango de madera manchado con sangre vieja. Unas huellas dactilares parciales y una intacta de un blanco vaporoso están fijadas de manera permanente con pegamento en las suaves superficies no porosas de la madera lacada y el acero, y si bien el cuchillo pudo haber sido utilizado por el asesino para preparar un sándwich en la cocina, no creo que matase a nadie.

El cuchillo de cocina es de aquellos desmochados o conocidos como de la «abuela», que se usan para tareas tales como quitar los ojos de las patatas, pelar las verduras y frutas, y como lo sugiere el nombre, la hoja ha sido recortada de la mitad hasta la punta, para crear un borde romo donde descansar el pulgar. Cualquier cuchillo con un borde curvado falso será menos eficaz en la perforación, y por lo tanto no es una buena opción para asestar puñaladas. Además, la hoja en su punto más ancho mide casi cinco centímetros, algo incompatible con lo que vi en los diagramas corporales en los informes de la autopsia. Camino hacia el otro extremo de la mesa, busco entre los gruesos expedientes en la silla, comienzo a ojear los documentos hasta encontrar lo que recuerdo haber mirado ayer por la mañana, una descripción de las heridas.

La causa de la muerte en los cuatro casos son múltiples lesiones agudas, y me interesan sobre todo las puñaladas en el pecho y el cuello, porque son partes del cuerpo que ofrecen un grosor de los tejidos y los espacios huecos que puede ser una buena indicación de la longitud de la hoja. En el costado derecho del tórax de Clarence Jordan, la herida mide dos centímetros de largo, alcanza una profundidad de siete centímetros y medio, y penetra en el pericardio y el corazón. En el lado derecho del cuello, el rastro de la herida va de delante a atrás y hacia abajo, y alcanza una profundidad de siete centímetros y medio, y corta la arteria carótida.

Las medidas de las heridas de las otras víctimas sugieren que la hoja medía más de siete centímetros y medio de largo y dos centímetros y medio de ancho, con una guarda que dejó cuatro contusiones erosionadas paralelas e irregulares con una separación entre sí de seis milímetros. Esta lesión no se pudo hacer con el cuchillo de la abuela o cualquier otro cuchillo de cocina, y la conclusión de Colin en el momento fue que el arma era desconocida e incompatible con cualquier cosa recuperada de la escena.

Al parecer el asesino trajo lo que debía ser un instrumento cortante inusual y se lo llevó consigo.

Clarence Jordan no tiene incisiones ni heridas defensivas en los brazos o las manos, una prueba de que no se resistió y que dormía cuando fue atacado. Los resultados toxicológicos, que dan una concentración de alcohol en sangre de 0,04 y lo que se considera un nivel terapéutico de clonazepam, llevan a pensar que tomó una copa o dos y una dosis modesta, quizás un miligramo, de benzodiazepina para calmar la ansiedad o ayudarle a dormir.

Este pensamiento me lleva al otro lado de la mesa, donde una bolsa llena de pruebas de plástico que no está marcada por el tribunal contiene media docena de frascos de medicamentos recetados, y solo uno con el nombre de Clarence Jordan, el betabloqueante propranolol. Los otros frascos pertenecían a su esposa: antibióticos, un antidepresivo y clonazepam, y si bien no es raro que alguien tome la medicación de otra persona, me sorprende que Clarence Jordan lo hiciera.

Él era médico, con fácil acceso a las muestras, a cualquier medicamento que desease, y es ilegal compartir medicamentos recetados. Eso no quiere decir que él no tomara el clonazepam de su esposa la noche del 5 de enero, cuando regresó a casa de su trabajo voluntario en un refugio de emergencia para hombres de la zona, alrededor de la hora de cenar. Tampoco excluye la posibilidad de que él no tomara el sedante por su propia voluntad. Sería fácil aplastar las pastillas y mezclarlas en la bebida de alguien, y yo continúo pensando en los registros de incidencias de la empresa de seguridad que consulté.

De acuerdo con los datos de los archivos internos de la compañía de seguridad, los Jordan conectaron y desconectaron la alarma en repetidas ocasiones durante el mes de noviembre de 2001, pero algo cambió en diciembre, cuando al parecer las falsas alarmas, atribuidas a los niños de los Jordan, comenzaron a ser un problema. En el último mes de vida de los Jordan hubo cinco fallos que hicieron sonar la alarma, todos correspondientes a un mismo lugar de la casa: la puerta de la cocina. La policía no respondió y las alarmas se aclararon porque el suscriptor, cuando le llamó el servicio, manifestó que eran falsas. La conexión del sistema de seguridad se convirtió cada vez en más errático durante las fiestas, por lo que leo en los registros, pero se conectó la mayoría de las noches, y por eso me resultan curiosos los datos del sábado 5 de enero. La alarma no se conectó en todo el día hasta casi las ocho de la noche. Luego se desconectó antes de las once y ya no se volvió a conectar, una contradicción a las suposiciones de los periodistas y la policía a lo largo de los años.

De hecho, parece que el doctor Jordan regresó a su casa después de su trabajo voluntario y conectó la alarma, luego, tres horas más tarde, alguien la desconectó, y este detalle sumado a que tomó un sedante que no le habían recetado me perturba. Distribuyo las fotografías de la matanza en el dormitorio principal de los Jordan, miro las imágenes de los cuerpos de la pareja en la cama, las mantas subidas hasta los cuellos, y eso también me inquieta. Las personas no son maniquíes cuando están siendo asesinadas y la ropa de cama no está bien puesta encima de sus cadáveres a menos que el asesino o alguien lo haga por motivos psicológicos, para restaurar el orden o encubrir lo que ha hecho.

Colin comentó que quizás acomodaron los cuerpos para burlarse de las víctimas, y busco las fotos tomadas después de que él quitase las mantas para examinar los cuerpos del doctor y la señora Jordan in situ.

Él está en posición de decúbito supino, la cabeza en la almohada, mirando hacia arriba con la boca abierta, los brazos extendidos a los lados del cuerpo, los genitales sobresalen por la abertura de los calzoncillos, y dudo que esta fuera su posición cuando lo mataron. Alguien lo acomodó y, cuanto más veo, más entiendo el odio que la policía, el fiscal y los demás deben sentir hacia Lola Daggette cuando la imaginan en esta habitación, divirtiéndose después de matarlos a todos en una clara muestra de flagrante degradación y desprecio.

La camiseta y la cintura de los calzoncillos blancos del doctor Jordan están saturados con la sangre que ha empapado la sábana bajera y se ha extendido en una mancha hasta el borde del colchón y por debajo del cuerpo de su esposa. Le apuñalaron nueve veces en el pecho y el cuello, y no hay indicios de que luchara o tratara de protegerse de los ataques crueles de un cuchillo con una guarda inusual que dejó contusiones paralelas en la piel. Su esposa está sobre su lado derecho, con las manos metidas debajo de la barbilla, de espaldas a su marido hacia la ventana que da a la calle y el antiguo cementerio al otro lado, y desde luego no creo que estuviese en esta posición cuando murió. Su cuerpo fue acomodado para que pareciera casi piadoso, como si estuviese rezando, sin embargo, tiene subido el camisón hasta la cintura y los pechos al descubierto.

Recojo su bata de franela, de manga larga con botones hasta el cuello, y un cuello de encaje que parece encajar con la mujer recatada y de aspecto serio en el retrato de Navidad, tomado ni siquiera un mes antes de que a ella la fotografiasen de nuevo, esta vez colocada de una manera vulgar en su cama empapada de sangre. Escamas de la vieja sangre oscura caen sobre el papel blanco que cubre la mesa mientras miro cada perforación y cada corte dejados por un cuchillo que la apuñaló un total de veintisiete veces en el rostro, la cabeza, el pecho, la espalda, el cuello, y la degolló como remate. El camisón está manchado delante y detrás, tan saturado de sangre que solo las mangas y el dobladillo muestran que la franela es de color azul con un estampado de flores.

Soy consciente de la presencia de Mandy O’Toole sentada en una silla que ha colocado cerca de la ventana para estar fuera de mi camino. Me mira atentamente, con curiosidad, mientras acomodo el camisón sobre el papel, para dejarlo tal y como lo encontré, y la sangre seca hace que algunas partes estén rígidas como una camisa almidonada. Mandy no dice nada ni interfiere, y no le hablo de mis pensamientos, que son cada vez más oscuros y feos por momentos. Leo de nuevo el expediente de Gloria Jordan. Observo los diagramas corporales y repaso los informes de laboratorio de las muestras de sangre tomadas del camisón, que confirman la presencia de su ADN, como era de esperar, sino también la de su marido y su hija de cinco años de edad. ¿Por qué la sangre de Brenda?

Tomo nota de las mediciones y las descripciones de Colin de la herida en el cuello de Gloria, que comienza detrás de la oreja izquierda y se desplaza en una incisión limpia, debajo de la barbilla, debajo del lóbulo de la oreja derecha, que concuerda con que le cortaran la garganta por detrás. Si ella no lo vio venir y le cortó la carótida, explicaría la falta de lesiones defensivas que mencionó Colin, pero esto plantea más preguntas que respuestas. A continuación, advierto otra fotografía de ella en la cama, un primer plano de los pies. Hay manchas de sangre en la parte superior, y las plantas están ensangrentadas, lo que no parece posible si estaba acostada cuando la cortaron y apuñalaron. Pero es difícil de decir. Había tanta sangre por todas partes, e intento imaginar a un asaltante que degüella a la señora Jordan desde atrás si estaba acostada, dormida, drogada con clonazepam.

Yo sigo el rastro de sangre que está veteado, manchado, encharcado, pisoteado y salpicado en las escaleras, y el patrón arterial que puede haber sido del corte del cuchillo quizás en el cuello de Gloria Jordan, el rociado con forma de arco dibujado al ritmo de los latidos de un corazón que estaba a punto de detenerse.

¿Pero el corazón de quién, y en qué dirección iba la persona, hacia arriba o hacia abajo, hacia dentro o hacia fuera? Los investigadores de la escena del crimen, incluso los buenos como Sammy Chang, no pueden tomar muestras de hasta la última gota de sangre, rayas y charcos en la escena, y los laboratorios no pueden analizarla en su totalidad.

Sigo por las escaleras hasta el rellano en la parte inferior, y me detengo en un lugar cerca de la entrada y la puerta principal donde cayó Brenda, y trato de encontrar una explicación de por qué su sangre acabó en el camisón de su madre, que se supone que murió en la cama. Busco cualquier prueba que demuestre que se hicieron esfuerzos para limpiar la sangre en el vestíbulo, las escaleras, en el pasillo o en cualquier lugar de la casa, pero no veo nada que lo sugiera ni tampoco lo hay en cualquiera de los informes que he visto. Sigo volviendo a la zona de la entrada, al cuerpo de Brenda, una visión que debió horrorizar a la policía cuando llegó a la casa, después de que el vecino descubriera el vidrio roto en la puerta de la cocina y llamó al nueve uno uno.

A nadie que sea normal no le gusta mirar a los niños muertos y es una tentación no observar con la suficiente atención. El suelo en la zona de la entrada es un patrón caótico de goteos y salpicaduras desprendidas de un arma y manchas y charcos y huellas ensangrentadas dejadas por el calzado y otras que parecen haber sido hechas por unos pies descalzos. Impresiones de los dedos del pie y un talón que son demasiado grandes para un niño, y recojo de nuevo el pijama de Bob Esponja. Tiene peúcos. Las marcas de los pies descalzos no puede haberlas dejado Brenda cuando huía escaleras abajo hacia la parte frontal de la casa y la puerta, y me encuentro de nuevo en el mismo problema, el corte, que es significativo, en la mano izquierda de su madre.

Colin conjeturó que la señora Jordan se cortó en el pulgar mientras podaba en su jardín, y sigo el hilo de esta teoría a través de las fotografías. Vuelvo a la galería y al jardín de atrás. Vuelvo a visitar las gotas de sangre seca separadas entre sí unos cuarenta y cinco centímetros en las baldosas, las lanchas y el follaje, la sangre de la señora Jordan, que se consideró que no estaba relacionada con el caso y se excluyó de las pruebas en el juicio. Si lo que sugiere Colin es correcto, y no lo creo, tuvo que herirse a sí misma casi inmediatamente después de comenzar la poda. Pero no hay ninguna herramienta en ningún lugar en ninguna de las fotos que repaso, ninguna rama cortada, brotes laterales o vástagos a la vista, el jardín desolado y necesitado de una limpieza de invierno que nunca llegó.

Cuando Marino interrogó a Lenny Casper, el antiguo vecino que vio a la señora Jordan en su jardín la tarde del sábado cinco de enero, no hizo ninguna mención de que pareciera que la señora se había hecho daño. Tal vez no se dio cuenta, pero la mayoría de las personas que sacan a pasear el perro o miran a través de una ventana pueden ser conscientes de que alguien vuelve a la casa a toda prisa, goteando sangre. Una observación casual por un vecino y las gotas de sangre de Gloria Jordan, lo que no tenía sentido en el contexto de tan siniestros homicidios, llevó a la conclusión de que se cortó el pulgar en el jardín. Regresó a la casa, se olvidó de limpiar la galería y el pasillo cerca del baño de invitados, y no se vendó la herida o dejó que su marido médico la atendiera cuando regresó del refugio para hombres. Yo no lo creo.

De acuerdo con el informe de toxicología, cuando la señora Jordan murió tenía alcohol y clonazepam en la sangre, unos niveles superiores a los de su marido, y además estaba tomando el antidepresivo sertralina. Después de los asesinatos, estos medicamentos recetados se recogieron en el baño principal, de lo que parece ser su lado del lavabo, y al mirarlos de nuevo en su bolsa de pruebas, me doy cuenta de un detalle que se me ha escapado antes.

—¿Quiere ayudarme con algo? —le pregunto a Mandy que observa todo lo que hago con sus ojos azul celeste.

—Ya lo creo.

Se levanta de su silla.

—¿El expediente de Barrie Lou Rivers? Yo creo que es electrónico, no se imprimió porque su muerte se produjo después de que la oficina se pasó a la informática.

—¿Quiere que lo imprima? —pregunta.

—No es necesario. Pero estoy interesada en un documento que puede encontrar en el archivo.

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