Nocturna (6 page)

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Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

BOOK: Nocturna
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En esta época moderna, todos los seres humanos tienen el potencial de ser ese canario avizor. La labor del equipo de Eph consistía en aislarlos cuando dejaran de trinar, tratar a los infectados y contener la propagación.

Eph preguntó:

—¿Qué sucede, Everett? ¿Murió alguien en el avión?

El director respondió:

—Todos están muertos, Ephraim. Todos.

Calle Kelton; Woodside, Queens

K
ELLY
G
OODWEATHER
se sentó a la pequeña mesa frente a Matt Sayles, el «compañero» con el que vivía (la palabra «novio» sonaba demasiado juvenil, mientras que «pareja» sonaba demasiado anticuada). Estaban compartiendo una
pizza
casera con
pesto
, tomates secos y queso de cabra, decorada con un poco de jamón crudo y acompañada de una botella de vino Merlot de once dólares y un escaso año de antigüedad. El televisor de la cocina estaba sintonizado en NYl porque a Matt le gustaban las noticias. En cuanto a Kelly, detestaba este tipo de canales con todas sus fuerzas.

—Lo siento —le dijo ella de nuevo.

Matt sonrió, haciendo un círculo desganado en el aire con su copa de vino.

—Claro que no es mi culpa. Pero sé que teníamos este fin de semana planeado para nosotros solos…

Matt se limpió los labios con la servilleta que tenía en el cuello de su camisa.

—Él suele encontrar la forma de interponerse entre nosotros. Y no me refiero a Zack.

Kelly miró la silla que estaba vacía. Era indudable que Matt quería que el chico estuviera ausente el fin de semana. Zack estaba pasando algunos fines de semana con Eph en su apartamento del Bajo Manhattan, mientras se decidía la batalla por su custodia con la mediación del tribunal. Para ella, esto significaba una cena íntima en casa, con las usuales expectativas sexuales por parte de Matt, que Kelly no tenía reparos en cumplir, y que inevitablemente hacían que valiera la pena la copa adicional de vino que ella se permitiría.

Pero no esa noche. Aunque sentía lástima de Matt, también estaba muy complacida consigo misma.

—Te debo una —le dijo ella guiñándole el ojo.

Matt sonrió en señal de derrota.

—Trato hecho.

Era por eso por lo que Matt resultaba tan reconfortante. Después de la irritabilidad de Eph, de sus estallidos, de su personalidad recia y del mercurio que circulaba por sus venas, ella necesitaba a alguien tranquilo como Matt. Se había casado con Eph siendo todavía muy joven, y aplazó muchas cosas —sus propias necesidades, ambiciones y proyectos— para ayudarle a ascender en su carrera médica. Si ella pudiera darles algún consejo sobre la vida a las niñas de cuarto grado en la Escuela Pública 69 de Jackson Heights, sería el siguiente: nunca se casen con un genio, especialmente si es apuesto. Kelly se sentía tranquila con Matt, y, de hecho, disfrutaba de la ventaja que tenía en esta relación. Ahora era su turno de recibir cuidados.

En la pequeña televisión blanca de la cocina se anunciaba el eclipse del día siguiente. El reportero ensayaba varios lentes para los ojos y los calificaba según su grado de seguridad, transmitiendo desde un quiosco en Central Park donde vendían camisetas. Los presentadores anunciaban la cobertura en vivo y en directo para la tarde siguiente.

—Será un gran espectáculo —predijo Matt, y Kelly supo gracias a ese comentario que él no permitiría que su deserción le arruinara la noche.

—Se trata de un importante evento astronómico —apostilló Kelly—, y lo están abordando como si fuera simplemente otra tormenta de nieve.

A continuación apareció el aviso «Noticia de última hora». Ésta era generalmente la señal para que Kelly cambiara de canal, pero la particularidad de la historia despertó su interés. Las cámaras de los reporteros mostraban la imagen distante de un avión en la pista de rodaje del JFK rodeado de luces. La aeronave estaba tan iluminada y con tantos vehículos y hombres alrededor, que cualquiera habría pensado que un ovni había aterrizado en Queens.

—Terroristas —dijo Matt.

El aeropuerto JFK estaba a sólo dieciséis kilómetros de distancia. El reportero informó de que la aeronave en cuestión se había apagado por completo después de un aterrizaje normal, y que hasta el momento no se había producido ningún contacto con la tripulación ni con los pasajeros. Todos los aterrizajes habían sido suspendidos como medida de precaución, y el tráfico aéreo estaba siendo desviado a Newark y a LaGuardia.

Kelly comprendió que aquel avión era la causa por la cual Eph llevaría a Zack de regreso a casa. Lo único que ella quería ahora era que Zack regresara pronto. Kelly se preocupaba mucho, y su casa era sinónimo de seguridad para ella. Era el único lugar del mundo que podía controlar.

Kelly se puso de pie y fue a la ventana que había frente al fregadero. Disminuyó la intensidad de la luz y observó el cielo, más allá del patio de su vecino. Vio las luces de los aviones dando vueltas sobre el aeropuerto LaGuardia, girando como escombros relucientes atrapados en el remolino de una tormenta. Ella nunca había estado en el centro del país, donde los tornados pueden verse a varios kilómetros de distancia, pero aquello le produjo la misma sensación, como si algo amenazante viniera en su dirección y ella no pudiera hacer nada al respecto.

E
ph llegó y estacionó el Ford Explorer del CDC. Kelly tenía una pequeña casa rodeada de setos bajos en una calle pendiente con casas de dos pisos; era un vecindario ordenado. Ella lo recibió en la acera, como si no quisiera que entrara en su casa, y lo trató como a un resfriado del que finalmente se había liberado después de una década de sufrirlo.

Se la veía más rubia y delgada; aún era muy guapa, aunque le pareció estar frente a una persona distinta; evidentemente, Kelly había cambiado mucho. En algún lugar, probablemente en una vieja caja de zapatos escondida al fondo de un armario, estaban las fotos de la boda de una mujer joven y sosegada, con el velo corrido, sonriéndole triunfalmente a su novio de esmoquin, los dos jóvenes y felizmente enamorados.

—Había sacado todo el fin de semana —dijo él, saliendo del auto delante de Zack, y empujando la verja de hierro—. Es una emergencia.

Matt Sayles salió al corredor iluminado, y se detuvo en el escalón superior. Tenía la servilleta metida en su camisa, tapándole el logo de Sears, pues administraba la tienda del centro comercial de Rego Park.

Eph fingió ignorar su presencia, y se mantuvo concentrado en Kelly y en Zack, quien cruzó el jardín. Kelly le sonrió, y Eph no pudo dejar de preguntarse si ella prefería eso: que Zack se fuera con él para pasar sola un fin de semana con Matt. Kelly lo abrazó de forma protectora.

—¿Estás bien, Z?

Zack asintió.

—Me imaginó que estás decepcionado.

Zack asintió de nuevo.

Ella vio la caja y los cables en su mano.

—¿Qué es eso?

Eph se adelantó:

—Es el nuevo sistema de juegos de Zack. Se lo he prestado para el fin de semana. —Eph miró a Zack, su cabeza contra el pecho de su madre, con su mirada perdida—. Pero si puedo desocuparme, tal vez mañana, esperemos que así sea, regresaré por ti y recuperaremos lo que podamos de este fin de semana. ¿De acuerdo? Ya sabes que te lo compensaré, ¿verdad?

Zack asintió con su mirada todavía distante.

Matt le dijo:

—Ven, Zack. Veamos si podemos conectar eso.

Era un tipo amable y de fiar. Era indudable que Kelly lo había entrenado bien. Eph lo vio abrazar a su hijo, y Zack miró una última vez a Eph.

Ahora estaba solo, y él y Kelly se miraron mutuamente en el pequeño pedazo de césped. Detrás de ella, sobre el techo de su casa, giraban las luces de los aviones que esperaban la orden para aterrizar en alguno de los dos aeropuertos alternos de la ciudad de Nueva York. Toda la red de transportes, sin mencionar las diversas agencias gubernamentales y las encargadas del cumplimiento de la ley, estaban esperando a este hombre que miraba a una mujer que decía no amarlo más.

—Es ese avión, ¿verdad?

Eph asintió.

—Todos están muertos. Todos los que iban a bordo.

—¿Todos están muertos? —Los ojos de Kelly brillaron de preocupación—. ¿Qué…? ¿Cómo pudo ser?

—Eso es lo que tengo que averiguar.

Eph sintió que la urgencia de su trabajo comenzaba a agobiarlo. Le había fallado a Zack, pero el mal ya estaba hecho y tenía que seguir adelante. Se metió la mano en el bolsillo y le entregó un sobre cerrado con un clip.

—Para mañana por la tarde —le dijo—. Por si no regreso antes.

Kelly vio las entradas, frunció el ceño al ver el precio y las metió de nuevo en el sobre. Lo miró con una expresión cercana a la simpatía.

—Procura no olvidar nuestra reunión con la doctora Kempner.

Era la terapeuta de familia, y quien decidiría la custodia de Zack.

—Por supuesto —respondió—. Estaré allí sin falta.

—Ten cuidado —dijo ella.

Eph asintió y se marchó.

Aeropuerto Internacional JFK

U
NA MULTITUD SE HABÍA REUNIDO
fuera del aeropuerto, atraída por el evento inexplicable, extraño y potencialmente trágico. Mientras Eph conducía, la radio abordaba el asunto del avión como un posible secuestro, y especulaba sobre un vínculo con algún conflicto internacional.

En la terminal, dos vehículos del aeropuerto pasaron al lado de Eph. Uno de ellos llevaba a una madre en llanto, tomando de la mano a un par de niños asustados; en el otro iba un hombre de raza negra con un ramo de rosas rojas en su regazo. Eph no pudo dejar de pensar en los niños como Zack y en las mujeres como Kelly que estarían en el avión. Pensó detenidamente en eso.

Su equipo lo estaba esperando frente a la puerta de embarque número seis. Como siempre, Jim Kent hablaba por teléfono a través del micrófono que tenía en la oreja; era el encargado de manejar los aspectos burocráticos y políticos del control de enfermedades en el CDC. Tapó el micrófono del teléfono con la mano y dijo a manera de introducción:

—No hay informes similares en ninguna otra parte del país.

Eph subió al vehículo de la aerolínea y se sentó en la parte posterior, al lado de Nora Martínez. Nora, bioquímica de formación, era su mano derecha en Nueva York. Llevaba guantes de nailon, pálidos, suaves y lúgubres como azucenas. Ella le abrió un poco de espacio y él lamentó la atmósfera enrarecida.

El coche se puso en movimiento y Eph olió la sal del mar en el viento.

—¿Cuánto tiempo estuvo el avión en la pista antes de oscurecerse? —preguntó.

—Seis minutos —contestó Nora.

—¿No hubo contacto por la radio? ¿La del piloto también se apagó?

Jim se dio la vuelta y respondió:

—Presumiblemente, pero no se ha confirmado. Los agentes de la Autoridad Portuaria ingresaron en la cabina de pasajeros, vieron una multitud de cadáveres y salieron tan rápido como habían entrado.

—Espero que hayan utilizado máscaras y guantes.

—Afirmativo.

El vehículo dobló por una esquina, y sus ocupantes vieron el avión que estaba en la distancia. Era una enorme aeronave, que, iluminada desde distintos ángulos, brillaba como la luz del día. La bruma de la bahía cercana formaba un aura resplandeciente alrededor del fuselaje.

—¡Qué cosa! —exclamó Eph.

—Le dicen el triple siete —comentó Jim—. El
777
es el birreactor más grande del mundo. Tiene un diseño único y está equipado con tecnología punta. Y por eso a las autoridades les intriga que todos los equipos se hayan apagado. Creen que se trata de un acto de sabotaje.

Las llantas del tren de aterrizaje eran enormes. Eph miró el orificio negro de la puerta abierta sobre el ala izquierda.

—Ya hicieron un examen para detectar gases o cualquier otra sustancia fabricada por el hombre —dijo Jim—. No saben qué hacer; simplemente tienen que comenzar de cero.

—Y nosotros somos esa cifra —replicó Eph.

Aquella nave silenciosa y misteriosamente ocupada por personas muertas era como si un agente de HAZMAT
[2]
que trabaja con sustancias peligrosas un día despertara con un tumor en la espalda. El equipo de Eph estaba al frente del laboratorio de biopsias encargado de informarle a la Administración Federal de Aviación si tenía señales de cáncer o no.

Los oficiales de la TSA
[3]
, vestidos de chaqueta azul, acudieron a Eph tan pronto se detuvo el coche para darle la misma información que le había suministrado Jim. Le hicieron preguntas y hablaron entre ellos como si fueran reporteros.

—Esto ya ha ocurrido demasiado —dijo Eph—. La próxima vez que suceda algo así de inexplicable, nos llaman en segundo lugar. Primero los de HAZMAT, y luego nosotros. ¿Entendido?

—Sí, doctor Goodweather.

—¿El equipo HAZMAT está listo?

—Está a la espera.

Eph se detuvo frente a la furgoneta del CDC.

—Debo decir que esto no tiene apariencia de formar parte de un evento contagioso espontáneo. ¿Seis minutos en tierra? El factor tiempo es sumamente corto.

—Tuvo que ser un acto deliberado —dijo uno de los oficiales de la TSA.

—Es probable —replicó Eph—. Tal como están las cosas, debemos aplicar una estrategia de contención en términos de lo que pueda esperarnos allí. —Le abrió la puerta trasera de la furgoneta a Nora—. Nos pondremos los trajes y veremos qué hay.

Una voz lo detuvo.

—Uno de los nuestros va en ese avión.

—¿Uno de quiénes?

—Un agente federal aéreo. Es un procedimiento normal en vuelos internacionales en los que participan aeronaves norteamericanas.

—¿Iba armado?

—Sí, tal como se acostumbra.

—¿Los ha llamado? ¿Les ha hecho alguna advertencia?

—Absolutamente nada. Seguramente fueron aniquilados de inmediato.

Eph asintió, y observó la expresión preocupada de los hombres.

—Quiero su número de asiento. Comenzaremos por ahí.

E
ph y Nora subieron a la furgoneta del CDC, cerraron la doble puerta de atrás y se olvidaron de todo el frenesí que había en la pista de rodaje.

Tomaron dos trajes de contención nivel A de un armario. Eph se quitó la ropa y quedó en camiseta y calzoncillos, y Nora en sostén deportivo negro y bragas color lavanda. Ambos movieron sus codos y rodillas como pudieron dentro de la estrecha furgoneta Chevy. El pelo de Nora era grueso, oscuro y desafiantemente largo para una epidemióloga de campo. Se lo recogió con una cinta elástica, moviendo sus manos con rapidez y determinación. Su cuerpo era agradable y voluptuoso, y su piel tenía el tono cálido del pan ligeramente tostado.

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