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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (6 page)

BOOK: Noche Eterna
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—¿Mala pieza? —Me eché a reír—. ¡Si la vieras! No me hagas reír.

—¿Qué quieres de mí? Quieres algo. Nunca falla.

—Quiero dinero.

—No te daré ni un penique. ¿Para qué lo quieres? ¿Para gastártelo con tu chica?

—No, quiero comprarme un traje de primera para la boda.

—¿Te casarás con ella?

—Sí, si ella me acepta.

Mis palabras la conmovieron.

—¡Si fueras capaz de contarme alguna cosa! Veo que te ha dado fuerte. Es lo que más me preocupaba, que escogieras a la chica inadecuada.

—¡Inadecuada! ¡Vete al infierno! —grité furioso.

Abandoné la casa dando un portazo.

Capítulo VII

Cuando llegué a casa me encontré con que tenía un telegrama. Lo habían enviado desde Antibes.

Reúnete conmigo mañana a las cuatro y media en el lugar de siempre.

Advertí de inmediato que Ellie había cambiado. Nos encontramos como siempre en Regent's Park y, al principio, ambos nos comportamos de una manera un tanto extraña y torpe. Yo tenía que decirle algo y me sentía nervioso porque no sabía cómo expresarlo. Supongo que cualquier hombre se angustia cuando está a punto de proponerle matrimonio a una muchacha.

Ella también se mostraba extraña por algún motivo. Quizás estaba considerando la manera más amable de decirme que no, pero confiaba que no fuera eso. Todo lo que esperaba de la vida tenía como punto de partida el amor de Ellie. Sin embargo, había en ella un aire de independencia, una renovada confianza en sí misma que me costaba trabajo atribuir sencillamente a que era un año mayor. Un cumpleaños no puede representar tanta diferencia en una muchacha. Ella y su familia habían estado en el sur de Francia y no me contó gran cosa del viaje. Luego, con un tono tímido, me comentó:

—Vi la casa de que me hablaste. Aquella que construyó el arquitecto amigo tuyo.

—¿Quién? ¿Santonix?

—Sí, nos invitaron a comer.

—¿Cómo lo conseguiste? ¿Tu madrastra conoce al dueño?

—¿Dimitri Constantine? Bueno, no exactamente, pero lo conoció y, verás, Greta se encargó de arreglarlo.

—Otra vez Greta —protesté con mi habitual tono de enfado cuando se trataba de la alemana.

—Te lo dije. Greta es fantástica organizando cosas.

—Está bien. Así que arregló que tú y tu madrastra...

—Y el tío Frank —añadió Ellie.

—Toda la familia, y supongo que Greta también.

—No, Greta no nos acompañó porque... —Ellie vaciló—. Verás, Cora, mi madrastra, no le dispensa a Greta tanta confianza.

—No es una de la familia, sino la parienta pobre —señalé—. De hecho, no es más que una
au pair
. A Greta no le debe hacer mucha gracia que la traten de esa manera.

—No es una simple
au pair
, es como una compañera.

—Carabina, gobernanta, cicerone, señorita de compañía. Hay muchas palabras más.

—Por favor, cállate. Quiero contártelo. Ahora sé a lo que te referías cuando hablabas de tu amigo Santonix. Es una casa preciosa. Es muy diferente a lo que te imaginas que debe ser una casa. Comprendo que si construye una casa para nosotros será algo maravilloso.

Utilizó la palabra «nosotros» sin darse cuenta. Nosotros, había dicho. Había ido a la Riviera y le había dicho a Greta que hiciera los arreglos para ir a ver la casa que le había descrito, porque pretendía tener una idea más clara de cómo sería la casa que, en nuestro mundo de sueños, construiría Rudolf Santonix para nosotros.

—Me gusta que pienses de esa manera.

—¿Y tú qué has estado haciendo?

—Lo mismo de siempre. También fui un día a las carreras y aposté todo el dinero que llevaba a un caballo que no figuraba entre los favoritos. Las apuestas eran de 30 a 1. Ganó por un largo. ¿Quién dijo que no tengo suerte?

—Me alegro de que hayas ganado —afirmó Ellie, pero lo dijo sin entusiasmo, porque apostar todo lo que tienes a un caballo que no es favorito y acertar, no significaba nada en el mundo de Ellie. No tenía el mismo significado que en el mío.

—También fui a ver a mi madre —añadí.

—Nunca has hablado mucho de tu madre.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—¿No la quieres?

—No lo sé. —Reflexioné durante un momento—. Algunas veces creo que no. Después de todo, creces y te olvidas de los padres.

—Creo que la quieres —opinó Ellie—. De lo contrario, no vacilarías cuando hablas de ella.

—Digamos que, en cierto sentido, le tengo miedo. Me conoce demasiado bien. Conoce lo peor de mí.

—Alguien tiene que saberlo.

—¿Qué quieres decir?

—Dice una frase de un escritor famoso que ningún hombre es un héroe para su ayuda de cámara. Quizá todos tendríamos que tener un ayuda de cámara. Debe de ser muy duro tener que estar siempre a la altura de lo que piensan los demás de nosotros.

—Es evidente que tienes ideas, Ellie. —Cogí una de sus manos—. ¿Lo sabes todo de mí?

—Eso creo —respondió con calma y mucha naturalidad.

—Nunca te he contado gran cosa.

—Querrás decir que nunca me has contado nada. Siempre te cierras como una ostra. Eso es otra cosa. Pero sé muy bien cómo eres tú como persona.

—Me pregunto si lo sabes de verdad. Me parece ridículo decirte que te quiero. Es demasiado tarde, ¿verdad? Quiero decir que tú lo sabes desde hace tiempo, casi desde el principio.

—Sí, y tú sabes que a mí me pasa lo mismo.

—La cuestión es ¿qué vamos a hacer al respecto? No será fácil, Ellie. Sabes muy bien lo que soy, lo que he hecho, la clase de vida que llevo. Fui a ver a mi madre y la triste y respetable calle en la que vive. No es el mismo mundo que el tuyo, Ellie. No sé si conseguiremos que alguna vez se encuentren.

—Podrías llevarme a ver tu madre.

—Sí, podría, pero prefiero no hacerlo. Supongo que te parecerá muy duro, quizá cruel, pero tú y yo tendremos que llevar una vida extraña. No será la vida que has llevado y tampoco será la vida que he llevado. Será una nueva vida donde habrá un punto de encuentro entre mi pobreza y mi ignorancia con tu dinero, tu cultura y tu posición social. Mis amigos pensarán que eres una estirada y los tuyos opinarán que soy un impresentable. ¿Qué podemos hacer?

—Yo te diré exactamente lo que haremos. Nos iremos a vivir a una casa en el Campo del Gitano, una casa de ensueño que tu amigo Santonix construirá para nosotros. Eso es lo que vamos a hacer. Primero nos casaremos. Es a eso a lo que te referías, ¿no?

—Sí, a eso me refería, si estás segura de que quieres hacerlo.

—Es muy sencillo. Nos casaremos la semana que viene. Soy mayor de edad. Ahora puedo hacer lo que quiera. Eso marca toda la diferencia. Creo que quizás estés en lo cierto en lo que dices de los familiares. No les diré nada a los míos y tú no se lo dirás a tu madre, hasta que esté todo hecho. Después podrán montar todos los escándalos que quieran, pero no les servirá de nada.

—Eso es maravilloso, Ellie, es fantástico. Pero hay una cosa más. Me duele mucho tener que decírtelo. No podremos vivir en el Campo del Gitano, Ellie. Será imposible que construyamos nuestra casa allí porque lo han vendido.

—Estoy enterada de la venta. —Ellie se echó a reír—. No lo entiendes, Mike. Yo soy la compradora.

Capítulo VIII

Me quedé sin habla. Continué sentado en la hierba junto al estanque con las flores acuáticas. Había muchas otras personas sentadas a nuestro alrededor, pero no advertíamos su presencia, porque eran como nosotros. Parejas de jóvenes que discutían su futuro. No conseguía apartar la mirada de Ellie.

—Mike, hay algo que tengo que decirte. Me refiero a algo de mí.

—No es necesario. No hace falta que me cuentes nada.

—Sí, pero debo decírtelo. Tendría que habértelo dicho hace mucho tiempo, pero no me atreví porque creía que a lo mejor te perdería. No obstante, es necesario que te lo diga porque así entenderás lo del Campo del Gitano.

—¿Cómo es que
lo compraste
?

—Lo compré a través de abogados como se hace siempre. Sabes, es una excelente inversión. La tierra se revalorizará. Mis abogados se mostraron entusiasmados.

Me resultaba muy extraño y sorprendente escuchar a Ellie, la dulce y tímida Ellie, hablar con tanto conocimiento y confianza del mundo de los negocios, de comprar y vender.

—¿Tú lo compraste para nosotros?

—Sí. Fui a ver a mi abogado personal, no al de la familia. Le dije lo que quería hacer, y él se encargó de toda la operación. Había otras dos personas interesadas en la finca, pero sólo si la podían conseguir a precio de saldo. Lo importante es que se efectuó la compra y sólo quedó pendiente el trámite de la firma de las escrituras para cuando cumpliera los veintiún años. En cuanto los cumplí, se formalizaron las escrituras y ahora la finca es mía.

—Pero tuviste que dar una paga y señal. ¿Tenías dinero suficiente para hacerlo?

—No. No tenía el dinero, pero siempre hay personas dispuestas a hacerte un adelanto. Si te presentas como un nuevo cliente de un bufete de abogados, harán todo lo posible para que continúes contratándoles cuando tengas tu dinero, así que están dispuestos a darte un adelanto y correr el riesgo de que te mueras antes de tu mayoría de edad.

—¡Me dejas de piedra! ¡Eres toda una mujer de negocios!

—Olvídate de los negocios y volvamos a lo que te quiero decir. Hasta cierto punto, ya te lo dije, pero supongo que tú no te diste cuenta.

—No quiero saberlo —dije casi a gritos—. No me cuentes
nada
. No quiero saber nada de lo que has hecho, de los novios que has tenido o de las cosas que te sucedieron.

—No es nada de eso —replicó Ellie—. No tengas ningún miedo ni te preocupes. No hay secretos de sexo. No ha habido nadie excepto tú. La cuestión es que soy rica.

—Lo sé. Ya me lo dijiste.

—Sí —afirmó Ellie con una leve sonrisa—, y tú comentaste: «Una pobre niña rica». Pero es mucho más que eso. Mi abuelo era multimillonario. Era un petrolero y muchas cosas más. Las esposas a quienes les pasaba una pensión murieron, sólo quedamos mi padre y yo, porque sus otros dos hijos también perdieron la vida. Uno en Corea y el otro en un accidente de coche. Toda la fortuna pasó a mi padre y, cuando él falleció, me convertí en la única heredera. Mi padre había dejado un fondo aparte para mi madrastra, así que ella no recibió nada más. Todo era para mí. En realidad, Mike, soy una de las mujeres más ricas de Estados Unidos.

—¡Dios mío! No tenía ni la menor idea.

—No quería que lo supieras. No quería decírtelo. Por eso tuve miedo cuando te dije mi nombre: Fenella Goodman. En realidad, es Guteman, pero pensé que quizás el apellido Guteman podía sonarte conocido, así que lo transformé en Goodman.

—Sí, me parece recordar vagamente el apellido, pero no creo que lo hubiera relacionado contigo. Hay muchísimas personas que llevan tu mismo apellido.

—El hecho de ser tan rica me ha llevado a vivir como en una cárcel. Mi familia contrataba a detectives para que me protegieran. Seleccionaban a mis amigos, y si había algún joven que me mostraba el más mínimo interés por mí lo investigaban a fondo ante la posibilidad de que pudiera ser un indeseable. No te puedes hacer una idea de lo agobiante que puede llegar a ser. Pero ahora es cosa del pasado y, si a ti no te importa...

—Claro que no me importa —respondí en el acto—. Tenemos años por delante para divertirnos. ¡No creo que puedas ser demasiado rica para mí!

Nos echamos a reír.

—Lo que más me gusta de ti es que seas tan natural —comentó Ellie.

—Supongo que pagarás una fortuna en impuestos, ¿verdad? Ésa es una de las pocas ventajas de ser como yo. El dinero que gano se queda en mi bolsillo y nadie puede quitármelo.

—Tendremos nuestra casa —dijo Ellie—, nuestra casa en el Campo del Gitano.

De pronto la vi temblar.

—¿Tienes frío, cariño? —le pregunté, mirando el cielo despejado.

—No.

Hacía mucho calor. Nos estábamos achicharrando. Era como estar en el sur de Francia.

—No —añadió Ellie—. Es que de pronto recordé a aquella mujer, aquella gitana que me leyó la buenaventura.

—Olvídala. Es una vieja loca.

—¿Crees que ella
está convencida
de que pesa una maldición sobre aquella tierra?

—Creo que es algo típico de los gitanos. Siempre te cuentan historias de maldiciones y embrujos.

—¿Sabes mucho sobre los gitanos?

—No sé nada de nada —respondí con toda sinceridad—. Si no quieres que vivamos en el Campo del Gitano, Ellie, compraremos una casa en cualquier otra parte. En la cima de una montaña de Gales, en la costa de España o en la campiña italiana, Santonix nos construirá una casa donde sea.

—No, quiero construirla allí, donde te vi por primera vez subiendo por la carretera. Apareciste de pronto por la curva y, al verme, te quedaste inmóvil, boquiabierto. Nunca lo olvidaré.

—Ni yo tampoco.

—Así que es ahí donde viviremos. Tu amigo Santonix será quien la construya.

—Espero que todavía esté vivo —comenté con una leve inquietud—. Estaba muy enfermo.

—Sí que está vivo. Fui a verle.

—¿Tú fuiste a verle?

—Sí. Cuando estuve en el sur de Francia. Estaba hospitalizado.

—No dejas de sorprenderme, Ellie. Eres capaz de hacer lo imposible y quedarte tan ancha.

—Creo que es una persona maravillosa, pero me asustó un poco.

—¿Te asustó?

—Sí, no sé porqué razón, pero cuando hablé con él me impresionó mucho.

—¿Le hablaste de lo nuestro?

—Sí, por supuesto. Le hablé de nosotros, del Campo del Gitano y de la casa. Me dijo que tendríamos que asumir el riesgo porque estaba muy enfermo. Así y todo, afirmó que se veía con fuerzas para ir a ver el lugar y realizar el proyecto. También comentó que no le importaría morirse antes de que se acabara la construcción, pero yo le respondí que no debía morirse antes de acabarla porque quería que nos viera allí, ocupándola.

—¿Qué te contestó?

—Me preguntó si tenía claro lo que hacía si me casaba contigo, y le respondí que por supuesto que sí.

—¿Qué más?

—Añadió que se preguntaba si

sabías lo que estabas haciendo.

—Lo sé perfectamente.

—Dijo: «Usted siempre sabrá cuál es su meta, miss Guteman. Sabe dónde quiere ir y tiene muy claro cuál es el camino. En cambio, hay muchas posibilidades de que Mike tome el camino equivocado. No ha madurado lo suficiente como para saber cuál es su objetivo en esta vida.»

BOOK: Noche Eterna
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