Nocturna (2 page)

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Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

BOOK: Nocturna
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»Algunos afirmaban que, al caer la noche, se oía al gigante rondar por la aldea. Fueron los niños quienes se encargaron de difundir la historia según la cual decían haber escuchado el
pic-pic-pic
del bastón que Sardu ahora utilizaba no para caminar, sino para invitarlos a salir de sus camas y obsequiarles baratijas y golosinas. Los incrédulos eran invitados a mirar los hoyos del suelo, algunos justo afuera de las ventanas de sus habitaciones, pequeños hoyitos como si fueran de su bastón con cabeza de lobo.

Los ojos de la Bubbeh se ofuscaron. Miró el plato de su nieto y vio que estaba casi vacío.

—Entonces, Abraham, comenzaron a desaparecer varios niños de la aldea. Circularon historias de otros que también desaparecieron de las aldeas cercanas, incluso de la mía. Sí, Abraham, cuando era niña tu Bubbeh vivía tan sólo a medio día de camino del castillo de Sardu. Recuerdo a dos hermanas cuyos cuerpos fueron encontrados en un claro del bosque, tan blancas como la nieve que las rodeaba, sus ojos abiertos y cristalizados por el hielo. Una noche, yo misma escuché
el pic-pic-pic
; era un sonido fuerte, rítmico y no muy distante. Me cubrí la cabeza con la manta para no oírlo más y luego pasé varias noches sin dormir.

Abraham terminó la sopa mientras escuchaba el final de la historia.

—Casi toda la aldea de Sardu fue abandonada y se convirtió en un lugar maldito. Cuando la caravana de gitanos pasaba por nuestra aldea, vendiendo sus mercancías exóticas, nos hablaban de sucesos extraños, de encantamientos y apariciones cerca del castillo; de un gigante que erraba por los campos iluminados por la Luna como un dios nocturno. Fueron ellos quienes nos advirtieron: «Coman para que sean fuertes, o Sardu vendrá por ustedes». Ya ves que no se trata de un juego, Abraham.
Ess gezunterhait
, come para que seas fuerte. No dejes nada en el plato, pues de lo contrario Sardu vendrá por ti. —Con esta frase, la anciana dejó atrás aquel oscuro recuerdo de su infancia y sus ojos recobraron su brillo habitual—. Sardu vendrá.
Pic-pic-pic.

Abraham dejó el plato vacío, sin el menor rastro de remolacha. La historia había terminado, pero su estómago y su mente estaban rebosantes, al igual que su corazón. Su comportamiento en la mesa había complacido a su Bubbeh, y el rostro de la anciana le pareció la expresión más clara de amor que podía existir. En la privacidad de ese momento, y en torno a la desvencijada mesa familiar, la abuela y su nieto —con una generación de por medio— compartieron el alimento del corazón y del alma en perfecta comunión.

D
iez años después, la familia Setrakian tuvo que dejar atrás su taller de ebanistería y su aldea, no por causa de Sardu, sino por los alemanes. Una noche, conmovido por la generosidad de esa familia que había compartido su ración con él sobre aquella misma mesa, el oficial nazi acantonado en su casa les aconsejó que no obedecieran la orden de reunirse en la estación del tren y abandonaran la aldea esa misma noche.

Y eso hicieron. Los ocho miembros de la familia partieron hacia el campo con las pocas pertenencias que pudieron cargar, pero se retrasaron por causa de la abuela. Peor aún, ella lo sabía, y se maldijo a sí misma y a sus piernas viejas y cansadas por poner a toda la familia en peligro. Reanudaron la marcha y el resto de la familia siguió adelante, pero Abraham —quien ahora era un joven fuerte y prometedor, todo un ebanista a pesar de su tierna edad y un estudioso del Talmud particularmente interesado en el Zohar, los secretos de los misticismos judíos— decidió permanecer al lado de su abuela. Cuando supieron que sus familiares habían sido detenidos en el pueblo más cercano y deportados en un tren a Polonia, la Bubbeh, desgarrada por la culpa, insistió, por el bien de su nieto, en que la dejara entregarse a los alemanes.

—Huye, Abraham. Huye de los nazis y de Sardu.
Escapa.

Pero él no la obedeció. No dejaría que lo separaran de su abuela.

Al día siguiente la encontró tendida en el suelo, junto a la cama que habían compartido en casa de unos granjeros que les dieron posada. Tenía los labios resquebrajados y negros como el carbón, y una mancha del mismo color alrededor del cuello, producto del veneno para ratas que había ingerido la noche anterior. Con la venia de la familia protectora, Abraham Setrakian la enterró debajo de un abedul en flor. Talló con paciencia una hermosa lápida de madera con flores y pájaros, y otros motivos que la habían alegrado en vida. Lloró, inconsolable, y luego se marchó.

Se escabulló de los nazis, pero siguió escuchando un
pic-pic-pic
detrás de él…

El Mal lo seguía muy de cerca.

Grabadora de voz de la cabina
de mando N323RG

Fragmentos. Transcripción NTSB, vuelo 753, de Berlín (TXL) a Nueva York (JFK), 24/09/10:

2049:31
[El micrófono para dirigirse a los pasajeros está encendido].

C
AP.
P
ETER
J
.
M
OLDES
: «Señores pasajeros, les habla el capitán Moldes desde la cabina de mando. Estaremos aterrizando en pocos minutos y sin contratiempos. Simplemente quiero agradecerles, en nombre del primer oficial Nash y de toda la tripulación, por haber elegido Aerolíneas Regis. Espero que vuelvan a utilizar nuestros servicios…».

2049:44
[El micrófono para dirigirse a los pasajeros está apagado].

C
AP.
P
ETER
J
.
M
OLDES
: «… para así poder conservar nuestros trabajos». [Risas en la cabina].

2050:01
Control de tráfico aéreo de Nueva York (JFK): «Regis 7-5-3, aproximándose por la izquierda, en dirección 1-0-0. Listo para aterrizar en la pista 13R».

C
AP.
P
ETER
J
.
M
OLDES
: «Regis 7-5-3, aproximándose por la izquierda, en dirección 1-0-0, aterrizando en la 13R. Todo bajo control».

2050:15
[El micrófono para dirigirse a los pasajeros está encendido].

C
AP.
P
ETER
J
.
M
OLDES
: «Auxiliares de vuelo, prepárense para aterrizar».

2050:18
[El micrófono para dirigirse a los pasajeros está apagado].

R
ONALD
W
.
N
ASH IV
, P
RIMER
O
FICIAL
: «Equipo de aterrizaje listo».

C
AP.
P
ETER
J
.
M
OLDES
: «Siempre es agradable regresar a casa…».

2050:41
[Ruido de un golpe. Estática. Sonido agudo].

F
IN DE LA TRANSMISIÓN
.

Torre de control del Aeropuerto
Internacional JFK

L
e decían el plato. Era de un verde monocromado y brillante (el JFK llevaba más de dos años esperando nuevas pantallas de colores), como un plato de sopa de guisantes al que le hubieran agregado grupos de letras con señales luminosas codificadas. Cada señal luminosa representaba cientos de vidas humanas, o
almas
, para decirlo en la antigua jerga náutica que perdura hasta el día de hoy en la navegación aérea.

Cientos de almas.

Tal vez era por eso por lo que todos los controladores de tráfico aéreo le decían «Jimmy el Obispo» a Jimmy Mendes. El Obispo era el único controlador aéreo que permanecía de pie durante su turno de ocho horas, con un lápiz número 2 en su mano y caminando de un lado para el otro de la torre de control, a noventa y ocho metros sobre el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, desde donde hacía aterrizar a los aviones comerciales que arribaban a Nueva York como un pastor orientando a su rebaño. Utilizaba el borrador rosado para visualizar la nave que tenía bajo su control y observar la distancia entre las aeronaves, en lugar de recurrir exclusivamente a la pantalla bidimensional de su radar.

Allí, donde a cada segundo titilaban cientos de almas.

—United 6-4-2, doble a la derecha en dirección 1-0-0; suba a cinco mil pies.

Pero no podías pensar así cuando estabas en el plato. No podías pensar demasiado en todas esas almas cuyos destinos estaban bajo tu control: seres humanos confinados dentro de misiles alados que volaban por los aires. Es imposible estar pendiente de todo: los aviones en tu plato, los controladores a tu alrededor sosteniendo conversaciones codificadas a través de sus auriculares, los otros aviones en sus platos, y también la torre de control del Aeropuerto LaGuardia… y las de cada aeropuerto en cada ciudad de los Estados Unidos… y de todo el mundo.

Calvin Buss, el administrador de control de tráfico aéreo, y supervisor inmediato de Jimmy el Obispo, se le acercó por detrás. Se había tomado un corto descanso; de hecho, aún estaba masticando comida.

—¿Cómo vas con el Regis 7-5-3?

—El 7-5-3 ya aterrizó. —Jimmy el Obispo miró rápidamente su plato para confirmarlo—. Se está acercando a la puerta. —Miró de nuevo la planilla de las puertas de embarque, buscando el 7-5-3—. ¿Por qué?

—El radar terrestre dice que tenemos una nave detenida en Foxtrot.

—¿En la pista de rodaje? —Jimmy miro otra vez su plato, asegurándose de que todos los comandos estuvieran funcionando bien, y abrió de nuevo su canal a DL753—. Regis 7-5-3, aquí torre de control del JFK. —No recibió respuesta y lo intentó de nuevo—. Regis 7-5-3, aquí torre de control del JFK; adelante. —Esperó, pero no escuchó siquiera el clic de la radio—. Regis 7-5-3; aquí torre de control del JFK. ¿Me escucha?

Un auxiliar se les acercó por detrás.

—¿Un problema con el sistema de comunicación? —sugirió.

—Seguramente es un fallo mecánico serio —contestó Calvin Buss—; Alguien dijo que el avión se había oscurecido.

—¿Oscurecido? —exclamó Jimmy el Obispo, pensando en el golpe de suerte que hubiera sido que una nave presentara desperfectos mecánicos serios justo después de aterrizar. Memorizó el número 753 para jugarlo a la lotería cuando regresara a casa.

Calvin conectó su auricular en el
b-comm
de Jimmy.

—Regis 7-5-3. Aquí torre de control del JFK. Por favor, responda. Regis 7-5-3… aquí torre, cambio.

Esperó, pero no obtuvo respuesta.

Jimmy el Obispo miró los puntos luminosos en el plato: no había señales de alerta, y ningún avión mostraba problemas.

—Será mejor desviarlos lejos de Foxtrot —dijo.

Calvin desconectó el auricular y retrocedió. Su mirada se concentró en la media distancia, observando más allá de la consola de Jimmy por las ventanas de la cabina de la torre, en dirección a la pista de rodaje. Su mirada denotaba tanta confusión como preocupación.

—Necesitamos despejar Foxtrot. —Se dirigió al auxiliar de tráfico—: Envía a alguien para que haga una inspección visual.

Jimmy el Obispo se agarró el abdomen, como si quisiera meter la mano debajo de su piel para mitigar la náusea que sentía en la boca del estómago. Su profesión era básicamente la de un partero, pues ayudaba a los pilotos a sacar sus aviones llenos de almas fuera del útero del vacío y los conducía a tierra, sanos y salvos. Sintió punzadas de temor, al igual que un médico al recibir su primer nacido muerto.

Terminal 3, pista de estacionamiento

L
ORENZA
R
UIZ
se dirigía hacia la puerta en el transportador de equipaje, que básicamente es una rampa hidráulica sobre ruedas. Cuando el 753 no apareció en la esquina a la hora establecida, fue a echar un vistazo, pues pronto se tomaría su descanso. Llevaba protectores auditivos, un suéter de los Mets debajo de su chaleco reflector, gafas —el polvo de la pista era insoportable—, y los dos bastones luminosos para guiar al avión hasta la puerta de embarque descansaban en el asiento, junto a sus caderas.

—¿Qué diablos pasa aquí?

Se quitó las gafas, como si necesitara ver directamente con sus ojos. Allí estaba el gran Regis
777
, una de las nuevas adquisiciones de la flota, sumido en la oscuridad de la Foxtrot. En la
oscuridad total
, sin siquiera las luces de navegación de las alas. El cielo estaba vacío aquella noche; la Luna llena de cráteres, las estrellas secas: no había
nada
. Lo único que alcanzó a ver fue la superficie suave y tubular del fuselaje y de las alas brillando débilmente bajo las luces de aterrizaje de los aviones que se aproximaban. Uno de ellos, el 1567 de Lufthansa, por poco choca contra el avión detenido.

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