Oscura (11 page)

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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

BOOK: Oscura
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Veo que estás vestido como un hombre santo. Alguna vez me hablaste de tu Dios. ¿Crees que fue Él quien te salvó de la fosa en llamas?

—No —respondió Setrakian.

¿Todavía buscas destruirme?

Abraham guardó silencio. Pero su respuesta era afirmativa.

El ser pareció leer su pensamiento, y su voz burbujeó con lo que sólo podría describirse como placer.

Eres resistente, Abraham Setrakian, al igual que la hoja que se niega a caer.

—¿Qué es esto? ¿Por qué sigues aquí?

¿Te refieres a Hauptmann? Fue creado para facilitar mi presencia en el campo de concentración. Al final lo convertí. Y él se alimentó de los jóvenes oficiales a quienes una vez favoreció. Tenía un gusto especial por la sangre aria pura.

—Entonces... hay otros.

El administrador en jefe. Y el médico
.

Eichhorst, pensó Setrakian. Y el doctor Dreverhaven. Sí, así era. Setrakian los recordaba claramente a los dos.

—¿Y Strebel y su familia?

Strebel no me interesaba en absoluto, salvo en calidad de alimento. Destruimos los cuerpos como el suyo después de alimentarnos, antes de que empiecen a convertirse. Ya lo ves, los alimentos se han vuelto escasos aquí. Vuestra guerra es una molestia. ¿Qué sentido tiene crear más bocas para alimentar?

—Entonces, ¿qué haces aquí?

Hauptmann inclinó la cabeza de un modo nada natural, y su garganta emitió un cloqueo semejante al de una rana.

¿Por qué no lo llamamos nostalgia? Echo de menos la eficiencia del campo. Me he malacostumbrado debido a las ventajas y comodidades del bufet humano. Y ahora... estoy cansado de responder a tus preguntas.

—Sólo una más. —Setrakian miró de nuevo las manos de Hauptmann, manchadas de tierra—. Un mes antes del levantamiento, Hauptmann me ordenó que le hiciera un armario muy grande. Me dio la madera, un ébano importado de grano muy grueso. Me entregó un dibujo para que yo lo tallara en las puertas exteriores.

Así es. Trabajas bien, judío.

Hauptmann lo había llamado un proyecto «especial». En ese momento, Setrakian, que no tenía otra opción, creyó que estaba fabricándole un mueble a un oficial de las SS en Berlín. Tal vez incluso al mismo Hitler.

Pero no. Fue mucho peor.

La historia me había enseñado que el campo de concentración estaba condenado al fracaso. Ninguno de los grandes experimentos logra ser duradero. Yo sabía que la fiesta terminaría, y que pronto tendría que ponerme en marcha. Una de las bombas de los aliados había caído en un objetivo no deseado: en mi cama. Así que necesitaba una nueva. Y ahora tengo la certeza de tenerla conmigo en todo momento.

Era la ira, y no el miedo, la causa de la agitación de Setrakian.

Él había fabricado el ataúd del gran vampiro.

Y ahora, Hauptmann debe alimentarse. No me sorprende en absoluto que hayas vuelto aquí, Abraham Setrakian. Parece que ambos conservamos sentimientos especiales por este lugar.

Hauptmann dejó caer las bolsas llenas de tierra. Setrakian permaneció de pie mientras el vampiro se acercaba a la mesa, y retrocedió contra la pared.

No te preocupes, Abraham Setrakian. No te arrojaré a los animales. Creo que deberías unirte a nosotros. Tienes un carácter fuerte. Tus huesos sanarán, y tus manos volverán a sernos útiles
.

Setrakian sintió el extraño calor de Hauptmann. El vampiro irradiaba su fiebre, y apestaba a la tierra que había recogido.

Abrió su boca desprovista de labios y Setrakian pudo ver la punta del aguijón interior, listo para atacarlo.

Miró los ojos rojos del vampiro Hauptmann, y esperó a que la cosa-Sardu mirara hacia atrás.

Hauptmann cerró su mano sucia en torno a la venda que cubría el cuello de Setrakian. El vampiro le arrancó la gasa, dejando al descubierto una pieza de plata brillante que le cubría la garganta, el esófago y las arterias principales. El
vampiro abrió los ojos de par en par, mientras se tambaleaba hacia atrás, repelido por la placa protectora de plata que Setrakian le había encargado al herrero de la aldea.

Hauptmann sintió el frío de la pared opuesta en su espalda. Gimió debilitado y confundido. No obstante, Setrakian advirtió que simplemente se estaba preparando para su próximo ataque.

Resistente hasta el final
.

Mientras Hauptmann se disponía a abalanzarse sobre Setrakian, éste sacó, de entre los pliegues de su sotana, un crucifijo de plata, uno de cuyos extremos tenía una punta afilada, y se lo hundió
hasta la mitad.

El asesinato del vampiro nazi fue un acto de pura liberación. Para Setrakian, representó una oportunidad de venganza sobre el suelo de Treblinka, así como un golpe contra el gran vampiro y sus oscuros procedimientos. Pero ante todo, sirvió como una confirmación de su cordura. Sí, lo que él había
visto
en el campamento era cierto.

Sí, el mito era incuestionable.

Y sí..., la verdad era terrible.

El asesinato selló el destino de Setrakian. A partir de entonces, dedicó su vida al estudio de los
strigoi
, y a cazarlos.

Se quitó la sotana esa noche, la cambió por el atuendo de un humilde campesino, y limpió con fuego la punta blanquecina de su daga-crucifijo. Al salir, acercó la vela a la sotana y a unos trapos, y abandonó la casa maldita, con la luz de las llamas destellando a sus espaldas.

Préstamos y curiosidades Knickerbocker, Calle 118, Harlem Latino

 

 

 

S
etrakian entró en la casa de empeños después de abrir la puerta de seguridad. Fet, que esperaba fuera como un cliente ocasional, imaginó al anciano repitiendo esa misma rutina durante treinta y cinco años. Y cuando el dueño de la tienda salió a la calle para recibir la luz del sol, por un momento todo pareció haber vuelto a la normalidad. Un anciano entornando sus ojos bajo el sol en una calle plácida de Nueva York. Esa escena, lejos de reconfortarlo, le produjo nostalgia a Fet. No le parecía que quedaran ya muchos momentos «normales».

Setrakian, con un chaleco de tweed sin chaqueta y los puños de la camisa blanca remangados, miraba el letrero en un lateral de la furgoneta: «Departamento de Obras Públicas de Manhattan».

—La he pedido prestada —le dijo Fet.

El viejo profesor parecía estar complacido.

—Me pregunto si podrías conseguir otra.

—¿Para qué? ¿Adónde vamos?

—No podemos permanecer más tiempo aquí.

 

 

E
ph se sentó en la camilla de una de las máquinas de ejercicios que Setrakian había habilitado en aquella bodega de almacenamiento de ángulos extraños que estaba en la planta superior de su casa. Zack se sentó a su lado con una pierna doblada, la rodilla a la altura de su mejilla, abrazándose los muslos. Tenía un aspecto andrajoso, como un niño que hubiera regresado cambiado de un campamento pavoroso, y no en un sentido agradable precisamente. Varios espejos de plata los rodeaban, y Eph sintió que eran observados por una multitud de ojos antiguos. El marco de la ventana rodeado
de barrotes había sido tapiado deprisa, un vendaje más feo que la herida que cubría.

Eph escrutó el rostro de su hijo, intentando descifrarlo. Le preocupaba la salud mental del niño, y también la suya. Se frotó la boca antes de hablar, y sintió una aspereza en las comisuras de los labios y en el mentón, señal de que no se había afeitado en varios días.

—He repasado el manual de educación infantil —comenzó—. Desgraciadamente, no hay ningún capítulo sobre vampiros.

Intentó sonreír, pero no tenía la certeza de que eso funcionara. Ya no estaba seguro de que su sonrisa fuera persuasiva. Y tampoco de que alguien debiera sonreír en ese momento.

—Está bien, sé que esto te sonará algo disparatado. Pero déjame decírtelo. Ya sabes que tu madre te amaba, Z. Mucho más de lo que puedes alcanzar a imaginarte, tanto como una madre puede amar a un hijo. Por esa razón, ella y yo pasamos por todo lo que vivimos —y a veces todo parecía un forcejeo eterno—, porque ninguno de los dos soportaba estar lejos de ti. Porque tú lo eras todo para nosotros, Zack. Sé que algunas veces los niños se culpan a sí mismos por la separación de sus padres. Pero en este caso tú eras lo único que nos mantenía juntos. Y lo que nos hizo pelear como locos por ti.

—Papá, no tienes que...

—Lo sé, lo sé. Quieres que deje de hablar, ¿verdad? Pero no. Necesitas oír esto, y es mejor que sea ahora mismo. Tal vez yo también necesite oírlo, ¿de acuerdo? Necesitamos entendernos con claridad. Poner esto delante de nosotros. El amor de una madre... es como una fuerza. Está más allá del afecto. Es algo tan profundo como el alma. El amor de un padre —mi amor por ti, Zack— es lo más grande que hay en mi vida, de veras lo es. Pero esto me ha hecho comprender que el amor maternal tiene una particularidad, y es que seguramente sea el vínculo espiritual más fuerte que existe entre los seres humanos.

Quiso saber cómo se lo estaba tomando Zack, pero su rostro permanecía impasible.

—Y ahora esta plaga, esta cosa horrible..., se ha apoderado de lo que era tu madre, y ha acabado con todo lo bueno que había en ella. Con todo lo noble y verdadero, tal como lo entendemos nosotros, los seres humanos. Tu madre... era hermosa, se preocupaba por ti... en demasía; y también era algo alocada, tal como lo son todas las madres dedicadas. Pero tú eras su gran regalo. Era así como ella te veía. Y aún lo sigues siendo, Zack. Esa parte de ella sigue viva. Pero tu madre se ha transformado. Ya no es Kelly Goodweather. Ya no es mamá, y ambos tenemos dificultades para aceptarlo. Por lo que puedo decir, lo único que queda de ella es el vínculo contigo. Ese vínculo es sagrado y no muere nunca. Eso que denominamos amor en las tarjetas de felicitación cursis es un sentimiento mucho más intenso de lo que somos capaces de imaginar los seres humanos. Su amor hacia ti parece haber cambiado..., se ha transformado en otro tipo de deseo, en una necesidad imperiosa. ¿Dónde está ella ahora? En algún lugar, ansiando estar a tu lado; ella no cree que sea algo malo o peligroso, no. Sólo quiere que estés a su lado. Y lo que tú necesitas saber es que todo esto ha ocurrido porque tu madre te amó incondicionalmente.

Zack asintió con la cabeza. No pudo hablar, o no quería hacerlo.

—Ahora, una vez dicho esto, tenemos que mantenerte a salvo de ella. Su aspecto ya no es el mismo, ¿verdad? Ahora es distinta, esencialmente diferente, y esto no es fácil de aceptar; no puedo conseguir que eso, protegerte de ella, de lo que se ha convertido, te agrade, pero ésa es la nueva responsabilidad que tengo ahora como padre, como tu padre. Si piensas en tu madre como era originalmente, y en lo que habría hecho para protegerte..., bueno, dime...: ¿qué piensas que habría hecho ella?

—Me habría escondido —respondió Zack sin vacilar.

—Exactamente. Te alejaría de la amenaza, te llevaría muy lejos, para que estuvieras en un lugar seguro. —Eph escuchaba lo que le decía a su hijo—. Simplemente te recogería y... saldría corriendo. Estoy en lo cierto, ¿no es así?

—Tienes razón —dijo Zack.

—Muy bien, así que ¿hay que ser una madre
sobreprotectora? Ésa es mi misión ahora.

 

 

Brooklyn

 

E
RIC JACKSON FOTOGRAFIÓ
la ventana en llamas desde tres ángulos diferentes. Siempre llevaba una pequeña cámara digital Canon cuando estaba de servicio, junto con su pistola y su placa.

El grabado con ácido era el último grito de la moda. Aguafuertes, generalmente mezclados con betún, estampados en vidrio o en plexiglás. No se veían de inmediato, y sólo ardían en el cristal al cabo de varias horas. Cuanto más tiempo permaneciera el
tag
grabado
con ácido, más permanente se hacía.

Retrocedió un poco para evaluar el tamaño. Seis apéndices negros salían de una masa roja que había en el centro. Miró las fotos que tenía en la memoria de su cámara. Una, con poca definición, tomada el día anterior en Bay Ridge y otra, en Canarsie, más parecida a un asterisco de gran tamaño, pero con la misma precisión en el trazo.

Jackson reconocía fácilmente un grafiti de Phade. Es cierto que éste era diferente a su obra habitual —parecía un trabajo de aficionados en comparación con los otros—, pero los exquisitos arcos y el equilibrio
perfecto de las proporciones eran inconfundibles.

Todo indicaba que el tipo recorría toda la ciudad, a veces en una sola noche. ¿Cómo podía hacerlo?

Eric Jackson era miembro del Grupo Antivandalismo del Departamento de Policía de Nueva York. Él creía ciegamente en el evangelio de la policía de Nueva York en lo referente a las inscripciones o dibujos hechos en las paredes. Incluso los vertiginosos grafitis con más bello colorido y detalles más logrados representaban una afrenta al orden público. Una invitación a que otros se apropiaran del espacio urbano e hicieran lo que les diera la gana con él. La libertad de expresión siempre era la coartada que aducían los sinvergüenzas. Arrojar basura a la calle también era un libre acto de expresión, pero podían detenerte por eso. El orden era algo frágil de por sí, y el caos siempre estaba al acecho, a la vuelta de la esquina.

En ese momento, la ciudad era testigo de primera mano.

Los disturbios habían estallado en varias manzanas
del sur del Bronx. Las noches eran de lo peor. Jackson estuvo esperando en vano la llamada del capitán para salir a la calle con su uniforme. Tampoco oyó demasiadas conversaciones en la frecuencia de radio cuando la conectó en el coche patrulla. Así que decidió continuar haciendo su trabajo.

El gobernador había ignorado las llamadas
de la Guardia Nacional, puesto que era un hombre que sólo sopesaba su futuro político en Albany. Aparentemente, la Guardia estaba diezmada y tenía pocas unidades disponibles —pues tenía muchas desplegadas
en Irak y Afganistán—, pero al ver las columnas de humo negro elevándose en el firmamento, Jackson habría aceptado cualquier ayuda con satisfacción.

El agente de policía lidiaba con vándalos de los cinco distritos, aunque no había nadie tan prolífico como Phade. El tipo estaba en todas partes. Debía de dormir durante el día y pintar durante toda la noche. Tenía unos quince o dieciséis años, y estaba en activo desde los doce. Ésa era la edad de iniciación de casi todos los grafiteros, quienes practicaban en paredes de escuelas, en quioscos de periódicos, en fin. En las imágenes captadas por la cámara de seguridad, el rostro de Phade aparecía siempre cubierto por la capucha de una sudadera de los Yankees —sobre la que se ponía otra de cuello de tortuga—, y a veces llevaba también una mascarilla de protección contra los vapores del aerosol. Se vestía con el atuendo típico de los grafiteros: pantalones estilo carpintero con muchos bolsillos, una mochila para su Krylon y zapatillas de baloncesto.

La mayoría de los vándalos trabajan en equipo, pero Phade no. Era una leyenda juvenil que se movía impunemente entre los diferentes distritos.

Se decía que siempre llevaba consigo un juego de llaves de tráfico
robadas, incluyendo una llave de esqueleto para abrir vagones del metro. Sus dibujos
le habían hecho ganar una cierta reputación. A diferencia del típico grafitero joven con una autoestima baja, un ansia de ser reconocido por sus pares y una visión distorsionada de la fama, Phade no firmaba con un tag
—con un apodo o un motivo repetitivo—, ya que su estilo era único. Sus grafitis no se limitaban únicamente al espacio de las paredes. Jackson sospechaba —algo que había dejado de ser una simple corazonada para convertirse en una certeza absoluta con el tiempo— que Phade debía de ser un sujeto obsesivo-compulsivo, tal vez con síntomas de síndrome de Asperger o incluso autista.

Jackson comprendía esto, entre otras cosas, porque él también era obsesivo. Por ejemplo, tenía un cuaderno Cachet de tapa negra con bocetos de las obras de Phade, muy similar en su apariencia a los libros que cargaban los grafiteros. Jackson era uno de los cinco agentes
asignados a la unidad GHOST del Grupo Antivandalismo —el Grupo de Represión de Delincuentes Habituales de Grafitis— y era el responsable de la base de
datos de los grafiteros y de sus zonas de acción. Las personas que consideran que los grafitis son una especie de «arte callejero» piensan exclusivamente en globos de chicle
de estilo delirante y colores psicodélicos pintados en los muros de las construcciones y en los vagones del metro. No creen que los grafiteros dibujan también en las fachadas de las tiendas y compiten por conseguir un puesto destacado y —lo que resulta más peligroso— para que los persigan. O con mucha más frecuencia, que estén demarcando los límites territoriales de las pandillas, buscando el reconocimiento o simplemente intimidando.

Los otros cuatro policías del GHOST no habían ido a trabajar. Algunos informes policiales señalaban que muchos agentes del Departamento de Policía de Nueva York estaban abandonando la ciudad como lo habían hecho sus homólogos de Nueva Orleans tras el huracán Katrina, pero Jackson no podía creerlo. Tenía que estar ocurriendo otra cosa, algo más allá de esa enfermedad que se propagaba por los cinco distritos.

Si estás enfermo, no vas a trabajar. Alguien te reemplaza para que un compañero no tenga que hacer el doble del trabajo por ti. Estas manifestaciones de deserción y cobardía lo ofendían tanto como las firmas de pacotilla hechas con aerosol sobre una pared recién pintada. Jackson creería en esa basura de los vampiros de la que hablaba la gente antes que aceptar que sus colegas estaban huyendo a Nueva Jersey. Subió a su vehículo camuflado y avanzó por una calle tranquila hacia Coney Island. Había hecho esto rutinariamente durante tres días a la semana por lo menos. Fue su lugar favorito en la infancia, pero sus padres no lo llevaron allí con la asiduidad
que él hubiera querido. Aunque había abandonado su promesa de ir todos los días cuando fuera adulto, almorzó allí con la suficiente frecuencia como para no incumplirla. El malecón estaba vacío, tal como esperaba. El día de otoño era lo bastante cálido, pero con aquella epidemia rondando, en lo último que pensaba la gente era en divertirse. Llegó a Nathan’s Famous; aunque el lugar seguía abierto, estaba completamente desierto. No se veía ni un alma. Había trabajado en ese local de perritos
calientes después de terminar la secundaria, así que entró por detrás del mostrador hacia la cocina. Ahuyentó dos ratas y limpió el fogón. A continuación, sacó dos salchichas de carne de ternera
del refrigerador, abrió la bolsa de los panes y una lata de cebolla roja cubierta con papel de
celofán. Le gustaba la cebolla, sobre todo la forma en que los vándalos se estremecían cuando su aliento los sorprendía después del almuerzo. No tardó en preparar el par de perritos
calientes, y fue a comérselos fuera. El Ciclón y La Rueda de la Fortuna estaban apagados e inmóviles, y las gaviotas se posaban tranquilamente en la barandilla de la cúspide. Otra gaviota intentó acercarse, pero levantó el vuelo súbitamente. Jackson miró con más detenimiento y advirtió que las criaturas que estaban arriba no eran aves.

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