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Authors: Dan Simmons

Olympos (17 page)

BOOK: Olympos
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—¿Y qué han aprendido? —preguntó Hockenberry. No esperaba comprenderlo, pero se sintió receloso de los moravecs por primera vez.

El Retrógrado Sinopessen, el trenecito de patas de araña, respondió con su incongruente gruñido.

—Todo lo que hemos aprendido es aterrador. Absolutamente aterrador. Esa palabra sí que la entendía Hockenberry.

—¿Porque la como-se-llame cuántica es inestable? Mahnmut y Orphu me dijeron que ustedes ya lo sabían antes de enviarlos a Marte. ¿Es peor de lo que pensaban?

—No es sólo eso —dijo Asteague/Che—, sino nuestra creciente comprensión de cómo usan esta energía de campo cuántico la fuerza o las fuerzas que hay tras estos supuestos dioses.

«Fuerza o fuerzas que hay tras los dioses.» Hockenberry captó el detalle pero no insistió.

—¿Cómo la están usando?

—Los olímpicos usan ondas, pliegues en el campo cuántico para hacer volar sus carros — dijo el ganimediano, Suma IV. Los ojos multifacetados de la alta criatura captaban la luz en un prisma de reflejos.

—¿Eso es malo?

—Es como si usara usted un arma termonuclear para suministrar energía a una bombilla de su casa —dijo Cho Li con su suave voz femenina—. La energía que están empleando es casi inconmensurable.

—Entonces, ¿por qué no han ganado los dioses esta guerra? —preguntó Hockenberry—. Parece que la tecnología de ustedes ha igualado la de ellos... incluso la égida de Zeus.

Beh bin Adeen, el comandante rocavec, fue quien contestó.

—Los dioses utilizan sólo una mínima fracción de energía cuántica en y alrededor de Marte e Ilión. No creemos que comprendan la tecnología que hay detrás de su poder. Les ha sido... prestada.

—¿Por quién? —Hockenberry tenía de pronto mucha sed. Se preguntó si los moravecs habían incluido algún alimento o bebida humanos en su burbuja presurizada.

—Para averiguar eso vamos a ir a la Tierra —dijo Asteague/Che.

—¿Por qué usar una nave espacial? —contestó Hockenberry.

—¿Disculpe? —preguntó Cho Li con voz suave—. ¿Cómo si no viajar entre mundos?

—Del mismo modo que llegaron ustedes a Marte durante su invasión —respondió

Hockenberry—. Usen uno de los Agujeros.

Asteague/Che sacudió la cabeza de un modo similar a Mahnmut.

—No hay Agujeros de túnel cuántico Brana entre Marte y la Tierra.

—Pero ustedes crearon sus propios Agujeros para llegar desde el espacio de Júpiter y el Cinturón, ¿no? —dijo Hockenberry. Le dolía la cabeza—. ¿Por qué no volver a hacerlo?

Cho Li respondió.

—Mahnmut consiguió colocar nuestro transpondedor exactamente en el lugar quincunx del flujo cuántico en el Olimpo. No tenemos ninguno en la Tierra ni en la órbita cercana a la Tierra para hacer eso ahora. Ése es uno de los objetivos de nuestra misión. Llevaremos un transpondedor similar, aunque actualizado.

Hockenberry asintió, pero no estaba seguro de si lo hacía para manifestar su acuerdo. Intentaba recordar la definición de «quincunx». ¿Era un rectángulo con un quinto punto en el centro o algo que tenía que ver con los pétalos? Sabía que tenía que ver con el número cinco.

Asteague/Che se inclinó sobre la mesa.

—Doctor Hockenberry, ¿puedo darle una breve explicación de por qué este frívolo uso de energía cuántica nos aterra?

—Por favor.

«Qué buenos modales», pensó Hockenberry, que había pasado demasiado tiempo con los héroes griegos y troyanos.

—¿No ha advertido nada raro en la gravedad, en el Olimpo y el resto de Marte, durante sus más de nueve años yendo de allí a Ilión, doctor?

—Bueno... sí, claro... Siempre me sentía un poco más liviano en el Olimpo. Incluso antes de que me diera cuenta de que estaba en Marte, que fue después de que aparecieran ustedes. ¿Y? Es lo normal, ¿no? ¿No tiene Marte menos gravedad que la Tierra?

—Bastante menos —trinó Cho Li... A Hockenberry su voz le pareció una flauta. La flauta de Pan—. Es aproximadamente de trescientos setenta y dos kilómetros por segundo al cuadrado.

—Traduzca —dijo Hockenberry.

—El treinta y ocho por ciento del campo gravitatorio de la Tierra —dijo el Retrógrado Sinopessen—. Y usted se desplazaba, se teletransportaba cuánticamente en realidad, entre la gravedad de la Tierra y la del Olimpo cada día. ¿Advertía una diferencia del sesenta y dos por ciento en la gravedad, doctor Hockenberry?

—Por favor, llámenme Thomas —dijo Hockenberry, distraído. «¿Un sesenta y dos por ciento de diferencia? Casi estaría flotando como un globo, en Marte... dando saltos de veinte metros. Tonterías.»

—No observó esta diferencia gravitacional —afirmó Asteague/Che.

—De hecho, no —reconoció Hockenberry. Siempre se sentía un poco más ligero cuando regresaba al Olimpo después de un largo día observando la guerra de Troya... y no sólo en la montaña, sino en los barracones de los escólicos situados en la base del enorme macizo. Era un poco más fácil, un poco menos costoso andar y cargar cosas... pero ¿una diferencia del sesenta y dos por ciento? Ni de coña—. Había diferencia —añadió—, pero no tanta.

—No advirtió ninguna diferencia significativa, doctor Hockenberry, porque la gravedad del Marte en el que ha estado viviendo durante los últimos diez años, y donde hemos estado combatiendo durante los últimos ocho meses terrestres estándar, es del noventa y tres punto ocho-dos-uno la normal de la Tierra.

Hockenberry reflexionó sobre esto un momento.

—¿Y? —dijo por fin—. Los dioses ajustaron la gravedad cuando añadieron el aire y los océanos. Son dioses, después de todo.

—Son algo —convino Asteague/Che—, pero no lo que parecen.

—¿Tan difícil es modificar la gravedad de un planeta? —preguntó Hockenberry.

Se instaló el silencio, y aunque Hockenberry no vio a ninguno de los moravecs volver la cabeza o los ojos o lo que fuera para mirar a ningún otro moravec, tuvo la sensación de que todos estaban muy ocupados comunicándose entre sí por alguna frecuencia de radio: «¿Cómo se lo explicamos a este humano idiota?»

—Es muy difícil —dijo finalmente Suma IV, el alto ganimediano.

—Aún más difícil que terraformar un mundo como el Marte original en menos de siglo y medio —trinó Cho Li—. Cosa que es imposible.

—La gravedad es igual a la masa —dijo el Retrógrado Sinopessen.

—¿Lo es? —dijo Hockenberry, consciente de lo estúpido que parecía pero sin que le importara—. Siempre he pensado que era lo que sujetaba las cosas.

—La gravedad es un efecto de la masa del espacio-tiempo —continuó la araña plateada—. El Marte actual tiene tres punto nueve-seis veces la densidad del agua. El Marte original, el mundo preterraformado que observamos no hace mucho más de un siglo, tenía tres punto nueve-cuatro veces la densidad del agua.

—No parece un gran cambio —dijo Hockenberry.

—No lo es —convino Asteague/Che—. No explica un aumento en la atracción gravitatoria de casi el cincuenta y seis por ciento.

—La gravedad es también aceleración —dijo Cho Li con sus tonos musicales.

Hockenberry ya estaba completamente perdido. Había ido a enterarse de la inminente visita a la Tierra y a oír por qué querían que los acompañara, no para que le dieran lecciones como si fuera un estudiante de octavo curso especialmente torpe.

—Entonces ellos... alguien, no los dioses, cambió la gravedad de Marte —dijo—. Y ustedes piensan que eso es muy difícil.

—Es una gran hazaña, doctor Hockenberry —dijo Asteague/Che—. Quienquiera o lo que quiera que sea que manipuló la gravedad de Marte de esta forma es un maestro de la gravedad cuántica. Los Agujeros... como se les llama, son túneles cuánticos que también doblan y manipulan la gravedad.

—Agujeros de gusano —dijo Hockenberry—. Los conozco. —«Por
Star Trek
», pero no lo dijo—. Agujeros negros —añadió—. Y agujeros blancos.

Acababa de agotar todo su vocabulario sobre el tema. Incluso tipos tan ignorantes en ciencias como el viejo doctor Hockenberry sabían a finales del siglo XX que el universo estaba lleno de agujeros de gusano que conectaban lugares distantes de la galaxia con otras y que atravesabas un agujero negro y salías por uno blanco. O a lo mejor era al revés.

Asteague/Che sacudió la cabeza como hacía Mahnmut.

—No agujeros de gusano. Agujeros Brana... como en membrana. Parece que los posthumanos en órbita de la Tierra usaron agujeros negros para crear agujeros de gusano temporales, pero los Agujeros Brana, y debe recordar que sólo queda uno, el que conecta Marte e Ilión, los otros han perdido estabilidad y se han deteriorado, no son agujeros de gusano.

—Estaría usted muerto si intentara atravesar un agujero de gusano o un agujero negro —dijo Cho Li.

—Espaguetificado —dijo el general Beh bin Adee. Parecía que al rocavec le gustaba la idea de la espaguetificación.

—Ser espaguetificado... —empezó a explicar el Retrógrado Sinopessen.

—Capto la idea —dijo Hockenberry—. Así que por el uso que hacen de la gravedad cuántica y estos Agujeros Brana cuánticos el adversario resulta mucho más temible de lo que esperaban.

—Sí —respondió Asteague/Che.

—Y ustedes van a ir en esa gran nave espacial a la Tierra para averiguar quién o qué creó esos Agujeros, terraformó Marte y creó probablemente a los dioses también.

—Sí.

—Y quieren que yo los acompañe.

—Sí.

—¿Por qué? —dijo Hockenberry—. ¿Qué posible contribución podría hacer yo a...? —Se interrumpió y se tocó el bulto que llevaba bajo la túnica, el pesado círculo que pendía sobre su pecho—. El medallón TC.

—Sí —dijo Asteague/Che.

—Cuando ustedes llegaron, les presté el medallón seis días. Temía que no me lo devolvieran nunca. Me hicieron análisis también... de sangre, ADN, toda la pesca. Creía que ya habrían fabricado un millar de medallones TC.

—Si fuéramos capaces de fabricar una docena... media docena... uno solo —gruñó el general Beh bin Adee—, la guerra con los dioses habría terminado y el Olimpo habría sido ocupado.

—No podemos fabricar un aparato TC —dijo Cho Li.

—¿Por qué? —A Hockenberry el dolor de cabeza lo estaba matando.

—El medallón TC fue programado personalmente para su mente y su cuerpo —dijo Asteague/Che con su meliflua voz de James Mason—. Su mente y su cuerpo están... personalizados para funcionar con el medallón TC.

Hockenberry reflexionó al respecto. Por fin sacudió la cabeza y tocó de nuevo el pesado medallón.

—Eso no tiene ningún sentido. Esta cosa era estándar. Los escólicos teníamos que ir a sitios predeterminados para regresar al Olimpo: los dioses nos TCeaban de vuelta. Era una especie de «teletransporte, Scotty», si comprenden a qué me refiero, que no pueden.

—Sí, lo comprendemos perfectamente —dijo el tren Lionel, alzándose sobre sus patas plateadas de araña de un milímetro de grosor—. Me encanta ese programa. Tengo grabados todos los episodios. Sobre todo la primera serie... Siempre me he preguntado si había alguna especie de relación físico-romántica oculta entre el capitán Kirk y el señor Spock.

Hockenberry iba a responder, pero se calló.

—Miren —dijo por fin—, la diosa Afrodita me dio este medallón para que pudiera espiar a Atenea, a quien quería matar. Pero eso fue más de nueve años después de que yo empezara a trabajar como escólico, pasando del Olimpo a Ilión. ¿Cómo podría mi cuerpo haber sido «personalizado» para funcionar con el medallón si nadie sabía que...?

Se interrumpió. Un atisbo de náusea empezaba a acumularse tras el dolor de cabeza. Se preguntó si dentro de aquella burbuja azul el aire era sano.

—Usted fue... reconstruido... originalmente para trabajar con el medallón TC —dijo Asteague/Che—. Igual que los dioses fueron diseñados para TCearse por su cuenta. De esto estamos seguros. Quizá la respuesta se encuentra en la Tierra o en la órbita de la Tierra, en uno de los cientos de miles de aparatos y ciudades orbitales posthumanos que hay allí.

Hockenberry se arrellanó en su silla. Había advertido al sentarse a la mesa que su asiento era el único que tenía respaldo. Los moravecs habían sido muy considerados.

—Quieren que forme parte de la expedición para que pueda TCearme de vuelta si las cosas salen mal —dijo—. Soy como esas balizas de emergencia que llevaban los submarinos nucleares de mi época. Sólo las lanzaban cuando sabían que estaban jodidos.

—Sí —dijo Asteague/Che—. Ése es precisamente el motivo por el que queremos que venga en este viaje.

Hockenberry parpadeó.

—Bueno, son sinceros... eso lo reconozco. ¿Cuáles son los objetivos de esta expedición?

—Objetivo uno: encontrar la fuente de la energía cuántica —dijo Cho Li—. Y desconectarla, si es posible. Amenaza todo el sistema solar.

—Objetivo dos: establecer contacto con cualquier humano o posthumano superviviente en el planeta o sus alrededores para interrogarlo respecto a los motivos para esta conexión de los dioses de Ilión y la peligrosa manipulación cuántica que los rodea —dijo el gris ganimediano, Suma IV.

—Objetivo tres: localizar los túneles cuánticos ocultos y cualquier otro túnel adicional y ver si pueden equiparse para realizar viajes interplanetarios o interestelares —dijo el Retrógrado Sinopessen.

—Objetivo cuatro: encontrar a las entidades alienígenas que entraron en nuestro sistema solar hace mil cuatrocientos años, a los auténticos dioses que hay detrás de estos dioses olímpicos enanos, como si dijéramos, y razonar con ellos —dijo el general Beh bin Adee—. Y si no se puede razonar, destruirlos.

—Objetivo cinco —dijo Asteague/Che suavemente, con su pausado acento británico—: devolver a todos nuestros moravecs y tripulantes humanos a Marte... vivos y funcionando.

—Me gusta este objetivo, al menos —repuso Hockenberry. Tenía el corazón desbocado y el dolor de cabeza se había convertido en la clase de migraña que sufría cuando era estudiante, durante la época más desgraciada de su vida anterior. Se puso de pie.

Los cinco moravecs lo imitaron rápidamente.

—¿Cuánto tiempo tengo para decidir? —preguntó Hockenberry—. Porque si se van a marchar dentro de una hora, entonces no voy. Quiero pensármelo.

—La nave no estará lista y aprovisionada hasta dentro de cuarenta y ocho horas —dijo Asteague/Che—. ¿Le gustaría esperar aquí mientras se lo piensa? Hemos preparado una habitación adecuada para usted en una zona tranquila del...

—Quiero regresar a Ilión —dijo Hockenberry—. Allí podré pensar mejor.

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