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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

Noche Eterna (9 page)

BOOK: Noche Eterna
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—Siempre creí que era de Cora. Siempre se ha comportado como si lo fuera.

—Los títulos de propiedad están a tu nombre. También tienes la casa de Long Island si algún día quieres ir a visitarla. Eres propietaria de varios campos de petróleo en el oeste. —Su voz era amable, discreta, pero yo tenía la sensación de que hablaba para mí. ¿Pretendía abrir una brecha entre nosotros? No estaba seguro. No parecía muy correcto echarle en cara a un hombre que su esposa tenía propiedades por todo el mundo y que era inmensamente rica. Me hubiera parecido más lógico que hubiese intentado insinuar que Ellie no era tan rica como se decía. Si yo era un caza-dotes, como era obvio que creía, la información correcta añadía agua a mi molino. Pero comprendí que Mr. Lippincott era un hombre sutil. Le hubiera sido difícil hasta al más ducho adivinar cuáles eran sus intenciones; lo que se ocultaba detrás de sus modales tan correctos y amables. ¿Intentaba a su manera hacerme sentir molesto, comunicarme que para el resto del mundo siempre sería un vulgar cazadotes? Continuó hablando con mi esposa.

—Traigo un montón de documentos que tendrás que repasar conmigo, Ellie. Necesito tu firma en un montón de papeles.

—Sí, desde luego, tío Andrew. En cualquier momento.

—No hay prisa. Tengo que atender otros asuntos en Londres y estaré aquí otros diez días.

Diez días, pensé. Eso es mucho tiempo. Rogué para que los asuntos de Lippincott no le retuvieran aquí durante diez días. Se mostraba bastante amistoso hacia mí, aunque era evidente que se reservaba su opinión en algunos aspectos. Sin embargo, me pregunté si realmente sería un enemigo. En ese caso, no sería fácil verle las cartas.

—Bien —añadió dirigiéndose a Ellie—, ahora que todos nos conocemos y hemos aceptado las condiciones que regirán en el futuro, me gustaría mantener una breve entrevista con tu marido.

—Puedes hablar con los dos —replicó Ellie dispuesta a la batalla.

—Vamos, no te enfades, cariño, no seas como una gallina protegiendo a los polluelos. —La acompañé hasta la puerta del dormitorio—. El tío Andrew quiere saber qué clase de tipo soy y está en su perfecto derecho.

Le abrí la puerta para que pasara, la cerré y después volví a la amplia y lujosa sala. Me senté en una silla y miré a Lippincott.

—Muy bien, adelante. Dispare.

—Gracias, Michael. En primer lugar, quiero asegurarte que no soy tu enemigo como crees.

—Me alegra saberlo —respondí, aunque mi tono de voz denunciaba que no estaba muy convencido.

—Te hablaré con franqueza, con mucha más sinceridad de la que podía utilizar delante de esa querida niña de la que soy tutor y a la que tanto quiero. Quizá todavía no eres consciente del todo, Michael, de que Ellie es una muchacha extraordinariamente dulce y adorable.

—No se preocupe. Estoy enamorado de ella con todo mi corazón.

—Eso no es la misma cosa —me corrigió el abogado con su tono seco—. Espero que además de estar enamorado de ella, también sepas apreciar que es un encanto y que, en algunos aspectos, es una persona muy vulnerable.

—Lo intento. No crea que no lo intento con toda mi alma. Ellie es una maravilla.

—Hecha la aclaración, continuaré con lo que estaba diciendo. Pondré mis cartas sobre la mesa para que no haya confusión posible. Tú no eres la clase de joven que yo hubiera deseado como marido de Ellie. Hubiese preferido, y su familia también, que se casara con alguien de su mismo nivel social, alguien de su ambiente.

—En otras palabras, un señorito.

—No, no me refiero exactamente a eso. Pero yo diría que unos antecedentes similares son una buena base para un matrimonio. No hablo de una actitud esnob. Después de todo, Hermán Guteman, su abuelo, comenzó trabajando de peón y acabó siendo uno de los hombres más ricos de Estados Unidos.

—Siempre está la posibilidad de que yo pueda hacer lo mismo y acabar siendo uno de los hombres más ricos de Inglaterra.

—Todo es posible —asintió Lippincott—. ¿Tienes ambiciones en ese sentido?

—No se trata sólo de una cuestión de dinero. Me gustaría llegar a alguna parte, hacer cosas y... —Vacilé sin saber cómo explicarme mejor.

—Digamos que tienes ambiciones. Bien, estoy seguro de que eso es bueno.

—La verdad es que lo tengo difícil porque empiezo de la nada. No soy nadie ni tengo nada y no pretendo afirmar lo contrario.

El abogado asintió con una expresión complacida.

—Muy sincero y muy bien dicho. Te lo agradezco. Escucha, Michael, no tengo ninguna relación de parentesco con Ellie, pero he actuado como su tutor y soy el administrador designado por su abuelo para encargarme de todo lo referente a su fortuna, inversiones y tratos comerciales, por lo cual soy en parte responsable de asegurarme de ciertos hechos. En consecuencia, quiero saber todo lo que pueda del esposo que ha escogido.

—Supongo que podrá conseguir que me investiguen y así sabrá todo lo que le interesa.

—Así es, ésa sería una de las maneras de hacerlo. Una medida de prudencia muy adecuada. Pero en realidad, Michael, prefiero saber todo lo que me interesa por tu boca. Quiero que me cuentes cómo ha sido tu vida hasta el presente.

Como es lógico, la idea no me entusiasmó y creo que él lo sabía. A nadie en mi posición le hubiera gustado. Es algo natural que uno intente pintarse lo mejor posible, algo que tengo presente desde la escuela. Siempre presumí de mis capacidades aunque a veces tuviera que exagerar un poco la verdad. Creo que es algo necesario si quieres prosperar en esta vida y conseguir lo que quieres. Tienes que ser tu propio publicista. La gente te toma por lo que dices que eres y yo no quería presentarme como un pobre diablo.

Yo estaba dispuesto a alardear delante de mis amigos y a proclamar mis supuestos méritos para conseguir un empleo. Todos tenemos un lado bueno y otro malo, y de nada sirve exhibir el malo. No, siempre había hecho todo lo posible para impresionar. Pero no me parecía sensato intentarlo con Mr. Lippincott. Había descartado la idea de ordenar que me investigaran, pero no tenía nada claro de que no lo fuera a hacer de todas maneras. Así que le dije toda la verdad, sin ningún adorno.

La pobreza de la infancia, el hecho de que mi padre había sido un borracho y que mi madre se había matado a trabajar para darme una buena educación. No oculté mi afán por vagabundear, que había cambiado constantemente de trabajo. El abogado sabía escuchar y te animaba a hablar. Era obvio que no tenía un pelo de tonto. Sólo me interrumpía para hacer alguna pregunta o un comentario que, a primera vista, no tenía mayor importancia, pero que siempre daban en el clavo.

Me obligó a estar alerta al máximo para no cometer alguna torpeza irreparable. Al cabo de diez minutos me sentí mucho más tranquilo cuando se reclinó en la silla y el interrogatorio llegó a su término.

—Tiene usted una actitud aventurera ante la vida, Mr. Rogers, perdón, Michael. No está mal. Háblame un poco más de la casa que Ellie y tú estáis construyendo.

—No está muy lejos de una ciudad llamada Market Chadwe 11.

—Sí, sé donde está. La verdad es que ayer me acerqué por allí para echarle un vistazo.

Eso me sorprendió un poco. Demostraba que era un sujeto que no se perdía detalle.

—Es un lugar muy bonito —comenté a la defensiva—, y la casa que estamos construyendo será fantástica. El arquitecto se llama Santonix, Rudolf Santonix. No sé si usted lo ha oído mencionar.

—Sí, desde luego —manifestó Lippincott—. Es un nombre bastante famoso en su profesión.

—Creo que hay algunas casas suyas en Estados Unidos.

—Sí, es un arquitecto de mucho talento y que promete. Por desgracia, creo que no goza de buena salud.

—Cree que está a punto de morir, pero yo no lo creo. Estoy seguro de que acabará por recuperarse. Los médicos son capaces de decir cualquier cosa.

—Espero que tu optimismo esté justificado. ¿Eres optimista?

—Lo soy en lo que atañe a Santonix.

—Confío en que tus deseos se hagan realidad. Creo que Ellie y tú habéis hecho una excelente operación al comprar la finca.

Me pareció muy amable de su parte que me incluyera en el elogio. No insistía en el hecho de que el dinero lo había puesto Ellie.

—Hablé con Mr. Crawford —añadió.

—¿Crawford? —Fruncí el entrecejo.

—Mr. Crawford, de Reece & Crawford, una firma de abogados ingleses. Mr. Crawford fue quien se encargó de la compra. Es un bufete de prestigio y tengo entendido que la finca se compró por un precio muy ajustado. Reconozco que me llamó un poco la atención. Estoy al corriente de los precios de la tierra en este país y la verdad es que no se me ocurre una explicación. Creo que también Mr. Crawford se sorprendió al conseguirla tan barata. Me pregunto si tú no sabrás porque la vendieron a ese precio. Mr. Crawford no quiso aventurar ninguna opinión. Incluso pareció un poco molesto cuando se lo pregunté.

—Es bastante sencillo. Está maldita.

—Perdón, Michael, ¿qué has dicho?

—Que está maldita, señor. Una maldición gitana, o algo así. En el pueblo se conoce como el Campo del Gitano.

—Ah. ¿Una leyenda?

—Sí. Es una historia bastante confusa, y no sé qué parte de ella es cierta y cuál es inventada. Al parecer, se cometió un asesinato o algo parecido hace muchos años. Un hombre, su esposa y otro hombre. El marido asesinó a los otros dos y después se suicidó. Al menos ése fue el veredicto que se pronunció en la encuesta preliminar. Pero, de inmediato, comenzaron a circular infinidad de rumores. Creo que nadie sabe lo que ocurrió de verdad. La finca ha cambiado de dueño cuatro o cinco veces desde entonces. Nadie se queda allí mucho tiempo.

—¡Ah! —exclamó Lippincott complacido—. Una de las típicas historias del folclore inglés. —Me miró con una expresión de curiosidad—. ¿Ellie y tú no tenéis miedo de la maldición? —Lo dijo con un tono despreocupado al tiempo que sonreía.

—Por supuesto que no. Nosotros no creemos en esas tonterías. La verdad es que Ellie y yo agradecemos que exista la leyenda porque nos ha permitido conseguirla a precio de saldo. —En cuanto dije esto, de pronto caí en la cuenta de una cosa: podía ser un golpe de suerte, pero con todo el dinero que tenía Ellie, con todo su patrimonio y demás, no tenía mucha importancia que comprara una finca barata o cara. Luego pensé que estaba en un error. Después de todo, su abuelo había pasado de peón a millonario. Cualquiera con esos antecedentes siempre preferiría comprar barato y vender caro.

—Bueno, yo no soy supersticioso —afirmó Lippincott—, y la vista desde vuestra propiedad es realmente magnífica. —Vaciló—. Sólo espero que cuando vayáis a vivir a vuestra casa, Ellie no escuché demasiadas historias siniestras.

—Procuraré ocultarlas todo lo que pueda. En cualquier caso, no creo que nadie tenga mayor interés en contárselas.

—A los habitantes de los pueblos les encanta repetir historias macabras —opinó el abogado—. Recuerda que Ellie no es tan fuerte como tú, Michael. Es una persona muy influenciable. Sólo en algunos aspectos, desde luego, y esto me trae... —Se interrumpió, callándose lo que iba a decir. Dio golpecitos sobre la mesa con un dedo—. Voy a abordar un tema que resulta un poco difícil. Tú acabas de decir que no conoces a Greta Andersen.

—No, todavía no me la ha presentado.

—Es extraño. Resulta bastante curioso.

—¿Por qué?

—Estaba casi seguro de que la conocías —señaló lentamente—-. ¿Qué sabes de ella?

—Sé que lleva bastante tiempo con Ellie.

—Está con Ellie desde que Ellie tenía diecisiete años. Ha desempeñado un puesto de responsabilidad y confianza. Se la contrató para que fuera a Estados Unidos en calidad de secretaria y acompañante. Algo así como una carabina para Ellie cuando Mrs. van Stuyvesant, su madrastra, estaba de viaje, algo que debo decir era muy frecuente. —Lo dijo con un tono particularmente desabrido—. Tengo entendido que es una muchacha de buena familia con excelentes referencias. Es medio alemana y medio sueca. Ellie, como es natural le ha cogido un gran afecto.

—Eso creo.

—Creo que, en algunos aspectos, Ellie está demasiado apegada a ella. Espero que no te moleste que te lo diga.

—No, ¿por qué iba a molestarme? En realidad, yo también lo he pensado en más de una ocasión. Sé que no es asunto mío, pero varias veces he acabado hasta la coronilla de tanto oír hablar de Greta. Que si Greta eso, que si Greta lo otro.

—¿Dices que Ellie no te manifestó su deseo de que conocieras a Greta?

—Verá, resulta difícil de explicar. Creo que quizá lo sugirió, pero lo hizo de una manera indirecta, y no presté mucha atención porque estábamos demasiado ocupados en conocernos. Además, supongo que no tenía ningún interés en conocerla. No quería compartir a Ellie con nadie más.

—Comprendo. ¿Ellie tampoco sugirió que Greta asistiera a la boda?

—Lo sugirió.

—Pero tú no quisiste que asistiera. ¿Por qué?

—No lo sé. Le juro que no lo Sé. Sólo tenía la sensación de que la tal Greta, una persona desconocida para mí, siempre estaba metida en todo. Ya sabe, arreglar la vida de Ellie, enviar la correspondencia, cubrirle las espaldas, inventarse un itinerario y comunicarlo a la familia como si fuera auténtico. Me pareció que Ellie dependía demasiado de Greta, que le dejaba hacer a su antojo y que siempre estaba dispuesta a hacer lo que ella dijera. Lo siento, Mr. Lippincott, quizá no tendría que decir estas cosas. Supongo que, por encima de todo lo demás, me sentía celoso. La cuestión es que me enfadé y dije que no quería ver a Greta en nuestra boda, un acto tan íntimo. Así que fuimos al ayuntamiento y nos casamos. Dos oficinistas hicieron de testigos. Quizás alguien considere que me comporté de una forma mezquina, pero quería a Ellie para mí solo.

—Es fácil de comprender y creo, si me permites decirlo, que actuaste muy sensatamente, Mike.

—Veo que a usted tampoco le gusta Greta —comenté con un tono astuto.

—No puedes hacerme partícipe de tu opinión, Michael, si todavía no conoces a Greta.

—Es cierto, pero si uno oye hablar mucho de una persona continuamente, puede llegar a hacerse una idea. Bueno, como le dije antes, creo que estaba celoso. ¿A usted por qué no le gusta Greta?

—No quiero ir más allá de lo que me corresponde —respondió el abogado—, pero tú eres el marido de Ellie y, para mí, la felicidad de ella es lo más importante. No creo que la influencia de Greta sobre Ellie sea muy beneficiosa. Asume responsabilidades que no le incumben en absoluto.

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