—¿Por qué supones que una nefilim sería capaz de detectar a un Proscrito? —preguntó Molly desafiando a Arriane—. Tú estuviste en esa escuela. Deberías haber percibido alguna cosa.
—¡Callaos, todos!
Daniel no podía pensar con calma. El patio estaba repleto de ángeles, pero la ausencia de Luce lo hacía parecer tremendamente vacío.
Apenas podía soportar ver a nadie. A Shelby, por caer sin más en la trampa de un Proscrito. A Miles, por creer que tenía alguna opción en el futuro de Luce. A Cam, por lo que había intentado hacer…
¡Oh, ese momento en el que Daniel pensó haberla perdido por una flecha estelar de Cam! Las alas se le habían vuelto demasiado pesadas para levantarlas. Más frías que la muerte. En ese instante había abandonado toda esperanza.
Pero solo había sido una ilusión óptica. Un reflejo desconcertante, nada especial en circunstancias ordinarias, pero que en esa noche había sido lo último que Daniel esperaba. Le había provocado una impresión tremenda. Había estado a punto de matarlo. Hasta la alegría de su resurrección.
Todavía había esperanza.
Si la encontraba.
Se había quedado perplejo al ver a Luce abriendo a la Anunciadora. Asombrado, impresionado y dolorosamente atraído hacia ella, pero sobre todo perplejo. ¿Cuántas veces lo había hecho sin que él lo supiera?
—¿Qué piensas? —preguntó Cam acercándose a su lado.
Notó la atracción de las alas, esa antigua fuerza magnética, pero estaba demasiado agotado para apartarse.
—Voy a ir tras ella —dijo.
—Buen plan. —Cam adoptó un aire despectivo—. Simple: «Ir tras ella». En cualquier lugar en el tiempo y el espacio a lo largo de miles de años. ¿Para qué emplear una estrategia?
Su sarcasmo hizo que Daniel quisiera sacudirle de nuevo.
—No te pido ni ayuda ni consejo, Cam.
En el patio solamente quedaban dos flechas estelares: la que había cogido de la Proscrita a la que Molly había matado, y la que Cam había encontrado en la playa al inicio de la tregua. Se habría producido una bonita simetría si Cam y Daniel hubiesen actuado como enemigos en ese momento: dos chicos, dos flechas estelares, dos enemigos inmortales.
Pero no, aún no. Tenían que eliminar a muchos otros antes de volver a dedicarse de nuevo a ellos.
—Lo que Cam quiere decir… —Roland se interpuso entre ellos hablando a Daniel con voz grave— es que tal vez esto requiera cierto trabajo en equipo. He visto cómo estos chicos entran en las Anunciadoras. No sabe lo que hace, Daniel. Se va a meter en problemas muy pronto.
—Lo sé.
—No es señal de flaqueza permitir que os ayudemos —añadió Roland.
—¡Yo puedo ayudaros! —exclamó Shelby, que había estado cuchicheando con Miles—. Creo que sé dónde se encuentra.
—¿Tú? —preguntó Daniel—. Ya has ayudado suficiente. Los dos habéis ayudado suficiente.
—Daniel…
—Conozco a Luce mejor que nadie en el mundo. —Daniel se apartó de todos y se sumergió en el espacio oscuro y vacío del patio donde ella había desaparecido—. Mucho mejor de lo que ninguno de vosotros la conocerá jamás. No necesito vuestra ayuda.
—Yo conozco su pasado —dijo Shelby poniéndose ante él para que la mirara—. Tú no sabes lo que ha soportado estas semanas. Yo soy la que ha estado con ella mientras vislumbraba sus vidas anteriores. La que vio su cara cuando se encontró a la hermana que había perdido cuando la besaste y luego … —Shelby calló—. Sé que todos vosotros me odiáis ahora mismo, pero juro por… por lo que sea en que vosotros creáis que a partir de este momento podéis confiar en mí. Y en Miles también. Queremos ayudar. Vamos a ayudar. Por favor. —Tendió una mano a Daniel—. Confía en nosotros.
Daniel se apartó de ella. Confiar era algo que siempre le había incomodado. Lo que tenía con Luce era inquebrantable. Nunca había habido necesidad de confianza. Era simplemente cuestión de amor.
Pero en toda la eternidad, Daniel jamás había sido capaz de depositar su fe en nadie ni en nada más. Y no estaba dispuesto a empezar a hacerlo ahora.
En la calle, un perro aulló. Y volvió a aullar más fuerte. Más cerca.
Eran los padres de Luce, que regresaban de su paseo.
En aquel patio oscuro, Daniel cruzó una mirada con Gabbe. Ella estaba junto a Callie, probablemente consolándola. Ya tenía las alas replegadas.
—Márchate.
Gabbe articuló la frase sin pronunciarla en voz alta en aquel patio trasero desolado y cubierto de polvo. Lo que quería decir era: «Ve a buscarla». Ella se ocuparía de los padres de Luce. Cuidaría de que Callie regresara a casa. Se encargaría de todo para que Daniel pudiera ir tras lo que importaba. «Te buscaremos y te ayudaremos en cuanto podamos.»
La luna se asomó entre la cortina de nubes. La sombra de Daniel se alargó en la hierba que tenía a sus pies. Vio cómo ésta se agrandaba un poco y empezó a formar a la Anunciadora que contenía. Cuando esa oscuridad fría y húmeda le acarició, Daniel se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no se había transpuesto. Su estilo no consistía en mirar atrás.
Pero los gestos seguían en él, ocultos bajo sus alas, su alma o su corazón. Se movió con rapidez, separando a la Anunciadora de su propia sombra y pellizcándola con rapidez para retirarla del suelo. Luego, como si de una pieza de arcilla se tratase, la arrojó al aire directamente ante él.
Formó un portal nítido y definido.
Él había participado en todas y cada una de las vidas anteriores de Luce. No había motivo para que no fuera capaz de encontrarla.
Abrió la puerta. No había tiempo que perder. Su corazón la llevaría hasta ella.
Tenía el presentimiento de que algo malo estaba a punto de ocurrir, pero también la esperanza de que algo increíble aguardaba en la lejanía.
Tenía que ser así.
Su amor apasionado por ella lo inundó hasta que se sintió tan lleno que no supo si cabría por la entrada. Recogió las alas contra el cuerpo y se precipitó en el interior de la Anunciadora.
Detrás de él, en el patio, hubo una conmoción lejana. Susurros, carreras y gritos.
No le importaba. En realidad, no le importaba ninguno de ellos.
Solo ella.
Gritó mientras se abría al pasado.
—Daniel.
Unas voces. Detrás de él, acechándole, acercándose. Pronunciando su nombre mientras él se adentraba cada vez más profundamente en el pasado.
¿La encontraría?
Sin duda.
¿La salvaría?
Siempre.
Ante todo, mi agradecimiento más profundo a mis lectores por su apoyo efusivo y generoso. Gracias a vosotros, posiblemente podré escribir siempre.
A Wendy Loggia, cuya confianza en esta serie ha sido un regalo inmenso para mí y porque sabe exactamente qué hay que hacer para que se aproxime a lo que siempre ha querido ser. A Beverly Horowitz, por la charla más animada que jamás he tenido, y también por el postre que me metiste en el bolso. A Krista Vitola, cuyos correos electrónicos llenos de buenas noticias me han alegrado muchos días. A Angela Carlino y al equipo de diseño, gracias por una sobrecubierta que levanta pasiones. A mi compañera de viaje Noreen Marchisi, a Roshan Nozari y al resto del fabuloso equipo de marketing de Random House: sois unos magos. A Michael Stears y Ted Malawer, unos genios infatigables. Vuestra agudeza y animosidad hacen que trabajar con vosotros resulte un placer más que una obligación.
A mis amigos, que me ayudan a no perder la cabeza y a inspirarme. A mi familia en Texas, Arkansas, Baltimore y Florida, por tanto entusiasmo y amor. Y a Jason, por cada día que pasa a mi lado.
[1]
Postre típico de los campamentos de verano en Estados Unidos y Canadá consistente en un bocadillo de galletas Graham, con relleno de nubes dulces y chocolate fundidos
(N. de la T.)