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Authors: Anthony E. Zuiker

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Nivel 26 (23 page)

BOOK: Nivel 26
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Y finalmente, unas horas después:

Ping.

A Dark no le sorprendió que el mensaje parpadeante que apareció en la pantalla al comparar la muestra con los archivos de la base de datos de Quantico fuera el siguiente:

DOCUMENTO CONFIDENCIAL

NECESARIA AUTORIZACIÓN DE NIVEL 5

Banner miró inquisitivamente a Dark. Un mensaje así quería decir que la muestra pertenecía a alguien situado en las altas esferas del gobierno federal. Necesitaban el visto bueno de alguien que estuviera bastante por encima de ellos en la escala salarial para poder seguir adelante.

—No hay razón para preocuparse —dijo Dark—. Sé de quién se trata. Sólo estoy descartando a gente de la escena. He traído otra cosa para que la analices.

—¿Sí? —preguntó Banner—. ¿Algo chulo?

Dark metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa para vómitos de papel que contenía una pequeña botella de Dewar's.

—Oh —dijo Banner decepcionado—. Si puedes cotejar esto con la muestra anterior, me quedaré mucho más tranquilo.

Banner sonrió.

—En tu equipo hay un hombre al que le gusta beber y mantener una adecuada higiene dental. Parece todo un ganador.

—No te lo puedes ni imaginar —contestó Dark.

Poco después llegaron los resultados; sí, el mismo hombre que había utilizado el palillo que se encontró en la habitación de la víctima también se había bebido la minibotella de whisky. No había compartido ni el palillo ni la bebida. No había más restos de ADN en ninguna de las dos cosas.

Había una última muestra que Dark necesitaba cotejar. Ésta era fácil; ya estaba introducida en el sistema. Sólo tenía que importar el documento desde los archivos centrales de Casos especiales. Era una muestra de sangre.

—Al fin —dijo Banner. Trabajar con fluidos corporales era lo que más le gustaba. Demasiado.

La sangre pertenecía a la misma persona.

Dark le dio las gracias a Banner, salió al pasillo y abrió el documento. No podía compartirlo con Banner.

Contenía fotografías de la escena del asesinato de Charlotte Sweeney —finalmente Riggins había conseguido que la gente de Wycoff se las entregara. Aquél era el nombre de la madre adolescente cuyo bebé había sido testigo de su asesinato. «Sonaba tan dulce», pensó automáticamente Dark. Pero luego se dio cuenta de que no era así. «Charlotte» recordaba a
harlot
[4]
. Y «Sweeney» a
sweet
[5]
. «La dulce prostituta Charlotte». La zorra. La madre soltera a quien había que dar una lección.

Dark examinó las fotografías. Contaban la historia en destellos.

«Ventanal de patio de una casa en un barrio residencial de Washington. Buen lugar para una madre soltera adolescente. Muebles de catálogo de lujo. Una llamada y te lo instalan todo. No había libros. Tampoco chismes o colecciones distintivas».

«En la puerta del ventanal, el ya característico círculo hecho con un cortavidrios. Sobre la alfombra, unos cuantos fragmentos de cristal».

«Y un reguero de sangre».

«Por el pasillo se llegaba al dormitorio principal. La habitación de Charlotte Sweeney».

|«Más manchas sobre el colchón y el somier sin sábanas. Estaban muy manchados; la sangre se había derramado por el lateral. Y no lo había hecho limpiamente, sino a borbotones».

«Un edredón manchado de sangre. Un oso de peluche. Un palillo dental».

«Objetos cotidianos que ahora formaban parte de un retablo de pesadilla. Objetos que encajaban en aquella casa… excepto uno».

Dark recordó entonces la imagen de Wycoff hurgándose los dientes en el Air Force Two hacía apenas unas horas. Aquel tipo era obsesivo-compulsivo en lo que respectaba a sus dientes.

Las chicas de diecisiete años no solían tener palillos dentales; ya le había resultado extraño cuando lo vió en el vídeo días atrás, pero no había conseguido encajarlo hasta aquella misma mañana, al encontrarse con Wycoff.

Al principio no había sido más que una corazonada. Dark había cogido la botella de licor y la había protegido con la bolsa de papel. Pero ahora los resultados de la prueba de ADN habían confirmado lo peor. Dark comprendía al fin la urgencia. Las amenazas. La furia.

Y, a pesar de que no justificaba la forma de actuar del secretario de Defensa durante los últimos días, al menos ahora Dark lo comprendía.

El abuso de poder se debía a la enajenación.

«Haría cualquier cosa para proteger a su «
Prostituta Charlotte
».

«Y para castigar al culpable».

Dark debía tener mucho cuidado con los siguientes pasos que diera. Y, por el momento, aquello significaba que no involucraría ni a Riggins ni a Constance. Tecleó un número en la BlackBerry y esperó un momento.

—Necesito hablar inmediatamente con el secretario Wycoff —dijo Dark—. Dígale que tengo su respuesta.

Capítulo 65

06.19 horas

Veinte minutos después, un todoterreno negro recogió a Dark en el 11000 de Wilshire y lo trasladó hasta Beverly Hills. Ahora ya se encontraba en la lujosa habitación que Norman Wycoff ocupaba en el Beverly Wilshire Hotel. Olía a hamburguesas de comida rápida y a humo de cigarrillos. Al parecer, a aquel tipo le gustaba estar siempre en el meollo de todo. En aquel caso, en el meollo de la zona más cara de la Costa Oeste.

Wycoff había conseguido darse una ducha después de la última vez que Dark lo había visto, en el Air Force Two. Llevaba una toalla alrededor del cuello y tenía tanto el pelo corto y rojo como las sólidas espaldas salpicadas de pequeñas gotas de agua. Dark no había visto nunca a Wycoff sin traje y le sorprendió comprobar que se mantenía en forma.

—¿Dónde está Riggins? —preguntó Wycoff.

—He acudido directamente a usted, señor secretario. He supuesto que preferiría ser informado antes que nadie.

Wycoff parecía no saber cómo reaccionar. ¿Con gratitud? ¿Molesto? Al final optó por un punto intermedio.

—Se lo agradezco, Dark. Pero ¿por qué querría yo ocultarle algo a Riggins? Estamos todos en el mismo equipo.

—¿De veras?

—¿Qué tipo de pregunta es ésa…?

—Riggins tenía razón —dijo Dark—. Sqweegel nunca ha dejado una sola prueba física en las tres décadas que llevamos buscándole. Sin embargo, debo matizar esa afirmación. Nunca ha dejado pruebas físicas sin querer. A veces, deja cosas a propósito.

—¿Está diciendo que dejó aquel palillo en el suelo para que lo encontráramos? Fue pura casualidad que mis hombres lo localizaran.

—Eso es exactamente lo que estoy diciendo.

—¿Con qué fin?

—Para señalarle a usted.

Tras empalidecer de golpe, Wycoff se sentó en el mullido sofá que había en medio de la habitación. Bajó la mirada hacia sus manos; luego volvió a levantarla hacia Dark.

—Dígame qué es lo que sabe.

Dark le sostuvo la mirada unos instantes, después se fue hacia el otro extremo de la habitación y cogió una silla de madera oscura tapizada en piel. La colocó a pocos metros de Wycoff. No quería que aquello pareciera un interrogatorio, tan sólo que hablaran cara a cara, de colega a colega.

—Riggins me pasó los archivos del asesinato de Charlotte Sweeney. Fue un crimen atroz, incluso para Sqweegel. Y su bebé lo vió todo.

Wycoff se estremeció, pero inmediatamente trató de recomponerse.

—Ya sé lo que hay en ese archivo —le espetó enfadado—. ¿Adónde quiere ir a parar?

—Usted es el padre de ese bebé. Lo cual explica la repentina presión sobre Casos especiales para encontrar al animal que asesinó a la madre. Es decir, a su amante. O la palabra que prefiera utilizar, señor secretario.

—Está usted jodidamente loco. Tenía diecisiete putos años.

—Así es.

—No pienso seguir escuchando sus tonterías…

—Sqweegel le presiona a usted para que, a su vez, usted nos presione a nosotros —continuó Dark—. ¿No lo entiende, señor secretario? Él tira de los hilos y todos nosotros bailamos como putas marionetas. Todos nuestros movimientos los ha planeado él con antelación, y nos lleva diez pasos de ventaja. Usted nos está haciendo jugar a las damas, mientras que él está jugando al ajedrez tridimensional.

—Tengo hijos —dijo Wycoff—. Pero no de esa pobre chica. ¡Mi hijo y mi hija estudian en Sidwell Friends con las hijas del presidente de Estados Unidos, por el amor de Dios!

—No ha sido demasiado difícil cotejar su ADN con el del palillo.

—¿Mi ADN…? —empezó a decir Wycoff. Luego negó con la cabeza—. ¿Cómo ha conseguido mi ADN? ¡Eso es información confidencial!

—¿Confidencial? No existe tal cosa, señor secretario. A no ser que se lleve un traje como el de Sqweegel, usted, yo y todo el mundo dejamos restos de ADN en todas partes. Si quisiera, podría obtener suficiente ADN de su cepillo de dientes como para clonarle.

Wycoff volvió a tomar el nombre de Dios en vano, y después se levantó de golpe del sofá. A Dark casi le daba pena. Aquello no estaba saliendo tal y como el secretario había planeado.

Pero bueno… que se jodiéra. Estaba escudándose en el presidente y utilizándolos a todos para llevar a cabo una elaborada misión de venganza contra el monstruo que había torturado y asesinado a su amante ante los ojos de su hijo bastardo. El que, con toda probabilidad, no iría a Sidwell Friends.

A Dark le daba igual todo aquello. Lo importante era que dejaran de ser un juguete en manos de Sqweegel. Y eso implicaba que todo saltara a la luz… al menos entre el equipo que iba tras él.

Sqweegel había intensificado sus actividades, pero no había dejado que el gobierno federal se encargara de la búsqueda en solitario. No. Se había asegurado de que las represalias fueran rápidas y contundentes. Había atacado directamente a lo más alto. Por encima incluso del Departamento de Justicia.

A Sqweegel le gustaba enviar mensajes. El que le había enviado a Wycoff estaba bien claro: «Si no puedes mantener tus caprichos a salvo, ¿cómo pretendes proteger el país?».

—¿Dónde está el niño? —preguntó Dark—. Al menos dígame que se encuentra bajo protección policial.

—El bebé de Charlotte Sweeney se encuentra bien.

—Joder, no lo entiende, ¿verdad? —preguntó Dark—. Necesito saberlo todo. Cómo contactó con usted. Qué le dijo. Sólo así podré capturar a este monstruo. Porque usted quiere que lo cojamos, ¿no? Que sea atrapado y castigado por sus crímenes antes de que vuelva a matar y matar.

Wycoff no dijo nada. Cerró sus grandes manos y apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Luego los volvió a abrir. El secretario de Defensa no estaba acostumbrado a no saber qué decir o hacer. Tampoco a que lo pillaran mintiendo y le echaran en cara su propia mentira.

Finalmente se puso en pie y, sin decir palabra, se dirigió al teléfono. Tecleó unos cuantos números.

Dark lo observó en silencio.

Finalmente, Wycoff le preguntó:

—Ha acudido directamente a mí, ¿verdad?

—Sí, señor secretario.

—Bien. Queda usted fuera del caso, gallito cabrón. Se acabó. Si le dice una sola palabra de esto a alguien, lo borraré del mapa. Y dígale a todos los de su equipo que eso también va por ellos. Pregúntele a Riggins. Él le dirá lo fácil que es. No hace falta más que una jodida llamada.

Dark permaneció callado, consciente de que aquel hombre podía cumplir sus amenazas.

—Está cometiendo un error.

—Míreme a los ojos y descubrirá lo poco que me importa.

Dark lo miró.

Luego se puso en pie, asintió y se fue del hotel sin decir una sola palabra más.

Capítulo 66

07.04 horas

El rostro de Dark no era el más fácil de leer. Pero incluso Riggins se dio cuenta de que algo había ido muy mal.

—¿Qué diablos…? —preguntó Riggins al ver entrar a Dark en la sala de operaciones de Casos especiales.

Dark se dirigió al escritorio que había ocupado y empezó a recoger sus cosas.

—¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar Riggins.

—Me han apartado de la investigación.

—¿Quién? ¿Ese imbécil de Wycoff? Escucha, Dark…

—Es mejor que no sepas nada más. Voy a encargarme de esto por mi cuenta. Si encuentro algo que pueda ser de ayuda, me pondré en contacto contigo.

—No —dijo Riggins negando con la cabeza—. Si tú estás fuera, yo también. Fui yo quien te metió en esto. No pienso dejarte en la estacada.

—No, necesito que sigas en el caso —le aseguró él—. No puedo hacerlo sin alguien dentro. No confío en nadie más.

El problema de Wycoff era que tenía un concepto bastante radical de la palabra «apartar».

No la entendía como ser destituido de un cargo, sino como ser eliminado de la faz de la tierra.

—Por supuesto que puedes confiar en mí —afirmó Riggins—. Pero ¿qué vas a hacer? ¿Adónde vas a ir?

—Lo he intentado a la antigua, siguiendo el manual —respondió Dark—. Pero no es más que una chorrada. Tendré que hacerlo a mi manera, o nunca terminará. A la cancioncilla de Sqweegel todavía le quedan unas líneas, y quiero rebanarle el pescuezo antes de que acabe.

Constance interceptó a Dark cuando éste ya salía del 11000 de Wilshire.

—Dark, espera un momento. Acabo de enterarme de lo que ha pasado.

Steve se detuvo en el pasillo.

—Ha estado bien volver a trabajar contigo, Constance. Sé que tú y el resto del equipo lograréis atrapar a ese hijo de puta.

—No. No sin ti.

—Si has hablado con Riggins, ya lo sabes: estoy fuera del caso.

Ella salvó la distancia que los separaba y se acercó a él. Dark recordó de pronto la anterior ocasión en la que Constance se había acercado tanto a él, en el sofá de su apartamento de Venice, cuando le apartó la botella de la boca y presionó sus labios contra los suyos…

—Sé que no lo has dejado de verdad —insistió ella—. Y creo que he dado con una metedura de pata de Sqweegel.

—¿Qué tienes?

—Dame un poco de tiempo para confirmarlo. Pero creo que es la fisura que estábamos esperando.

—No creo que me quede por aquí mucho más tiempo.

—Bueno, no desaparezcas todavía —sugirió Constance—. Te prometo que la espera valdrá la pena. Te avisaré cuando lo tenga listo.

Dark estudió un momento los ojos de la mujer; luego asintió y se marchó.

Constance salió de su vehículo alquilado justo en el momento en que el propietario de la tienda metía la llave en la gruesa cerradura plateada de la entrada. Era un hombre bajo, nervioso y calvo… parecía que el pelo se le hubiera apartado amablemente de la parte alta de la cabeza para ofrecerle a los pájaros una buena diana.

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